En la Barra de São Miguel, ante el mar,
sólo ahora aprendo
que el día más largo del hombre
dura menos que un relámpago.
El tiempo no volverá a ser celebrado
entre las constelaciones.
El cielo y la tierra desaparecerán
en la ceniza desengañada
de los mañanas robados por la muerte.
Todo cuento amé ya se disuelve.
La nube escarlata se posa suavemente
entre las casas de tapial y el mar rasgado por las olas.
Llegó la hora de decir adiós al agua negra
que se eriza en la tiniebla de la laguna
y al viento planetario que seca el pescado
colgado en los maderos de las chozas
y el mar caeté que se abrió
ante los acantilados de mi patria perdida.
***
He amado siempre la neblina que esconde paisajes,
maniquíes, espantapájaros, espejos rotos.
He amado siempre la herrumbre, la erosión y la chatarra.
***
Felices quienes parten.
No quienes llegan a los puertos podridos.
Felices quienes parten y nunca regresan.
Que yo esté siempre en medio del camino
y mi viaje no se acabe nunca.
Felices quienes desconocen la estación final.
Felices quienes desaparecen en la niebla,
quienes abren las ventanas cuando la mañana nace,
Quienes encienden las luces de los aeródromos.
Felices quienes atraviesan los puentes
cuando la tarde se posa en los gasómetros como un pájaro.
Felices los dueños de un alma distraída.
Felices quienes saben que, al final de la travesía,
la Nada les espera, como un espantapájaros en un maizal.
Felices quienes se encuentran sólo en la pérdida y el
viento.
***
Junto a las olas que mueren y renacen,
eterno retorno y eterno movimiento,
una vez más te llamo y no respondes.
Ahora sólo en sueños puedo ver tu sombra.
Sin duda volaste como un pájaro en la oscuridad
y fuiste más allá del sol y del trueno furtivo
y de la claridad del agua. Como todos los muertos
estás ahora donde no estás,
en el no-lugar que excluye toda esperanza.
Tan sólo la muerte enseña que los ángeles no existen.
Cuanto perdí, lo perdí para siempre.
***
Siempre me faltó sabiduría.
A lo largo de mi vida, poco aprendí
y ahora, ante el océano exacto y visible, ante el gran mar
prosódico
nada sé sobre la travesía.
Después de tantos viajes, esta es la última frontera
que me cabe traspasar.
Lêdo Ivo. Réquiem.
Traducción de Martín López-Vega. Ediciones El Gallo de Oro.
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