Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 25 de mayo de 2016

notas sobre Tres noches. Austin Wright

Un juego de espejos y reflejos. Una novela inédita. Una lectora. Y tres noches donde la realidad, la ficción, los recuerdos y las reflexiones se mezclan y hacen que esa lectora, una mujer de vida acomodada y en apariencia sencilla, sienta que algo se ha quebrado dentro de ella, una seguridad y una firmeza que, tras la lectura, le resultan extrañas, ajenas a ella. Tres noches guarda una novela dentro de otra, por un lado, el manuscrito que recibe Susan de Edward, su e­x-marido, por otro, la vida de la propia Susan, sus recuerdos de su primer matrimonio, el presente con un marido ausente y tres hijos, la plácida vida familiar bajo la cual hay una grieta.

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Durante tres noches, Susan lee el manuscrito de su marido e intenta, a través de la lectura, conocer en qué ha cambiado Edward, cuáles son sus ideas, cómo es en el presente. En la novela, una familia viaja de noche por una carretera tranquila y solitaria, una pequeña aventura, una forma de cambiar la rutina de sus días. Y es en ese cambio, en esa novedad, donde se encuentran con un mal invisible, un mal simbolizado en tres delincuentes de poca monta que secuestran a la mujer e hija y abandonan a Tony Hastings, el marido, en un bosque desconocido. El manuscrito habla del dolor y el mal, de una familia destrozada, de la posibilidad de venganza, de la ética personal. Tony vive en un estado casi irreal, ve su vida destrozada por una decisión aleatoria, intenta sobrevivir entre el dolor y el miedo y busca la manera de enfrentarse a aquella noche, a los lugares de aquella noche, donde su vida cambió. El manuscrito se llama Animales nocturnos, empieza como un thriller enérgico y detallista y deriva hacia las acciones y pensamientos de un hombre normal después de verse ante un mal más poderoso que él. Y es Animales nocturnos el que dinamita la placidez de Susan. Porque Susan dejó a Edward por otro hombre con el que formó una familia y una vida acomodada. El regreso de Edward con su novela hace que se replantee lo ocurrido, su forma de desanimar a Edward con la escritura, sus propios deseos vitales y aquello que al final encuentra, una vida adormecida. Edward, a través de Animales nocturnos, parece devolver el golpe, hacer tambalear la seguridad de Susan, mostrarle cómo algo ajeno a ella puede trastocar por completo su vida. Animales nocturnos, la novela dentro de la novela, funciona por sí misma como thriller y un estudio del azar y el mal.

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Lo mejor de Tres noches es la relación entre novela y lector. Austin Wright interrumpe el manuscrito de Edward para describir las reacciones de Susan, o detalla su día hasta el momento donde se detiene a leer. Hay algo conocido en las reacciones de Susan, los primeros pensamientos ante un libro nuevo y desconocido, los pequeños rituales lectoras, los cortes en la lectura, retroceder para encontrar una frase o el último fragmento leído, la forma en cómo, a veces, nos llega un libro y cómo lo arrastramos fuera, o como el libro nos hace recapacitar, encontrarnos con un momento del pasado o ante nuestras dudas. El título original de Tres noches es Tony y Susan, una relación entre un personaje de novela y uno “real” (como una muñeca rusa, está la ficción de Tony con la realidad de Susan, y la ficción de Susan ante la realidad última del lector).







Así pues, hurgó en su memoria. Recordó que Edward se había propuesto ser escritor, escribir cuentos, poemas, apuntes, cualquier cosa expresable en palabras. Lo recordaba bien. Ésa había sido la causa principal de los problemas entre ambos. Pero Susan había creído que después, al dedicarse a los seguros, él había renunciado a sus empeños. Evidentemente no era así.
En los quiméricos tiempos de su matrimonio se había planteado si era conveniente que leyera lo que Edward escribía. Él era un principiante y ella una crítica más severa de lo que pretendía ser. La situación era difícil de manejar: la vergüenza de ella, el resentimiento de él. Ahora, Edward aseguraba en su carta: esta novela sí que es buena. Había aprendido mucho sobre la vida y sobre el arte. Quería demostrárselo, quería que ella la leyera y juzgase por sí misma. Ella era el mejor crítico que había tenido en su vida, aseguraba. Además, podría ayudarlo, pues temía que a la novela, a pesar de sus méritos, le faltara algo. Ella lo detectaría y podría señalárselo. Tómate tu tiempo, añadía, y mándame unas líneas, lo primero que te venga a la cabeza. Y firmaba: «El viejo Edward, que sigue recordándote».
Aquella firma la exasperó. Le recordaba demasiadas cosas y amenazaba la paz que había firmado con su pasado. No le gustaba recordar ni volver a caer, inadvertidamente, en aquel estado de ánimo tan desagradable. Pero le contestó que le mandase el manuscrito. Se sintió avergonzada de sus sospechas y objeciones. ¿Por qué se lo pedía a ella y no a un conocido más reciente? Qué abuso. Como si atenerse a lo primero que le viniese a la cabeza fuera más sencillo que analizar en profundidad. Pero no podía negarse, dar la falsa impresión de que continuaba viviendo en el pasado.
Austin Wright. Tres noches. Traducción de Héctor Silva. Salamandra.

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