Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 3 de junio de 2016

H.G. Adler en Un viaje

Había una habitación, y otras habitaciones. La soledad tenía heridas, pues las puertas estaban abiertas, sin embargo las ventanas permanecían suavemente cerradas y tapadas con paños negros. A eso lo llamaban oscurecer. Habían oscurecido por doquier, las calles nocturnas de Stupart yacían en espesas tinieblas. Pero en la casa había luz. No en el exterior, en la escalera, no, allí también estaba oscuro. Las bombillas habían sido pintadas de un feo color azul y rodeadas de pantallas de papel negro que no dejaban pasar la claridad y sólo emitían, redondo como un círculo, un cono de luz opaca. En tal oscuridad las pisadas remontaban dificultosamente los peldaños, pero eso no asustaba a los infatigables mensajeros, porque su premura difundía un temor ante el cual retrocedía la luz. Solían llegar al final del día o ya en plena noche, cuando traían su mensaje, al que no se le negaba una luz aterrada. «¡No habitarás!» Ése era el comunicado impreso que ellos portaban. La gente ya aguardaba la catástrofe, todos sabían que venía, y por eso las viviendas ya estaban destruidas antes de que el potente proyectil de un piloto se apiadara de ellas. Los aviadores llegaron mucho más tarde, a fin de abrir para la cosecha los perforados escombros, pero no para vengar el secuestro de quienes habían sido sacados de sus casas, gentes de las que ellos apenas tenían idea y que los aviadores no tomaban en absoluto en cuenta cuando determinaban con su hoja de medidas el sector urbano que querían arrasar. Las máquinas, bramando su vertiginoso vuelo, descendían del cielo sacudido por el estruendo nocturno y dejaban caer su mortífera carga sobre la caducidad, que no la percibía hasta que de pronto hacía explosión. Por tanto ya no eran hogares los que padecían la catástrofe, eran nidos abandonados, cuevas desvalijadas o propiedad usurpada que no prosperaba en manos de bandidos. Pero esto ocurrió mucho más tarde y ya no alcanzó a los primeros afectados, a los que mucho tiempo atrás se les había anunciado: «¡No habitarás!»
H. G. Adler. Un viaje. Traducción de Carmen Gauger. Galaxia Gutenberg.

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