Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

martes, 19 de agosto de 2025

un muro de libros

Hace un par de meses, sin un motivo claro, formé un muro de libros en la mesa de la cocina. Eran las lecturas del año pasado. Como en mi niñez, cuando construía torres simétricas con las piezas de un tente, apilé los libros por tamaño y editoriales, una manera de buscar cierto orden y armonía. En estos dos meses han estado a nuestro lado, fuera de las estanterías, mientras comíamos, cocinábamos o nos sentábamos a escribir (yo) o dibujar en piedras (e.). A veces miraba la portada de los libros superiores, y recordaba la emoción de alguno de ellos —del asombro al hastío—, dónde la leí, en qué librería lo compré, si ocurrió algo inusual en los días de su lectura. Terminé Otras crónicas marcianas, por ejemplo, en el porche de un camping en Oyambre, una mañana de lluvia y niebla —la blancura de la lluvia, de la niebla, como parte del paisaje de un Marte ancestral—. Compré Sagapó y El salario del miedo en un par de librerías gijonesas. Recuerdo la fascinación por la escritura seca de Graciliano Ramos en Vidas secas, sus personajes más sombras que presencias, el aburrimiento inesperado de Baumgartner y Tierra salvaje, la nostalgia con la que salí de El cómputo de los días, Sé mía o Fuente amarga, el salvajismo de los relatos de En el sur de Indiana, la admiración por los libros de Labatut donde ensayo científico y ficción. Y si hay un libro que quedará cosido a mi propia vida será A lo lejos, de Hernán Díaz, empezado una mañana de diciembre antes del amanecer, antes de saber el ingreso de mi madre, un libro al que me uní en aquellos nueve días donde mi madre estuvo ingresada en la unidad de reanimación y leía de a poco en la sala de espera, alargando su lectura porque mientras leía mi madre seguía viva, un libro que terminé días después de su muerte, agotado, frágil y desamparado y del que recuerdo la soledad de un hombre sin lenguaje en los paisajes cambiantes de Norteamérica. De mi última lectura del pasado año, Abel, no retuve nada, pasé por sus páginas como quien se pierde en un desierto. La ausencia repentina de mi madre transformó los días invernales. 

Hoy he abierto el muro y desplegado las diferentes columnas ante mí. Podría escribir sobre el número de lecturas del año pasado pero, ahora, me pregunto por el tiempo dedicado a este muro de libros,
cuántos días de dos mil veinticuatro habré completado con todos ellos. Y no sólo mi tiempo. Me pregunto cuánto tiempo total hay en esos libros, el de los autores desde la primera idea hasta la última corrección o el del trabajo de edición. O por todas las páginas que no acabaron en esas novelas, ensayos, crónicas periodísticas, cartas o poemas, toda esa poda que terminó en la basura, real o virtual. O cuantos personajes y paisajes, con nombre o sin él, aparecen en esos libros y fueron inventados o sacados de la realidad circundante. O la suma total de las palabras usadas, de las palabras únicas, sin repetir. O cuántas veces se dicen las palabras arroyo olvido locura en ellas y escribir un largo poema combinando esas palabras con aquellas no escritas. 

Hay media docena de libros en este muro de los que no he recuerdo apenas nada. Otros, en cambio, todavía retumban en este nuevo año lector. Cristo se detuvo en Éboli, El general del ejército muerto, Trabajo sucio, El fin del “Homo sovieticus”, Los suicidas del fin del mundo, Los años de bronce, los cuentos de Pavese, los poemas de Frío polar, por poner algún ejemplo. Hace años tenía miedo de olvidar mis lecturas. Entonces, intenté crear un diario. Durante meses escribí en varios cuadernos las impresiones de las páginas leídas y cualquier cosa que me llamase la atención en ese día, una frase sorprendente de mi padre, una lluvia inesperada, la soledad en un vagón de tren. Escribía a lápiz en una letra que pasó de grande y espaciosa a apretada y estrecha. Fueron tres cuadernos en el segundo año de pandemia, el año donde mi padre murió. Si no escribía, olvidaba. Si olvidaba era como no haber leído. Ahora ese diario es un acto interno que desarrollo a la par que la lectura. Subrayo frases, pienso en la voracidad o el laconismo de una escritura, armo reseñas mentales que no escribo al llegar a casa —las guardo dentro, como los hombres-libro de Bradbury—, marco páginas y dejo hojas secas en aquellas que quiero reabrir primero, cuando esté entre el olvido y la espera. 

Aún guardo anidado ese miedo a olvidar, no ser Funés el memorioso, pasar por una lectura como por un espacio en blanco. Que no quede nada. Como si cada gesto tuviese que ser significativo, un hito en el camino. Un miedo que esconde un pánico mayor.

(2025.06.01)


El muro de libros

    • Compadezcan al lector - Kurt Vonnegut y Suzanne McConnell. Trad. Francisco Díaz Klassen. Catedral 
    • Tiempo de matar - Ennio Flaiano.Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea 
    • En el sur de Indiana - Frank Bill. Trad. Ce Santiago. Malas tierras
    • Samarcanda - Amin Maalouf. Trad. María Concepción García-Lomas. Alianza editorial
    • Espía de la primera persona - Sam Shepard. Trad. Mauricio Bach. Anagrama 
    • Luna de miel - Chuck Kinder. Trad. Aurora Echevarría. Circe 
    • Fuente amarga - Ignazio Silone. Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea 
    • Oriente Medio, Oriente roto - Milkel Ayestaran. Ediciones Península 
    • Cuando las mujeres fueron pájaros. Cincuenta y cuatro variaciones sobre la voz - Terry Tempest Williams. Trad. Isabel Zapata. Ediciones Antílope
    • Escribir para salvar una vida - John Edgar Wideman. Trad. Alberto Moyano Muñoz. Piel de Zapa 
    • Trabajo sucio - Larry Brown. Trad. Javier Lucini. Dirty Works
    • El martirio de la joven/La sonrisa de las piedras - Akira Yoshimura. Trad. Sandra Ruiz. Marbot ediciones
    • Rombo - Esther Kinsky. Trad. Richard Gross. Editorial Periférica 
    • Cartas desde el manicomio - Dario Džamonja. Trad. Marc Casals. Sajalín 
    • Acerca del robo de historias y otros relatos - Gueorgui Gospodínov. Trad. María Vútova. Impedimenta
    • Un mundo aparte - Gustaw Herling-Grudzinski. Trad. Agata Orzeszek y Francisco Javier Villaverde. Libros del Asteroide 
    • La casa del recuerdo y del olvido - Filip David. Trad. Patricia Pizarroso. Automática editorial 
    • El general del ejército muerto - Ismaíl Kadaré. Trad. Ramón Sánchez Lizarralde. Alianza editorial 
    • La subversión de Beti García - José Avello. Alianza editorial 
    • Cristo se detuvo en Éboli - Carlo Levi. Trad. Carlos Manzano. Pepitas de calabaza 
    • Los suicidas del fin del mundo - Leila Guerriero. Tusquets editores 
    • Cuentos de soldados y civiles - Ambrose Bierce. Trad. Jorge Ruffinelli. Edhasa 
    • Isolina. La mujer descuartizada - Dacia Maraini. Trad. Raquel Olcoz. Altamarea 
    • La última del domingo - Karmelo C. Iribarren. Visor 
    • Cuarteles de invierno - Osvaldo Soriano. Altamarea 
    • Sé mía - Richard Ford. Trad. Damià Alou. Anagrama
    • Otras crónicas marcianas - Ray Bradbury. Trad. Marcial Souto. Libros del zorro rojo
    • Sobre el fuego - Larry Brown. Trad. Javier Lucini. Dirty Works 
    • Un verdor terrible - Benjamín Labatut. Anagrama 
    • La luna en el arroyo - David Goodis. Trad. Diego de los Santos. Sajalín editores 
    • El camino a casa - Henriette Roosenburg. Trad. Alfonso Zuriaga. Altamarea 
    • El cómputo de los días - Sam Shepard. Trad. Javier Calvo. Editorial Hojas de Hierba 
    • Tarántula - Eduardo Halfon. Libros del Asteroide 
    • Tierra salvaje - Robert Olmstead. Trad. José Luis Piquero. Hermida editores 
    • Baumgartner - Paul Auster. Trad. Benito Gómez Ibáñez. Seix Barral 
    • El sueño de la aldea Ding - Yan Lianke. Trad. Belén Cuadra Mora. Automática 
    • La acusación. Cuentos prohibidos de Corea del Norte - Bandi. Trad. Héctor Bofill y Hye Young Yu. Libros del Asteroide 
    • El amigo - Sigrid Nunez. Trad. Mercedes Cebrián. Anagrama 
    • Los cuentos - Cesare Pavese. Trad. Esther Benítez. Debolsillo 
    • Una muerte roja - Walter Mosley. Trad. Susana Lijtmaer. Anagrama
    • El atado - Ilse Aichinger. Trad. Adan Kovacsics. ediciones del subsuelo 
    • Los años de bronce - Slobodan Snajder. Trad. Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek. Armaenia editorial 
    • MANIAC - Benjamín Labatut. Anagrama 
    • De repente llaman a la puerta - Etgar Keret. Trad. Ana María Bejarano. Siruela
    • El fin del "Homo sovieticus" - Svetlana Alexiévich. Trad. Jorge Ferrer. Acantilado 
    • Sagapò (Te quiero) - Renzo Biasion. Trad. Juan Díaz de Atauri. Acantilado 
    • Abecedario de pólvora - Yordán Radíchkov. Trad. Viktoria Leftérova y Enrique Gil Delgado. Automática 
    • Cuál es tu tormento - Sigrid Nunez. Trad. Mercedes Cebrián. Anagrama 
    • La piedra de la locura - Benjamín Labatut. Anagrama 
    • Los vulnerables - Sigrid Nunez. Trad. Mercedes Cebrián. Anagrama
    • El salario del miedo - Georges Arnaud. Trad. Encarna Castejón. Contraseña editorial
    • Vidas secas - Graciliano Morales. Trad. Antonio Jiménez Morato. las afueras 
    • Lamento lo ocurrido - Richard Ford. Trad. Damià Alou. Anagrama 
    • Una vida de tres perros - Abigail Thomas. Trad. Regina López Muñoz. Errata naturae 
    • Más de un siglo se alarga el día - Chinguiz Aitmátov. Trad. Marta Sánchez-Nieves Fernández. Automática 
    • Mi planta de naranja lima - José Mauro de Vasconcelos. Trad. Carlos Manzano 
    • Frío polar - Isabel Bono. Tusquets 
    • Via Gemito - Domenico Starnone. Trad. Salvador Expósito. Altamarea 
    • Los alegres funerales de Alik - Liudmila Ulítskaya. Trad. Víctor Gallego Ballesteros 
    • Expreso al paraíso (Memoria de una locura) – Mark Vonnegut. Trad. José C. Vales. Libros del Kultrum 
    • Plan de evasión - Adolfo Bioy Casares. Austral 
    • Pan - Knut Hamsun. Trad. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Nórdica 
    • Soberanía del vacío - Christian Bobin. Trad. Alicia Martínez. Ediciones El Gallo de Oro
    • Cartas de oro - Christian Bobin. Trad. Alicia Martínez. Ediciones El Gallo de Oro 
    • La vida pasajera - Christian Bobin. Trad. Alicia Martínez. Ediciones El Gallo de Oro 
    • A lo lejos - Hernán Díaz. Trad. Jon Bilbao. Impedimenta
    • Abel - Alessandro Baricco. Trad. Xavier González Rovira. Anagrama 


