Dominic Molise. El gran lanzador de béisbol, el muchacho que
habla con su brazo izquierdo y lo eleva a los altares, junto a la virgen María,
el soñador que aspira a salir de su hogar y jugar las grandes ligas gracias a
un don que cree indestructible, Dominic Molise, que vive junto a una familia
pasional de raíces italianas, la madre austera que espera cada noche al marido
y que sostiene la fatiga del mundo en sus hombros, el padre, un albañil en
paro, que se gasta el dinero en partidas de billar, que aparece con marcas de
pintalabios, que aspira a que su hijo siga su camino, los hermanos tan
soñadores como él, una quiere ser monja, el otro vaquera, la abuela que habla
con el acento de los Abruzos y maldice la América que niega sus raíces y cambia
el destino de quienes llevan su sangre, todos ellos una pequeña comunidad que
sale adelante a trompicones, cada uno en un combate personal contra la realidad
y los deseos incumplidos. Molise tiene diecisiete años, es decir: todo el
engreimiento del mundo, el intento por separarse de la figura paterna y el
anhelo por descubrir el amor y el sexo —
y la religión, tan arraigada en la familia, una sombra que sobrevuela cada acto
y cada pensamiento—. El invierno de 1933
fue malo, dice Molise, y recuerda aquellos meses donde intentó soñar y
negar sus raíces y amar, y lo que consiguió fue madurar, entrar en el duro
mundo de los adultos, descubrir que los sueños tienen una cara agridulce, donde
perseguirlos significa elección, discriminación y algo que se pierde. La vida adulta
se revelará a Molise en la lucha con el padre por la independencia o el fracaso
en alguno de sus deseos, y la inexperiencia en la amistad y en el amor le
llevará a gestos irreflexivos, robar unas bragas de su amor platónico,
pelearse con su único amigo, palos de ciego en el camino del aprendizaje, tan
perdido como aquellos poetas antiguos que escribían versos donde la amada era
inalcanzable y ellos indignos de su amor. Y es eso, el paso de lo platónico a
lo real, la responsabilidad que toda acción conlleva, lo que acabará
aprendiendo Dominic Molise, el gran lanzador de béisbol, el muchacho que habla
con su brazo izquierdo, el soñador de las grandes ligas, el chico que niega el
destino marcado en su sangre italiana.
Hay algo extraño en Un
año pésimo. Cambian los nombres de la familia Molise que protagonizó La hermandad de la uva y las relaciones
que se dan entre ellos, pero el tono es parecido: están Colorado, las raíces
italianas de la familia que se hunden en los Abruzos, un territorio tan mítico
como humilde, las ausencias del padre y sus líos amorosos, la religiosidad de
la madre, el combate entre padre e hijo. Si en La hermandad de la uva el narrador era Henry Molise, un escritor
que se ve envuelto en la última locura de su padre —construir un secadero de pieles en las montañas como
monumento a su vida de albañil—,
en Un año pésimo es Dominic Molise
quien habla de sus diecisiete años y sus sueños de ser jugador de beisbol y
conquistar a la mujer más hermosa del pueblo —en La
hermandad de la uva uno de los hermanos Molise, Mario, intentó triunfar en
el beisbol—. Son
extraños estos cambios de nombres entre ambos libros, acercan a Un año pésimo al boceto, pero la esencia
es la misma. Y la esencia de Fante es el humor socarrón, la ternura, las
relaciones paterno-filiales, los sueños homéricos, la lucha contra la pobreza,
la dictadura de las raíces, uno mismo: una lucha desigual.
Dominic tiene la fiebre de Arturo Bandini o Henry Molise.
Como ellos, se siente tocado por un talento especial y aspira a convertirse en
alguien grande. Bajo esa confianza se esconde un muchacho que se adentra en el
mundo de los adultos y que se sabe perdido. Enamorado de una mujer mayor,
incapaz de tener más que un amigo, la amenaza de repetir los gestos de su padre
y ser albañil, lo que le llevaría a seguir encerrado en una vida que no eligió,
Dominic deambula entre la ensoñación infantil y la lucha por conseguir su lugar
en el mundo. Una fuerza subterránea lleva a Dominic a mirar fuera del pueblo de
Colorado en el que vive, la idea de que en otro lugar sería un jugador
talentoso, que podría enviar dinero a su familia y ser una especie de salvador,
y con ello, separarse de la sombra del padre. Y es en ese intento de separarse
del padre donde descubre el vínculo que les une.
