a) Afrontar una lectura como Bajo cielos inmensos te traslada a las novelas de Twain, las
películas clásicas de aventuras y del oeste, los sueños de la niñez de dormir
al raso junto a una hoguera y los peligros en la oscuridad. Es vérselas cara a
cara con el recuerdo de quienes fuimos y la mirada sencilla que teníamos hacia
el mundo y compararnos con quienes somos ahora (entendiendo la dificultad del
análisis). El inicio es el acceso al mundo adulto de un muchacho de diecisiete
años. Tras pelearse con su padre y huir de su casa en Kentucky, Boone Caudill
se dirige a San Luis para seguir los pasos de su tío y convertirse en un hombre
de las montañas. Hay una candidez innata en Boone, fascinado por las historias
de su tío que hablaban de grandes paisajes y enfrentamientos contra osos e
indios, la imagen de un mundo donde se mezclaban la realidad, la bravuconería y
la fantasía. Boone sueña con las grandes montañas y la libertad y la soledad
bajo el cielo, y mantendrá esas ensoñaciones que le impedirán ver el final de
una época y los cambios que traerán los pasos abiertos y los colonos. Se unirá
con Jim Deakins, otro muchacho que cree en la vida libre, y Dick Summers, un
experimentado hombre de montaña que siente la llegada de la vejez y el fin de
su mundo.
b) Los tiempos han cambiado. Es una idea que se repetía en
los westerns crepusculares de Sam Peckinpah. Boone llega a los grandes paisajes
del oeste cuando el mundo de los tramperos y los hombres de frontera se
desvanece poco a poco. Las pieles de castor escasean, los encuentros entre
hombres de montaña son más pequeños, los viejos tramperos se retiran, los
indios caen ante la viruela, se habla de la llegada de colonos en carromatos
para plantar sus cosechar. Boone reniega ante estos cambios, no cree posible las
cosechas o que se acaben los búfalos mientras haya indios. Pero Boone vive en
un mundo en extinción, los últimos años antes de las grandes caravanas hacia el
oeste, de la multitud que busca una oportunidad en tierras extrañas.
c) Hay una tristeza y un calor que recorren Bajo cielos inmensos. La tristeza por el
final de una época, por la testarudez humana, por la pérdida de la libertad y
la aniquilación de una forma de vida apegada a la tierra. El calor de la
aventura, los enfrentamientos contra los indios, los encuentros con osos, el
hambre y los pasos cortador por la nieve, las peleas entre los hombres de la
montaña por una idea personal de la justicia. Por un lado Guthrie muestra las
huellas del futuro de forma casi invisible, una conversación sobre los
carromatos al otro lado del territorio y los sueños de asentarse de un puñado
de hombres y mujeres en otra tierra, por otro lado, se centra en el aprendizaje
de Boone, su destreza en la vida de las montañas, y en ese aprendizaje, las
escaramuzas y el hambre, las peleas y los grandes espacios, el Carro en las
noches despejadas y el humo de una hoguera, los poblados indios abandonados,
las cabelleras arrancadas, las fanfarronerías de los hombres de la montaña, la
libertad y la soledad puras, los ríos que cortan llanuras y las cumbres azules
de las montañas, los signos del invierno.
d) Están la pequeñez ante los espacios abiertos y bajo el
cielo y la impresión de ser el primer ser humano que ve un pedazo de tierra, está
el encuentro con el otro, ya sean indios, tratantes de pieles o soñadores que
planean crear rutas entre las montañas para alcanzar nuevos territorios, está
la incapacidad del ser humano por conservar aquello que ama, ya sea un modo de
vida, un paisaje, una mujer, y destrozarlo por emociones mezquinas, están la
figura que desaparece en las sombras y esas sombras que son el pasado, está el
retiro de los viejos tramperos y cazadores y su regreso a la civilización como
granjeros y su mirada llena de recuerdos. Guthrie consigue algo difícil, aunar
grandeza e intimismo, aventura y reflexión, la nostalgia por tiempos que no
volverán y la búsqueda de horizontes desconocidos. La violencia es seca y dura,
los personajes se dividen entre soñadores y desencantados, los paisajes son
magnéticos, y la vida al aire libre, y las dificultades que son desafíos y
muestran el reflejo de quién eres y qué eres capaz de aguantar.
e) Guthrie construye una historia circular. Coge a un
muchacho como Boone y lo saca de su granja de Kentucky en busca de grandes
espacios y lo hace regresar trece años después a esa misma granja, el padre
muerto, la madre anciana, su hermano con una nueva familia, Boone que ya no es
capaz de dormir entre cuatro paredes o comer con sal, que bebe agua del
arrollo, que ve cómo no pertenece a ningún lugar, su hogar de infancia un lugar
inalcanzable y las vida en las montañas en extinción.
f) Bajo cielos
inmensos es tan grande como los paisajes que describe y los hombres y
mujeres que lo habitan, habla de esa parte de la condición humana que aniquila
la vida y el sustento y los sueños, es aventura y tristeza y el tiempo que
convierte a todo y todos en sombras.
—Caudill y Deakins quieren ser hombres de montaña.
—¡Uh! Será mejor que vuelvan a nacer.
—¿A qué te refieres?
—Han llegado diez años tarde —la mandíbula de tío Zeb
machacó el tabaco—. ¡Ha desaparecido, maldita sea! ¡Ha desaparecido!
—¿Qué ha desaparecido? —preguntó Summers.
