Pensemos en el tiempo no como una flecha que avanza en una
sola dirección sino como una cinta de moebius donde no hay un derrotero único y
puedes llegar al pasado si desandas el camino, el tiempo como un bucle, no la
idea del eterno retorno de lo idéntico, sino partir del final hacia el inicio y
esperar en ese pasado que has conquistado a que el final vuelva a atraparte —y al alterar la dirección del
tiempo y encaminarnos al pasado como si fuese el futuro, cambiamos el sentido de
la vida—. Pensemos en tierras, tribus, sociedades o dioses míticos hoy
extintos pero cuya huella aún sentimos, aquel pasado remoto y primigenio donde
se sentía la presencia de los dioses entre los humanos y las fronteras poseían
la inmensidad que hoy tienen los viajes interestelares, una época bíblica que
vista hoy en día podría acercarse a la ciencia-ficción. Pensemos en aquellos que resucitarán en el
futuro tras someterse a la criogenización: el tiempo de espera antes de asumir
su nuevo destino y los encuentros con los seres que los despertaron y que
desconocen la emoción que puede acompañar a un gramófono, por ejemplo —y la perturbación que se
produce en el cruce entre los seres del pasado
y del futuro—. Pensemos
en un futuro donde los androides esperan a sus creadores y se preguntan quiénes
eran, dónde se encuentran, si es cierto que todos esos viejos huesos
desenterrados pertenecen a sus dioses y su espera es vana. Pensemos en tiempo,
dioses, mitos, en encadenamiento, destino, conexión.
Hay un hilo que une los relatos de Los que duermen, una crónica que relaciona y conecta tierras,
leyendas y aventureros hoy extintos con el pasado reciente de campos de
concentración y predicciones apocalípticas y el futuro que nos espera. Avanzo
por los relatos de Gómez Bárcena y siento que todos están en un mismo plano, el
Aquiles que huye de su duelo con Héctor y la princesa que desanda el tiempo,
los androides que se preguntan por los dioses creadores con los dioses
olvidados por sus fieles, el caballo que es capaz de llevar a su jinete a los
límites del tiempo con los criogenizados que buscan salvar la muerte, los
campos de concentración nazis con los territorios recónditos donde se compran
las palabras y no los objetos, los barcos a la deriva con sus tripulantes
muertos o desaparecidos con los cadáveres encontrados en una ciénaga y
convertidos en momias. Es la unidad en los relatos lo que me ayuda a ver a Los que duermen como algo más que un
puñado de historias que buscan sorprender con un giro inesperado, como parte de
un mundo definido donde el tiempo, la dirección del tiempo, se puede andar o
desandar —esa forma
de Gómez Bárcena de encarar el tiempo me lleva a su libro Kanada, ahí el tiempo también cambia de dirección, y en ese
cambio, altera el sentido y los propósitos de la vida del protagonista—. Mientras leía Los que duermen me pregunté por la posibilidad de que el tiempo
tenga más de una dimensión, y si un espejo es la respuesta a nuestra búsqueda
de dioses, realidades y afirmaciones. Me entretienen estos relatos de Gómez
Bárcena por lo que tienen de historia, leyenda bíblica, anticipación y
conjetura, la sensación de que es el pasado el que se acerca a la
ciencia-ficción en todos los mundos que han desaparecido.
Pensemos en nuestra historia como una curva cerrada y sin
un centro fijo, esa cinta de moebius de la que hablaba al inicio.
Impulsado por la curiosidad, Aktasar en persona decide
cabalgar con su yegua y viajar más atrás del año 1 antes de Itata. Allí encuentra
un mundo desolado, despoblado de hombres y vacío de dioses. Clama a gritos los
nombres de Itata y Axime, sin encontrar respuesta. De la soledad deduce que
tampoco los dioses son eternos; que también ellos han tenido un nacimiento y un
principio. Pues viven de la fe de los hombres y por tanto sólo existirán
mientras se mantenga intacta la credulidad de sus siervos.
A continuación, cabalga más tarde del año 6524 después de
Itata. Aktasar encuentra un mundo artificial, hecho a imagen y semejanza del
hombre; nada parece seguro en aquella tierra relativista e incierta, donde las
cosas tienen la posibilidad de ser y no ser al mismo tiempo. Un lugar donde
sólo hay sitio para el hombre y los dioses murieron con su fe hace ya muchos
años. De ello deduce que también los dioses son mortales: que surgieron cuando
los hombres los soñaron por vez primera y que murieron al desvanecerse su
necesidad y su fe.
El rey intenta regresar a su tiempo, pero es demasiado
tarde. Emponzoñado por el ateísmo y por las ideas relativistas, ahora duda de
todo cuanto antes creía firmemente. Duda de su corona y de su cetro. Duda de su
fe en los dioses y en la posibilidad de viajar en el tiempo. Duda incluso de sí
mismo y de sus carnes.
Juan Gómez
Bárcena. Los que duermen. Editorial Salto de página.
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