El demonio como
el camino hacia la destrucción de un hombre de éxito, una gran promesa del
mundo de los negocios que, dentro de sí, guarda una parte sórdida y cruel que
necesita ser alimentada a través de un juego donde humilla a mujeres casadas
primero, luego roba de noche en oficinas vacías y termina con la planificación
y ejecución de un puñado de asesinatos, un juego que le excita, le hace sentir
invulnerable, una especie de semidios capaz de destruir o salvar a aquellos que
tiene delante, su única manera de sentir placer o un atisbo de emoción y su
lucha contra el monstruo que lo domina.
Harry es un muchacho prometedor, inteligente y enérgico
que vive con sus padres, trabaja en una gran empresa y tiene una sonrisa y una
amabilidad que cautivan. Harry busca mujeres casadas a las que llevar a la
cama, un juego que le hace sentir la excitación de ser descubierto por el
marido, de inventarse otra personalidad, la posibilidad de ser cruel. El inicio
de El demonio es una sucesión de
conquistas fugaces de Harry, mujeres casadas que encuentra en bares o en
terrenos de juego, que se sientan en los parques en la hora del almuerzo y a
las que seduce y engaña, la satisfacción de una conquista y un polvo y la mujer
como objeto.
Selby crea una novela cruel y obsesiva. Porque en Harry
hay una obsesión que no lo deja vivir en calma, que le impide llevar una vida
real. Se enamora, forma una familia, asciende en el trabajo, pero ahí, dentro
de él, la obsesión que lo lleva a dejar a las mujeres casadas por borrachas y drogadictas
en un cuchitril y la mentira propia de pensar que es la última vez, siempre la
última vez. Selby habla del infierno personal, de una parte demoniaca dentro
que asfixia y destruye, que disfruta con el engaño y la degradación, el camino
al borde del abismo y la atracción del vértigo. Harry necesita ensuciarse y
degradarse, dejarse llevar por su juego y su obsesión, para poder llevar una
vida en apariencia normal. Sólo cuando siente colmada su obsesión es capaz de
un tiempo de paz.
Hay un momento donde Selby da una vuelta de tuerca a la
vida de Harry. El inicio de El demonio es la búsqueda de sexo fácil con mujeres casadas y la llegada del matrimonio,
entonces, la escritura de Selby va de algo cercano a la novela rosa a la
violencia cortante y directa en los momentos donde Harry pierde contra su
obsesión, de las frases largas y plácidas a las cortas y con estallidos de
violencia. Dos tercios de la novela es una sucesión de escenas de cama,
ascensión en los negocios y el amor que vive Harry. El último tercio es Harry
que se acerca poco a poco a la locura, destruido por su obsesión, por su forma
de sentir placer, su búsqueda de una excitación última y violenta que le nutra.
Selby, entonces, se centra en la caída de Harry, en su pérdida de cordura, en cómo
su juego de acostarse con mujeres casadas, Harry como depredador, lo lleva a
querer sentir algo más fuerte, del sexo a la muerte, de un polvo rápido a la
necesidad de traspasar cualquier moral y degradarse hasta convertirse en un
despojo. La lucha de Harry contra su obsesión, los momentos donde siente el
demonio dentro de sus entrañas, algo que no ajusta dentro de sí, que lo aparta
de la vida.
El demonio, mi
primer acercamiento a Selby, es una
montaña rusa. Momentos anodinos que se mezclan con otros intensos, capítulos
febriles que dan paso a otros aburridos, un sube y baja constante, una novela
descarnada y cruel, una lucha contra nuestra sombra.
Harrry regresó pronto a la oficina sabiendo que ya no
tendría que volver a comprobar si ella estaba junto al lago esperándole. Allí
seguiría, durante mucho tiempo. Y quién sabe, puede que algún día incluso
volviera a acercarse a ella. Sí… la próxima vez que le apeteciera un bocado
rápido, jua jua jua. Era una buena jaca, al menos cuando estaba hambrienta.
Hambrienta de la hostia, muriéndose de hambre. Pero tiene un apetito
insaciable. Y no de rabo precisamente. Amor. Sí, eso es lo que quiere. Un poco
de amor y de cariño y de comprensión. Seguro que podría ser una excelente
esposa… pero no la mía. Eso sería la perdición. Sí, quizá disfrutáramos de unas
cuantas sesiones más de delicioso intercambio alimenticio, pero luego siempre
pasa lo que pasa. Porque en cuanto ella aplacara su hambre, en cuanto hubiera
comido en condiciones unas cuantas veces, seguramente cambiaría.
