Una primera consideración. Hace unos años leí Mi madre, un texto que escribió Richard
Ford poco después de la muerte de su madre y que recupera para Entre ellos. De aquel libro breve, sutil
y preciso, guardaba una sensación agridulce, el intento de Ford por acercarse a
la vida de su madre y mostrar cómo se moldeaba su forma de entender la vida a
través de una relación con numerosos espacios en blanco. Marqué un largo
fragmento donde Ford recordaba el encuentro con una vecina como la primera vez
que veía a su madre no sólo como su madre sino como alguien a quien los demás
veían (guapa, morena, menuda). En esta segunda lectura del texto volví a marcar
el mismo fragmento, sin saberlo. Pero el texto había cambiado, y el final de
dicho fragmento, creo, significaba algo diferente.
En Mi madre, Marco
Aurelio Galmarini tradujo: Es una lección
que vale la pena aprender. Y corremos el riesgo de no conocer nunca a nuestros
padres si la ignoramos. Una guapa morena de metro sesenta y dos. Parte de ella
era eso, y no me hacía ningún daño saberlo. Puede incluso que me ayudara, pues
uno de los primeros retos que se nos presentan es saber que a nuestros padres,
suponiendo que vivan el tiempo suficiente, merece la pena conocerlos, y eso es
físicamente posible. Es parte de la vida normal. Y cuanto más se acerque
nuestra visión de ellos a la que tiene el resto del mundo, más posibilidades
tenemos de conocerlos. (1)
Y Jesús Zulaika tradujo: Se
trata, cómo no, de una lección que conviene
aprender pronto (guapa, menuda, de pelo negro, de uno sesenta y cinco…),
ya que uno de los retos primeros y más importantes que enfrentamos todos es el
de conocer a nuestros padres cabalmente, siempre que vivan lo bastante, merezca
la pena conocerlos y sea materialmente posible. Cuanto más veamos a nuestros
padres enteramente, cuanto más los veamos como el mundo los ve, más
posibilidades tendremos de ver el mundo tal cual es. (2)
Busqué la fuente original y comprobé que Ford había revisado
y cambiado partes de Mi madre para su
nuevo libro. Es el final en el texto lo que me sorprende y me hace vagar por
ideas inconexas. En el primero, Ford habla de acercarse a la visión que se
tiene de los padres por parte de otras personas para conocerlos bien, mientras
que en el segundo dice que veremos el mundo tal como es si conseguimos ver a
nuestros padres enteramente. Y es ese cambio ―el paso de llegar a los padres a través del mundo a
llegar al mundo a través de los padres―,
el que me hace pensar, tras la lectura de Entre
ellos, en los padres y el mundo como una percepción, algo que se conecta
entre sí pero que acaba siendo incompleto, cómo llenamos de códigos y señales a
los padres y al mundo que habitamos ―tan
diferentes a los distintos padres y mundos de los otros― y les damos significado ―un significado que se aleja de la cosa en sí misma.
Decimos padres, decimos mundo, y dibujamos una realidad donde alejamos otros
mundos posibles. Nuestros padres inician nuestra mirada al mundo, y es en
ellos, en su figura mítica en nuestra infancia, donde empezamos a andar. En el
caso de Ford, para volver a su libro Entre
ellos, sus padres lo llevaron a ser testigo de aquello que sucedía delante
de él, a observar y dejar constancia de la vida.
Recuerdo que una vez una vecina de edad avanzada me paró en la acera y, con toda naturalidad, me preguntó quién era. Puede que yo tuviera nueve años, o siete, o cinco. Era algo que podía pasarte en Jackson. Pero cuando le dije mi nombre ―Richard Ford―, ella dijo: «Oh, sí. Tu madre es esa mujer menuda y guapa, de pelo negro, que vive un poco más arriba.» Aquellas palabras me impresionaron profundamente de inmediato, pues encarnaban la primera noción que tenía de mi madre como alguien más que mi madre, como alguien a quien los demás veían, y consideraban, no solo como mi madre. Una mujer guapa, cosa que no era; de pelo negro, cosa que sí era. Medía un metro y sesenta y cinco, pero nunca he sabido si eso es ser alta o baja. Creo que siempre he creído, y sigo creyendo, que era de estatura normal. Recuerdo esto, sin embargo, como una especie de hito en mi vida. Un momento no transcendental pero importante. Me hizo tomar conciencia de, ¿cómo decirlo…?, ¿del lado público de mi madre? de la dimensión de su persona que la gente veía y con la cual se relacionaba, y que estaba siempre ahí, coexistiendo con mi percepción de ella. No creo que volviera a pensar en ella sin pensar en eso, o que volviera a dirigirme a ella sin ese conocimiento. El saber que era Edna Ford, una persona que era mi madre pero que también era alguien más.
Se trata, cómo no, de una lección que conviene aprender pronto (guapa, menuda, de pelo negro, de uno sesenta y cinco…), ya que uno de los retos primeros y más importantes que enfrentamos todos es el de conocer a nuestros padres cabalmente, siempre que vivan lo bastante, merezca la pena conocerlos y sea materialmente posible. Cuanto más veamos a nuestros padres enteramente, cuanto más los veamos como el mundo los ve, más posibilidades tendremos de ver el mundo tal cual es.
***
Una segunda consideración. Uno puede leer Entre ellos como un homenaje de Ford a
sus padres, como un intento de asumir cierto desconocimiento con respecto a la
vida de sus padres, quiénes fueron, qué sueños les definían y qué pensaban con
respecto a su vida, cómo afrontaron el paso de la infancia al mundo adulto, y,
también, como una forma de definirse en el mundo, de aquello que hemos perdido
cuando echamos la vista atrás. Hay momentos donde Ford conjetura sobre las
ideas y los sueños de sus padres. Y tal vez ahí está el poder de estas
memorias, la falta de una verdad inquebrantable. Entre ellos no es una biografía completa y caudalosa donde conocer
cada detalle de la infancia y la madurez de los padres sino un acercamiento a
las orilla de otras vidas. Ford escribe sobre dos personas normales, relata sus
primeros años juntos, él viajante y ella su compañera en aquellos viajes, los
años de carretera y moteles, la llegada, a una edad tardía, de un hijo y el
cambio que ello supuso: buscar un hogar fijo, las ausencias del padre entre
semana, la vida cotidiana de madre e hijo, la muerte temprana del padre y la
nueva realidad junto a la madre. Y en esas vidas, la mirada que se forma en el
joven Ford, su idea de percatarse de las cosas, como dice en el epílogo, de
observar a su alrededor y registrar el mundo.
El texto dedicado al padre, inédito hasta ahora, me parece
igual de agridulce que el que trata sobre la madre. Hay una pérdida y una
asunción de una verdad incompleta que parecen sacadas de sus relatos cortos o
de novelas como Incendios o la
trilogía dedicada a Frank Bascombe. Es lo mejor de Ford, su capacidad de
análisis y descripción de unas vidas corrientes ―no dejarlas caer en el olvido―, y cómo éstas llegan a una revelación no siempre
satisfactoria pero de la que se puede sacar una enseñanza. Indagar en el
pasado del padre es darse cuenta de aquello que falta, de lo desconocido, y
escribir sobre nuestros primeros años de vida es tomar distancia y ajustar cuentas
con el pasado; encontrar, a veces, explicaciones a antiguos misterios, a
quiénes somos, a cómo afrontamos la vida. Ford no detalla en profundidad la
vida del padre ni su propia vida, su evocación del pasado es sencilla, pausada
y breve, y tiene una parte de confesión, de mostrar lo aprendido. Como escribe
en una parte de Entre ellos: (…) gracias al hecho de ser su hijo hoy soy
capaz de reconocer que la vida es corta y tiene imperfecciones, que para ser
aceptable, además, requiere tanto evitaciones cruciales como provisión de
contenidos. Casi todo desaparece, salvo el amor. Una enseñanza breve y
concisa.
Si Ford escribió el texto del padre cincuenta años después
de su muerte, el de la madre está escrito al poco de morir ella. Ford habla de
la muchacha que fue, de las difíciles infancia y adolescencia que tuvo, donde
la madre está ausente o pretende pasar por hermana a su hija, de su matrimonio
y los viajes con su marido viajante. Hay una mayor cercanía en esta memoria, no
sólo es el pasado de una madre, también los años de convivencia, la muerte del
marido y padre, cómo encajar su ausencia, cómo siguen viviendo madre e hijo y qué
sacó Ford de esa época, la separación de ambos, los trabajos que enlaza la
madre y cómo se convierte en una superviviente. Es en este texto donde vuelven a estar las claves de Ford,
la observación de la vida y cómo la percibimos, y las enseñanzas que extraemos
de ella.
Richard
Ford tiene un puñado de libros que estimo (los dedicados a Bascombe, los
relatos de Rock Springs, Incendios), y me gusta esta faceta de
memorialista por su forma pausada y breve, sin ahondar en datos biográficos sino
en percepciones y emociones. Ford busca la palabra precisa en vez de la
preciosa y siento que me acerco a la verdad de dos vidas desconocidas.
Una vez que hube llegado a este mundo, mi madre se quedaba
sola en casa conmigo mientras mi padre salía a trabajar los lunes por la mañana
y volvía los viernes por la noche. Era nuestro visitante de los fines de
semana. La vida, para mi madre, se convirtió en una rutina de días, tardes,
noches, aceras, vestirme, darme de mamar, escuchar la radio y mirar por la
ventana… Mi madre, una sombra precisa en una fotografía mía.
Nunca habían hecho nada semejante: estar separados, criar a
un hijo. E ignoro lo que sucedía entre ellos. Pero, dados sus respectivos
caracteres, mi barrunto más digno de crédito es que nada que entrañara
dramatismo. Que su vida cambió radicalmente, que yo estaba allí ahora, que el
futuro tenía un significado diferente del que había tenido antes, que al
parecer no se hablaba de otros hijos, que se veían mucho menos… Todo ello
ofrecía pocas claves de cómo se sentían el uno con el otro, o de cómo
registraban esa forma de sentirse. La psicología no era una disciplina que
practicaran más que la historia. No eran de natural indagador; no se
preguntaban a menudo cómo se sentían respecto de las cosas. Simplemente caían
en la cuenta –si es que no
lo sabían de antemano– de que habían firmado un pack todo incluido. No creo que mi padre tuviera otras mujeres en
sus viajes de trabajo. No creo que mi intrusión en sus vidas la consideraran
algo fuera de lo normal, sino algo, como mínimo, bueno. La vida, en ese momento, había tomado esa dirección y había
dejado la anterior. Se amaban. Me amaban. Poco importaba lo demás. Se adaptaron.
Richard Ford. Entre ellos. Jesús Zulaika.
Anagrama.
***
notas
(1)
It is a good lesson to learn. And we
risk never knowing our parents if we ignore it. Cute, black-headed, five-five.
Some part of her was that, and it didn't harm me to know it. It may have
helped, since one of the premier challenges for us all is to know our parents,
assuming they survive long enough, are worth knowing, and it is physically
possible. This is a part of normal life. And the more we see them fully, as the
world sees them, the better all our chances are.
(2)
It is, of course, a good lesson to
learn early—cute, little, black-haired, five-five—since one of the premier
challenges for us all is to know our parents fully—assuming they survive long
enough, are worth knowing, and it is physically possible. The more we see our
parents fully, after all, see them as the world does, the better our chances to
see the world as it is.
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