Dicen que luché con honor, valentía y honradez y que perdí
casi todas mis batallas, dicen que tenía una fiebre dentro de mí que me hacía
ver el mundo habitado por gigantes, castillos y caballeros, dicen locura,
derrota, espejismo. Los hombres hablan junto a los viejos molinos, recuerdan
que confundí ovejas con ejércitos y que me creí hechizado y maldito, que
convertí a una sencilla muchacha en la más bella y a mi escudero en gobernador
de una ínsula inexistente, ríen, gritan y susurran, imitan duelos y manteos,
los ojos desbocados y enérgicos, el gesto austero y retador, las manos
un lenguaje extraño y retorcido. La multitud aplaude y asiente con la cabeza,
lleva ropa que imita armaduras y camisetas con una figura alargada y negra. Y
yo no recuerdo más que un camino blanco entre esta tierra que era una promesa y
una esperanza y que era en la penumbra donde la realidad mostraba su cara
oculta. Intento invocar aquella vida lejana, los días de cielos bajos y las noches
de camaradería alrededor de una hoguera pero sólo veo la sombra de las aspas
sobre la tierra y me siento dentro de un mundo inventado, de un hechizo que me
ciega, y me acerco a la pared del molino y la toco con mis manos quebradizas y
le pido piedad y que me devuelva la fiebre que una vez tuve, y con la fiebre,
el sonido de los cascos sobre un camino pedregoso y una dama por la que luchar,
sólo eso, molino, que te conviertas en gigante y me salves de esta brujería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario