La Voz del Amo va
más allá de una historia de un posible contacto con una civilización
extraterrestre, las investigaciones para desentrañar el mensaje recibido o las
teorías sobre el Emisor y sus intenciones. Lem habla de matemáticas y
filología, del silencio del creador y los límites de la filosofía, del vano
intento de resumir un todo a partir de la restringida mirada de un individuo y
de aquello que nos hace humanos, de cómo afrontar un encuentro con el otro cuando
no sabemos nada de él: su cultura y su forma de plasmarla en un lenguaje, su
percepción de la realidad y de la ciencia o el momento evolutivo en el que se
encuentran. Lem aborda un tema recurrente en la ciencia-ficción pero lejos de
ideas manidas e infantiles, en su novela no hay enfrentamientos bélicos ni
acción trepidante y hueca sino una reflexión sobre la relación del ser humano y
el universo, qué lugar ocupa en él y qué es lo que conocemos hasta ahora.
***
A través de un informe, Peter Hogarth recuerda el momento
donde se descubrió un mensaje de origen extraterrestre y los esfuerzos de los
científicos (físicos, matemáticos, astrofísicos, filólogos) por encontrarle un
sentido último. Pero Hogarth, a diferencia de toda la literatura escrita sobre los
esfuerzos realizados por desentrañar el contenido de la Carta (y que hablaban
de éxito), aborda la tarea sintiendo el fracaso que supuso no llegar a un final
conclusivo, a una resolución del misterio. Ese fracaso y las constantes dudas
sirven a Hogarth para hablar de la manera de afrontar el proyecto y, también,
reflexionar sobre el conocimiento humano y fijarlo a un instante concreto, de
las antiguas creencias a las nuevas religiones científicas, del lenguaje como
cultura común y de la mirada viciada que afecta al objeto observado y al que
llenamos de palabras como bondad o maldad, desvirtuando la observación y el
acercamiento al objeto estudiado. Hogarth está ante lo desconocido, se cuestiona
tanto por el Emisor como por el mensaje en sí, por qué el mensaje, capaz de
alimentar la vida, fluye en un bucle y no tenía silencios ni una gramática para
revelar su contenido, si se podría leer la carta desde cualquier punto y habría
instrucciones para construir algún tipo de arma o todo es fruto de la
casualidad.
***
Las preguntas sobre si somos los receptores del mensaje o
hemos captado por azar una conversación entre civilizaciones extraterrestres
(anulando cualquier posibilidad de descifrado), si supone una explicación del
origen y la descripción del cosmos, si lo que se cree mensaje no es otra cosa
que un fenómeno del universo que funciona como un cordón umbilical entre sus
diferentes extinciones, si estamos capacitados para acercarnos a seres
avanzados y cómo sería ese encuentro, qué mecanismos y maquinarias usaríamos
para una primera aproximación, si seríamos capaces de balbucear algo más que
incoherencias. Hay algo realmente grotesco e hilarante en este informe de
Hogarth y en la escritura de Lem, el egocentrismo del ser humano que nos une a
las antiguas creencias que nos colocaban en el centro del universo y no a
considerarnos una parte más de él.
***
Lem hace algo maravilloso en La Voz del Amo, cruza la novela con el ensayo, reflexiona sobre nuestros
conocimientos, intenta describir una cosmogonía propia a través de las
matemáticas y fuera de las limitaciones de la filosofía, bucea en nuestra
cultura y en el lenguaje como recipiente que la alberga y le da sentido, es
reflexivo, irónico, desmedido. Extraordinaria novela.
Mi
pensamiento discurría más o menos por estos derroteros: la cultura es a la vez
algo necesario y casual, como el lecho de un nido, un refugio frente al mundo,
un pequeño contra-mundo aceptado tácitamente por el grande de una forma
relativamente indiferente, pues no contiene ninguna respuesta a las preguntas
sobre el bien y el mal, la belleza y la fealdad, las reglas y las costumbres.
La lengua, producto de esa cultura, es como el esqueleto del nido que reúne
todos los elementos del lecho y los une de una forma que a los habitantes de
ese nido les parece necesaria. El lenguaje constituye un referente de la
identidad de todos los seres que anidan en él, un denominador común del grupo,
una constante de su semejanza, por lo que no existe más allá de los bordes de
esa refinada construcción.
Pero lo
Emisores tenían que ser conscientes de ello. Cabía esperar, por tanto, que el
contenido de la señal de las estrellas fuera matemático. Todos conocemos la
trayectoria que siguieron los famosos triángulos de Pitágoras o la geometría de
Euclides, con los que se pretendía saludar, a través del vacío, a
civilizaciones distintas a la nuestra. Sin embargo, en este caso, los Emisores
optaron por una solución diferente, lo cual me pareció bastante acertado. Un
lenguaje étnico no les habría permitido alejarse de su planeta pues cada idioma
está necesariamente enclavado en su substrato local. Pero la matemática suponía
un alejamiento excesivamente preciso. Implicaba una rotura de los lazos no solo
locales, de las limitaciones que se convirtieron en modelo de vicios y
virtudes, pues esa ciencia se considera el resultado de la búsqueda de una
libertad que no necesita de ninguna prueba tangible. La matemática es producto
de la labor de unos ingenieros que desean que el mundo no pueda interferir,
jamás y en ningún aspecto, en su obra, y precisamente por eso no sirve para
decir nada sobre el mundo. Se la considera una ciencia pura porque está limpia
de impurezas materiales y es esa pureza lo que la dota de su carácter inmortal.
Pero también por eso resulta arbitraria como potencial progenitora de múltiples
mundos posibles, siempre y cuando estos no sean contradictorios. Nuestra
historia, con sus peripecias únicas e irreversibles, determinó que, de la infinita
cantidad de matemáticas posibles, nosotros eligiéramos una. Solo mediante la
matemática podemos comunicar que Somos, que Existimos. Si se quiere actuar a
distancia de un modo efectivo, resulta imprescindible enviar un mensaje
productivo. Sin embargo, un mensaje de ese tipo implica el empleo de una cierta
tecnología, y la tecnología es en sí algo efímero, fugaz, que cambia con el uso
de una materia prima y otra, de un método u otro. Y entonces en qué debería
basarse dicho mensaje, ¿en la descripción de una «cosa»? Lo malo es que también
una misma cosa se puede describir de infinidad de maneras. Nos encontrábamos en
un callejón sin salida.
Stanislaw Lem. La Voz del Amo.
Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewicz. Impedimenta.
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