La visita al
maestro, o un Bildungsroman, una
novela de iniciación, donde Nathan Zuckerman recuerda su encuentro con el
escritor E.I. Lonoff en su retiro en la naturaleza, una especie de Malamud o
Bellow o Singer que poblaba sus relatos con judíos inmigrantes, tenderos y
folclore, su condición de extranjeros, su manera de situarse en Norteamérica,
sus raíces distantes, alguien apenas recordado en el presente, una especie de
dinosaurio de la literatura, anquilosado en una escritura pasada. Zuckerman, en
sus primeros pasos como escritor de relatos en revistas literarias, va al
encuentro del gran maestro, se siente empequeñecido y extrañado, incapaz de
creerse las palabras de Lonoff sobre su obra, la turbulencia que hay en ella,
la forma de tratar el conflicto entre los judíos inmigrantes y los hijos
nacidos en Norteamérica, la quiebra entre los tiempos y las costumbres en las
distintas generaciones.
Zuckerman habla con Lonoff sobre literatura y judaísmo,
la forma de afrontar la escritura y el peligro de anclarse a una mirada absorta
y estéril, o escritores como Kafka o Babel, en qué grado de cercanía se encuentran
con respecto a ellos. La visita al
maestro parece ir hacia un diálogo entre dos escritores judíos, el
cuentista principiante y el maestro asceta. Pero Roth muestra algo más, la frialdad de Lonoff con
su mujer y su propia obra, la presencia de una muchacha cuyo parecido con Anna
Frank es inquietante, los propios relatos de Zuckerman donde reconstruye
historias y gestos familiares y los lleva hacia lo tragicómico, algo que lo
enfrentará con su padre, e iniciará las disputas que tendrán en las siguientes novelas
protagonizadas por Zuckerman.
El enfrentamiento entre Zuckerman y su padre por su modo
de mostrar a su familia judía y sus costumbres se inicia con un relato sobre
una herencia donde los personajes y las anécdotas son caricaturas, el padre que
siente una bofetada ante la obra de su hijo y cree que menosprecia sus raíces,
que muestra a los judíos como perros, sus relatos que apenas difieren de los
textos antisemitas, la defensa de Zuckerman de su obra, los intentos del padre
por mostrarle la alegría en su infancia, de recordarle el buen hijo que fue, la
importancia de defender las raíces y las creencias de las que proceden. Las
discusiones entre padre e hijo antes de Carnovsky,
el libro que dará fama a Zuckerman y acrecentará la distancia entre ambos.
—Mira, Nathan: en cuanto a los gentiles concierne, tu relato trata de una cosa, solamente una cosa. Escúchame antes de irte. Trata de los perros judíos. De los perros judíos y de su amor al dinero. Eso es lo único que verán tus amigos cristianos, te lo garantizo. No trata de cómo se hacen científicos y profesores y abogados, ni de todo lo que llegan a hacer por los demás. No trata de inmigrantes como Chaya ni de lo que tuvo que trabajar y ahorrar y sacrificarse para hacerse un sitio en Norteamérica. No trata de los maravillosos días y las maravillosas noches, llenos de paz, que pasaste en casa, mientras ibas creciendo. No trata de los estupendos amigos que siempre tuviste. No. Trata de Essie y de su martillo, de Sidney y de sus coristas, y del shyster de Essie y las palabrotas que decía, y, en el mejor de los supuestos, según yo lo veo, de lo estúpido que pude yo ser mendigándoles que llegaran a un arreglo aceptable antes de que toda la familia se viese arrastrada frente a un juez goy.—No te describo como a un estúpido. Por Dios, en absoluto. Incluso pensé —dije, encolerizado— que te estaba enviando un enorme abrazo, si quieres que te diga la verdad.—¿Ah, si? Bueno, pues no te salió bien. Mira, hijo, puede que yo fuera un estúpido empeñándome en introducir un poco de sentido común en esa gente. No me importa que se burlen un poco de mí. Me da igual, a estas alturas, con todo lo que llevo vivido. Pero lo que no puedo aceptar es lo que tú no ves, lo que tú no quieres ver. Este relato no somos nosotros y, peor aun, no es ni siquiera tú. Tú eres un chico cariñoso. No te he quitado el ojo de encima en todo el día, como un halcón. No te he quitado un ojo de encima en toda tu vida. Eres un buen chico, bondadoso, considerado. No eres la persona que escribe un relato como éste y luego pretende hacerte creer que es la verdad.—Pues resulta que sí, que lo he escrito.
La muchacha que parece Anna Frank, que hace de secretaria
de Lonoff, que se acuesta con él en la habitación encima de la biblioteca donde
pasa la noche Zuckerman, la imaginación de Zuckerman donde la muchacha es
realmente Anna Frank y cómo asiste al fenómeno de su diario y a la imagen de su
persona, incapaz de decir quién es por miedo a destruir algo precioso. Ahí está
el amor de la muchacha por Lonoff, la tristeza de la mujer, y Lonoff que va de
una a otra. Ahí están las conjeturas de Zuckerman y su forma de trasgredir la
realidad, de afrontar el judaísmo y la creación literaria desde otro lado, sin
el peso de las raíces y costumbres, tomar lo cotidiano para llevarlo al extremo.
Ahí está final del libro, donde Lonoff sabe
que Nathan escribirá un relato con las horas pasadas juntos.
Philip Roth muestra el inicio de su alter ego Nathan
Zuckerman, sus primeros relatos antes de Carnovsky,
sus primeras relaciones donde ya se deja llevar y naufraga una y otra vez, su
relación con el padre sobre la manera de vivir y enfrentar el judaísmo, el
escritor visto no sólo como artista, también como testigo y verdad.
Philip Roth. La
visita al maestro. Traducción de Ramón Buenaventura. Galaxia Gutenberg.
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