Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

jueves, 28 de enero de 2021

La ternera. Aurora Freijo Corbeira

temblor y penumbra) Termino de leer en la penumbra del atardecer —ahí fuera, la lluvia tenue y la niebla tenue del norte—, y escribo a lápiz la palabra temblor en la primera página de La ternera, una palabra —como las migas de pan en los cuentos infantiles— que me llevará de vuelta a este momento donde el libro en mis manos y el estremecimiento. Durante un par de horas, de manera pausada, mientras el paso de la luz a la primera oscuridad, las palabras helor   solitud   sacrificio   carne de primera vez, las palabras despiezada   rojo   golondrina corazón para describir los abusos a una menor y su soledad. De a poco, con la lentitud de quien se acerca a un abismo y siente su vértigo, me adentro en el dolor y la pérdida, en el silencio y la culpa de una niña de cinco años ante una violencia incomprensible. Tras la lectura, en esa penumbra que siento es el tono de La ternera por los claroscuros donde el horror en la puerta cerrada de un cuarto de baño en una casa vecina —carnicero y matadero y ternera y sacrificio— y la dulzura en los gestos de un padre al dormir a su hija y las metáforas y el corazón operado de una madre, en esa penumbra vislumbro una soledad última y absoluta y una quiebra.  

escritura y soledad) Pienso, con el libro cerrado en las manos, en cómo narrar una dura historia de abusos y soledad —repito esta palabra, soledad, esta cualidad de estar sin nadie, porque la niña, la ternera, ocupa un lugar donde no hay acompañamiento— y siento que con la fragmentación del texto, con el lirismo y el tono poético de la escritura de Aurora Freijo Corbeira se consigue decir más y con mayor profundidad que en una descripción excesiva, larga y académica de esa soledad y aislamiento de una niña de cinco años —no hay una presentación, nudo, desenlace al uso, La Ternera me recuerda la sensación de aterrizar en la vida de un personaje, sin preámbulos ni finales, que tengo con algunas obras de Kawabata, testigo sólo de un momento en el tiempo, o aquello que decía Chéjov, sin trama ni final—. Los capítulos cortos, como fotogramas o estampas, las frases igual de cortas o el lenguaje desnudo donde se elimina lo superfluo me acercan a un vacío. Por momentos, en la lectura, pensaba en el destierro y en el silencio de esta niña que le hace estar fuera de —incluso en el patio de colegio, donde hay bando a elegir—, en el muro invisible que la separa del mundo, en la cruda precocidad de la carne, en sentirse a la intemperie. Se hace dura, su lectura. 

algunos fragmentos subrayados a lápiz) Prefiere no ser distinta, o al menos no parecerlo, que nadie vea el sacrificio de carne que a veces es su cuerpo. / Despiezada, como pasada por el matadero, sus partes ya no serán el mismo todo que eran. / Un hilo enlaza el corazón a su lengua. Ahora se ha hecho anzuelo y tira de esa lengua como de un pescado.

coda) Aurora Freijo Corbeira me coloca en el umbral de un abismo. 







Ahora ya, desde que existe el baño, un círculo invisible la rodea. Está sola. Nada de antes puede llegarle del mismo modo y nada puede acercarse suficientemente a ella. Ni los juegos, ni los cuidados, ni los brazos de árbol de su padre ni la voz buceadora de su madre. Un silencio de agua la persigue. Ningún movimiento podría esquivarlo. Por mucho que corre no puede dejarlo atrás. No consigue sacarle ventaja. Ella, que era tan ligera, casi no logra moverse, no puede engañar a ese silencio pegajoso.
Ya no es como las demás. El abrazo cálido de la normalidad se ha retirado. Cuando el baño pequeño y aseado hasta el crepúsculo se hizo parte de algunas tardes, delicadamente, casi imperceptiblemente, la gentileza de la norma se replegó. Nadie se dio cuenta, pero el lavabo, el espejo y el váter la empujaron, al acogerla, fuera del mundo. La mano inexperta y desajustada de él, al tomarla, la malogró.
Hace lo que se debe hacer con esos pocos años: come, va al colegio, juega, duerme, solo que ahora una campana de cristal la distancia de la vida que era suya. Nadie puede tocarla ya, salvo él, que rompe, cuando toma su mano para llevarla, ese círculo paralítico. 
Él es dueño de su soledad.
Aurora Freijo Corbeira. La ternera. Anagrama.

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