Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 16 de marzo de 2018

Calle Katalin. Magda Szabó

Si hay algo que une a los personajes de Calle Katalin es su condición de seres vaciados, hombres y mujeres que llegan a la madurez y vejez como cadáveres, simples cáscaras sin aliento y con un pasado que se fragmenta y en el que sólo aparece aquello que se ha perdido, los momentos de felicidad y las calamidades. Es el tiempo el que los convierte en cáscaras vacías, el tiempo y la imposibilidad de comprender las cosas sencillas, como dice uno de los personajes, tales como la vida, la muerte o el agua pura, como la ausencia de reglas de la vida.

Szabó esboza su idea en la primera página de la novela, la desintegración del pasado en la vejez y cómo al final sólo quedan unos escenarios, unas fechas y unos hechos, y decide dividir la novela mostrando primero los escenarios donde se encuentran los personajes al final de sus historias y luego las fechas y episodios que quedan de cada uno de ellos, esos momentos del pasado que les definen y les conducen hacia un futuro incompleto y demoledor. Así, al terminar la novela y releer el inicio, se tiene la sensación de que el tiempo es una curva o un círculo cerrados, el final enlaza con el inicio, los personajes aparecen fragmentados en sus casas lejos de la calle Katalin donde vivieron la mayor parte de su vida.

El inicio, la descripción del espacio que ocupan los personajes, puede parecer lioso por desconocer conexiones y alusiones con lo ocurrido, por unir el mundo de los vivos con aquel por el que vagan los muertos y cómo estos últimos pueden materializarse y buscar el reconocimiento de aquellos que siguen vivos. Aparecen Irén y Bálint, casados pero sin el amor que sentían en su juventud, en un viejo apartamento desde el cual ver su antigua calle Katalin, ahí está Blanka en una isla sin nombre, alejada de su familia y observada por la sombra de una muerta, ahí está Henriett, que abandona el mundo de los muertos para observar a quienes conoció en la calle Katalin y el devenir de sus vidas.

Entonces Szabó, tras iniciar el círculo en los escenarios presentes, vuelve atrás, a los primeros años juntos de Irén, Bálint, Blanka, Henriett y sus padres en la calle Katalin, cuando no sabían lo que estaba por llegar y vislumbraban un futuro seguro donde la boda de Irén con Bálint sería un centro en la vida de todos. Szabó empieza a desliar la madeja y mostrar por completo el círculo que describe la novela, une el espacio presente con los tiempos que se acercan del pasado. La pequeña Henriett se muda a la ciudad e intenta entrar en el mundo de sus vecinos, de esas hermanas tan diferentes una segura y disciplinada como su padre (Irén), la otra tierna y caótica como su madre (Blanka), y del joven Bálint y su figura casi mítica en el que se debería percibir al futuro soldado y médico. Es el año 34, la guerra aún no ha trastocado la vida de la calle, en los jardines de los amigos hay juegos, bailes y promesas y las tres casas de la calle y su alameda parecen un refugio.

Todo Calle Katalin es esa desintegración del pasado de los personajes y de sus juegos,  bailes y promesas, cómo un hecho fortuito en tiempos de guerra trastoca la vida de todos y cada uno de ellos, y cómo a lo largo de los años continúan su vida por inercia. Bálint vuelve del campo de prisioneros trasmutado en un hombre que inicia su propia degradación y liberarse de quien fue, Irén, la única que tiene voz propia en la historia y habla de su vida y sus sentimientos entre las descripciones del narrador, es espera por un amor marcado en la infancia y, también, la desilusión por algo que se resquebraja poco a poco, Blanka, tan caótica como en la infancia, es incapaz de ubicarse en los nuevos tiempos ni de reconocer sus emociones, Henriett asiste desde el mundo de los muertos a los cambios ajenos. Todos parecen saber que se dirigen hacia un final amargo y que los viejos tiempos en la calle Katalin no volverán, ni ellos recuperarán la esencia de quienes fueron una vez. Las habitaciones han cambiado por otras desconocidas y frías, los años pasados han albergado una guerra y un nuevo régimen político, los personajes se vacían lentamente hasta ser algo parecido a una cáscara sin contenido o cadáveres, como se define Bálint.

Hay en Magda Szabó una escritura sencilla y profunda donde se une lo real con lo inmaterial, y donde la historia gira poco a poco sobre sí misma para mostrar la vida de un puñado de personajes derrotados. El destino se cumple, Irén y Báliant están juntos tras años de no encontrarse, pero el vacío malogra cualquier acercamiento verdadero.










El proceso de envejecer no es como lo describen los escritores, ni tampoco como se define en la medicina.
A los vecinos que viven en la calle Katalin ni los libros ni los médicos les habían preparado para la extraña nitidez con la que la vejez les iluminaría el pasillo borroso y apenas visible que habían recorrido en las primeras décadas de su vida, ni tampoco para cómo les reordenaría los recuerdos y las angustias, cómo cambiaría sus juicios y su escala de valores. Se habían hecho a la idea de que traería cambios biológicos, de que sus cuerpos iniciarían un proceso de desintegración que concluiría con la misma precisión y dedicación con que los había preparado para el camino que debían recorrer a partir del instante de su concepción, asumieron que su aspecto variaría, que sus sentimientos se debilitarían , que, a la par que los cambios físicos, también cambiarían sus gustos, sus costumbres y su necesidades, que se volverían más glotones o más inapetentes, tímidos o susceptibles, y que el acto de dormir o digerir -que de jóvenes consideraban parte de la vida misma- también podría sufrir complicaciones. Nadie les había advertido que la desaparición de la juventud no resultaba alarmante por lo que les quitaba, sino por lo que les daba. Ni sabiduría, ni serenidad, ni sobriedad o calma, sino la conciencia de la desintegración del Todo.
De pronto se percataron de que la vejez había desintegrado su pasado, algo que en su infancia y los años de juventud habían considerado compacto y solido; el Todo se había desintegrado en partes, lo seguía abarcando todo, todo lo que les había sucedido hasta entonces, pero de una forma distinta. El espacio se había resquebrajado en escenarios, el tiempo en fechas, los hechos en episodios, y los vecinos de la calle Katalin acabaron comprendiendo que, de todo lo que constituía sus vidas, en realidad sólo importaban unos pocos escenarios, fechas y episodios; lo demás sólo servía para llenar los poros de la fragilidad de la existencia, al igual que las virutas de madera, de un baúl preparado para un largo viaje y que sólo están para impedir que el contenido se rompa.
Para entonces ya sabían que entre vivos y difuntos apenas hay una diferencia cualitativa sin demasiada importancia, y que a cada ser humano le es dado tener en la vida a una sola persona a la que invocar en el instante de la muerte.
Magda Szabó. Calle Katalin. Traducción de José Miguel González Trevejo y Mária Szijj. Debolsillo.

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