Si hay algo que une a los personajes de Calle Katalin es su condición de seres vaciados, hombres y mujeres
que llegan a la madurez y vejez como cadáveres, simples cáscaras sin aliento y
con un pasado que se fragmenta y en el que sólo aparece aquello que se ha
perdido, los momentos de felicidad y las calamidades. Es el tiempo el que los
convierte en cáscaras vacías, el tiempo y la imposibilidad de comprender las
cosas sencillas, como dice uno de los personajes, tales como la vida, la muerte
o el agua pura, como la ausencia de reglas de la vida.
Szabó esboza su idea en la primera página de la novela, la
desintegración del pasado en la vejez y cómo al final sólo quedan unos
escenarios, unas fechas y unos hechos, y decide dividir la novela mostrando
primero los escenarios donde se encuentran los personajes al final de sus
historias y luego las fechas y episodios que quedan de cada uno de ellos, esos
momentos del pasado que les definen y les conducen hacia un futuro incompleto y
demoledor. Así, al terminar la novela y releer el inicio, se tiene la sensación
de que el tiempo es una curva o un círculo cerrados, el final enlaza con el
inicio, los personajes aparecen fragmentados en sus casas lejos de la calle
Katalin donde vivieron la mayor parte de su vida.
El inicio, la descripción del espacio que ocupan los
personajes, puede parecer lioso por desconocer conexiones y alusiones con lo
ocurrido, por unir el mundo de los vivos con aquel por el que vagan los muertos
y cómo estos últimos pueden materializarse y buscar el reconocimiento de
aquellos que siguen vivos. Aparecen Irén y Bálint, casados pero sin el amor que
sentían en su juventud, en un viejo apartamento desde el cual ver su antigua
calle Katalin, ahí está Blanka en una isla sin nombre, alejada de su familia y
observada por la sombra de una muerta, ahí está Henriett, que abandona el mundo
de los muertos para observar a quienes conoció en la calle Katalin y el devenir
de sus vidas.
Entonces Szabó, tras iniciar el círculo en los escenarios
presentes, vuelve atrás, a los primeros años juntos de Irén, Bálint, Blanka,
Henriett y sus padres en la calle Katalin, cuando no sabían lo que estaba por
llegar y vislumbraban un futuro seguro donde la boda de Irén con Bálint sería
un centro en la vida de todos. Szabó empieza a desliar la madeja y mostrar por
completo el círculo que describe la novela, une el espacio presente con los
tiempos que se acercan del pasado. La pequeña Henriett se muda a la ciudad e
intenta entrar en el mundo de sus vecinos, de esas hermanas tan diferentes ―una segura y
disciplinada como su padre (Irén), la otra tierna y caótica como su madre
(Blanka)―, y del
joven Bálint y su figura casi mítica en el que se debería percibir al futuro
soldado y médico. Es el año 34, la guerra aún no ha trastocado la vida de la
calle, en los jardines de los amigos hay juegos, bailes y promesas y las tres
casas de la calle y su alameda parecen un refugio.
Todo Calle Katalin es
esa desintegración del pasado de los personajes y de sus juegos, bailes y promesas, cómo un hecho fortuito en
tiempos de guerra trastoca la vida de todos y cada uno de ellos, y cómo a lo
largo de los años continúan su vida por inercia. Bálint vuelve del campo de
prisioneros trasmutado en un hombre que inicia su propia degradación y liberarse
de quien fue, Irén, la única que tiene voz propia en la historia y habla de su
vida y sus sentimientos entre las descripciones del narrador, es espera por un
amor marcado en la infancia y, también, la desilusión por algo que se
resquebraja poco a poco, Blanka, tan caótica como en la infancia, es incapaz de
ubicarse en los nuevos tiempos ni de reconocer sus emociones, Henriett asiste
desde el mundo de los muertos a los cambios ajenos. Todos parecen saber que se
dirigen hacia un final amargo y que los viejos tiempos en la calle Katalin no
volverán, ni ellos recuperarán la esencia de quienes fueron una vez. Las habitaciones
han cambiado por otras desconocidas y frías, los años pasados han albergado una
guerra y un nuevo régimen político, los personajes se vacían lentamente hasta
ser algo parecido a una cáscara sin contenido o cadáveres, como se define
Bálint.
Hay en Magda Szabó una escritura sencilla y profunda donde
se une lo real con lo inmaterial, y donde la historia gira poco a poco sobre sí
misma para mostrar la vida de un puñado de personajes derrotados. El destino se
cumple, Irén y Báliant están juntos tras años de no encontrarse, pero el vacío
malogra cualquier acercamiento verdadero.
El proceso de envejecer no es como lo describen los
escritores, ni tampoco como se define en la medicina.
A los vecinos que viven en la calle Katalin ni los libros ni
los médicos les habían preparado para la extraña nitidez con la que la vejez
les iluminaría el pasillo borroso y apenas visible que habían recorrido en las
primeras décadas de su vida, ni tampoco para cómo les reordenaría los recuerdos
y las angustias, cómo cambiaría sus juicios y su escala de valores. Se habían
hecho a la idea de que traería cambios biológicos, de que sus cuerpos
iniciarían un proceso de desintegración que concluiría con la misma precisión y
dedicación con que los había preparado para el camino que debían recorrer a
partir del instante de su concepción, asumieron que su aspecto variaría, que
sus sentimientos se debilitarían , que, a la par que los cambios físicos,
también cambiarían sus gustos, sus costumbres y su necesidades, que se
volverían más glotones o más inapetentes, tímidos o susceptibles, y que el acto
de dormir o digerir -que de jóvenes consideraban parte de la vida misma-
también podría sufrir complicaciones. Nadie les había advertido que la
desaparición de la juventud no resultaba alarmante por lo que les quitaba, sino
por lo que les daba. Ni sabiduría, ni serenidad, ni sobriedad o calma, sino la
conciencia de la desintegración del Todo.
De pronto se percataron de que la vejez había desintegrado
su pasado, algo que en su infancia y los años de juventud habían considerado
compacto y solido; el Todo se había desintegrado en partes, lo seguía abarcando
todo, todo lo que les había sucedido hasta entonces, pero de una forma
distinta. El espacio se había resquebrajado en escenarios, el tiempo en fechas,
los hechos en episodios, y los vecinos de la calle Katalin acabaron
comprendiendo que, de todo lo que constituía sus vidas, en realidad sólo
importaban unos pocos escenarios, fechas y episodios; lo demás sólo servía para
llenar los poros de la fragilidad de la existencia, al igual que las virutas de
madera, de un baúl preparado para un largo viaje y que sólo están para impedir
que el contenido se rompa.
Para entonces ya sabían que entre vivos y difuntos apenas
hay una diferencia cualitativa sin demasiada importancia, y que a cada ser
humano le es dado tener en la vida a una sola persona a la que invocar en el
instante de la muerte.
Magda Szabó. Calle
Katalin. Traducción de José Miguel González Trevejo y Mária Szijj. Debolsillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario