Perplejidad
Con lento pie anduviste por mi
vida,
dolor de aquellos tiempos,
nunca terminabas de pasar.
Días que eran la noche,
años empantanados en las aguas
de un presente ofuscado y sin
salida.
Perplejo aún, puedo afirmar
ahora
que al fin no te marchaste,
ni te apagaste porque te
extinguieras,
sino que por amor, por gracia
pura,
fuiste transfigurado
en alegría misericordiosa
sin que yo en un principio lo
advirtiese.
¿Cómo pudo ocurrir aquel
prodigio
de que al llegar a un punto, a
tal momento,
tú ya no fueras tú
y fueras justamente lo
contrario?
Qué enigmático es todo, qué
aventura
esta ignorancia ciega del
vivir.
***
Nuevas consideraciones sobre el alba
Nunca se acaba de entender el
alba.
Por más que uno lo observe un día
y otro
-sobre todo en verano-, no se
puede
desvelar el motivo de sus
hábitos
ni los secretos de su
condición.
Todo es en ella prodigioso y
nadie
consiguió descifrarla.
Miro,
absorto,
el mágico momento en que la noche
deja de ser la noche y rompe
el día.
Desde la oscuridad que ahora
me envuelve,
con el balcón de par en par
abierto,
constato este milagro de la
luz
que es aún casi luz, que es
luz apenas.
Y nada inquiero, nada me
pregunto.
Ante un asunto así, tan
delicado,
sólo hay lugar en mí para el
asombro.
***
En la inmensa heredad
Por estos ojos salgo yo a la
vida
y entra en mí cuanto existe,
la incontable
variedad de las cosas de ahí
afuera.
Ninguna puerta tan abierta y
fácil,
tan prodigiosa. Pasan por el
cielo
muy deprisa unas nubes y, a la
vez,
porque mis ojos miran,
acontecen
aquí, en la intimidad del alma
mía.
Una muchacha o esta hormiga,
un árbol,
una mota de polvo, esa
montaña,
no son ajenos, no están lejos,
sino
que, sin negar su ser, vienen
a mí
y se me entregan, son yo mismo
al cabo.
Cuántos bienes diversos,
cuánta luz,
están conmigo en la heredad
del mundo
por gracia, sobre todo, del
mirar.
***
A la orilla del tiempo
No necesito para estar
conmigo,
para reconocerme y
encontrarme,
sino estas horas quietas
y mi tranquilo corazón de hoy.
Mucho he vivido ya, mucho he
sufrido
en improbables rumbos que de
mí me alejaban.
Más no sé cómo un día me
detuve
a la orilla del tiempo.
Dejé que él prosiguiera
caminando deprisa,
con su ruido y su furia,
y desde entonces busco en mí a
mi ser.
Miro también las cosas,
que no son diferentes de quien
soy,
sino nombres parciales de un
todo indivisible
que en mi pecho respira.
Al pozo de mi hacienda me
asomo cuando siento
en calma el corazón como lo
siento ahora,
y de su fondo oscuro brota
clara
un agua viva, un agua
espejeante,
que sube bulliciosa hasta mi
sed.
Eloy Sánchez Rosillo. Antes del nombre. Tusquets editores.
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