Había un pueblo de piedra.
Nos sentamos junto al río
y refrescamos nuestros pies cansados
entre las arañas de agua.
Y aún quedaban otros diez.
Nos desviamos del camino
y dejamos pasar el tiempo.
Al otro lado del puente nos esperaba
un final
y nuestros cuerpos desnudos en una litera.
Pero, por una pequeña eternidad,
nos desviamos de las señales
y convertimos el tiempo
en
piedra.
piedra.
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