Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

sábado, 27 de enero de 2018

Entre ellos. Richard Ford

Una primera consideración. Hace unos años leí Mi madre, un texto que escribió Richard Ford poco después de la muerte de su madre y que recupera para Entre ellos. De aquel libro breve, sutil y preciso, guardaba una sensación agridulce, el intento de Ford por acercarse a la vida de su madre y mostrar cómo se moldeaba su forma de entender la vida a través de una relación con numerosos espacios en blanco. Marqué un largo fragmento donde Ford recordaba el encuentro con una vecina como la primera vez que veía a su madre no sólo como su madre sino como alguien a quien los demás veían (guapa, morena, menuda). En esta segunda lectura del texto volví a marcar el mismo fragmento, sin saberlo. Pero el texto había cambiado, y el final de dicho fragmento, creo, significaba algo diferente.
En Mi madre, Marco Aurelio Galmarini tradujo: Es una lección que vale la pena aprender. Y corremos el riesgo de no conocer nunca a nuestros padres si la ignoramos. Una guapa morena de metro sesenta y dos. Parte de ella era eso, y no me hacía ningún daño saberlo. Puede incluso que me ayudara, pues uno de los primeros retos que se nos presentan es saber que a nuestros padres, suponiendo que vivan el tiempo suficiente, merece la pena conocerlos, y eso es físicamente posible. Es parte de la vida normal. Y cuanto más se acerque nuestra visión de ellos a la que tiene el resto del mundo, más posibilidades tenemos de conocerlos. (1)
Y Jesús Zulaika tradujo: Se trata, cómo no, de una lección que conviene  aprender pronto (guapa, menuda, de pelo negro, de uno sesenta y cinco…), ya que uno de los retos primeros y más importantes que enfrentamos todos es el de conocer a nuestros padres cabalmente, siempre que vivan lo bastante, merezca la pena conocerlos y sea materialmente posible. Cuanto más veamos a nuestros padres enteramente, cuanto más los veamos como el mundo los ve, más posibilidades tendremos de ver el mundo tal cual es. (2)
Busqué la fuente original y comprobé que Ford había revisado y cambiado partes de Mi madre para su nuevo libro. Es el final en el texto lo que me sorprende y me hace vagar por ideas inconexas. En el primero, Ford habla de acercarse a la visión que se tiene de los padres por parte de otras personas para conocerlos bien, mientras que en el segundo dice que veremos el mundo tal como es si conseguimos ver a nuestros padres enteramente. Y es ese cambio ―el paso de llegar a los padres a través del mundo a llegar al mundo a través de los padres―, el que me hace pensar, tras la lectura de Entre ellos, en los padres y el mundo como una percepción, algo que se conecta entre sí pero que acaba siendo incompleto, cómo llenamos de códigos y señales a los padres y al mundo que habitamos ―tan diferentes a los distintos padres y mundos de los otros― y les damos significado ―un significado que se aleja de la cosa en sí misma. Decimos padres, decimos mundo, y dibujamos una realidad donde alejamos otros mundos posibles. Nuestros padres inician nuestra mirada al mundo, y es en ellos, en su figura mítica en nuestra infancia, donde empezamos a andar. En el caso de Ford, para volver a su libro Entre ellos, sus padres lo llevaron a ser testigo de aquello que sucedía delante de él, a observar y dejar constancia de la vida.

Recuerdo que una vez una vecina de edad avanzada me paró en la acera y, con toda naturalidad, me preguntó quién era. Puede que yo tuviera nueve años, o siete, o cinco. Era algo que podía pasarte en Jackson. Pero cuando le dije mi nombre ―Richard Ford―, ella dijo: «Oh, sí. Tu madre es esa mujer menuda y guapa, de pelo negro, que vive un poco más arriba.» Aquellas palabras me impresionaron profundamente de inmediato, pues encarnaban la primera noción que tenía de mi madre como alguien más que mi madre, como alguien a quien los demás veían, y consideraban, no solo como mi madre. Una mujer guapa, cosa que no era; de pelo negro, cosa que sí era. Medía un metro y sesenta y cinco, pero nunca he sabido si eso es ser alta o baja. Creo que siempre he creído, y sigo creyendo, que era de estatura normal. Recuerdo esto, sin embargo, como una especie de hito en mi vida. Un momento no transcendental pero importante. Me hizo tomar conciencia de, ¿cómo decirlo…?, ¿del lado público de mi madre? de la dimensión de su persona que la gente veía y con la cual se relacionaba, y que estaba siempre ahí, coexistiendo con mi percepción de ella. No creo que volviera a pensar en ella sin pensar en eso, o que volviera a dirigirme a ella sin ese conocimiento. El saber que era Edna Ford, una persona que era mi madre pero que también era alguien más.
Se trata, cómo no, de una lección que conviene  aprender pronto (guapa, menuda, de pelo negro, de uno sesenta y cinco…), ya que uno de los retos primeros y más importantes que enfrentamos todos es el de conocer a nuestros padres cabalmente, siempre que vivan lo bastante, merezca la pena conocerlos y sea materialmente posible. Cuanto más veamos a nuestros padres enteramente, cuanto más los veamos como el mundo los ve, más posibilidades tendremos de ver el mundo tal cual es.

