Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

martes, 9 de agosto de 2016

En América. Susan Sontag

América como lugar utópico, como forma de empezar de cero y dejar atrás pasados, reglas, presencias y fronteras, un país donde construir una pequeña comunidad y vivir de la tierra, lejos de la Polonia convulsa del siglo XIX, América cuando todavía era el nuevo edén donde se podían llevar a cabo quimeras y sueños imposibles, donde había una naturaleza primigenia y otras lenguas, una tierra de resonancias bíblicas, un espacio donde respirar y vernos ante nuestra propia sombra, territorio casi mítico para la mente europea de hace un par de siglos, las ciudades en construcción, las praderas con indios y las galopadas de los vaqueros, América como independencia, espectáculo y esperanza, y, también cierta oscuridad tras la utopía, el abandono de la propia lengua  (el nombre y los apellidos extranjeros) y sus gestos.

Susan Sontag recrea la vida de Maryna Zalezowska, una famosa actriz polaca del siglo XIX, y su decisión de migrar a América para seguir los ideales del socialismo utópico de Fourier, que aspiraba a vivir en comunidad, con un reparto justo de trabajo y unas relaciones sociales liberadas de las rígidas normas de la moral cristiana, algo que anticipó, en cierta forma, las comunidades hippies de los años sesenta del pasado siglo. En América se inicia con un capítulo cero, donde un fantasma, la voz de una narradora fuera del tiempo, llega a una reunión de hotel e imagina nombres, ocupaciones, motivos y deseos en las personas reunidas, siente que está ante gente de las artes, teatro, literatura, pintura, escucha retazos de conversaciones sobre una partida a tierras lejanas, un inicio donde Sontag muestra hacia dónde se dirige la novela, se toma un hecho real y se recrea con personajes y acciones ficticios. Sontag avanza poco a poco en la descripción de la vida de Maryna, la Polonia en manos extranjeras, su vida en el teatro, los papeles que interpreta, Margarita Gautier o Julieta, la cohorte que la acompaña, su marido, aristócrata, su pretendiente, un escritor que ansía la aventura, jóvenes actrices, matrimonios hastiados, la grieta en su vida, el anhelo de una vida nueva, más fructífera, fuera de sociedad rutinaria.

Sontag cambia de punto de vista, de una narradora que mira cada acción y personaje con mirada amplia, a los diferentes personajes que se embarcan en la aventura de descubrir América. Así, vemos no sólo la vida a través Maryna, su espíritu fuerte e independiente, también del resto de personajes que se ven arrastrados a otra tierra por un sueño no del todo propio. Lo mejor de En América se da en la llegada a la nueva tierra, el puerto de Nueva York, el crecimiento de la ciudad, los nombres indios, y cómo dentro de América también hay una tierra prometida en la costa oeste. Maryna y sus compañeros ven una nueva forma de vida (Sontag usa el teatro para ver las diferencias entre América y Europa, los teatros europeos con sus obras serias y anquilosadas, los americanos que buscan el espectáculo, o la comedia o el puro drama, nunca un término medio). Maryna, su marido e hijo, su pretendiente escritor, las diferentes parejas, se instalan en una cabaña en Anaheim, leen libros que les ayuden a salir adelante en un medio desconocido, intentan llevar a la práctica aquel socialismo utópico que buscaban (salvo por el respeto a la idea del matrimonio). Los hombres y mujeres adelgazan, su piel se vuelve más morena, la cara envejecida, el cielo y la tierra monumentales, sin rastros de indios o de las novelas de aventuras, las diferentes caras de una utopía.



La fatiga y la monotonía de las tareas comunitarias sólo parecían aumentar su sensación de inmenso bienestar físico. Más ausencias: palabras, exageración de las propias cualidades para conseguir un efecto dramático, energías amorosas. Ausencias sanadoras. Presencias carnales. El penetrante hedor del estiércol fresco y su propio sudor. Jadear ante la cocina de carbón, en el taburete del ordeño, detrás de la carretilla de mano, y las armonías de la fatiga colectiva exhalada al final de la jornada, en silencio, a la mesa del comedor. Todas las sonoridades reducidas a esto: el sonido de la respiración, sólo la respiración, la de ellos, la suya. Maryna nunca se había sentido tan unida a los demás como entonces, sintiéndose encerrada en un cubículo de respiración ruidosa; nunca se había sentido tan optimista acerca de la vida que se esforzaban por construir. Era fácil decir que no duraría. Todo matrimonio, toda comunidad es una utopía fracasada. La utopía no es una clase de lugar sino una clase de tiempo, todos esos momentos demasiado breves en los que uno no desearía estar en ninguna otra parte. ¿Existe un instinto, un instinto muy antiguo, de respirar al unísono? Ésa es la utopía definitiva. En la raíz del deseo de unión sexual se encuentra el deseo de respirar más profundamente, todavía más profundamente, más rápido… pero siempre juntos.


