La memoria y los recuerdos que se confunden y desaparecen, los árboles que marcan el paso del tiempo y el tiempo mismo convertido en un espacio sin dirección, las palabras y los gestos desorientados, palabras que pierden su significado, y esa pérdida que arrastra a los objetos y emociones que definen las hijas convertidas en esposas y la esposa en madre, la casa abandonada y una habitación de hospital, los pequeños instantes de lucidez y la vuelta a las tinieblas y la mirada que se apaga lentamente.
Los caballos de Tarkovski es Pia Tafdrup escribiendo sobre su padre con alzhéimer, sobre la memoria quebradiza y el olvido, una habitación de hospital y algo que desaparece de manera queda. Los poemas de Pia Tafdrup hablan de pérdidas y recuerdos y tiempos mezclados, y, también, de cómo anclar una vida que desaparece, cómo dejar constancia de lo olvidado por un paciente de alzhéimer, el padre visto por la hija (la niña, la muchacha, la mujer madura), una forma de anclar otra vida y otros recuerdos al presente.
El poemario de Tafdrup se lee como un diario donde se busca al padre en el padre, los recuerdos y los tiempos contienen pequeños gestos y huellas y la ausencia se convierte en presencia.
Se leen árboles
Siempre hay árboles que le dicen a mi padre
en qué estación estamos, lucen
en su cerebro,
los blancos troncos de los abedules,
heroicamente erguidos
o meciéndose serenamente.
Hay árboles sin hojas
-invierno pues, cuando los rayos del sol
cortan a través de la habitación.
Hay árboles con hojas de color verde intenso
-verano, pues, cuando va oscureciendo
y si las hojas amarillean
sólo puede ser otoño.
Si es hoy
o hace cincuenta años
¿qué más da?
Si han pasado dos horas
o dos minutos
¿es realmente decisivo
cuando lo que se busca es refugiarse
en un clarísimo recuerdo de infancia?
Si soy yo o es mi madre
quien está sentada en la silla,
¿qué más da?
Si es mi hermana o soy yo,
¿cambia algo
si estamos a gusto?
Las sombras trepadoras
están tan lejos que no las percibimos.
Las sombras no significan nada,
porque en este momento una ardilla
salta de rama en rama en el cerezo
y eso lo vemos.
Las ramas del abedul se agitan en tierno verdor
es ahora cuando importa.
Ahora
hay calma aquí, ahora
entra el brillo del sol por la ventana,
aquí está empezando a hacer calor, es ahora
cuando estamos vivos…
Pero qué pasará
cuando los árboles sean arrancados
de raíz-
cuando se alejen lentamente levitando
por donde han sido asfaltadas las estrellas?
***
La tabla de lo perdido
Detrás de las fotos en blanco y negro de viejos álbumes
mi padre rememora sonidos
de lluvia de primavera, olores
de heno recién cortado, mordiscos
a los primeros granos maduros en los campos de cereales.
Un instante más tarde cada detalle
se arremolina
en lejanas nebulosas.
Mi padre desaparece, tal como se alejan
volando los días.
No hay cifras que cubran
la añoranza, no hay cifras
para el sabor del verano en la lengua,
rojas cerezas reventonas recién cogidas.
Y en plena ventisca
una taza de chocolate humeante al amor de la chimenea,
cuando el camino a la granja estaba bloqueado.
El agua, el aire, la tierra, el fuego,
la atenta mirada de mi padre
me hizo salir precipitadamente
saltando una verja interior,
trepar hasta la copa de los árboles,
volar
en sueños- - -
He preparado unas cuentas
que no quieren cuadrar-
hay pasos que saltan
sobre la lógica,
un sistema solar de cosas inexplicables.
Aunque vive,
estoy buscando
a mi padre en mi padre…
Una lengua áspera
me lame la mano,
no me ahogaré
en una lágrima salada,
el gato arquea el lomo, es ahora cuando quiere la comida.
***
La fuerza de la gravedad del cielo
El sol se pone, un dolor momentáneo
desgarra a mi padre.
Me siento con él, le cojo la mano,
conocido y desconocido
–no se la he tenido así nunca antes.
