Había una habitación, y otras habitaciones. La soledad tenía
heridas, pues las puertas estaban abiertas, sin embargo las ventanas
permanecían suavemente cerradas y tapadas con paños negros. A eso lo llamaban
oscurecer. Habían oscurecido por doquier, las calles nocturnas de Stupart
yacían en espesas tinieblas. Pero en la casa había luz. No en el exterior, en
la escalera, no, allí también estaba oscuro. Las bombillas habían sido pintadas
de un feo color azul y rodeadas de pantallas de papel negro que no dejaban
pasar la claridad y sólo emitían, redondo como un círculo, un cono de luz
opaca. En tal oscuridad las pisadas remontaban dificultosamente los peldaños,
pero eso no asustaba a los infatigables mensajeros, porque su premura difundía
un temor ante el cual retrocedía la luz. Solían llegar al final del día o ya en
plena noche, cuando traían su mensaje, al que no se le negaba una luz aterrada.
«¡No habitarás!» Ése era
el comunicado impreso que ellos portaban. La gente ya aguardaba la catástrofe,
todos sabían que venía, y por eso las viviendas ya estaban destruidas antes de
que el potente proyectil de un piloto se apiadara de ellas. Los aviadores
llegaron mucho más tarde, a fin de abrir para la cosecha los perforados
escombros, pero no para vengar el secuestro de quienes habían sido sacados de
sus casas, gentes de las que ellos apenas tenían idea y que los aviadores no
tomaban en absoluto en cuenta cuando determinaban con su hoja de medidas el
sector urbano que querían arrasar. Las máquinas, bramando su vertiginoso vuelo,
descendían del cielo sacudido por el estruendo nocturno y dejaban caer su
mortífera carga sobre la caducidad, que no la percibía hasta que de pronto
hacía explosión. Por tanto ya no eran hogares los que padecían la catástrofe,
eran nidos abandonados, cuevas desvalijadas o propiedad usurpada que no
prosperaba en manos de bandidos. Pero esto ocurrió mucho más tarde y ya no
alcanzó a los primeros afectados, a los que mucho tiempo atrás se les había
anunciado: «¡No habitarás!»
H. G. Adler. Un viaje. Traducción
de Carmen Gauger. Galaxia Gutenberg.
No hay comentarios:
Publicar un comentario