En América bascula entre la novela intimista y la aventura, una mujer independiente que busca cumplir un sueño, que rompe las cadenas con la vida conocida y es capaz de reinventarse en la otra parte del mundo. Maryna vuelve al teatro, intenta deshacerse de su acento, vuelve a interpretar las obras que la hicieron famosa en Polonia en otra lengua, con la idea de espectáculo (puro drama o comedia) que tenían los americanos, dejando atrás gestos aprendidos y un lenguaje que le era propio. Sontag toma prestada la vida de la actriz Helena Modjeska para reescribir la aventura, la utopía y la búsqueda de Maryna Zalezowska en una novela a ratos fascinante y a ratos aburrida y, aún así, interesante.







«Todo el mundo se pregunta por qué nos marchamos», se dijo Maryna. «Que se lo pregunten, que inventen. ¿No dicen siempre mentiras acerca de mí? También yo puedo mentir. No le debo a nadie ninguna explicación.»
Pero los demás necesitan razones, o eso se dicen a sí mismos.
–Porque es mi esposa y debo cuidar de ella. Porque puedo demostrarle a mi hermano que soy un hombre práctico, un viril hijo de la tierra, no sólo un amante del teatro y director de un periódico patriótico que fue cerrado rápidamente por las autoridades. Porque no soporto que la policía me siga siempre.
–Porque soy curioso, ésa es mi profesión, es lo que debe ser un periodista, porque quiero viajar, porque estoy enamorado de ella, porque soy joven, porque amo este país, porque necesito huir de este país, porque me encanta cazar, porque Nina dice que está embarazada y espera de mí que me case con ella, porque he leído tantos libros sobre esa tierra, Fenimore Cooper y Mayne Reid y los demás, porque pretendo escribir una gran cantidad de libros, porque…
–Porque es mi madre y me ha prometido llevarme a la Exposición del Centenario, sea eso lo que fuere.
–Porque yo, una muchacha sencilla, seré su doncella. Porque, entre todas las demás candidatas en el orfanato, todas más bonitas y más hábiles en la cocina y la costura, me eligió a mí.
–Porque allí es donde está naciendo el futuro.
–Porque mi marido quiere ir.
–Porque tal vez ni siquiera allí pueda ser sólo polaco, pero no seré sólo judío.
–Porque quiero vivir en un país libre.
–Porque allí la vida será mejor para los niños.
–Porque es una aventura.
–Porque la gente debería vivir en armonía, como dice Fourier, aunque -debe de ser muy edificante, a juzgar por todo lo que he oído decir- confieso que cada vez que intento leer su artículo sobre el trabajo como la clave de la felicidad humana los ojos me empiezan a…
–¡Entonces olvídate de Fourier! –exclamó Maryna-. Shakespeare. Piensa en Shakespeare.
–Pero en Shakespeare está todo.
–Exactamente. Como en América. América nació para significarlo todo.
Y con la voz declamatoria de una actriz al viejo estilo, una voz que pretende ser oída hasta en la última fila de la galería más alta:
–Deprisa, deprisa. Hordas de gente te adelantan. La historia pasa rugiendo por tu lado, convirtiéndose en geografía: una tierra llana hasta donde alcanza a imaginarla la mente. Carreteros en carromatos cubiertos azotan a los caballos para que avancen, como si pudieran alcanzar a los trenes que ahora unen ambas costas… ¡hay una tempestad de escupitajos!
Y así partieron hacia América.

***

Anoche Bogdan y yo decidimos hacer una escapada los dos solos y cenamos en Delmonico's, un restaurante con la reputación de ser el mejor de la ciudad. Puedo afirmar que aquí los potentados se alimentan tan bien y sus movimientos son tan suaves como los de Viena y París. En el exterior, todo es desasosiego y ruido. Carros, carruajes, omnibuses, coches de punto, tranvías y peatones que se empujan unos a otros hacen que cada cruce de calles sea una aventura. Todos los edificios están cubiertos de carteles y hay unos hombres contratados para que sean quioscos ambulantes, festoneados de anuncios por delante y detrás, e incluso sobre la cabeza, mientras que otros ponen hojas volantes en las manos de los transeúntes o las arrojan a puñados al interior de los tranvías. Los limpiabotas llaman a los clientes desde sus pequeñas plataformas, los buhoneros gritan desde sus carretones, y bandas de música, sobre todo alemanas, te ensordecen con sus trompas y tubas. Me sorprendió ver tantos alemanes, más numerosos incluso que los irlandeses e italianos, cada una de cuyas nacionalidades tiene su propio barrio. Aquí hay mucha miseria y pobreza, Henryk. Y delincuencia: continuamente nos advierten que no nos aventuremos por los lugares donde viven los pobres, pues es muy grande el peligro de que las bandas de matones nos ataquen y roben. Jakub es, entre todos nosotros, el que más se atreve a explorar estas zonas pululantes de la ciudad, y ya ha llenado cinco álbumes con esbozos. Ayer se pasó la tarde en el barrio de los judíos, judíos pobres, por supuesto, que tienen un aspecto muy parecido al de sus correligionarios de Cracovia, y los hombres de barbas oscuras con casquete en la cabeza todavía llevan abrigo negro con este calor atroz.
Susan Sontag. En América. Traducción de Jordi Fibla. Debolsillo.

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