Hay una escena, intensa y sencilla, en Un año pésimo, uno de esos momentos en
apariencia triviales que esconden un significado profundo. Dominic espía a su
padre en casa de otra mujer. Y lo que allí encuentra es una plácida imagen
hogareña: un hombre y una mujer en un salón, tejiendo un calcetín y haciendo un
solitario, beso en la mejilla de despedida, una escena que transmite paz, que
permite ver al padre, por primera vez, de carne y hueso, con todas las
debilidades y los deseos y las emociones de un adulto.
Un año pésimo es
tan febril, sentimental y arrebatada como su narrador, una novela de iniciación
con un humor despiadado —la
aparición de la virgen María, el intento de Molise de seducir a una mujer
mayor, los conversaciones con el Brazo, al que otorga unos poderes dignos de un
santoral vehemente e impetuoso—,
y una ternura que desarma —las
lágrimas de un muchacho ante la rapidez de la vida y los sueños, la figura
austera de la madre, la relación con el padre que empieza con una lucha y
termina con un reconocimiento mutuo, y en ese reconocimiento, la tristeza y la
responsabilidad al cruzar la infancia y la adolescencia e ingresar en el mundo
adulto—.
¡Señor,
ayúdame! Y apreté el paso para huir de mis pensamientos, eché a correr con los
helados zapatos chillando como ratones; pero correr no sirvió de nada, tenía
los pensamientos a la izquierda, a la derecha y a mis espaldas. No obstante,
mientras corría, El Brazo, el buen brazo izquierdo, se hizo cargo de la
situación y dijo con voz tranquilizadora: cálmate, chico, es la soledad, estás
totalmente solo en el mundo; ni tu padre ni tu madre ni tu fe pueden ayudarte,
nadie ayuda a nadie, sólo tú puedes ayudarte y por eso estoy aquí, porque somos
inseparables y nos ocupamos de todo.
¡Oh,
Brazo! Brazo fuerte y leal, háblame con dulzura. Háblame de mi futuro, de los
aplausos de las multitudes, de la pelota colándose a la altura de las rodillas,
de los bateadores entrando y saliendo descalificados, fama, fortuna y victoria,
todo eso tendremos. Y un día moriremos y yaceremos juntos en la misma fosa, Dom
Molise y su estupendo brazo, el mundo del deporte se estremecerá de dolor, el
telegrama del presidente de la nación a mi familia, las banderas a media asta
en todos los estadios del país, los admiradores llorando sin ninguna vergüenza,
la biografía en cuatro partes publicada por Damon Runyon en el Saturday Evening Post: EL TRIUNFO SOBRE
LA ADVERSIDAD, LA VIDA DE DOMINIC MOLISE.
Me
detuve a llorar al pie del olmo; la inminencia de mi muerte era demasiado
amarga para soportarla; tan joven y lleno de talento, y muerto en la flor de la
edad. Dios mío, ten piedad: ¡no me lleves tan pronto! Concédeme unos años, sé
bondadoso con mi juventud. A los diecinueve estaré preparado para la gran
ocasión. Concédeme esos años y otros diez, en total doce, ni uno más ni uno
menos, no me importa si ficho por Phillies o con los Cubs, pero concédeme esos
años y mándame al banquillo a los veintinueve, es tiempo más que suficiente, oh
dulce Señor, calcula treinta partidos por año, en total serían trescientos
sesenta partidos, mucho béisbol, muchos lanzamientos para estampar el nombre de
Dom Molise entre los inmortales.
John Fante. Un año pésimo. Traducción
de Antonio-Prometeo Moya. Anagrama.
2 comentarios:
Si ya me gustó "La hermandad de la uva" no puedo esperar a leer este. ¡Grande Fante!
Muy grande Fante, sí, y con una voz reconocible. ¡Saludos!
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