Boone podía ver el whisky en el rostro de tío Zeb. Era un
rostro que seguramente había visto mucho whisky, rojo e hinchado.
—Todo lo que nos rodea. Ha desaparecido, por Dios, y nadie
se preocupa a excepción de algunos de nosotros que la conocimos cuando era
tierra virgen.
Desenfundó el cuchillo y comenzó a lanzarlo y clavarlo en
tierra, como si eso calmara sus sentimientos. Se quedó en silencio durante un
rato.
—Esta fue en otro tiempo una tierra para el hombre. En cada
manantial había cientos de castores y multitud de búfalos allá donde uno
miraba, y nada de estrecheces ni aglomeraciones de gente. ¡Jesús bendito!
Al este, donde el cerro y el cielo se juntaban, Boone divisó
movimiento y supuso que eran búfalos hasta que la nube se desplazó por la
ladera, dirigiéndose hacia ellos; resultó ser una manada de caballos.
Los ojos grises de Summers saltaron de Boone a tío Zeb.
—No se ha echado a perder, Zeb —dijo en voz baja—. Depende
de los ojos que la contemplen.
—¡Que no se ha echado a perder! Han construido fuertes río
arriba y río abajo, y hay gente en todos los lugares donde antes uno podía
poner trampas. Y los novatos suben río arriba, un montón de ellos… vienen
novatos en cada barco, se quedan merodeando por aquí y echan a perder toda la
diversión. ¡Jesús! ¿Por qué no se quedan en sus casas? ¿Por qué no nos dejan
esta tierra a nosotros tal como la encontramos? Por Dios, esta tierra es
nuestra por derecho propio —apartó la boca de la botella—. Dios, era una
belleza hace un tiempo. Bella y virgen, y no estaba horadada por las rutas de
los hombres, a excepción de las de los indios, en toda su amplitud.
Los caballos se aproximaban rápido, corrían y daban coces
como potros por el frío que se había apoderado de la tierra. La taltuza había
salido de nuevo de su agujero, corría breves tramos y miraba hacia arriba
silbando. Estaba comenzando a oscurecer. El fuego al oeste estaba a punto de
apagarse; una estrella ardía baja por el este. Boone deseó que alguien hiciera
callar a aquel ternero.
—Parece que te hayas tragado un higo chumbo, amigo —dijo
Summers.
—¡Uh! —tío Zeb se metió los dedos en la boca, atrapó el bolo
de tabaco y puso otro fresco dentro.
—Se paga buen precio por el castor, muy buen precio. Ahora
—mencionó Summers.
—El precio da lo mismo cuando no se tienen los castores
—afirmó tío Zeb mientras movía la boca para masticar bien la bola.
Los caballos pasaron trotando, levantando polvo,
esquivándolos y bufando mientras pasaban junto a los hombres sentados. Tras
ellos cabalgaban cuatro jinetes vestidos con los ponchos blancos que llevaban
los trabajadores del fuerte.
—Echo de menos los tiempos en los que había castores por
todos lados —dijo tío Zeb. Su voz se había vuelto más suave y se notaba un tono
remoto en ella, como si el whisky hubiera empezado a hacerle efecto de una
forma profunda y tranquila. ¿O, tal vez, sólo se debía a que estaba viejo y no
era capaz de controlar sus emociones?—. Los echo de menos ahora. Por todos
lados. En aquellos tiempos era un fracaso no atrapar un buen fardo de ellos. ¿Y
ahora? —se calló a media frase, como si no existiera la palabra adecuada que un
hombre pudiera pronunciar—. Mira —dijo, irguiéndose ligeramente—, dentro de
cinco años no habrá más que piel de baja calidad, y ya está ocurriendo rápidamente.
Tú, Boone, y tú, Deakins, si os quedáis aquí tendréis que patear la pradera,
cazando pieles, persiguiendo búfalos y desollándolos, y viendo cómo también eso
termina por perderse.
—No, en cinco años no —dijo Summers—. Más bien cincuenta.
—¡Ah! El castor ahora ya casi ha desaparecido. El búfalo es
el siguiente. No habrá ni un maldito toro dentro de cincuenta años. Veréis cómo
aparecen surcos arados en las praderas y estableciéndose en ellas —se apoyó
hacia delante, poniendo las manos arriba—. La gente se ríe de este desgraciado
que os habla, pero sigue diciendo la verdad. No puede ser de otra manera. Sólo
la Compañía envía veinticinco mil pieles de castor al año, y cuarenta mil
pieles de búfalo, o más. Además, un montón de búfalos son sacrificados por
cazadores y no son desollados, y un montón de pieles son usadas por los indios,
y muchos se ahogan todas las primaveras. ¡Ah!
—Todavía hay mucho castor —respondió Summers—. Se tiene que
buscar. No se les caza dentro de un fuerte, o mientras se está cazando carne.
—¡Amén y vete al infierno, Dick! Pero es difícil conseguir
whisky siendo cazador. Dame un trago de tu botella. Tengo el gaznate
torriblemente seco.
Boone escuchó su propia voz, que sonaba tensa y neutra.
—Esta tierra a mí todavía me parece virgen, virgen y bella.
En la creciente oscuridad, pudo sentir los ojos de tío Zeb
clavados en él, mirándolo por debajo de sus frondosidades… unos ojos viejos y
cansados que el whisky había surcado con ríos rojos.
A.B. Guthrie, Jr. Bajo cielos inmensos. Traducción de Marta Lila
Murillo. Editorial Valdemar.
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