Hay dos voces que hurgan en el pasado y hablan del final de
la guerra, la ciudad de Brno y los cambios políticos de una tierra que acabará
escindida, los padres muertos o exiliados —la muerte y el exilio hermanados—, las madres cohibidas y
solitarias que sobreviven a sus recuerdos de la guerra, los laberintos
borgianos y pulgas gigantes y trucos de magia que son una mezcla de realidad,
sueño y mentira, porque las voces y sus recuerdos confluyen en una misma
persona, y a esa confluencia llegan dos mundos en apariencia distintos y
docenas de historias —extrañas,
grotescas, circenses—,
historias que describen la búsqueda de una identidad propia, el intento de
comunicarse con los moribundos para encontrar al padre perdido y creer en
señales y destinos que guían los pasos, un mundo subterráneo y mágico que sólo
los niños o los locos son capaces de ver.
En mitad de la noche un canto es una novela extraña y
fascinante, entras en un terreno donde lo onírico y lo real se dan la mano y no
sabes qué es verdad y qué mito, las dos voces narradores se alternan en los
capítulos, una —con un lenguaje conciso y ortodoxo— cuenta su concepción en el
final de la guerra, la violación de su madre por un grupo de soldados y el
atisbo del verdadero padre —donde verdadero es leyenda—, la otra —su escritura
libre e impulsiva— habla de un padre exiliado y la vigilancia a la que serán
sometidos esposa e hijo, la orfandad que llega por la ausencia y el silencio
del padre huido, cada capítulo un pequeño relato corto, un recuerdo que es duda
y luz y oscuridad, la creación de un mundo poblado por seres insólitos, por
amores fuera de las historias convencionales, por un halo a veces mágico, a
veces de pesadilla —y recorriendo subterráneamente este mundo, dos relojes, uno angelical y otro
murcielaguil que, unidos, pueden iniciar el tiempo de los muertos.
Hay un
momento donde el narrador se pregunta si es lo narrado o el narrador, si existe
algo fuera de sus cartas al padre, ese padre exiliado o muerto según la voz que
narre el capítulo, la pregunta, también, sobre quién es y si ha ocurrido todo
lo descrito, la sensación de que En mitad
de la noche un canto son fragmentos de ensoñaciones, cartas, reflejos de
una imagen desdoblada, la búsqueda de la identidad propia, el mundo onírico que
irrumpe como forma de defensa y la imaginación un refugio —fuera de ese
refugio, el final de la segunda guerra mundial, la orfandad, las calles de Brno
donde iniciar una búsqueda quimérica del padre y la patria, asistir a la
evolución de Checoslovaquia con la llegada del comunismo.
El
humor absurdo, la ternura, lo grotesco y kafkiano, las voces desdobladas y la
identidad perdida, la invención y la mitificación de la figura del padre y de
la propia figura, la magia en la realidad y la realidad que nunca llega a estar
del todo clara y definida, los momentos de un sencillo lirismo entre el
esperpento, los paisajes oscuros y la cotidianeidad gris y el luminoso, mágico
y falso mundo de la memoria, la primera lectura de Kratochvil ha sido un
valioso hallazgo.
fue su
último verano feliz en tierra morava, y tuve la oportunidad de pasar con él una
migaja de aquel verano, me llevó de vacaciones durante una semana, nos
alojábamos en casa del guardabosques Klein, nos levantábamos temprano, nos
calzábamos las botas de caña alta e íbamos a través de un prado pantanoso hasta
el pantano de Mlynský, el prado chapoteaba bajo mis pies y los destellos de la
superficie del pantano estaban tan cerca que tenía la desagradable sensación de
que en cualquier momento el agua nos cubriría muy por encima de la cabeza, y
cuando me detuve durante un instante para echar la vista atrás, vi la muralla
de robles centenarios, en cuyas copas se había detenido el sol, y bajo las
ramas inferiores extraños animales diminutos que no nos quitaban ojo, y de
repente supe que aquello que en ese momento estaba viendo y que abarcaba con la
mirada era lo más importante de mi vida, un mundo fuera del cual jamás habría
nada, y que estábamos en él papá y yo, para siempre, únicamente nosotros dos
solos, en un espacio que llenaba de luz el sol de la mañana
y hasta
muchos años después no comprendí que aquel momento singular en el prado, frente
al pantano, era una jaula de tiempo, y que aún hoy sigo correteando por ella
igual que el salvaje perro dingo, o,
como solía decir papá de cachondeo, el salvaje terror pingo
***
Hace ya
tiempo que vengo observando en mí mismo un proceso imparable del cual forma
parte la desaparición y extinción de mi capacidad para controlar mediante la
magia las cosas, las plantas, los animales y a la gente que me rodea. Poco
antes de que naciera me movía en esa capacidad como en el líquido amniótico, y
después de nacer estaba envuelto en ella hasta tal punto que podría haberla
recogido con un cubo, pero ahora apenas me llega a los tobillos y puedo llenar
como mucho un perol de añoranza por aquellos tiempos tan lejanos.
Y
parece que comencé a perder mis poderes en el instante en que empecé a tener
conciencia de ellos. Seguramente que hay entre ambos hechos relación directa:
cuanto menos sabía, más podía. Y como niño recién nacido, todavía añusgándose
con la mucosidad y las lágrimas, era capaz de revivir las cosas muertas que
estaban a mi alrededor, interfería en el destino de personas cercanas y
lejanas, y puede que incluso llegara a desviar las estrellas de su órbita, a
desencadenar erupciones solares, a tocar con mis impacientes manitas la tierra
allí donde después nunca más volvió a crecer la hierba, a remolcar con mis ojos
una nube radioactiva por el firmamento y a revolcarme en mis sueños con
gigantescos animales nunca vistos. Aquéllos fueron los días más felices de mi
vida, hoy cubiertos hace ya tiempo por el membranoso olvido. Y cuando más
tarde, a los cuatro años —después de mi visita al circo de pulgas—, tomé
conciencia de mis poderes, fue todo de mal en peor.
Por
supuesto, sé cómo funciona todo esto en realidad. Heredé estos poderes de mi
padre hace mucho tiempo. Él, y sólo él, es el donante directo. Y como me
distancio cada vez más de mi padre, llegarán ya pronto a su fin. Y me quedan ya
en su mayoría tan sólo trucos de segunda clase, de pacotilla.
Jiří Kratochvil. En mitad de la
noche un canto. Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús. Editorial Impedimenta.
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