Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 30 de mayo de 2018

Jim Dodge en Lluvia sobre el río

Los poemas de Dodge son tan extraños y fascinantes como su novela Stone Junction, aquella historia poblada por magos, forajidos y alquimistas. Dodge mira hacia la naturaleza, qué nos ofrece y qué somos nosotros con respecto a ella; hacia la calma, el dolor y la pasión que trae el amor; hacia la contemplación pura y sencilla de la lluvia o la lucha contra un salmón cansado, hacia la falta de trascendencia de aquello que nos rodea y de nosotros mismos, y asume que nunca conocerá la respuesta a las grandes preguntas (un conocimiento que, dice, le hace feliz). Y entre esos poemas, Dogde también habla de la infancia y escribe cómo desaparece poco a poco ese mundo donde todo estaba por formarse, las ideas, los sueños, las relaciones, y las palabras se pronunciaban de otra manera (y en esa pronunciación diferente se escondía una libertad única y un mundo rico), la infancia como lugar mítico y primera frontera, como añoranza tras la pérdida de la pureza. Estos poemas de Lluvia sobre el río no son redondos, hay más libertad e intuición que métrica, hay más búsqueda y autenticidad que experimentación y vanguardia, contienen un humor basto y socarrón y una verdad sencilla.



Aprendiendo a hablar

Siempre que Jason decía caztor en lugar de «castor»
o aldilla en lugar de «ardilla»
lo adoraba en secreto.
Son palabras mejores:
El ajetreado caztor caztoreando;
la cola gris de la aldilla
enroscada como una culebrilla de humo en una rama de arce.
Nunca le dije que estuviera pronunciando mal sus nombres,
aunque yo sí los pronunciaba según la convención.
En cierta ocasión se dio cuenta, y se explicó:
«Yo digo caztor.»
«Genial», le dije, «como veas».
Pero en una semana
estaba pronunciando ambas «correctamente».
Cumplí con mi deber,
y lo lamento.
Hasta nunca, caztor y aldilla.
Tanta belleza perdida para el entendimiento.

***

Práctica, práctica, práctica

Exige la más estricta disciplina
tomárselo con calma de verdad

y conservar, no obstante, el mínimo
latido de ambición
necesario para seguir consciente.

En eso he estado trabajando toda la mañana,

tirado en el sillón
junto a la ventana en la cabaña de Bob,

mirando la lluvia,
sin patrones,
caer sobre el estanque,

sólo los perros y yo.

***

Estofado de ciervo

Para Freeman House

Podría envejecer contigo, Freeman,
dos ratas de la madera borrachas la mitad del tiempo
en una choza camino de Klamath,
sin mucho que hacer
salvo quejarnos de nuestros dientes e hígados,
preguntarnos adónde fue el dinero,
y mirar el río moverse.
Una vez al mes, si logramos poner
otra vieja camioneta en marcha,
petardearemos por el camino hasta Eureka a abastecernos,
tal vez demos a los chicos una lección sobre apostar
y a las alumnas de Humbolt un repaso, si hay suerte.

Dos semanas después, aún recuperándonos,
te veo dándole a la olla
un lento, valorativo vuelco,
asintiendo con una resignación tan profunda
que es alegre:
«Estofado de ciervo otra vez».
Cucharas que arañan los boles de madera,
comemos delante del fuego,
rezongando sobre esto y aquello:
cuántas piedras descacharrantes
arrastramos para el hogar;
por qué los salmones se retrasan este año;
los méritos relativos de los Huskie y los McCulloch;
la continuada decadencia de la novela;
por qué Ann dejó a Willy allá por el ochenta y ocho;
cómo aquella mañana gélida en el valle Skagit
vimos una bandada de doscientos gansos
virar sobre nosotros y convertirse en nieve.

Y los días entran como el río y las historias
en cualquier bienestar que merezcamos.
Comemos estofado, nos reímos.
Y los días pasan como el sol y la luna,
gloriosamente indiferentes,
masticando venado mientras envejecemos despacio,
indefensos y descuidados,
recontando las viejas historias para mantenerlas nuevas,
hasta que, tras muchos almuerzos,
al bol de madera lo atraviesa un agujero.

