Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 2 de marzo de 2016

El púgil en reposo. Thom Jones

Soldados, boxeadores y enfermos terminales. La jungla vietnamita, un ring de boxeo, hospitales y manicomios. Armas encasquilladas, golpes contra la lona y ataques epilépticos. Estar cerca del abismo y que el miedo lo paralice todo, el sentido, la emoción, el tiempo, la realidad, y llegar a un punto donde coger aire y seguir luchando. Aunque no se crea en la victoria. Aunque espere la muerte, la enfermedad o el encierro entre cuatro pareces. Hombres y mujeres que siguen adelante, que se agarran a una posibilidad de vencer, por remota que sea, que viven al límite la guerra, la locura, el boseo y el amor.

En El púgil en reposo Thom Jones construye un puñado de relatos donde habla de sus años en Vietnam, un ring y un manicomio, y los mezcla con otros sobre parejas que se separan o enfermos de cáncer que esperan la muerte. Jones divide sus relatos en cuatro partes y los mejores están en la primera, dedicada a su experiencia como marine, el centro de entrenamiento, los primeros días en Vietnam, las escaramuzas y batallas, el miedo y dolor, la reflexión sobre la guerra misma, sus días en el ring y su última pelea que lo dejó al borde de la locura.

En estos primeros relatos de El púgil en reposo, Jones escribe de manera directa, dura y sin piedad y destaca por sus descripciones rápidas de compañeros, luchas y emociones al límite, la guerra que no difiere de un ring (y ambos que no desentonan junto a un manicomio). Jones habla de los crímenes cometidos, de jóvenes que pierden vidas o sueños, de una selva desconocida donde se desencadena actos de una violencia y locura que dejará marcados a los supervivientes de por vida, los detalles que diferencian a cada hombre, una carta, la falta de algún apéndice, sus creencias. Como en Las cosas que llevaban los hombres que lucharon de Tim O´Brien, los relatos de Vietnam de Jones se cruzan entre sí, vuelven a un mismo punto, avanzan y retroceden, intentan comprender y recordar un momento pasado. Esta primera parte de El púgil en reposo es excepcional.

Superé aquel primer susto y me di cuenta de que yo era muy diferente de lo que había creído hasta ese momento. Nena mía sólo había probado los efectos de mi ejercicio de precalentamiento. Mi alma albergaba un pozo de maldad, de veneno y de sadismo vicioso que se derramó libremente en las selvas y arrozales de Vietnam. Agoté tres períodos de servicio. Quería cobrarme lo de Jorgeson. Lloré al soldado de primera Hanes. Lloré por mí mismo, lloré por lo que había perdido. Por los crímenes indecibles que cometí, me dieron medallas.

Las tres siguientes partes avanzan a trompicones. A relatos aburridos le siguen otros que recuperan el nivel de los primeros. Jones se detiene en sus luchadores al límite y hay fuerza en sus relatos, soldados que pelean por su vida o por la cordura o que intentan volver a la vida tras una experiencia traumática, mujeres que ven cerca la muerte y encuentran consuelo en Schopenhauer, hombres que sufren ataques epilépticos y se despiertan en un autobús o un avión en la otra parte del mundo y descubren a un macilento caballo en las últimas al que salvar de la muerte, un gesto simbólico, una lucha sin cuartel.

El púgil en reposo es una buena colección de relatos, un libro nervioso, con el ritmo de un combate de boxeo.









¿Ha mejorado el hombre desde los tiempos de Teógenes? El mundo está lleno de maldad. No voy a recurrir ahora a la tan manida costumbre de sacar a colación la Inquisición, el Holocausto, a Stalin, a los Jemeres Rojos, etcétera. Ocurre en nuestra propia casa. En el siglo XX, Estados Unidos es una de las naciones más prósperas de la historia desde un punto de vista material. Pero démonos un paseo por una prisión estadounidense, por un asilo de ancianos, por los barrios más marginales donde la gente sin techo vive en cajas de cartón, por un hospital oncológico. Vayamos a una reunión de veteranos de Vietnam, o a una de Alcohólicos Anónimos, o a una de Glotones anónimos. «Cuán vacua e irreal es la vida, cuán decepcionantes son sus placeres, qué aspectos más horribles tiene.» ¿No parece el mundo más bien un infierno, tal y como señalara Schopenhauer, el lúcido visionario que tanto ha contribuido a transformar mi sufrimiento en objeto de mis reflexiones? Lo han llamado pesimista y lo han anatemizado, pero en sus páginas he encontrado la paz y el camino de mi renovación.

***

Una tarde,  después de que el yerno se marchara a trabajar, encontró un pasaje marcado en su desgastado ejemplar de Schopenhauer: «En la primera juventud, cuando contemplamos nuestra vida futura, somos como niños sentados en un teatro antes de que se levante el telón, animados y ansiosos a la espera de que comience la obra. Es una bendición para nosotros ignorar qué ocurrirá realmente». ¡Sí, señor! Dejó el crucigrama y se sumergió en la lectura de El mundo como voluntad y representación. ¡Ese Schopenhauer era un genio! ¿Por qué no se lo habían dicho antes? Era buena lectora y antaño había buceado un poco en la filosofía… pero no podía sacarle ningún sentido. ¡El problema era la terminología! Era una campeona de los crucigramas, pero palabras como «escatología»… ¡caray! Schopenhauer, en cambio, iba al fondo de las cosas importantes. De las cosas que importaban de verdad. Con Schopenhauer podía hacer largas excursiones para alejarse del inexorable espectro de la muerte inminente. En Schopenhauer, sobre todo en sus aforismos y reflexiones, encontró una satisfacción absoluta, ¡porque Schopenhauer decía la verdad, mientras el resto del mundo difundía mentiras!

***

-La primera vez que te vi, yo volvía a casa de la escuela y tú estabas dándole al saco. Estabas escuchando a los Doors, o sea que imaginé que debías de ser un tío tranquilo, y entonces vi lo que hacías con el saco y enseguida me quedé enganchado. Tenía a mi héroe. ¡Cómo te movías! Era hermoso. Era la cosa más hermosa que había visto. Cogí el ritmo y el resto del mundo pareció desvanecerse. En ese momento supe que me iría bien, porque de repente tenía un sueño. Cursaba séptimo y tenía un proyecto para mi vida. Amo el boxeo, tío. Amo todo lo relacionado con él. Amo todos los golpes y todos los movimientos de fantasía. Me gusta sudar y me gusta el olor a cuero. Me encanta la dieta, el entrenamiento, la rutina de cada día. Me encanta el individualismo y me encantan los otros boxeadores. Me siento privilegiado al poder compartir su compañía. Oye, tío, que soy como Peter Pan, que no quiero volver más a la realidad.
Thom Jones. El púgil en reposo. Traducción de Adan Kovacsics. Muchnik editores. 

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