Llego a Tobias Wolff a través de Raymond Carver y Richard
Ford. Etiquetados como “realismo sucio”, los cuentos de Wolff tienen cercanía,
tensión y silencios. Wolff sugiere más
que muestra en este puñado de relatos excepcionales, personajes a la deriva
capaces de dejar tras de sí a su familia por una fantasía o de recordar un
pequeño gesto que los salva de un presente extraño, matrimonios que discuten y
algo se rompe en ellos, desconocidos que se encuentran en un hotel en Las Vegas
y descubren una tregua en sus existencias grises, conversaciones que parecen
intrascendentes pero que esconden una herida profunda.
En las vidas que Wolff describe hay curas asqueados por una
profesión/vocación que los ha dejado al margen, amigos que hablan de algún
momento significativo mientras se toman tres gramos de coca, hermanos que son
la antítesis el uno del otro y se necesitan tanto como se rechazan, siempre en
un equilibrio precario, mujeres solitarias que inician conversaciones en bares
con desconocidos para no sentirse en la absoluta soledad. Wolff, como Carver y
Ford en Rock Springs, usan los
elementos justos para construir sus relatos, no cierra las historias con golpes
de efecto, sus finales terminan de manera leve y tenue, un último pensamiento o
una última frase que es una mirada a lo cotidiano, a aquello que rodea a los
personajes y los rechaza o los vuelve a acoger.
Permaneció tumbado esperando, pero no pasó nada.―Ya está ―dijo de nuevo.Entonces oyó un movimiento en la habitación. Se sentó en la mesa, pero no pudo ver nada. La habitación estaba en silencio. Su corazón latió como la primera noche que pasaron juntos, como latía cuando un ruido le despertaba en la oscuridad y esperaba para volver a oírlo… el ruido de alguien moviéndose por la casa, un extraño.
Hay momentos en apariencia leves que esconden una herida sin
cerrar, una muchacha que gasta bromas telefónicas, habla con un desconocido a
medianoche y que, en realidad, busca una figura paterna que la contenga. O un
cura que vigila el sueño de una mujer en una habitación en Las Vegas, la mujer
una solitaria desencantada, el cura un perdedor, el cuerpo dormido de la mujer
que se mueve en la habitación y el cura que aleja la sombra de su sueño. O una
guardia nocturna donde un hombre recuerda Vietnam y cómo sus compañeros y él
soñaban con el regreso al mundo, con todo aquello que pensaban hacer y la
confusión que finalmente encontraron aquellos que lograron regresar. Es ahí
donde se mueven los personajes de Wolff, los sueños e ideales confrontados con
una realidad gris, el regreso al mundo como una decepción o despertar de golpe
contra la realidad.
Entre los relatos de De
regreso al mundo destaca
sobremanera Avería en el desierto, 1968,
una pareja con su hijo camino de California en busca de una oportunidad, él un
soldado licenciado, ella, una joven alemana, ambos en un coche a través del
desierto y una avería que los deja en una gasolinera, separados en busca de
ayuda, ella en una habitación roja de la gasolinera que parece el interior de
un cuerpo y él, caminando junto a la carretera, que ve una oportunidad para
huir de un futuro poco esperanzador. Wolff, cambia de punto de vista, de la
espera de la mujer y sus conversaciones con la dueña de la gasolinera a la caminata
del marido y su rabia contenida y su búsqueda de una nueva oportunidad, de
dejar atrás aquello que ha construido.
Los relatos de Wolff son extraordinarios, sin efectismos ni
absurdos giros inesperados o palabrería hueca.
(…) ¿Y usted? ¿Cuál fue su mejor época?
La pregunta le hizo sentirse cansado. Pensó en decirle a
Porchoff una mentira, pero no era capaz de hacer el esfuerzo de inventarse algo
y el recuerdo que Porchoff le pedía lo tenía muy a mano. Para Hooper estaba más
cerca que el recuerdo de su hogar. En realidad era una especie de hogar. Era el
lugar al que regresaba para estar de nuevo con sus amigos y consigo mismo como
era antes. Era donde se dejaba ir cuando estaba tan mal que le daba igual estar
aún peor cuando volviera a la realidad y lo perdiera todo otra vez.
―Vietnam.
Porchoff
se limitó a mirarle.
―Entonces
no lo sabíamos ―dijo Hopper―. Solíamos hablar de que cuando regresáramos al
mundo íbamos a hacer esto y lo otro. De regreso al mundo íbamos a
transformarlo. Pero desde entonces no ha habido nada más que confusión.
Hooper sacó
la pitillera del bolsillo, pero no la abrió. Se apoyó sobre la mesa.
―Todo
estaba claro ―continuó―. Aprendías lo que necesitabas saber y olvidabas todo lo
demás. Todo era mierda. Esta confusión. No te pasabas cada minuto el día
pensando en tu asquerosa persona. ¿Echo suficientes polvos? ¿Qué le pasa a mi
hijo? ¿Debo aislar la maldita casa? Eso es lo que te destruye, Porchoff. Pensar
en ti mismo. Eso es lo que al final te mata.
Tobias Wolff. De
regreso al mundo. Traducción de Maribel de Juan. Alfaguara.
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