***

Una comprensión más firme de lo obvio

Por la tarde, a principios de junio,
dulcemente cansado del día de trabajo,
vagueando en el porche trasero con amigos,
después de la cena
(espárragos y espinacas frescas del jardín;
lomo de ciervo
ahumado y poco hecho),

contemplando al ocaso
sacar brillo al océano,
vencejos de alas rígidas
grabados en el aire,
una luna llena alzándose como una fiebre perlada
enorme sobre las secuoyas,

estoy embargado por la comprensión
de que nunca entenderé
el origen y el destino del universo,
el sentido o el propósito de la vida,
ninguna de las respuestas
a las grandes preguntas del ser,
y probablemente poco más.

Y ese conocimiento, por último,
me hace feliz.

***

Ángeles necesarios

1952
Cuando tenía siete años
susurré a la hebilla de mi cinturón
—una radio secreta—:
«crucero estelar dragón 4 llamando a base,
crucero estelar dragón 4 llamando a base…»
y recuerdo ese derroche de alegría
cuando una voz al otro lado
contestaba alto y claro:
«Adelante, capitán Jimmy, adelante…»

1990
«Regrese a base, capitán Jimmy.
¿Me recibe?
Lo estamos perdiendo.
¡Vuelva, capitán Jimmy!
¡Regrese a base!
Oh, capitán Jimmy.
Maldito estúpido.»

***

Flujo

Arrastrado por un salvaje equilibrio
al núcleo de la dinamo de cada intercambio térmico,
el aire fresco de la costa,
decantado del Pacífico por el calor ascendente del Valle,
fluye tierra adentro sobre la cordillera

y el viento se levanta.

Abajo en el jardín
el tallo de un girasol se estremece,
inclina su cabeza de semillas
lista para esparcirse.

***

Razón para vivir

Tenía veintidós años en el verano del sesenta y siete, cuidaba de la casa de mi hermano en la calle G en Arcata, atrapado seriamente por primera vez en el sofoco y la lucha de escribir poesía, tan pobre que no podía permitirme ni un sucio sándwich. Pero aquel día el casero había contratado mis manos ociosas para ayudarlo a descargar un camión de mudanza lleno de pertenencias de su tía recién fallecida, me había pagado diez pavos, y estaba cruzando la calle G hacia el Safeway donde ahora hay un Wildberries, con el dinero caliente en la mano —suficiente, severamente racionado, para una semana de espaguetis— y recuerdo que me reía porque toda una semana de pasta batiría seguro los infames Tacos de Poeta Hambriento de mi colega Funt (una loncha de mortadela en una tortilla fría de maíz, enróllala y adentro), riéndome y estrujando el billete, mofándome de Funt, y justo atravesaba el aparcamiento cuando vi a Julie, desnuda en el bosque, cantando en un idioma que nunca había oído; Julie con la sinuosa cruz que se había tatuado entre el ombligo y el vello púbico con un imperdible romo y tinta china tras la cortina de un baño del Reformatorio para Chicas: le había llevado dos horas, pero las monjas, me explicó, no la detuvieron porque tenían miedo de verla desnuda, y para ser honestos, yo también, pero no dejé que el miedo me detuviese, y me alegro, porque treinta años después todavía me arden los labios allí donde besaron la cruz después de que compartiéramos los espaguetis que hice, y recordaré esa noche para siempre como el tiempo en que comprendí que el dinero y la comida y la poesía eran formas de vivir, no razones para hacerlo.

***

Solicitud de trabajo

Quiero tenderme en una ladera abierta
y sentir cómo todo
se aviva bajo la luz.
No quiero pensar, juzgar, decidir.
El invierno ha sido duro.
El padre de Vicky murió en noviembre.
Un mes después, hallé
a mi hermano muerto
en su cabaña de Klamath.
Luego, un mes de lluvia,
inundaciones, corrimientos de tierra.
y abajo, en el jardín quemado por la escarcha,
los cuervos se acomodan sobre los espantapájaros.

Quiero rendirme en una ladera de hierba
y dejar que todo se eleve por encima del calor.
Darme enteramente a florecer.
Enterrar la cara en las multitudinarias amapolas;
volver la cara al cielo.
Si debo trabajar, que la tarea
concuerde con mi fuerza decadente
y encuentre mi verdadera ambición:
sentir que las raíces cavan hondo
mientras imagino
colores nuevos para una flor.
Jim Dodge. Lluvia sobre el río. Traducción de Antonio Rómar y Pablo Mazo Agüero. Editorial Salto de página.

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