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Una segunda consideración. Uno puede leer Entre ellos como un homenaje de Ford a sus padres, como un intento de asumir cierto desconocimiento con respecto a la vida de sus padres, quiénes fueron, qué sueños les definían y qué pensaban con respecto a su vida, cómo afrontaron el paso de la infancia al mundo adulto, y, también, como una forma de definirse en el mundo, de aquello que hemos perdido cuando echamos la vista atrás. Hay momentos donde Ford conjetura sobre las ideas y los sueños de sus padres. Y tal vez ahí está el poder de estas memorias, la falta de una verdad inquebrantable. Entre ellos no es una biografía completa y caudalosa donde conocer cada detalle de la infancia y la madurez de los padres sino un acercamiento a las orilla de otras vidas. Ford escribe sobre dos personas normales, relata sus primeros años juntos, él viajante y ella su compañera en aquellos viajes, los años de carretera y moteles, la llegada, a una edad tardía, de un hijo y el cambio que ello supuso: buscar un hogar fijo, las ausencias del padre entre semana, la vida cotidiana de madre e hijo, la muerte temprana del padre y la nueva realidad junto a la madre. Y en esas vidas, la mirada que se forma en el joven Ford, su idea de percatarse de las cosas, como dice en el epílogo, de observar a su alrededor y registrar el mundo.
El texto dedicado al padre, inédito hasta ahora, me parece igual de agridulce que el que trata sobre la madre. Hay una pérdida y una asunción de una verdad incompleta que parecen sacadas de sus relatos cortos o de novelas como Incendios o la trilogía dedicada a Frank Bascombe. Es lo mejor de Ford, su capacidad de análisis y descripción de unas vidas corrientes ―no dejarlas caer en el olvido―, y cómo éstas llegan a una revelación no siempre satisfactoria pero de la que se puede sacar una enseñanza. Indagar en el pasado del padre es darse cuenta de aquello que falta, de lo desconocido, y escribir sobre nuestros primeros años de vida es tomar distancia y ajustar cuentas con el pasado; encontrar, a veces, explicaciones a antiguos misterios, a quiénes somos, a cómo afrontamos la vida. Ford no detalla en profundidad la vida del padre ni su propia vida, su evocación del pasado es sencilla, pausada y breve, y tiene una parte de confesión, de mostrar lo aprendido. Como escribe en una parte de Entre ellos: (…) gracias al hecho de ser su hijo hoy soy capaz de reconocer que la vida es corta y tiene imperfecciones, que para ser aceptable, además, requiere tanto evitaciones cruciales como provisión de contenidos. Casi todo desaparece, salvo el amor. Una enseñanza breve y concisa.
Si Ford escribió el texto del padre cincuenta años después de su muerte, el de la madre está escrito al poco de morir ella. Ford habla de la muchacha que fue, de las difíciles infancia y adolescencia que tuvo, donde la madre está ausente o pretende pasar por hermana a su hija, de su matrimonio y los viajes con su marido viajante. Hay una mayor cercanía en esta memoria, no sólo es el pasado de una madre, también los años de convivencia, la muerte del marido y padre, cómo encajar su ausencia, cómo siguen viviendo madre e hijo y qué sacó Ford de esa época, la separación de ambos, los trabajos que enlaza la madre y cómo se convierte en una superviviente. Es en este texto donde vuelven a estar las claves de Ford, la observación de la vida y cómo la percibimos, y las enseñanzas que extraemos de ella.  
Richard Ford tiene un puñado de libros que estimo (los dedicados a Bascombe, los relatos de Rock Springs, Incendios), y me gusta esta faceta de memorialista por su forma pausada y breve, sin ahondar en datos biográficos sino en percepciones y emociones. Ford busca la palabra precisa en vez de la preciosa y siento que me acerco a la verdad de dos vidas desconocidas.


Una vez que hube llegado a este mundo, mi madre se quedaba sola en casa conmigo mientras mi padre salía a trabajar los lunes por la mañana y volvía los viernes por la noche. Era nuestro visitante de los fines de semana. La vida, para mi madre, se convirtió en una rutina de días, tardes, noches, aceras, vestirme, darme de mamar, escuchar la radio y mirar por la ventana… Mi madre, una sombra precisa en una fotografía mía.
Nunca habían hecho nada semejante: estar separados, criar a un hijo. E ignoro lo que sucedía entre ellos. Pero, dados sus respectivos caracteres, mi barrunto más digno de crédito es que nada que entrañara dramatismo. Que su vida cambió radicalmente, que yo estaba allí ahora, que el futuro tenía un significado diferente del que había tenido antes, que al parecer no se hablaba de otros hijos, que se veían mucho menos… Todo ello ofrecía pocas claves de cómo se sentían el uno con el otro, o de cómo registraban esa forma de sentirse. La psicología no era una disciplina que practicaran más que la historia. No eran de natural indagador; no se preguntaban a menudo cómo se sentían respecto de las cosas. Simplemente caían en la cuenta –si es que no lo sabían de antemano– de que habían firmado un pack todo incluido. No creo que mi padre tuviera otras mujeres en sus viajes de trabajo. No creo que mi intrusión en sus vidas la consideraran algo fuera de lo normal, sino algo, como mínimo, bueno. La vida, en ese momento, había tomado esa dirección y había dejado la anterior. Se amaban. Me amaban. Poco importaba lo demás. Se adaptaron.
Richard Ford. Entre ellos. Jesús Zulaika. Anagrama.

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notas

(1)               It is a good lesson to learn. And we risk never knowing our parents if we ignore it. Cute, black-headed, five-five. Some part of her was that, and it didn't harm me to know it. It may have helped, since one of the premier challenges for us all is to know our parents, assuming they survive long enough, are worth knowing, and it is physically possible. This is a part of normal life. And the more we see them fully, as the world sees them, the better all our chances are.

(2)               It is, of course, a good lesson to learn early—cute, little, black-haired, five-five—since one of the premier challenges for us all is to know our parents fully—assuming they survive long enough, are worth knowing, and it is physically possible. The more we see our parents fully, after all, see them as the world does, the better our chances to see the world as it is.

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