América como lugar utópico, como forma de empezar de cero y
dejar atrás pasados, reglas, presencias y fronteras, un país donde construir
una pequeña comunidad y vivir de la tierra, lejos de la Polonia convulsa del
siglo XIX, América cuando todavía era el nuevo edén donde se podían llevar a
cabo quimeras y sueños imposibles, donde había una naturaleza primigenia y
otras lenguas, una tierra de resonancias bíblicas, un espacio donde respirar y
vernos ante nuestra propia sombra, territorio casi mítico para la mente europea
de hace un par de siglos, las ciudades en construcción, las praderas con indios
y las galopadas de los vaqueros, América como independencia, espectáculo y
esperanza, y, también cierta oscuridad tras la utopía, el abandono de la propia
lengua (el nombre y los apellidos
extranjeros) y sus gestos.
Susan Sontag recrea la vida de Maryna Zalezowska, una famosa
actriz polaca del siglo XIX, y su decisión de migrar a América para seguir los
ideales del socialismo utópico de Fourier, que aspiraba a vivir en comunidad,
con un reparto justo de trabajo y unas relaciones sociales liberadas de las
rígidas normas de la moral cristiana, algo que anticipó, en cierta forma, las
comunidades hippies de los años sesenta del pasado siglo. En América se inicia con un capítulo cero, donde un fantasma, la
voz de una narradora fuera del tiempo, llega a una reunión de hotel e imagina
nombres, ocupaciones, motivos y deseos en las personas reunidas, siente que
está ante gente de las artes, teatro, literatura, pintura, escucha retazos de
conversaciones sobre una partida a tierras lejanas, un inicio donde Sontag
muestra hacia dónde se dirige la novela, se toma un hecho real y se recrea con
personajes y acciones ficticios. Sontag avanza poco a poco en la descripción de
la vida de Maryna, la Polonia en manos extranjeras, su vida en el teatro, los
papeles que interpreta, Margarita Gautier o Julieta, la cohorte que la
acompaña, su marido, aristócrata, su pretendiente, un escritor que ansía la
aventura, jóvenes actrices, matrimonios hastiados, la grieta en su vida, el
anhelo de una vida nueva, más fructífera, fuera de sociedad rutinaria.
Sontag cambia de punto de vista, de una narradora que mira
cada acción y personaje con mirada amplia, a los diferentes personajes que se
embarcan en la aventura de descubrir América. Así, vemos no sólo la vida a
través Maryna, su espíritu fuerte e independiente, también del resto de
personajes que se ven arrastrados a otra tierra por un sueño no del todo
propio. Lo mejor de En América se da
en la llegada a la nueva tierra, el puerto de Nueva York, el crecimiento de la
ciudad, los nombres indios, y cómo dentro de América también hay una tierra
prometida en la costa oeste. Maryna y sus compañeros ven una nueva forma de
vida (Sontag usa el teatro para ver las diferencias entre América y Europa, los
teatros europeos con sus obras serias y anquilosadas, los americanos que buscan
el espectáculo, o la comedia o el puro drama, nunca un término medio). Maryna,
su marido e hijo, su pretendiente escritor, las diferentes parejas, se instalan
en una cabaña en Anaheim, leen libros que les ayuden a salir adelante en un
medio desconocido, intentan llevar a la práctica aquel socialismo utópico que
buscaban (salvo por el respeto a la idea del matrimonio). Los hombres y mujeres
adelgazan, su piel se vuelve más morena, la cara envejecida, el cielo y la
tierra monumentales, sin rastros de indios o de las novelas de aventuras, las
diferentes caras de una utopía.
La fatiga y la monotonía de las tareas comunitarias sólo parecían aumentar su sensación de inmenso bienestar físico. Más ausencias: palabras, exageración de las propias cualidades para conseguir un efecto dramático, energías amorosas. Ausencias sanadoras. Presencias carnales. El penetrante hedor del estiércol fresco y su propio sudor. Jadear ante la cocina de carbón, en el taburete del ordeño, detrás de la carretilla de mano, y las armonías de la fatiga colectiva exhalada al final de la jornada, en silencio, a la mesa del comedor. Todas las sonoridades reducidas a esto: el sonido de la respiración, sólo la respiración, la de ellos, la suya. Maryna nunca se había sentido tan unida a los demás como entonces, sintiéndose encerrada en un cubículo de respiración ruidosa; nunca se había sentido tan optimista acerca de la vida que se esforzaban por construir. Era fácil decir que no duraría. Todo matrimonio, toda comunidad es una utopía fracasada. La utopía no es una clase de lugar sino una clase de tiempo, todos esos momentos demasiado breves en los que uno no desearía estar en ninguna otra parte. ¿Existe un instinto, un instinto muy antiguo, de respirar al unísono? Ésa es la utopía definitiva. En la raíz del deseo de unión sexual se encuentra el deseo de respirar más profundamente, todavía más profundamente, más rápido… pero siempre juntos.
