Un juego de espejos y reflejos. Una novela inédita. Una
lectora. Y tres noches donde la realidad, la ficción, los recuerdos y las
reflexiones se mezclan y hacen que esa lectora, una mujer de vida acomodada y
en apariencia sencilla, sienta que algo se ha quebrado dentro de ella, una
seguridad y una firmeza que, tras la lectura, le resultan extrañas, ajenas a
ella. Tres noches guarda una novela
dentro de otra, por un lado, el manuscrito que recibe Susan de Edward, su ex-marido,
por otro, la vida de la propia Susan, sus recuerdos de su primer matrimonio, el
presente con un marido ausente y tres hijos, la plácida vida familiar bajo la
cual hay una grieta.
***
Durante tres noches, Susan lee el manuscrito de su marido
e intenta, a través de la lectura, conocer en qué ha cambiado Edward, cuáles
son sus ideas, cómo es en el presente. En la novela, una familia viaja de noche
por una carretera tranquila y solitaria, una pequeña aventura, una forma de
cambiar la rutina de sus días. Y es en ese cambio, en esa novedad, donde se
encuentran con un mal invisible, un mal simbolizado en tres delincuentes de
poca monta que secuestran a la mujer e hija y abandonan a Tony Hastings, el
marido, en un bosque desconocido. El manuscrito habla del dolor y el mal, de
una familia destrozada, de la posibilidad de venganza, de la ética personal.
Tony vive en un estado casi irreal, ve su vida destrozada por una decisión
aleatoria, intenta sobrevivir entre el dolor y el miedo y busca la manera de
enfrentarse a aquella noche, a los lugares de aquella noche, donde su vida
cambió. El manuscrito se llama Animales
nocturnos, empieza como un thriller enérgico y detallista y deriva hacia
las acciones y pensamientos de un hombre normal después de verse ante un mal
más poderoso que él. Y es Animales
nocturnos el que dinamita la placidez de Susan. Porque Susan dejó a Edward
por otro hombre con el que formó una familia y una vida acomodada. El regreso
de Edward con su novela hace que se replantee lo ocurrido, su forma de
desanimar a Edward con la escritura, sus propios deseos vitales y aquello que
al final encuentra, una vida adormecida. Edward, a través de Animales nocturnos, parece devolver el
golpe, hacer tambalear la seguridad de Susan, mostrarle cómo algo ajeno a ella
puede trastocar por completo su vida. Animales
nocturnos, la novela dentro de la novela, funciona por sí misma como
thriller y un estudio del azar y el mal.
***
Lo mejor de Tres
noches es la relación entre novela y lector. Austin Wright interrumpe el
manuscrito de Edward para describir las reacciones de Susan, o detalla su día
hasta el momento donde se detiene a leer. Hay algo conocido en las reacciones
de Susan, los primeros pensamientos ante un libro nuevo y desconocido, los
pequeños rituales lectoras, los cortes en la lectura, retroceder para encontrar
una frase o el último fragmento leído, la forma en cómo, a veces, nos llega un
libro y cómo lo arrastramos fuera, o como el libro nos hace recapacitar,
encontrarnos con un momento del pasado o ante nuestras dudas. El título
original de Tres noches es Tony y Susan, una relación entre un
personaje de novela y uno “real” (como una muñeca rusa, está la ficción de Tony
con la realidad de Susan, y la ficción de Susan ante la realidad última del
lector).
Así pues, hurgó en su memoria. Recordó que Edward se
había propuesto ser escritor, escribir cuentos, poemas, apuntes, cualquier cosa
expresable en palabras. Lo recordaba bien. Ésa había sido la causa principal de
los problemas entre ambos. Pero Susan había creído que después, al dedicarse a
los seguros, él había renunciado a sus empeños. Evidentemente no era así.
En los quiméricos tiempos de su matrimonio se había
planteado si era conveniente que leyera lo que Edward escribía. Él era un
principiante y ella una crítica más severa de lo que pretendía ser. La
situación era difícil de manejar: la vergüenza de ella, el resentimiento de él.
Ahora, Edward aseguraba en su carta: esta novela sí que es buena. Había
aprendido mucho sobre la vida y sobre el arte. Quería demostrárselo, quería que
ella la leyera y juzgase por sí misma. Ella era el mejor crítico que había
tenido en su vida, aseguraba. Además, podría ayudarlo, pues temía que a la
novela, a pesar de sus méritos, le faltara algo. Ella lo detectaría y podría
señalárselo. Tómate tu tiempo, añadía, y mándame unas líneas, lo primero que te
venga a la cabeza. Y firmaba: «El viejo Edward, que sigue recordándote».
Aquella firma la exasperó. Le recordaba demasiadas cosas
y amenazaba la paz que había firmado con su pasado. No le gustaba recordar ni
volver a caer, inadvertidamente, en aquel estado de ánimo tan desagradable.
Pero le contestó que le mandase el manuscrito. Se sintió avergonzada de sus
sospechas y objeciones. ¿Por qué se lo pedía a ella y no a un conocido más
reciente? Qué abuso. Como si atenerse a lo primero que le viniese a la cabeza
fuera más sencillo que analizar en profundidad. Pero no podía negarse, dar la
falsa impresión de que continuaba viviendo en el pasado.
Austin Wright.
Tres noches. Traducción de Héctor Silva. Salamandra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario