Escucha. Se trata solamente de una pequeñez que iba a
mencionar. Recordarás que dije que nos encontramos a alguien en el camino. No,
no… No es nada traumático ni nada por el estilo. Sólo algo en lo que pensé
entonces o poco después. Venían esos jóvenes sindicalistas de Gruben, cantando.
Él dijo: «Vaya unos
cabrones». Al pasar a su lado, no les miramos. No, en realidad nunca les hemos
mirado. Pero yo pensé en ellos, en que estaba cantando. ¡Porque aquello sí que
era cantar! Y me percaté de que los envidiaba. Pensé que ninguno de ellos podía
estar pasándolo mal. Hay distintas maneras de cantar, ¿no?
Era la
canción de los invulnerables. ¡Oh! ¿Qué había en el fondo de su canción? ¿Puede
una política seca e inhumana ―sí,
escucha esa palabra tan rimbombante―, puede proporcionar calor a los jóvenes
corazones y brillo a los jóvenes ojos y darle la letra que hay en su canción si no hubiera nada más… si su lucha
no fuera una lucha por la humanidad? ¡Oh! ¡Ojalá alguien me hubiera respondido
antes a eso!
Porque
ya es demasiado tarde. ¿No es extraño que la mayoría de la gente esté de
acuerdo en que hay algo que va tremendamente mal pero, a la hora de la verdad,
no quieren que se produzca cambio alguno? Sí, había socialistas en Gruben y
querían cambios para que las cosas mejoraran y fueran más justas… Pero quienes
querían realizar cambios y hacer realmente algo para arrancar el mal desde la
raíz eran odiados como la peste. A aquellos jóvenes que representaban a la
única juventud que trabajaba para dar cumplimiento a nuestros deseos y anhelos
ni los mirábamos.
Pero
ellos cantaban. Sí, cantaban, y su canción me marcó y se ocultó en algún lugar
de mí, resonando desde entonces en mi interior. Pero ya es demasiado tarde…
para mí.
¿Sabes
lo que me dijo un hombre una vez?... No, ya se desbocan mis pensamientos, pero
quiero contarte lo que un hombre me dijo una vez. Me dijo: «Nada crece a la luz
de la luna». Bueno, me desespero terriblemente porque no consigo expresar lo
que quiero que entiendas ahora… Tenemos demasiado miedo a que nos dé
directamente la ardiente luz del sol. Anhelamos el sol, pero nos sentimos más
seguros bajo la luz de la luna. Lo entiendes, ¿verdad? En fin, tal vez lo
entiendas cuando esta noche haya acabado.
Una vez
vi a una chica ―una puta― agachándose para recoger unos billetes. No quería ese
dinero. Decía que quería tirárselo a la cara del que se lo había arrojado a
ella. Pero los metió en su bolso a gran velocidad. Sí, vi sus manos. Y también
vi sus ojos, sus airados ojos de puta. Dijo lo peor que podía decir, que era
una zorra. Pero vi sus manos. Eran muy veloces, y muy pobres, y con ellas metía
un dinero sucio en su bolso porque no podía permitirse arrojarlo a la cara de
nadie, ni podía permitirse un poco de orgullo.
Torborg Nedreaas. Nada crece a
la luz de la luna. Traducción de Mariano González Campo. Editorial Errata
naturae.
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