Zuckerman se volvió hacia su padre: no estaba más cerca que
antes de la muerte, pero sí igual de lejos de la vida.
—Papá, escúchame si puedes.
Por si acaso valía de algo, también le sonrió. La última
sonrisa.
—Papá, hay ahora una teoría… No sé si me sigues.
Essie:
—Te sigue, te sigue.
—Hay ahora la teoría de que al concluir los cincuenta mil
millones de años, en lugar de llegar todo a su fin, en lugar de que la luz se
apague al esfumarse toda la energía, todo pasará a manos de la gravedad. La
fuerza de la gravedad —repitió, como si hubiera sido el nombre de alguno de
aquellos amados nietos de South Orange. Al filo del final, todo empezará a
contraerse, a precipitarse en un retorno al centro. ¿Me sigues? Este proceso
también tomará cincuenta mil millones de años, hasta que todo se halle otra vez
en el interior del huevo original, en esa gota comprimida donde todo empezó. Y
allí, comprendes, vuelven a acumularse el calor y la energía, y, bang, otra fantástica explosión, y todo
sale volando, y se produce una nueva tirada de dados, una nueva creación,
distinta de todas las habidas hasta entonces. Si la teoría es correcta el
universo seguirá así para siempre. Si es correcta, y quiero que oigas bien
esto, esto es lo que quiero que escuches con mucha atención, esto es lo que
todos queremos decirte…
—Ahí está la cosa —dijo el señor Metz.
—Si la teoría es correcta, el universo está así desde
siempre: cincuenta mil millones de años hacia fuera, cincuenta mil millones de
años hacia dentro. Imagínate. Un universo que nace una y otra y otra vez, sin
final.
En aquel momento no puso al corriente a su padre de la
principal objeción a aquella teoría, tal como él la había entendido durante el
vuelo de venida; una objeción en verdad demoledora, porque tenía que ver con el
hecho de que la densidad de la materia existente en el universo era
marginalmente insuficiente para que la cariñosa y fiable fuerza de la gravedad
se hiciera cargo de la situación y detuviera la expansión antes de que se
agotaran los últimos fuegos. De no ser por tamaña insuficiencia, todo aquello,
en efecto, bien podría estar inflándose y desinflándose para siempre. Pero,
según el libro que aún seguía en su bolsillo, ahora no había de dónde sacar lo
necesario para que tal cosa se cumpliese, y el sinfín tenía escasas
posibilidades de éxito.
Pero su padre podía vivir perfectamente sin esa información.
De todas las cosas sin las cuales había vivido el doctor Zuckerman hasta ahora,
y con las cuales a Nathan le habría
encantado que viviera, el conocimiento del factor de carencia de densidad era
precisamente la menos importante. Ya basta, por ahora, de qué es y qué no es.
Basta de ciencia, basta de arte, basta de padres e hijos.
Un importantísimo adelanto en la vida de Nathan y Víctor
Zuckerman, pero la unidad de vigilancia coronaria del Hospital Biscayne de
Miami no es el Instituto Goddard de Estudios Espaciales, algo que no hace falta
explicar a nadie que haya estado allí.
El fallecimiento oficial del doctor Zuckerman no se produjo
hasta la mañana siguiente, pero fue en este momento cuando pronunció sus
últimas palabras. Palabra. Apenas audible, pero penosamente articulada.
—Bastardo —dijo.
Philip Roth.
Zuckerman desencadenado. Traducción de Ramón Buenaventura. Galaxia Gutenberg.
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