miércoles, 6 de agosto de 2025

luz


Se acerca con timidez. Es una mujer mayor, con un carro de la compra, camino del supermercado. Te vi ayer y no me atreví a preguntarte, dice. Imagino que me preguntará por alguna carta o certificado que espera en estos días, algo que le urge, pero me dice, a media voz, ¿está tu madre viva? La miro por un instante, desarmado, mudo. Murió el diciembre pasado, respondo, ¿Y tu padre? Entrecierro los ojos. En septiembre de dos mil veintiuno, digo sin saber sin saber quién es y por qué estas preguntas, dos preguntas que me colocan, de nuevo, ante las muertes de mis padres, en las tardes de septiembre y diciembre de pie delante de una cama de hospital, la respiración sedada, el silencio denso y último y abarcador, el inicio de otro mundo sin la vida de mi padre, sin la vida de mi madre —y no hay belleza ni arte ni heroísmo en el acto de morir—. Hace mucho que no voy por el barrio, dice la mujer. Entonces, en su cara envejecida, atisbo la juventud de una vecina del barrio de mi infancia, cuando barro en vez de aceras, huertas donde hoy pisos, y en el horizonte fábricas negras y minas. Recordamos a quienes aún viven, los pocos que aún viven en el barrio, antes de despedirnos.
*
Hoy mi madre habría cumplido ochenta y tres años. Su ausencia se agranda en días así, sobre todo en este año de primeras veces donde ella no está —año nuevo, nuestros cumpleaños, el suyo, el día de la madre—. Cada día es un paso en esa ausencia de mi madre, en esa ausencia de mi padre —y ambas me llenan de una tristeza y una vulnerabilidad perennes, un sentirse desplazado, fuera de un lugar seguro—. Cada día es recordar su voz, su risa infantil, los fragmentos de recuerdos de una vida entera, cómo verla sentada en el sofá, con sus rompecabezas de unir los puntos, en silencio, mientras su concurso favorito de fondo, podía llenar una habitación, podía hacerme sentir seguro, como de niño. Intento conservar su ternura, la luz de su nombre, retener algún gesto suyo. 
*
Vi la ventana encendida del salón de mi madre desde el cercanías, camino del trabajo, antes del amanecer, durante los últimos años. Imaginaba su andar lento por la cocina, con la radio en el bolsillo. Empezaría a cocinar pronto, a la espera de mis hermanas y de mí. Ahora el tren pasa frente a esa ventana oscura. 
*
Enciendo una vela por mis padres al atardecer en un pequeño altar donde sus fotos, una vela sobre una piedra grande y redondeada con mandalas dibujados por e., flores de lavanda. Hablo con mi madre, le digo que la quiero y echo de menos. Hablo con mi padre, le digo que lo quiero y echo de menos. Ahora, en agosto, la luz de la vela se empequeñece con la claridad exterior. En el pasado invierno el tenue resplandor producía sombras en sus caras, avivándolas. En un cuento de Bradbury, creo, las almas de los escritores moraban en la Luna y se iluminaban mientras aún leyesen sus libros en la Tierra. Nosotros conservamos ese resplandor.

lunes, 30 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Inter pares...

El calor está metido en casa, una frase de mi madre en los días locos donde viento sur y la arena del desierto. Hay más de treinta grados, nada de brisa, todo luz. Este día, hace treinta y cinco años, era la víspera de nuestro viaje a las aldeas gallegas de mis padres. Allí, el canto de las cigarras y las campanadas entre los campos de centeno y una senda hasta el río —el vuelo de las libélulas sobre la sombra de las truchas—. Hace poco talaron el “carballón” junto al camino blanco. Grande, con bultos de ramas podadas en el tronco, de corteza dura, era una de las marcas del camino —como la ermita octogonal, la casa-molino abandonada, un puente de maderos para salvar el río—. En la aldea de mi padre plantaban árboles para celebrar un nacimiento y ahora, esos árboles, son el recuerdo de una ausencia. Desaparecen las señales y los símbolos, ýb. Y los días lejanos del verano.


Los lunes de Anay. Inter pares…

"Hermano, escucha, escucha..."

                                               CÉSAR VALLEJO


COMUNICACIÓN

Conversamos, trepados a una colina a la entrada del
pueblo, hasta que llegó la noche.
Nosotros hablábamos de "actividades", "resultados" y
"proyectos".
Ellos hablaban del desdén de la lluvia y de la extenuación
de la tierra.

Dimos por terminada la charla (teníamos que seguir conduciendo).

De repente, de entre los campesinos, se desbocó 
un revuelo. El que hacía de traductor me tiró de la manga
y señaló a un hombre bajo un sombrero: "Compañera,
él quiere saber cómo es su país".

Se hizo un enorme silencio.

Yo no sabía muy bien por dónde empezar pero les
dije del mar y de los almendros. También les fui contando
de la palma, de los naranjos, de los pinos,
de los olivos y del romero.
El traductor preguntó: "¿satisfecho, compañero?"
Y el hombre sonrió y asintió,
satisfecho.

                                                                           PATRICIA FERNÁNDEZ-PACHECO




Feliz lunes y feliz verano.

Hasta septiembre, un beso.

Anay

lunes, 23 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Hogueras...

Están construyendo una pira al otro lado del río. Apilaban palés y maderos en un orden perfecto, como un chozo palentino. En el suelo, una bruja sentada en una escoba que coronará la hoguera. De niño, los adolescentes de mi barrio buscaban troncos y ramas en los bosques cercanos. Llevaban hachas en sus manos. Entonces, sus figuras se acrecentaban. También había colchones y viejos muebles y juguetes rotos en unas hogueras que todavía humeaban al día siguiente. Eran construcciones caóticas, con salientes y sin figuras decorativas. A medianoche bebíamos naranjada con bizcochos sentados en la acera mientras nuestras madres hablaban entre ellas sin vigilarnos. No hacíamos rituales como saltar sobre el fuego, danzar a su alrededor, quemar papeles con nuestros miedos —eso llegaría más tarde, con e., en nuestros ritos domésticos para ver arder aquello que queríamos dejar atrás—. Nos acostábamos de madrugada, en una oscuridad resplandeciente de fuegos, y la piel nos olía a hoguera.

(Hoy, como cada atardecer, encenderé una vela por mi madre, por mis padres. hoy hace seis meses que falta y que nos sigue iluminando)


Los lunes de Anay. Hogueras…


Sant Joan 2025
"Hoy sí, Emily,
 hoy sí"

                            ÁNGELA SERNA


CONTIGO MISMA

Reencontrarse acaso
una vez ya perdida
en las sendas del bosque.
No hay lobo cruel,
Caperucita,
ni está mamá
para contarte el cuento
de las migas y los pájaros.
Tampoco el de los niños y las fresas.

Las fresas permanecen a salvo
entre las hojas de su mata,
si las dejas crecer.
Regando el corazón
que se te ofrece
puedes ser más feliz
que si lo arrancas.
Busca dentro de ti
las luces que más arden.

                                    ÁNGELES MORA



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 16 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Credos...

Es ahora cuando asumo que he cumplido cincuenta. En febrero, dos meses después de la muerte de mi madre, mi primer cumpleaños sin ella y sin mis padres, la celebración fue triste y bonita, pero sin rastro del tiempo pasado —sí de espacios vacíos—. 
Hace poco escuché a Berto Romero decir que a sus cincuenta sentía ser la misma persona que era a los veinte. Dick hablaba de todos los yoes, todos los tiempos que tenemos dentro. Vamos sumando capa sobre capa y, a veces, somos capaces de recuperar una de ellas entre la vorágine de la rutina. A mis cincuenta encuentro aún al niño que fui, solitario, alocado, la búsqueda de un orden en los juegos de construcción y las series de números que escribía en cuadernos de papel pautado. También, la soledad cinéfila de mi adolescencia, el gusto por el viento y el cielo brutalmente estrellado de las noches de verano, la escucha atenta de otras historias —recuerdos de guerra, romerías, inviernos alrededor de la cocina, como antaño junto a una pequeña hoguera resplandeciendo—. Y las caras del amor y el miedo, el descubrimiento de la lentitud, la literatura y la muerte, la belleza en un camino blanco y el vuelo de una bandada de golondrinas,  la culpa y el olvido de todos estos años hasta hoy. La constante de la soledad y el silencio. 
Hace pocos días que me pregunto por estos cincuenta y los años futuros. Qué habrá de nuevo y cómo será mirar hacia atrás desde una distancia cada vez más lejana. Imagino, por los últimos años de mis padres, que me volveré nostálgico impetuoso, se acrecentarán los miedos, extrañaré todo aquello que una vez hacíamos sin dolor o temblor y haré listas de momentos vividos como espejismos: gauchos a caballo entre el tráfico, la quema de una página de Jack London como ritual en el fin de la tierra, los caminos blanqueados por la luz de la luna, los agujeros de bala en un puente de Novi Sad, la diminuta mano de mi sobrino, al poco de nacer, abarcando mi dedo índice.



Los lunes de Anay. Credos…

A mis 50.

"La luz del sol no sabe lo que hace
y por eso no se equivoca y es 
comunal y buena"

                                                 FERNANDO PESSOA



Andar, mirar mucho hacia arriba
repetir aquí no basta
con un pie que tiembla
Acaso es que es
mentira
no existe otro
lugar
Algo alguien
¿verdad?
tiene que haber
Si no      dime
cómo es que hay
un niño que va dejando arroz
para que baje un pájaro
hasta su mano

                                              CARLA NYMAN



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 9 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Aftersun...

Desde hace más de tres años, cierro la puerta de casa a las cinco y media de la mañana. En invierno, las heladas y la oscuridad. Hoy, la primera luz en el cielo y Venus sobre los montes —busco su destello mientras me digo buen camino y doy los buenos días a mis padres. Y si estoy triste o nervioso, repito aquel mantra del reiki “sólo por hoy…”— Apenas el ruido de los pabellones del polígono cercano, el retumbo de algún coche, el gorjeo de los mirlos junto a la estación del metro. Poca gente, siempre los mismos en el mismo lugar del andén y los vagones, como una superstición. Leo, de pie en el metro y luego sentado en el tren, los reencuentros de Delbo, años después, con sus compañeras supervivientes de los campos de concentración. Es una lectura bella y dura, porque la escritura de Delbo es bella y dura al escribir sobre la imposibilidad del regreso (volver no significa regresar), sobre la no existencia y ausencia de palabras y la negación del llanto, sobre retomar la vida de a poco, y preguntarse, al ver un rostro, si les hubiera ayudado a caminar. La voz de esas mujeres me acompaña en su intento de volver a la vida mientras, fuera del tren, un amanecer carmesí. 


Los lunes de Anay. Aftersun…

"Tú no tienes la culpa del incendio"

                                                    JESÚS COTTA

PURA VIDA

Con la melena
al viento,
ondeando,
y esa mezcla de recato y brío,
la cajera
del supermercado
cruza el parque
en bicicleta
hacia la playa,
                     y me adelanta
y es...no sé...
cómo decirlo...

todo lo contrario
a que te adelante
una funeraria.

                             KARMELO C. IRIBARREN



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 2 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Sendas...



"tenemos sed
 y paciencias de animal"

                                   JUAN GELMAN


una última cosa

si las preguntas
¿cómo estás?
¿cuántos años tienes?
¿cuáles son tus planes para mañana?
hacen que te sientas suspendido
como el tiempo en la costa
antes de un huracán
déjame advertir
que una caminata
bajo un clima adecuado
pudiera terminar en otro país.

                                            JORGE ORLANDO CORREA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 26 de mayo de 2025

Los lunes de Anay. Ejes...


"Ay el tiempo! Ya todo se comprende"

                                                      JAIME GIL DE BIEDMA


LA ESTANCIA

Cada uno
persigue la estancia
que ajuste los pasos
del día anterior.

Cada uno
resiste un error.
Cada uno, un dolor.

De ahí la conciencia.

                                ANAY SALA



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 19 de mayo de 2025

Los lunes de Anay. Recetas...

"Te perdoné el dolor,
 no lo dejé crecer, no lo quería"

                                              MAITE PÉREZ LARUMBE


DURAZNOS

Mamá prepara tarta de duraznos con crema.
Uno de mis postres preferidos.
Abre la lata y antes de reservar el almíbar
en una taza, toma un sorbito.
Bate la crema
y parte los duraznos por la mitad.
Después deja que yo pase el dedo
por el bowl, para rescatar
las pepitas de azúcar del borde.
En mi recuerdo los duraznos
brillan exageradamente
y yo no los corrijo.

                                              NATALIA ROMERO



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 12 de mayo de 2025

Los lunes de Anay. Rostros...












"Dicen que es ilusión y que es estéril,
 pero ojalá te ocurra alguna vez"

                                                     JAVIER VELAZA

ENCUENTRO

Yo no puedo pensar como Odiseo
en que al volver a casa
encontraré a mi esposa
esperándome anhelante
con besos y sonrisas
pero veo una línea imaginaria
que me lleva a las líneas de su mano
y de estas a cada obra suya...

                                                          FRANCISCO MORALES SANTOS



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 5 de mayo de 2025

dos lunes de Anay

Hace una semana del apagón. Fue un momento extraño. Las puertas abiertas de los portales dejaban ver la oscuridad interior, los vecinos en corros cada vez más amplios intentaban averiguar qué estaba ocurriendo, el silencio de los móviles y las sirenas de los bomberos y la lentitud precavida de los conductores. Todos en la calle, un sentimiento de urgencia de quien se sentía frágil y o de lentitud aquellos que se tomaron el apagón como una oportunidad de estar sentado en un banco al sol. Es sencillo hablar de vulnerabilidad, dependencia y efecto dominó. 
Leo, en las últimas semanas, a Gustavo Faverón Patriau. Vivir abajo y Minimosca. Libros febriles, laberínticos, desmedidos donde cárceles subterráneas, manicomios, cementerios, dictaduras americanas, donde artistas que quieren matar el arte y poetas que andan por encima de un abismo y hombres y mujeres agotados o enfebrecidos. Libros que inventan mundos dentro de éste que subvierten el orden que conocemos, en el que estamos acomodamos.  Como decía aquella canción, todo a punto de alterarse siempre a todo momento. Sólo queda descubrir nuestra máscara en esas situaciones.

Combino los dos últimos lunes de Anay, el del día del apagón que no pude compartir, y este primer lunes de mayo. Hay un hilo que los une. La sangre, las sombras de huellas pretéritas, el dolor, aquello que permanece entre las ruinas, los lenguajes y los tiempos que nos habitan. A veces hay que tirar del hilo, tensarlo, sin romperlo, hacia su inicio.


Los lunes de Anay. Ascendentes…

"Recuerda que detrás de los escombros
 siempre quedan semillas"
                                                           GABRIEL CHÁVEZ CASAZOLA
                                          

EL CANTO VIEJO DE LA SANGRE

Yo no mamé la lengua castellana
cuando llegué al mundo.

Mi lengua nació entre árboles
y tiene sabor de tierra;
la lengua de mis abuelos es mi casa.

Y uso esta lengua que no es mía,
lo hago como quien usa una llave nueva
y abre otra puerta y entra a otro mundo
donde las palabras tienen otra voz
y otro modo de sentir la tierra.

Esta lengua es el recuerdo de un dolor
y la hablo sin temor ni vergüenza
porque fue comprada
con la sangre de mis ancestros.

                                                          HUMBERTO AK’ABAL



Feliz lunes.

Un beso,

Anay















Los lunes de Anay. Ecos…

"Y no se detendrá ni cuando mueras"

                                                        ROBERTO JUARROZ

PRIMER RECUERDO

Hace mucho tiempo, fui herida. Viví
para vengarme
de mi padre, no
por lo que él fue
sino por lo que fue de mí: desde el principio,
desde niña, creí
que el dolor quería decir
que no me amaban.
Que amaba, quería decir.

                                       LOUISE GLÜCK
                                       (versión de Abraham Gragera)



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

domingo, 4 de mayo de 2025

las manos de mi madre

Dice Bobin en El vendedor ambulante, “Lo esencial está en eso en lo que no reparas y que está frente a ti”. También dice “lo esencial es aquello que ningún conocimiento puede alcanzar”. Bobin  es el escritor de la luz, lo imperceptible, la dicha. Me recoge, Bobin, en los momentos de desasosiego y agitación. Creo que lo esencial, para mí, es todo aquello que ha traspasado el cedazo de mis cincuenta años, los rostros, gestos, libros que permanecen y forman parte de mí.
En julio mi madre me enseñó uno de sus dibujos de unir los puntos. Me preguntó si reconocía el retrato. Era parte de mi rutina. Terminaba de trabajar, comía en casa de mi madre, me sentaba luego al sofá mientras veíamos la tele o dibujaba sus rompecabezas. Recuerdo, hoy, la última vez que escuché su voz, un trece de diciembre. La despedida habitual, un adiós, un beso en la mejilla. Pocas veces reconocemos una última vez. 
Durante nueve días, mi madre permaneció intubada, sin voz, sin apenas moverse de su cama de hospital salvo para los ejercicios de rehabilitación. Mi madre nos hacía la pregunta muda de qué le había pasado. Nunca le dijimos la causa de su ingreso, en un intento, creíamos, por protegerla y no atemorizarla. El domingo antes de morir, durante dos horas, dirigí a mi madre y conté las veces que levantaba una pierna o un brazo o le hacía contener la respiración antes de soltar todo el aire. Usábamos una pizarra para comunicarnos con ella. Lo último que escribí en ella es lo mucho que la quería. Su último gesto, un beso desde sus labios intubados. 
Esta semana he soñado con mi madre. Repetía su pregunta hospitalaria. En el sueño pude decirle que sufrió un derrame cerebral. 


En julio pasado, el gesto de mi madre enseñándome el retrato a bolígrafo hizo que me sentará a escribir al llegar a casa. Escribí sobre sus manos (como podría haber escrito sobre su voz, sus ojos pequeños, el sabor de sus platos, todo ello ausente hoy, en este mundo con menos luz)




las manos de mi madre


Me enseña su último dibujo, mi madre, una silueta formada por cientos de líneas que atraviesan y se suceden a lo largo de puntos negros. Me pregunta si sé quién es. Wayne, es John Wayne le digo mientras miro el dibujo en mis manos. A mi madre le gustan cuadernos de unir los puntos. Se sienta en el sofá, coge sus bolígrafos de colores, busca el inicio y rastrea los números, que a veces llegan hasta mil. A veces intentamos adivinar el dibujo antes de empezar. Vemos los puntos y los números y todo ese espacio (en) blanco entre en ellos, como materia oscura en un universo finito, y decimos objetos o personajes al azar. Está a punto de cumplir ochenta y dos años, mi madre, se mueve con torpeza y lentitud y miedo y apenas sale a la calle más allá de sus citas médicas. Cuando hablo con ella por teléfono me sorprenden los momentos donde su risa y su voz parecen de niña —e intento imaginarla en su tierra gallega, antes de perder a su madre con ocho años, con zocas de madera y ese caldo que era, decía, la única comida, salvo en navidad, que había galletas; o algo más mayor, llevando a las vacas a pastar con alguno de sus hermanos, o las tardes en casa de la costurera con las demás muchachas de la aldea, o aquella vez que viajaron a la costa y vio por primera vez el mar, o su primera impresión de la gran ciudad: su recuerdo de mirar constantemente hacia el cielo, embobada por la altura de los edificios—.
*
Las manos de mi madre están arrugadas. No tiemblan como las de mi padre. Me gusta observar cuando dibuja o cocina o recoge los platos del escurridor, la paciencia y lentitud de sus gestos, los surcos en su piel blanca, la concentración del buscador. Sé que está triste, mi madre, desde la muerte de mi padre. Que siente la ausencia. Que los muebles le devuelven una frialdad que no había cuando estaban los dos juntos. 
*
Las manos de mi madre tejieron nuestros jerséis de cuando niños, recuerdo la misma concentración de hoy pero una ligereza desaparecida. Veo, a veces, nuestras fotos de niños y sonrío por esos jerséis de los tres hermanos que siento de un rojo cegador. 
*
Las manos de mi madre escribían cartas a su familia. Doblaba una hoja por la mitad, como un libro de cuatro páginas, y escribía con su letra redonda y grande. La recuerdo en la cocina, inclinada sobre la mesa blanca que una vez construyó mi padre, al igual que lo hago yo desde esta mía donde un ventanal de cinco metros a árboles, tejados y, hoy, un cielo brutalmente azul. 
*
Las manos de mi madre descansan cruzadas sobre su regazo. Ve concursos televisivos, escucha la radio —y en mi infancia la radio siempre estaba encendida—, ya no lee —porque de ella eran esos libros extraños dentro de un armario blanco: El padrino, El graduado, Tiburón, Dinero para María…—, espera nuestra llegada para tocarnos el pelo al besar sus mejillas.
*
Las manos de mi madre acompañan su hipo con pequeños saltos. Voy a crecer, dice hoy, como nos decía de niños. El hipo, el verano, las fiebres eran el motivo de nuestros estirones.

22.07.2024

lunes, 14 de abril de 2025

Los lunes de Anay. Nevermore...

Hace días que busco entre las fotografías de hace veinte años un rastro de mis padres. Son fotos que hizo mi hermana mayor en los primeros años de o. En la mayoría veo a mi sobrino de bebé o niño en la playa, de vacaciones, disfrazado en carnaval, en su cumpleaños o jugando. A veces aparezco, más gordo, más delgado, con perilla, barba, afeitado, pelo largo, pelo rasurado, gafas pequeñas, gafas de pasta, sin apenas canas, con el pelo blanco. En algunas no recuerdo el día de esa fotografía. Mis padres son esquivos. Mi padre guardaba un centenar de fotos de su juventud en Galicia, fotografías que sólo podían tomarse en días de fiesta y romería. Mi madre apenas tiene una acompañada de las costureras de la Ribeira. Crecí con las cámaras de carrete, veinticuatro o treinta y seis oportunidades de capturar un instante de una celebración o un verano entero. Éramos morosos con la cámara. O no había ese gesto nervioso de aprehender la realidad —recuerdo leer en el instituto que algunos filósofos griegos estaban en contra de la escritura porque alentaba el olvido. La posibilidad de tener cientos de fotos de cada día, da igual su importancia, creo que hace que se atrofie el sentido de recuerdo y de relato—. Hay pocas fotos de mis padres, muy pocas, apenas una docena en esa colección de mi hermana, pero cada ocasión de verlos en un pasado donde aún jóvenes, con su nieto en brazos, y sin temblores ni lentitudes ni miedos hace que sonría y me sienta vulnerable al mismo tiempo.


Los lunes de Anay. Nevermore…

"una especie de corazón morado,
un talismán,
una estrella amarilla"
                                               
                                             ANNE SEXTON

LA CASA DE MI INFANCIA

Fui feliz en aquella casa llena de flores
y de libros prohibidos. La casa en que tú eras
Ginebra en nuestros juegos, y yo era el rey Arturo
(no había un Lanzarote que echara a perder todo).
La casa donde fuiste doncella de mis ansias,
dueña de mis suspiros, muralla de mi pecho,
cofre de mi tesoro, brindis de mis soldados.
La casa que tenía un arcón misterioso
que guardaba el secreto de la sabiduría
y del amor eterno, la droga de la fe,
la copa del olvido y el cáliz del coraje.
La casa en que una tarde de sueños compartidos,
mientras se soleaba la ropa en la terraza,
te nombré soberana de un reino en que la noche
no existía y la muerte no dictaba sus leyes.

                                                               LUIS ALBERTO DE CUENCA





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 7 de abril de 2025

Los lunes de Anay. Ex lege...

"Nada de ceremonias"

                                 JOSÉ MATEOS

LO PEOR

No la herida.
No la llaga.
No la espina.

No la inquina,
no la injusta adversidad.

No la ruina,
no la amarga soledad.

El Amor,
sus amables condolencias.

                                       ANAY SALA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 31 de marzo de 2025

Los lunes de Anay. Minucias...

No hay sombras en el cielo, hoy. Me gusta esta luz de inicio de primavera, es pura y suave, aún sin la fuerza de finales de mayo. Acompaña y calma.

Hay títulos que se distinguen de otros según qué épocas. Por ejemplo, el ensayo o la no-ficción Vivir con nuestros muertos. Dudé de iniciar su lectura esta mañana, en el tren. Sabía que hablaba de duelos y ritos, pero ignoraba si estaba preparado para una lectura que enfrenta la muerte y nuestra relación con los muertos. Mientras leía las primeras páginas encontré una mascarilla doblada en el bolsillo de mi sudadera. Era la última mascarilla que me puse en el hospital y la sudadera que llevaba puesta la tarde de lunes que vi morir a mi madre (ese lunes de diciembre había nubarrones y llovía). Cualquier objeto, olor, sonido puede traerme de vuelta el recuerdo de mis padres jóvenes o las tardes donde fueron sedados y sólo podíamos acariciarlos antes del frío. De las primeras páginas rescato una frase de una adolescente en el entierro de su madre, colaboradora de la revista Charlie Hebdo y que fue asesinada en los ataques a la redacción de hace diez años. Le pregunta a la autora, tras lanzar un puñado de tierra al ataúd: "Entonces, ¿ya está? ¿Mamá nunca volverá?” Me sentí igual, a mis cincuenta años, cuando cerramos los ataúdes de mis padres. Mientras estuvieron tras el cristal, mis padres, aún parecían estar a nuestro lado. Ahora pienso, ojalá mi madre pudiera ver esta luz. Ahora recuerdo las macetas que florecían por estos meses en su balcón, su sonrisa y lentitud, sus besos de despedida.


Los lunes de Anay. Minucias…

"He movido la noche para que cante el sol"

                                                                 ÁNGEL GUINDA   

LA VOZ

Por las avenidas del parque,
como una canica de cristal,
tu voz vibrante
se me adelanta.
Corre por los techos,
entre las hojas,
en el susurro del otoño
encuentra su música.
Frena de golpe
junto a ese banco
donde hay un farol roto.
La risa de tu canica de cristal
lanza chispas
y de pronto el farol roto
se ilumina.

                                        NIKA TURBINA
                                        (Versión de Natalia Litvinova)




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 24 de marzo de 2025

Los lunes de Anay. Tapias...















"como un diamante oculto en lo más triste"

                                                              CARLOS PELLICER


CERTEZAS

Habéis empujado hacia mí estas piedras.
Me habéis amurallado
para que me acostumbre.
Pero aunque ahora no pueda
ni intente dar un paso,
ni siquiera proyecte fuga alguna,
ya sé que es por allí
por donde quiero ir,
sé por dónde se va.
Mirad, os lo señalo:
por aquella ranura de poniente.

                                              CARMEN MARTÍN GAITE




Feliz lunes. 

Un beso,

Anay

lunes, 10 de marzo de 2025

Los lunes de Anay. Partículas...

"Como un náufrago rescatado"

                                              ALBERTO CHESSA


Y TAMBIÉN LA POESÍA (POÉTICA)

Quiero volver a casa.
A esa que conozco y que no he visto,
en la que nunca he estado, pero es mía,
que extraño como no he extrañado a nadie,
que veo en las personas en el metro
y en la lluvia o en la luna llena de suspiros
y en el sol cuando entra roto en mi ventana,
en la luz de mi vecino a medianoche,
en el tedio de facebook y de twitter.

Me pareciera ir de camino a casa, a veces,
en las buenas conversaciones con amigos,
pero siempre están de paso, peregrinos,
y me encuentro en tierra extraña, nuevamente,
No es casa ningún sitio, siempre es búsqueda,
no sé bien qué es casa, mas no es esto,
pero sé que es verdad porque la extraño,
y que aún no está aquí, porque aún duele.

Quiero volver a casa algún día.

Por eso - mientras tanto - la poesía.

                                                        MARCELA DUQUE




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 3 de marzo de 2025

Los lunes de Anay. Nigra sum...









Roberta Flack, in memoriam

"Cuántas horas tu canción
 me iba diciendo al oído"

                                     ÁNGELES MORA


Lee, amor, cómo lucharon otros
para hacernos más fuertes;
todo eso a lo que hubieron también de renunciar
para que no temiéramos;
y cuántas veces dieron
testimonio leal
que pudiese ayudarnos
como si todo un reino cuidara de nosotros.

Y lee también después sobre la fe
que relumbró en la hoguera;
claros compases de himno
que ningún río pudo sofocar;
nombres de hombres valientes
y celestes mujeres
que, allí donde las crónicas no alcanzan,
pasaron a la gloria.

                                      EMILY DICKINSON
                                      (versión de José Cereijo y María Taibo)




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 24 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Calados...












"Mi yo del ahora
 y tu rostro de antes"

                                    ENRIQUE VIANA SUBERVIOLA


ESPEJO

Ha de llegar el día
en que cuando miremos
la luz de la otra orilla
nada quede en la sombra
y en el cauce del río
se refleje la vida.

                                ALFREDO BUXÁN





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 17 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Compromiso...

Creo que no hace falta decirte cuánto me ha tocado este lunes. Lo he leído varias veces a lo largo del día, y cada una de esas veces he terminado con el corazón del revés. Te podría hablar de las mañanas donde mi padre me aguantaba la bicicleta para que aprendiera a andar en ella, o de las tardes en la cocina, mi madre con un libro de historia y yo repitiendo una lección hoy ya difusa, o de la última vez que busqué a mi madre para que me consolara, hace unos años, el llanto puro, su mano en mi cabeza, mi cabeza en su vientre. 

Hoy he soñado con mi madre. Apenas aparece en mis sueños, al contrario que mi padre, al que veía andar sin temblores, su cuerpo viejo pero atlético, o sonreír porque había superado su fiebre o aquel en el que me decía que me quería. En el sueño, la cara blanca de mi madre, su cabeza ladeada en la cama y la lengua entre sus labios, como la tarde que murió, y una mano que le limpiaba con un pañuelo todo ese blanco de la cara. 

Sonreí en el reparto, esta mañana. Si con la muerte de mi padre sentía que me protegía de algún modo allá donde esté, mi madre me trae su nombre, Luz. Si sonrío hay luz, y si hay luz está ella. Hubo más de un momento memorable. Una mujer de ochenta y cuatro años, mientras firmaba un certificado, me decía con voz traviesa que aún iba a la escuela —después de una pausa, apuntilló, de adultos—. Se juntaba con sus amigas antes de las clases, hacían excursiones, recordaban sus días de escuela. Tenía una cara radiante, esta mujer estudiante. Una niña miraba sorprendida las revistas y cartas en mi mano. Me preguntó que eran. Al responderle me dijo que llevaba muchas. Los niños me miran fascinados, como si fuese un mago o mi oficio no fuese cosa de otros tiempos. Y el viernes pasado, un hombre mayor de mi sección, jubilado hace tiempo, llevaba, vestido de ciclista en ruta, un ramo de rosas en equilibrio sobre su bicicleta.

He abierto una de las hojas de nuestro ventanal de cinco metros. Hace un calor extraño, hay margaritas en la campa junto a casa donde los perros corren y se revuelcan en la hierba y el cielo parece en pausa. Suenan algunos pájaros y la estela de coches lejanos. Es un atardecer tranquilo, ýb, de esos que se posan poco a poco en mi ánimo, que me hacen seguir el cambio de la luz y la aparición de las primeras estrellas. No necesito más —ayer, cocinaba mientras e. meditaba en otra habitación. Cortaba las verduras y preparaba el cuscús. Gestos que amé porque veía la luz junto al ventanal, cocinaba, e. estaba en la otra habitación y sentía todo el camino hasta ese instante extraordinario—.


Los lunes de Anay. Compromiso…

“tu corazón en orden
Sin querer atender a ningún otro asunto”

                                                              JAVIER BOZALONGO

EQUILIBRIO

Papá aflojó los tornillos
Para que aprendiera
A andar sin las rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
Que rodea al hipódromo,
Justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
De aprender a sostener
Mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
Me soltaría por nada del mundo;
Giraba apenas mi cuello
Para ver que ella siguiera ahí,
Corriendo justo detrás de mí,
Agarrándome de la parte baja del asiento.
«Yo no te suelto -me decía-,
Yo no te suelto»,
Pero para ese entonces
Ya estaba pedaleando sola
Y no me daba cuenta
De cómo ella se alejaba de mí,
Aun quedándose quieta
Entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me di vuelta
Que rechacé ese objeto
A un costado de la vereda
Y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
Haciendo finitos, calculo
El tiempo exacto para pasar en rojo
Y no morir en el asfalto,
Pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
Y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
Para dos personas iguales,
Ni siquiera lo hay en una casa,
Y por eso me fui apenas terminada la escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
Si nos quedamos quietas
Seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette

Y resulta que soy yo la que se aleja
Mientras ella se queda parada,
Palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
Yo no te suelto.
                                   DAIANA HENDERSON























Feliz lunes

Un beso,

Anay

lunes, 10 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Grandezas...

El sábado cumplí cincuenta años (sigo asombrado, ýb, no sólo por la rapidez, también por sentir todos estos yoes que he sumado desde mi niñez). E. me regaló un poemario de Chūya Nakahara y su título, Triste y bello, define con precisión ese día. Lo bello fue salir con ella, el triple que me dedicó mi sobrino en su primera canasta del partido, tantos mensajes. Lo triste, el primer cumpleaños sin mi madre, sin mis padres, esas ausencias que abarcan cada espacio y cada tiempo, este sentimiento de orfandad, de no tener nadie por encima de mí —y eso me hace sentir vulnerable y desconcertado—, la extrañeza por no ver la cara de niño en mi padre al estirarme de las orejas o la voz risueña y con un matiz de gallego de mi madre cuando me decía zorionak. 

He pensado estos días en esos cincuenta años. O mejor dicho, he imaginado el siete, ocho y nueve de febrero de hace cincuenta años, también viernes, sábado y domingo, como este año. El viernes tarde pensaba en mi madre en el hospital, con las contracciones y a la espera; el sábado imaginé mi nacimiento, los gestos de mis padres, mis primeros gestos; el domingo inventé lo que pudieron sentir ese día, el futuro que creaban para mí. Durante esos tres días estuve entre dos tiempos, entre lo real y lo imaginado.

Me preguntan si siento la crisis de los cincuenta. Sonrío y niego. Siento, en realidad, la crisis de la orfandad. Pasé días desnortado por las repeticiones en los días y en los gestos que no entendía. Me costaba encontrar un sentido. Había terminado el mundo de mi madre y empezaba uno nuevo donde la tristeza por no volver a sus caricias o su voz o el sabor de sus platos. Hace poco vi una entrevista a Pepe Mújica. Aplaudía el tiempo perdido. Dejarse de esas necesidades que nos han impuesto desde fuera y disfrutar de sembrar un campo, leer, mirar alrededor, conversar pavadas. Ahora, en este nuevo mundo, el sentido es E., este cielo de luz y sombra, mi familia, los libros y los caminos que me esperan, saberme habitado por la memoria de mis padres.


Los lunes de Anay. Grandezas…

A la memoria de Rosi Sainz, 
que tanto nos amó.


“Mientras tanto cógeme la mano, decía,
No quiero promesas, no quiero disculpas,
Tan sólo un gesto de amor”

                                                         KIRMEN URIBE

BLINDAJE

Soy casi indestructible, porque tuve
Una niñez feliz,
                      Porque me amaron
Y supe que me amaban, y aún lo sé.

Soy casi invulnerable, 
                               Cuando tengo
A mis hijos en brazos, y procuro
Que sepan que los amos, y amaré.

Soy casi irreductible, porque vivo
De rescatar al niño aquel que fui.
La infancia es el sustento de mi fe.

                                                  CARLOS MARZAL



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 3 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Emisoras...

"La música es el tiempo presente de los amores
imposibles"
                            DARÍO JARAMILLO AGUDELO



DESOBEDIENTE

Te niegan las nubes,
te niega la lluvia,
te niega este aire
cómplice del frío
que las mejillas del almendro
y del olivo
torna pálidas.

Mas tú,
mortificado
en un rincón
de lo más mío,
sigues hablándome de luz
y de calor,
desobediente.

                             JOSÉ LUIS VIDAL CARRERAS




Feliz lunes.

Un beso,

viernes, 31 de enero de 2025

hay menos luz en el mundo

Hace un mes de la muerte de mi madre y
sólo puedo decir que los días son extraños y me siento desubicado y vacío y su ausencia es absoluta. Los días pasan y se repiten, ýb. Salgo de madrugada de casa y leo en el metro y tren camino al trabajo —los mismos viajeros ocupando los mismos asientos un día tras otro—; en el reparto las rutinas de los vecinos de mi sección, cuándo salen a por pan, cuándo toman café o cerveza, en qué colegio esperan a los hijos o nietos. Como solo en la casa ahora vacía de mis padres y ahí es donde su ausencia se encarna en el frío y silencio de las habitaciones, en los pequeños objetos que han dejado, fotografías, carteras, relojes, ropa, el botón de tele alarma, y están a oscuras —pienso mucho en esa casa cerrada cuando no estamos mis hermanas o yo—. Vuelvo a casa, leo y duermo. Todo parece igual, a veces sonrío y bromeo a menudo, pero llevo dentro una tristeza y una vulnerabilidad perennes y siento, como tras la muerte de mi padre, que el mundo que habitaba y representaba mi madre, todo aquello que la conformaba y definía ha desaparecido. Es el primer mes de un nuevo mundo y de esta sensación de no tener a nadie por encima de mí, de extrañar los cuidados de mis padres incluso en sus temblores, flaquezas y dolores, esas caricias o esos gestos hacia nosotros sus hijos. También extraño, entre otras cosas, su risa de niña, su dulzura y luz, el sabor de sus platos y su cabeza inclinada mientras dibujaba los puzles de seguir los puntos.
 
Encuentro a mi madre en momentos inesperados. Una vecina se persigna en el portal y el mismo gesto de mi madre y de tantas mujeres de su generación al salir de casa. El humo de una chimenea es su mano decidida al encender un una piña en las cocinas gallegas de leña. May Sarton describe sus cuidados de una flor en su Diario de los setenta y las macetas coloridas de mi madre.
 
Cada atardecer enciendo una vela por ella, por mi padre, y el crepitar de la luz es mi madre en las noches de apagón, cuando encendía otra vela para iluminar la cocina y nos entretenía con juegos de cartas. Hoy encontré un cuaderno de sumas y juegos de habilidades que mi madre completó en la rehabilitación tras su ictus. Su letra perdió redondez, como su voz, pero recuerdo su decisión y fuerza por recuperar parte de lo perdido. A veces vuelvo a las fotos de mi infancia —en ocasiones asoma mi madre—y el sentimiento de quiebra en el niño que fui, en todos los hombres que fui y soy. A veces veo sus retratos de joven y me sorprende su serenidad. Es escurridiza, mi madre, en las fotos. Apenas medio centenar antes de los móviles.
 
No consigo conectar con la realidad circundante en estas últimas semanas, ýb. Sólo los cambios de la luz invernal a lo largo del día, los jirones de niebla en las mañanas de lluvia, el cielo estrellado, la agitación de los árboles por los temporales de viento, el vuelo de los gorriones. Los días se despliegan monocordes; o yo no soy capaz de ver mucho más —mi hermana pequeña dice que no sabe por dónde le da el aire. Creo que es eso lo que nos ocurre a los tres hermanos—. Sí se repiten, sin llamarlas, imágenes de sus últimos días. Sus besos de despedida cuando terminaba el turno de visitas en reanimación y la última mañana juntos: cómo insistía en hacer ejercicios de respiración y piernas, cómo miraba a los monitores y le escribía en una pizarra qué significaba cada línea y pitido, su pregunta silenciosa, ella intubada, de qué le había pasado, mi letra al escribir que la quería mucho en esa pizarra que era nuestra voz, mis caricias en cara y pelo y pecho. Si pienso en esas dos horas donde la vimos morir, me rompo.
 
Todo sigue aquí. Hace poco escuché a Juan y medio decir que la muerte de un anciano equivalía a la pérdida de la biblioteca de Alejandría. Y ahora pienso que además de mundos somos bibliotecas.
 
Ahora atardece, ýb. Es un atardecer lento, con unas pocas nubes cálidas y púrpuras. Mi madre se llamaba Luz. Y creo que no podía tener otro nombre mejor.