Leo junto a una ventana alargada —ahora, tres árboles invernales, sin hojas, el golpe del
viento contra los troncos y un nido de otra estación, vacío, en una rama—. Leo
al amanecer o al atardecer —y la línea de sombra sobre las páginas, y la
primera luz sobre los tejados negros, y la última luz en el vacío que dejaron
las pirámides del antiguo parque de atracciones, que aún veo, allá, en lo más
alto del monte, después de su demolición, la estela de un triángulo que no
existe, ahora, entre árboles, pero que existió, ayer—. Leo con un lápiz —para
alejar unas palabras de otras, para dejar un camino de migas donde volver y
sentir las huellas pasadas años después—, y doblo algunas páginas por su
esquina —e intentar, así, recordar aquella primera impresión de unos poemas
sobre otros, o leer aquello que quedó sin nombrar, ahora, y que sólo podré
entender en otro tiempo, en otra estación, mañana—. Leo para escuchar —otras
voces invisibles, otros yoes que completen un hueco, un silencio, una pregunta,
dos espacio/tiempo que concluyen en la penumbra de un atardecer en una página,
hoy, sobre unas palabras, anteriores—. Leo los primeros poemas de Wisława Szymborska —y escucho el ritmo de
una canción que rehace los tiempos bíblicos y los tiempos en Shakespeare, que
nos dice nada sucede dos veces, y
convoca a los muertos, el ayer absoluto en el frágil todavía: la eternidad de los muertos dura/ mientras
se les paga con memoria/ moneda inestable./ Y no hay día/ en que alguien no
pierda su eternidad/, y las sombras de aquello que fue, o no: la Atlántida,
este mundo, los sueños la mudanza de lo
literal a lo figurado/, y la conmemoración del amor Henos aquí, amantes desnudos,/ bellos —y mucho—
para nosotros mismos/, sólo cubiertos con hojas de párpados/, recostados en una
noche profunda. Y escucho una risa juguetona y plegarias y subrayo a lápiz,
siempre a lápiz, para dejar un camino que se difumine con el pasar de los años Nos conocemos a nosotros mismos/ en la
medida en que nos ponen a prueba./ Se lo digo a ustedes/ desde mi ignorado
corazón./— Leo —hasta el inicio de la
noche en farolas y estrellas, hasta el final de la última oscuridad, en la
penumbra entre vida y lectura.
Conmemoración
Se amaron entre avellanos,
bajo soles de rocío,
de hojas y tierra
se les llenó el cabello.
Corazón de golondrina,
ten piedad de ellos.
Se arrodillaron junto al lago,
se quitaron las hojas,
y los peces se acercaban
a la orilla como estrellas.
Corazón de golondrina,
ten piedad de ellos.
El reflejo de los árboles humeaba
en la diminuta ola.
Golondrina, haz que nunca
lo olviden.
Golondrina, espina de la nube,
ancla del aire,
Ícaro mejorado,
frac en el séptimo cielo,
golondrina, caligrafía,
manecilla sin minutos,
gótico temprano de pájaros,
estrabismo en los cielos,
golondrina, silencio agudo,
luto alegre,
aureola de amantes,
ten piedad de ellos.
*
Todavía
En vagones sellados
van los nombres a través del país,
¿hasta dónde irán así,
bajarán alguna vez?:
no pregunten, no lo diré, no lo sé.
El nombre Natán golpea la pared con el puño,
el nombre Isaac canta enloquecido,
el nombre Sara pide agua para el nombre
Aarón, que se muere de sed.
No saltes en marcha, nombre de David.
Tú eres el nombre que condena a la derrota,
el no dado a nadie, sin hogar,
demasiado pesado para ser llevado en este país.
Nuestro hijo, que tenga un nombre eslavo,
porque aquí cuentan los pelos en la cabeza,
porque aquí separan el bien del mal
según el nombre y la forma de los párpados.
No saltes en marcha. Nuestro hijo se llamará Lech.
No saltes en marcha. No es el momento aún.
No saltes. La noche resuena como la risa
y remeda el traqueteo de las ruedas en los rieles.
Una nube de gente atraviesa el país,
de una gran nube poca lluvia, una lágrima,
poca lluvia, una lágrima, tiempo seco.
Las vías conducen a un bosque negro.
Así es, suena la rueda. Bosque sin claros.
Así es. Por el bosque va el transporte de gritos.
Así es. Despertada de noche, oigo,
eso es, el retumbar del silencio en el silencio.
*
Prueba
Ay, canción, de mí te burlas,
pues aunque fuera hacia arriba no me abriría como una rosa.
Como una rosa florece la rosa y nadie más. Lo sabes.
Intenté tener hojas. Quise poblarme de arbustos.
Conteniendo el aliento —para que fuera más rápido—
esperé
el momento de convertirme en rosa.
Canción,
tú que de mí no te apiadas:
tengo
un cuerpo individual que en nada se transforma,
y soy
desechable hasta la médula de los huesos.
*
Atlántida
Existieron o no existieron.
En una isla o no en una isla.
Un océano o no un océano
se los tragó o no.
¿Hubo quién amara a quién?
¿Hubo quién con quién luchara?
Sucedió todo o nada
allí o no allí.
Había siete ciudades.
¿Seguro?
Querían estar para siempre.
¿Y las pruebas?
No inventaron la pólvora, no.
Inventaron la pólvora, sí.
Hipotéticos. Dudosos.
No conmemorados.
No extraídos del aire,
Del fuego, del agua, de la tierra.
No encerrados en la piedra
ni en la gota de lluvia.
Incapaces de servir
en serio como moraleja.
Cayó un meteoro.
No era un meteoro.
Un volcán hizo erupción.
No era un volcán.
Alguien gritó algo.
Nadie nada.
En esta más/menos Atlántida.
Poesía no completa.
Wisława Szymborska. Traducción de Gerardo Beltrán y Abel
A. Murcia. Fondo de cultura económica.
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