Vagan sus ojos
por el cuarto, me pide
libros de mi biblioteca:
Ekelöf, Ekman, Eliot,
mira por la ventana la luz de la tarde de mayo,
comenta las nubes.
Se agrietan en el cielo abierto, azul y blanco,
se difunden y desaparecen.
Mi padre se mantiene erguido, su voz
empuja palabras entre nosotros,
un lenguaje enrejado-
para que la realidad
no se acerque demasiado,
como en los cuentos para dormir
que quizá también alguna vez nos protegieron
del peligro amenazador:
¿enemistad, salvajismo, malicia?
Le tengo firmemente la mano,
el tiempo no pasa en absoluto.
El sudor
brota de sus sienes.
Su piel
no tiene el color que debería tener.
De repente sus palabras no encuentran el camino,
son simplemente un eco interior,
pero aún
es mi padre.
En un abismo
mortal escucho
su respiración, lluvia de cristal
que cae,
unos pinchazos como de agujas en la oscuridad de los pulmones.
Mi padre está celebrando mi cumpleaños,
aunque no tiene la menor idea de ello,
pero está de visita-
y entonces uno no se desmaya
***
Las manos, ¿de quién?
Ser es
que somos,
no sabemos más.
Escuchamos la respiración de mi padre,
leemos la más mínima contracción en su semblante,
una arruga en la frente, el estremecimiento de un párpado,
¿dolor, no dolor?
Fuera el mundo está en flor.
Embriagado por la medicación
mi padre levanta
los brazos delante de él- pregunta
¿de quién son estas manos?
Le cojo las manos.
-Son tuyas,
pero ahora las tengo entre las mías.
Calma-
zambúllete otra vez bajo la superficie.
Dormir, despertarse…
Mi padre no termina las frases,
se va hundiendo cada vez más en sí mismo.
No oye los pájaros,
pero, ¿tal vez oye algo
que no se ha oído antes?
No ve los árboles, no puede
captar el río verde de luz
que hay fuera de la ventana, no ve
el ramo de flores
que mi madre ha recogido para él.
Pero algo en el aire que nosotros no podemos ver,
él lo ve-
algo que no percibimos
él lo capta-
y el champiñón de bosque
que mi madre también encontró en la cuneta,
eso sí que lo puede oler.
Reconoce su aroma con una sonrisa
cuando se lo damos:
el sol, las vacas, la hierba del prado.
La noche se introduce en nosotros a hurtadillas, hablamos
en voz baja, voces apagadas.
Cuando le sonreímos
él sonríe,
tuyo y mío quedan suspendidos.
Nos preocupa nuestra preocupación
porque si parecemos preocupados,
él lo está también
–yo es idéntico a tú.
Si mi madre come un bocado de una fruta
soy yo o mi hermana
las que comemos algo,
sólo hay un cuerpo en la habitación
–y es el nuestro,
un cuerpo de familia,
con una piel común, nervios comunes, venas comunes,
cualquier otra gramática
está de más.
Mi padre nos mira, nosotros lo miramos largo rato,
¿somos islas de esperanza
que flotan en el mar a su alrededor?
Las horas se llenan y se vacían.
-¿Estáis todavía aquí?
pregunta sorprendido
cuando después de un largo dormitar
abre los ojos-
como si todos nosotros pudiésemos estar muertos.
***
Los caballos de Tarkovski
En esa belleza que un caballo
despliega
cuando está al sol
en un prado,
por el que estoy cruzando ahora en tren,
unos días después
de la muerte de mi padre-
de repente lo vuelvo a ver.
La travesía
del verdor…
Con la misma exaltada paz
que irradiaban
los caballos de Tarkovski
en las escenas finales
de la película El juicio final,
está presente mi padre,
descansando de sí mismo.
Ha sido amortajado
en llamas,
y yo he llevado
su urna al sepulcro.
La existencia no es
ser
sin dolor.
A él lo llevo
dentro de mí
como una nueva autoridad.
La fuerza de la lengua-
Eurídice canta.
Algo en la esencia del caballo
le hace aparecer.
Brilla una sombra,
ahora él simplemente ESTÁ aquí.
Pia Tafdrup. Los caballos de Tarkovski. Traducción de Francisco J. Uriz. Ediciones Bassarai.
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