En América bascula
entre la novela intimista y la aventura, una mujer independiente que busca
cumplir un sueño, que rompe las cadenas con la vida conocida y es capaz de
reinventarse en la otra parte del mundo. Maryna vuelve al teatro, intenta
deshacerse de su acento, vuelve a interpretar las obras que la hicieron famosa
en Polonia en otra lengua, con la idea de espectáculo (puro drama o comedia)
que tenían los americanos, dejando atrás gestos aprendidos y un lenguaje que le
era propio. Sontag toma prestada la vida de la actriz Helena Modjeska para
reescribir la aventura, la utopía y la búsqueda de Maryna Zalezowska en una
novela a ratos fascinante y a ratos aburrida y, aún así, interesante.
«Todo el mundo se pregunta por qué nos marchamos», se dijo
Maryna. «Que se lo pregunten, que inventen. ¿No dicen siempre mentiras acerca
de mí? También yo puedo mentir. No le debo a nadie ninguna explicación.»
Pero los demás necesitan razones, o eso se dicen a sí
mismos.
–Porque es mi esposa y debo cuidar de ella. Porque puedo
demostrarle a mi hermano que soy un hombre práctico, un viril hijo de la
tierra, no sólo un amante del teatro y director de un periódico patriótico que
fue cerrado rápidamente por las autoridades. Porque no soporto que la policía
me siga siempre.
–Porque soy curioso, ésa es mi profesión, es lo que debe ser
un periodista, porque quiero viajar, porque estoy enamorado de ella, porque soy
joven, porque amo este país, porque necesito huir de este país, porque me
encanta cazar, porque Nina dice que está embarazada y espera de mí que me case
con ella, porque he leído tantos libros sobre esa tierra, Fenimore Cooper y
Mayne Reid y los demás, porque pretendo escribir una gran cantidad de libros,
porque…
–Porque es mi madre y me ha prometido llevarme a la
Exposición del Centenario, sea eso lo que fuere.
–Porque yo, una muchacha sencilla, seré su doncella. Porque,
entre todas las demás candidatas en el orfanato, todas más bonitas y más
hábiles en la cocina y la costura, me eligió a mí.
–Porque allí es donde está naciendo el futuro.
–Porque mi marido quiere ir.
–Porque tal vez ni siquiera allí pueda ser sólo polaco, pero
no seré sólo judío.
–Porque quiero vivir en un país libre.
–Porque allí la vida será mejor para los niños.
–Porque es una aventura.
–Porque la gente debería vivir en armonía, como dice
Fourier, aunque -debe de ser muy edificante, a juzgar por todo lo que he oído
decir- confieso que cada vez que intento leer su artículo sobre el trabajo como
la clave de la felicidad humana los ojos me empiezan a…
–¡Entonces olvídate de Fourier! –exclamó Maryna-.
Shakespeare. Piensa en Shakespeare.
–Pero en Shakespeare está todo.
–Exactamente. Como en América. América nació para
significarlo todo.
Y con la voz declamatoria de una actriz al viejo estilo, una
voz que pretende ser oída hasta en la última fila de la galería más alta:
–Deprisa, deprisa. Hordas de gente te adelantan. La historia
pasa rugiendo por tu lado, convirtiéndose en geografía: una tierra llana hasta
donde alcanza a imaginarla la mente. Carreteros en carromatos cubiertos azotan
a los caballos para que avancen, como si pudieran alcanzar a los trenes que
ahora unen ambas costas… ¡hay una tempestad de escupitajos!
Y así partieron hacia América.
***
Anoche Bogdan y yo decidimos hacer una escapada los dos
solos y cenamos en Delmonico's, un restaurante con la reputación de ser el
mejor de la ciudad. Puedo afirmar que aquí los potentados se alimentan tan bien
y sus movimientos son tan suaves como los de Viena y París. En el exterior, todo
es desasosiego y ruido. Carros, carruajes, omnibuses, coches de punto, tranvías
y peatones que se empujan unos a otros hacen que cada cruce de calles sea una
aventura. Todos los edificios están cubiertos de carteles y hay unos hombres
contratados para que sean quioscos ambulantes, festoneados de anuncios por
delante y detrás, e incluso sobre la cabeza, mientras que otros ponen hojas
volantes en las manos de los transeúntes o las arrojan a puñados al interior de
los tranvías. Los limpiabotas llaman a los clientes desde sus pequeñas
plataformas, los buhoneros gritan desde sus carretones, y bandas de música,
sobre todo alemanas, te ensordecen con sus trompas y tubas. Me sorprendió ver
tantos alemanes, más numerosos incluso que los irlandeses e italianos, cada una
de cuyas nacionalidades tiene su propio barrio. Aquí hay mucha miseria y
pobreza, Henryk. Y delincuencia: continuamente nos advierten que no nos
aventuremos por los lugares donde viven los pobres, pues es muy grande el
peligro de que las bandas de matones nos ataquen y roben. Jakub es, entre todos
nosotros, el que más se atreve a explorar estas zonas pululantes de la ciudad,
y ya ha llenado cinco álbumes con esbozos. Ayer se pasó la tarde en el barrio
de los judíos, judíos pobres, por supuesto, que tienen un aspecto muy parecido
al de sus correligionarios de Cracovia, y los hombres de barbas oscuras con
casquete en la cabeza todavía llevan abrigo negro con este calor atroz.
Susan Sontag. En
América. Traducción de Jordi Fibla. Debolsillo.
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