En cualquier caso, aquel era el final de la pequeña
película. Había estado bien, sí, mientras duró. Menos mal que no se había
puesto demasiado sensiblera. Un pedazo de buena jaca, sí señor. Apuesto a que
es la primera vez que le pone los cuernos al marido. Me pregunto qué pensará él
cuando esta noche su mujer llegue a casa radiante, supurando dicha por los ojos
y por cada poro de la piel. Ni se dará cuenta, probablemente. Debe de ser medio
gilipollas. Tal vez ella tenga razón y no sea más que un perfecto imbécil. Pero
no te quepa la menor duda de que su irradiación de dicha se habrá desvanecido
en un par de semanas. Pobre zorra. Casi me da pena. Seguramente me pondrá a
parir… Pero algún día me lo agradecerá. En el peor de los casos, ahora sabe que
no tiene por qué quedarse en casa esperando a su marido. Ahora ya sabe que
también ella puede salir por ahí de picos pardos alguna noche, jua jua jua… Sí,
probablemente le he ahorrado un montón de tiempo y de problemas. A saber cuánto
habría tardado en dase cuenta de que también ella puede echar una canita al
aire.
***
Pero el hombre interior sabía que cuando se prescinde de
lo que hasta un determinado momento ha nutrido una vida, hay que reemplazarlo
por alguna otra cosa de valor. Y esa otra cosa de valor se estaba gestando en
su interior, como un feto en la oscura seguridad del útero. Y Harry lo alimentó
despacio. Sin forzar las cosas, dejando que se le pusieran los dientes largos
con las pequeñas pistas que le iban siendo dadas con el fin de que adivinase
hacia dónde se encaminaba. Lo que le estaba cambiando la vida permaneció
innominado durante muchísimas semanas, y a medida que Harry fue dejándose
llevar por aquel sentimiento interno, cada vez se retraía más y cada vez
aparentaba mayor serenidad. En su rostro había una permanente sonrisa y
resultaba visible el aura de su brillo interior, como si estuviera en posesión
de un secreto al que nadie más tenía acceso.
Y también estaba la excitación. Una excitación que crecía
sin cesar a la par que el feto. Una increíble excitación debida a la aprensión
y al hecho de imaginarse lo que iba a ocurrir, una excitación distinta a
cualquier otra cosa que él hubiera experimentado o imaginado jamás, una
excitación indefinible que había que probar. Aún era incapaz de definir con
plena consciencia y exactitud qué iba a pasar, pero sus entrañas lo sabían
bien. Y cada día que pasaba, también él estaba más cerca de saberlo. Y cuanto
mayor era la cercanía, más intensa se hacía la excitación.
Cuando finalmente se dio cuenta de lo que haría, le
sorprendió que le hubiese llevado tanto tiempo cobrar consciencia de ello.
Parecía todo tan lógico y sencillo. Y tan obvio. Y la toma de conciencia trajo
consigo una nueva oleada de excitación, una abrumadora emoción. Si se hubiese
sentido tan relajado, tan libre y pleno, sabiendo solamente que algo iba a
ocurrir, aunque ignoraba qué, cuál no sería su excitación ahora, ahora que no
sólo sabía que iba a matar a alguien sino que iba a planear y sopesar todas y
cada una de las acciones relacionadas con el antes, el durante y el después de
ese suceso. El más ligero pensamiento sobre la situación lo dejaba
prácticamente paralizado de excitación. Dios, qué placer. Qué exquisito placer.
Y podía volver a aquel pensamiento siempre que quisiera. Siempre que la
tirantez empezara a interferir en su trabajo, siempre que le atacara aquella
maldita ansiedad, podía parar, así de sencillo, parar y pensar cómo iba a matar
a alguien. No hacía falta ir a ningún sitio ni hacer nada, tan sólo permanecer donde
estuviera en aquel preciso momento y recrearse con la contemplación de la
ejecución, con eso bastaba para sentir no sólo la excitación inmediata, sino
también un instantáneo alivio al reconcomio que lo había estado poseyendo. Así
de sencillo. Donde estuviera. En vez de coger un taxi a Grand Central, cogía el
metro y comprobaba la eficacia de esta nueva solución. En el vagón dejaba que
le empujaran como a los demás y que le apretujaran contra la puerta, o se
agarraba a una correa, constreñido por los cuerpos que le rodeaban, y en lo
único que pensaba era en lo que un día iba a hacer. Entonces se olvidaba de lo
que había a su alrededor. Lo único que sentía era paz interior y poder. Un
descomunal poder. Un poder irrefrenable. Un poder que le hacía vulnerable a los
latigazos que le habían estado vejando.
Y junto con esta nueva consciencia llegó el placer de
tomárselo como un juego. Al menos de momento. Algún día el asesinato tendría
que hacerse realidad, pero de momento la mera contemplación del suceso lo exaltaba.
Esa era una de las grandes ventajas de semejante experiencia. Podía posponer
casi indefinidamente la acción, y eso hacía que la excitación aumentara.
Nutrir, mimar y acariciar la expectación. Eso es lo que había que hacer. Y eso
es lo que iba a hacer: tentarse a sí mismo durante tanto tiempo como fuese
posible. Algún día ese acto formaría parte de la historia, pero por ahora se
limitaría a imaginarlo. Podía crear su propio suspense. ¡Y controlarlo!
Hubert Selby Jr.
El demonio. Traducción de Juan Miguel López Merino. Huacanamo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario