Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 16 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Credos...

Es ahora cuando asumo que he cumplido cincuenta. En febrero, dos meses después de la muerte de mi madre, mi primer cumpleaños sin ella y sin mis padres, la celebración fue triste y bonita, pero sin rastro del tiempo pasado —sí de espacios vacíos—. 
Hace poco escuché a Berto Romero decir que a sus cincuenta sentía ser la misma persona que era a los veinte. Dick hablaba de todos los yoes, todos los tiempos que tenemos dentro. Vamos sumando capa sobre capa y, a veces, somos capaces de recuperar una de ellas entre la vorágine de la rutina. A mis cincuenta encuentro aún al niño que fui, solitario, alocado, la búsqueda de un orden en los juegos de construcción y las series de números que escribía en cuadernos de papel pautado. También, la soledad cinéfila de mi adolescencia, el gusto por el viento y el cielo brutalmente estrellado de las noches de verano, la escucha atenta de otras historias —recuerdos de guerra, romerías, inviernos alrededor de la cocina, como antaño junto a una pequeña hoguera resplandeciendo—. Y las caras del amor y el miedo, el descubrimiento de la lentitud, la literatura y la muerte, la belleza en un camino blanco y el vuelo de una bandada de golondrinas,  la culpa y el olvido de todos estos años hasta hoy. La constante de la soledad y el silencio. 
Hace pocos días que me pregunto por estos cincuenta y los años futuros. Qué habrá de nuevo y cómo será mirar hacia atrás desde una distancia cada vez más lejana. Imagino, por los últimos años de mis padres, que me volveré nostálgico impetuoso, se acrecentarán los miedos, extrañaré todo aquello que una vez hacíamos sin dolor o temblor y haré listas de momentos vividos como espejismos: gauchos a caballo entre el tráfico, la quema de una página de Jack London como ritual en el fin de la tierra, los caminos blanqueados por la luz de la luna, los agujeros de bala en un puente de Novi Sad, la diminuta mano de mi sobrino, al poco de nacer, abarcando mi dedo índice.



Los lunes de Anay. Credos…

A mis 50.

"La luz del sol no sabe lo que hace
y por eso no se equivoca y es 
comunal y buena"

                                                 FERNANDO PESSOA



Andar, mirar mucho hacia arriba
repetir aquí no basta
con un pie que tiembla
Acaso es que es
mentira
no existe otro
lugar
Algo alguien
¿verdad?
tiene que haber
Si no      dime
cómo es que hay
un niño que va dejando arroz
para que baje un pájaro
hasta su mano

                                              CARLA NYMAN



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 9 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Aftersun...

Desde hace más de tres años, cierro la puerta de casa a las cinco y media de la mañana. En invierno, las heladas y la oscuridad. Hoy, la primera luz en el cielo y Venus sobre los montes —busco su destello mientras me digo buen camino y doy los buenos días a mis padres. Y si estoy triste o nervioso, repito aquel mantra del reiki “sólo por hoy…”— Apenas el ruido de los pabellones del polígono cercano, el retumbo de algún coche, el gorjeo de los mirlos junto a la estación del metro. Poca gente, siempre los mismos en el mismo lugar del andén y los vagones, como una superstición. Leo, de pie en el metro y luego sentado en el tren, los reencuentros de Delbo, años después, con sus compañeras supervivientes de los campos de concentración. Es una lectura bella y dura, porque la escritura de Delbo es bella y dura al escribir sobre la imposibilidad del regreso (volver no significa regresar), sobre la no existencia y ausencia de palabras y la negación del llanto, sobre retomar la vida de a poco, y preguntarse, al ver un rostro, si les hubiera ayudado a caminar. La voz de esas mujeres me acompaña en su intento de volver a la vida mientras, fuera del tren, un amanecer carmesí. 


Los lunes de Anay. Aftersun…

"Tú no tienes la culpa del incendio"

                                                    JESÚS COTTA

PURA VIDA

Con la melena
al viento,
ondeando,
y esa mezcla de recato y brío,
la cajera
del supermercado
cruza el parque
en bicicleta
hacia la playa,
                     y me adelanta
y es...no sé...
cómo decirlo...

todo lo contrario
a que te adelante
una funeraria.

                             KARMELO C. IRIBARREN



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 2 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Sendas...



"tenemos sed
 y paciencias de animal"

                                   JUAN GELMAN


una última cosa

si las preguntas
¿cómo estás?
¿cuántos años tienes?
¿cuáles son tus planes para mañana?
hacen que te sientas suspendido
como el tiempo en la costa
antes de un huracán
déjame advertir
que una caminata
bajo un clima adecuado
pudiera terminar en otro país.

                                            JORGE ORLANDO CORREA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 26 de mayo de 2025

Los lunes de Anay. Ejes...


"Ay el tiempo! Ya todo se comprende"

                                                      JAIME GIL DE BIEDMA


LA ESTANCIA

Cada uno
persigue la estancia
que ajuste los pasos
del día anterior.

Cada uno
resiste un error.
Cada uno, un dolor.

De ahí la conciencia.

                                ANAY SALA



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 19 de mayo de 2025

Los lunes de Anay. Recetas...

"Te perdoné el dolor,
 no lo dejé crecer, no lo quería"

                                              MAITE PÉREZ LARUMBE


DURAZNOS

Mamá prepara tarta de duraznos con crema.
Uno de mis postres preferidos.
Abre la lata y antes de reservar el almíbar
en una taza, toma un sorbito.
Bate la crema
y parte los duraznos por la mitad.
Después deja que yo pase el dedo
por el bowl, para rescatar
las pepitas de azúcar del borde.
En mi recuerdo los duraznos
brillan exageradamente
y yo no los corrijo.

                                              NATALIA ROMERO



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 12 de mayo de 2025

Los lunes de Anay. Rostros...












"Dicen que es ilusión y que es estéril,
 pero ojalá te ocurra alguna vez"

                                                     JAVIER VELAZA

ENCUENTRO

Yo no puedo pensar como Odiseo
en que al volver a casa
encontraré a mi esposa
esperándome anhelante
con besos y sonrisas
pero veo una línea imaginaria
que me lleva a las líneas de su mano
y de estas a cada obra suya...

                                                          FRANCISCO MORALES SANTOS



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 5 de mayo de 2025

dos lunes de Anay

Hace una semana del apagón. Fue un momento extraño. Las puertas abiertas de los portales dejaban ver la oscuridad interior, los vecinos en corros cada vez más amplios intentaban averiguar qué estaba ocurriendo, el silencio de los móviles y las sirenas de los bomberos y la lentitud precavida de los conductores. Todos en la calle, un sentimiento de urgencia de quien se sentía frágil y o de lentitud aquellos que se tomaron el apagón como una oportunidad de estar sentado en un banco al sol. Es sencillo hablar de vulnerabilidad, dependencia y efecto dominó. 
Leo, en las últimas semanas, a Gustavo Faverón Patriau. Vivir abajo y Minimosca. Libros febriles, laberínticos, desmedidos donde cárceles subterráneas, manicomios, cementerios, dictaduras americanas, donde artistas que quieren matar el arte y poetas que andan por encima de un abismo y hombres y mujeres agotados o enfebrecidos. Libros que inventan mundos dentro de éste que subvierten el orden que conocemos, en el que estamos acomodamos.  Como decía aquella canción, todo a punto de alterarse siempre a todo momento. Sólo queda descubrir nuestra máscara en esas situaciones.

Combino los dos últimos lunes de Anay, el del día del apagón que no pude compartir, y este primer lunes de mayo. Hay un hilo que los une. La sangre, las sombras de huellas pretéritas, el dolor, aquello que permanece entre las ruinas, los lenguajes y los tiempos que nos habitan. A veces hay que tirar del hilo, tensarlo, sin romperlo, hacia su inicio.


Los lunes de Anay. Ascendentes…

"Recuerda que detrás de los escombros
 siempre quedan semillas"
                                                           GABRIEL CHÁVEZ CASAZOLA
                                          

EL CANTO VIEJO DE LA SANGRE

Yo no mamé la lengua castellana
cuando llegué al mundo.

Mi lengua nació entre árboles
y tiene sabor de tierra;
la lengua de mis abuelos es mi casa.

Y uso esta lengua que no es mía,
lo hago como quien usa una llave nueva
y abre otra puerta y entra a otro mundo
donde las palabras tienen otra voz
y otro modo de sentir la tierra.

Esta lengua es el recuerdo de un dolor
y la hablo sin temor ni vergüenza
porque fue comprada
con la sangre de mis ancestros.

                                                          HUMBERTO AK’ABAL



Feliz lunes.

Un beso,

Anay















Los lunes de Anay. Ecos…

"Y no se detendrá ni cuando mueras"

                                                        ROBERTO JUARROZ

PRIMER RECUERDO

Hace mucho tiempo, fui herida. Viví
para vengarme
de mi padre, no
por lo que él fue
sino por lo que fue de mí: desde el principio,
desde niña, creí
que el dolor quería decir
que no me amaban.
Que amaba, quería decir.

                                       LOUISE GLÜCK
                                       (versión de Abraham Gragera)



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

domingo, 4 de mayo de 2025

las manos de mi madre

Dice Bobin en El vendedor ambulante, “Lo esencial está en eso en lo que no reparas y que está frente a ti”. También dice “lo esencial es aquello que ningún conocimiento puede alcanzar”. Bobin  es el escritor de la luz, lo imperceptible, la dicha. Me recoge, Bobin, en los momentos de desasosiego y agitación. Creo que lo esencial, para mí, es todo aquello que ha traspasado el cedazo de mis cincuenta años, los rostros, gestos, libros que permanecen y forman parte de mí.
En julio mi madre me enseñó uno de sus dibujos de unir los puntos. Me preguntó si reconocía el retrato. Era parte de mi rutina. Terminaba de trabajar, comía en casa de mi madre, me sentaba luego al sofá mientras veíamos la tele o dibujaba sus rompecabezas. Recuerdo, hoy, la última vez que escuché su voz, un trece de diciembre. La despedida habitual, un adiós, un beso en la mejilla. Pocas veces reconocemos una última vez. 
Durante nueve días, mi madre permaneció intubada, sin voz, sin apenas moverse de su cama de hospital salvo para los ejercicios de rehabilitación. Mi madre nos hacía la pregunta muda de qué le había pasado. Nunca le dijimos la causa de su ingreso, en un intento, creíamos, por protegerla y no atemorizarla. El domingo antes de morir, durante dos horas, dirigí a mi madre y conté las veces que levantaba una pierna o un brazo o le hacía contener la respiración antes de soltar todo el aire. Usábamos una pizarra para comunicarnos con ella. Lo último que escribí en ella es lo mucho que la quería. Su último gesto, un beso desde sus labios intubados. 
Esta semana he soñado con mi madre. Repetía su pregunta hospitalaria. En el sueño pude decirle que sufrió un derrame cerebral. 


En julio pasado, el gesto de mi madre enseñándome el retrato a bolígrafo hizo que me sentará a escribir al llegar a casa. Escribí sobre sus manos (como podría haber escrito sobre su voz, sus ojos pequeños, el sabor de sus platos, todo ello ausente hoy, en este mundo con menos luz)




las manos de mi madre


Me enseña su último dibujo, mi madre, una silueta formada por cientos de líneas que atraviesan y se suceden a lo largo de puntos negros. Me pregunta si sé quién es. Wayne, es John Wayne le digo mientras miro el dibujo en mis manos. A mi madre le gustan cuadernos de unir los puntos. Se sienta en el sofá, coge sus bolígrafos de colores, busca el inicio y rastrea los números, que a veces llegan hasta mil. A veces intentamos adivinar el dibujo antes de empezar. Vemos los puntos y los números y todo ese espacio (en) blanco entre en ellos, como materia oscura en un universo finito, y decimos objetos o personajes al azar. Está a punto de cumplir ochenta y dos años, mi madre, se mueve con torpeza y lentitud y miedo y apenas sale a la calle más allá de sus citas médicas. Cuando hablo con ella por teléfono me sorprenden los momentos donde su risa y su voz parecen de niña —e intento imaginarla en su tierra gallega, antes de perder a su madre con ocho años, con zocas de madera y ese caldo que era, decía, la única comida, salvo en navidad, que había galletas; o algo más mayor, llevando a las vacas a pastar con alguno de sus hermanos, o las tardes en casa de la costurera con las demás muchachas de la aldea, o aquella vez que viajaron a la costa y vio por primera vez el mar, o su primera impresión de la gran ciudad: su recuerdo de mirar constantemente hacia el cielo, embobada por la altura de los edificios—.
*
Las manos de mi madre están arrugadas. No tiemblan como las de mi padre. Me gusta observar cuando dibuja o cocina o recoge los platos del escurridor, la paciencia y lentitud de sus gestos, los surcos en su piel blanca, la concentración del buscador. Sé que está triste, mi madre, desde la muerte de mi padre. Que siente la ausencia. Que los muebles le devuelven una frialdad que no había cuando estaban los dos juntos. 
*
Las manos de mi madre tejieron nuestros jerséis de cuando niños, recuerdo la misma concentración de hoy pero una ligereza desaparecida. Veo, a veces, nuestras fotos de niños y sonrío por esos jerséis de los tres hermanos que siento de un rojo cegador. 
*
Las manos de mi madre escribían cartas a su familia. Doblaba una hoja por la mitad, como un libro de cuatro páginas, y escribía con su letra redonda y grande. La recuerdo en la cocina, inclinada sobre la mesa blanca que una vez construyó mi padre, al igual que lo hago yo desde esta mía donde un ventanal de cinco metros a árboles, tejados y, hoy, un cielo brutalmente azul. 
*
Las manos de mi madre descansan cruzadas sobre su regazo. Ve concursos televisivos, escucha la radio —y en mi infancia la radio siempre estaba encendida—, ya no lee —porque de ella eran esos libros extraños dentro de un armario blanco: El padrino, El graduado, Tiburón, Dinero para María…—, espera nuestra llegada para tocarnos el pelo al besar sus mejillas.
*
Las manos de mi madre acompañan su hipo con pequeños saltos. Voy a crecer, dice hoy, como nos decía de niños. El hipo, el verano, las fiebres eran el motivo de nuestros estirones.

22.07.2024

lunes, 14 de abril de 2025

Los lunes de Anay. Nevermore...

Hace días que busco entre las fotografías de hace veinte años un rastro de mis padres. Son fotos que hizo mi hermana mayor en los primeros años de o. En la mayoría veo a mi sobrino de bebé o niño en la playa, de vacaciones, disfrazado en carnaval, en su cumpleaños o jugando. A veces aparezco, más gordo, más delgado, con perilla, barba, afeitado, pelo largo, pelo rasurado, gafas pequeñas, gafas de pasta, sin apenas canas, con el pelo blanco. En algunas no recuerdo el día de esa fotografía. Mis padres son esquivos. Mi padre guardaba un centenar de fotos de su juventud en Galicia, fotografías que sólo podían tomarse en días de fiesta y romería. Mi madre apenas tiene una acompañada de las costureras de la Ribeira. Crecí con las cámaras de carrete, veinticuatro o treinta y seis oportunidades de capturar un instante de una celebración o un verano entero. Éramos morosos con la cámara. O no había ese gesto nervioso de aprehender la realidad —recuerdo leer en el instituto que algunos filósofos griegos estaban en contra de la escritura porque alentaba el olvido. La posibilidad de tener cientos de fotos de cada día, da igual su importancia, creo que hace que se atrofie el sentido de recuerdo y de relato—. Hay pocas fotos de mis padres, muy pocas, apenas una docena en esa colección de mi hermana, pero cada ocasión de verlos en un pasado donde aún jóvenes, con su nieto en brazos, y sin temblores ni lentitudes ni miedos hace que sonría y me sienta vulnerable al mismo tiempo.


Los lunes de Anay. Nevermore…

"una especie de corazón morado,
un talismán,
una estrella amarilla"
                                               
                                             ANNE SEXTON

LA CASA DE MI INFANCIA

Fui feliz en aquella casa llena de flores
y de libros prohibidos. La casa en que tú eras
Ginebra en nuestros juegos, y yo era el rey Arturo
(no había un Lanzarote que echara a perder todo).
La casa donde fuiste doncella de mis ansias,
dueña de mis suspiros, muralla de mi pecho,
cofre de mi tesoro, brindis de mis soldados.
La casa que tenía un arcón misterioso
que guardaba el secreto de la sabiduría
y del amor eterno, la droga de la fe,
la copa del olvido y el cáliz del coraje.
La casa en que una tarde de sueños compartidos,
mientras se soleaba la ropa en la terraza,
te nombré soberana de un reino en que la noche
no existía y la muerte no dictaba sus leyes.

                                                               LUIS ALBERTO DE CUENCA





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 7 de abril de 2025

Los lunes de Anay. Ex lege...

"Nada de ceremonias"

                                 JOSÉ MATEOS

LO PEOR

No la herida.
No la llaga.
No la espina.

No la inquina,
no la injusta adversidad.

No la ruina,
no la amarga soledad.

El Amor,
sus amables condolencias.

                                       ANAY SALA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 31 de marzo de 2025

Los lunes de Anay. Minucias...

No hay sombras en el cielo, hoy. Me gusta esta luz de inicio de primavera, es pura y suave, aún sin la fuerza de finales de mayo. Acompaña y calma.

Hay títulos que se distinguen de otros según qué épocas. Por ejemplo, el ensayo o la no-ficción Vivir con nuestros muertos. Dudé de iniciar su lectura esta mañana, en el tren. Sabía que hablaba de duelos y ritos, pero ignoraba si estaba preparado para una lectura que enfrenta la muerte y nuestra relación con los muertos. Mientras leía las primeras páginas encontré una mascarilla doblada en el bolsillo de mi sudadera. Era la última mascarilla que me puse en el hospital y la sudadera que llevaba puesta la tarde de lunes que vi morir a mi madre (ese lunes de diciembre había nubarrones y llovía). Cualquier objeto, olor, sonido puede traerme de vuelta el recuerdo de mis padres jóvenes o las tardes donde fueron sedados y sólo podíamos acariciarlos antes del frío. De las primeras páginas rescato una frase de una adolescente en el entierro de su madre, colaboradora de la revista Charlie Hebdo y que fue asesinada en los ataques a la redacción de hace diez años. Le pregunta a la autora, tras lanzar un puñado de tierra al ataúd: "Entonces, ¿ya está? ¿Mamá nunca volverá?” Me sentí igual, a mis cincuenta años, cuando cerramos los ataúdes de mis padres. Mientras estuvieron tras el cristal, mis padres, aún parecían estar a nuestro lado. Ahora pienso, ojalá mi madre pudiera ver esta luz. Ahora recuerdo las macetas que florecían por estos meses en su balcón, su sonrisa y lentitud, sus besos de despedida.


Los lunes de Anay. Minucias…

"He movido la noche para que cante el sol"

                                                                 ÁNGEL GUINDA   

LA VOZ

Por las avenidas del parque,
como una canica de cristal,
tu voz vibrante
se me adelanta.
Corre por los techos,
entre las hojas,
en el susurro del otoño
encuentra su música.
Frena de golpe
junto a ese banco
donde hay un farol roto.
La risa de tu canica de cristal
lanza chispas
y de pronto el farol roto
se ilumina.

                                        NIKA TURBINA
                                        (Versión de Natalia Litvinova)




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 24 de marzo de 2025

Los lunes de Anay. Tapias...















"como un diamante oculto en lo más triste"

                                                              CARLOS PELLICER


CERTEZAS

Habéis empujado hacia mí estas piedras.
Me habéis amurallado
para que me acostumbre.
Pero aunque ahora no pueda
ni intente dar un paso,
ni siquiera proyecte fuga alguna,
ya sé que es por allí
por donde quiero ir,
sé por dónde se va.
Mirad, os lo señalo:
por aquella ranura de poniente.

                                              CARMEN MARTÍN GAITE




Feliz lunes. 

Un beso,

Anay

lunes, 10 de marzo de 2025

Los lunes de Anay. Partículas...

"Como un náufrago rescatado"

                                              ALBERTO CHESSA


Y TAMBIÉN LA POESÍA (POÉTICA)

Quiero volver a casa.
A esa que conozco y que no he visto,
en la que nunca he estado, pero es mía,
que extraño como no he extrañado a nadie,
que veo en las personas en el metro
y en la lluvia o en la luna llena de suspiros
y en el sol cuando entra roto en mi ventana,
en la luz de mi vecino a medianoche,
en el tedio de facebook y de twitter.

Me pareciera ir de camino a casa, a veces,
en las buenas conversaciones con amigos,
pero siempre están de paso, peregrinos,
y me encuentro en tierra extraña, nuevamente,
No es casa ningún sitio, siempre es búsqueda,
no sé bien qué es casa, mas no es esto,
pero sé que es verdad porque la extraño,
y que aún no está aquí, porque aún duele.

Quiero volver a casa algún día.

Por eso - mientras tanto - la poesía.

                                                        MARCELA DUQUE




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 3 de marzo de 2025

Los lunes de Anay. Nigra sum...









Roberta Flack, in memoriam

"Cuántas horas tu canción
 me iba diciendo al oído"

                                     ÁNGELES MORA


Lee, amor, cómo lucharon otros
para hacernos más fuertes;
todo eso a lo que hubieron también de renunciar
para que no temiéramos;
y cuántas veces dieron
testimonio leal
que pudiese ayudarnos
como si todo un reino cuidara de nosotros.

Y lee también después sobre la fe
que relumbró en la hoguera;
claros compases de himno
que ningún río pudo sofocar;
nombres de hombres valientes
y celestes mujeres
que, allí donde las crónicas no alcanzan,
pasaron a la gloria.

                                      EMILY DICKINSON
                                      (versión de José Cereijo y María Taibo)




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 24 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Calados...












"Mi yo del ahora
 y tu rostro de antes"

                                    ENRIQUE VIANA SUBERVIOLA


ESPEJO

Ha de llegar el día
en que cuando miremos
la luz de la otra orilla
nada quede en la sombra
y en el cauce del río
se refleje la vida.

                                ALFREDO BUXÁN





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 17 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Compromiso...

Creo que no hace falta decirte cuánto me ha tocado este lunes. Lo he leído varias veces a lo largo del día, y cada una de esas veces he terminado con el corazón del revés. Te podría hablar de las mañanas donde mi padre me aguantaba la bicicleta para que aprendiera a andar en ella, o de las tardes en la cocina, mi madre con un libro de historia y yo repitiendo una lección hoy ya difusa, o de la última vez que busqué a mi madre para que me consolara, hace unos años, el llanto puro, su mano en mi cabeza, mi cabeza en su vientre. 

Hoy he soñado con mi madre. Apenas aparece en mis sueños, al contrario que mi padre, al que veía andar sin temblores, su cuerpo viejo pero atlético, o sonreír porque había superado su fiebre o aquel en el que me decía que me quería. En el sueño, la cara blanca de mi madre, su cabeza ladeada en la cama y la lengua entre sus labios, como la tarde que murió, y una mano que le limpiaba con un pañuelo todo ese blanco de la cara. 

Sonreí en el reparto, esta mañana. Si con la muerte de mi padre sentía que me protegía de algún modo allá donde esté, mi madre me trae su nombre, Luz. Si sonrío hay luz, y si hay luz está ella. Hubo más de un momento memorable. Una mujer de ochenta y cuatro años, mientras firmaba un certificado, me decía con voz traviesa que aún iba a la escuela —después de una pausa, apuntilló, de adultos—. Se juntaba con sus amigas antes de las clases, hacían excursiones, recordaban sus días de escuela. Tenía una cara radiante, esta mujer estudiante. Una niña miraba sorprendida las revistas y cartas en mi mano. Me preguntó que eran. Al responderle me dijo que llevaba muchas. Los niños me miran fascinados, como si fuese un mago o mi oficio no fuese cosa de otros tiempos. Y el viernes pasado, un hombre mayor de mi sección, jubilado hace tiempo, llevaba, vestido de ciclista en ruta, un ramo de rosas en equilibrio sobre su bicicleta.

He abierto una de las hojas de nuestro ventanal de cinco metros. Hace un calor extraño, hay margaritas en la campa junto a casa donde los perros corren y se revuelcan en la hierba y el cielo parece en pausa. Suenan algunos pájaros y la estela de coches lejanos. Es un atardecer tranquilo, ýb, de esos que se posan poco a poco en mi ánimo, que me hacen seguir el cambio de la luz y la aparición de las primeras estrellas. No necesito más —ayer, cocinaba mientras e. meditaba en otra habitación. Cortaba las verduras y preparaba el cuscús. Gestos que amé porque veía la luz junto al ventanal, cocinaba, e. estaba en la otra habitación y sentía todo el camino hasta ese instante extraordinario—.


Los lunes de Anay. Compromiso…

“tu corazón en orden
Sin querer atender a ningún otro asunto”

                                                              JAVIER BOZALONGO

EQUILIBRIO

Papá aflojó los tornillos
Para que aprendiera
A andar sin las rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
Que rodea al hipódromo,
Justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
De aprender a sostener
Mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
Me soltaría por nada del mundo;
Giraba apenas mi cuello
Para ver que ella siguiera ahí,
Corriendo justo detrás de mí,
Agarrándome de la parte baja del asiento.
«Yo no te suelto -me decía-,
Yo no te suelto»,
Pero para ese entonces
Ya estaba pedaleando sola
Y no me daba cuenta
De cómo ella se alejaba de mí,
Aun quedándose quieta
Entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me di vuelta
Que rechacé ese objeto
A un costado de la vereda
Y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
Haciendo finitos, calculo
El tiempo exacto para pasar en rojo
Y no morir en el asfalto,
Pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
Y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
Para dos personas iguales,
Ni siquiera lo hay en una casa,
Y por eso me fui apenas terminada la escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
Si nos quedamos quietas
Seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette

Y resulta que soy yo la que se aleja
Mientras ella se queda parada,
Palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
Yo no te suelto.
                                   DAIANA HENDERSON























Feliz lunes

Un beso,

Anay

lunes, 10 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Grandezas...

El sábado cumplí cincuenta años (sigo asombrado, ýb, no sólo por la rapidez, también por sentir todos estos yoes que he sumado desde mi niñez). E. me regaló un poemario de Chūya Nakahara y su título, Triste y bello, define con precisión ese día. Lo bello fue salir con ella, el triple que me dedicó mi sobrino en su primera canasta del partido, tantos mensajes. Lo triste, el primer cumpleaños sin mi madre, sin mis padres, esas ausencias que abarcan cada espacio y cada tiempo, este sentimiento de orfandad, de no tener nadie por encima de mí —y eso me hace sentir vulnerable y desconcertado—, la extrañeza por no ver la cara de niño en mi padre al estirarme de las orejas o la voz risueña y con un matiz de gallego de mi madre cuando me decía zorionak. 

He pensado estos días en esos cincuenta años. O mejor dicho, he imaginado el siete, ocho y nueve de febrero de hace cincuenta años, también viernes, sábado y domingo, como este año. El viernes tarde pensaba en mi madre en el hospital, con las contracciones y a la espera; el sábado imaginé mi nacimiento, los gestos de mis padres, mis primeros gestos; el domingo inventé lo que pudieron sentir ese día, el futuro que creaban para mí. Durante esos tres días estuve entre dos tiempos, entre lo real y lo imaginado.

Me preguntan si siento la crisis de los cincuenta. Sonrío y niego. Siento, en realidad, la crisis de la orfandad. Pasé días desnortado por las repeticiones en los días y en los gestos que no entendía. Me costaba encontrar un sentido. Había terminado el mundo de mi madre y empezaba uno nuevo donde la tristeza por no volver a sus caricias o su voz o el sabor de sus platos. Hace poco vi una entrevista a Pepe Mújica. Aplaudía el tiempo perdido. Dejarse de esas necesidades que nos han impuesto desde fuera y disfrutar de sembrar un campo, leer, mirar alrededor, conversar pavadas. Ahora, en este nuevo mundo, el sentido es E., este cielo de luz y sombra, mi familia, los libros y los caminos que me esperan, saberme habitado por la memoria de mis padres.


Los lunes de Anay. Grandezas…

A la memoria de Rosi Sainz, 
que tanto nos amó.


“Mientras tanto cógeme la mano, decía,
No quiero promesas, no quiero disculpas,
Tan sólo un gesto de amor”

                                                         KIRMEN URIBE

BLINDAJE

Soy casi indestructible, porque tuve
Una niñez feliz,
                      Porque me amaron
Y supe que me amaban, y aún lo sé.

Soy casi invulnerable, 
                               Cuando tengo
A mis hijos en brazos, y procuro
Que sepan que los amos, y amaré.

Soy casi irreductible, porque vivo
De rescatar al niño aquel que fui.
La infancia es el sustento de mi fe.

                                                  CARLOS MARZAL



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 3 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Emisoras...

"La música es el tiempo presente de los amores
imposibles"
                            DARÍO JARAMILLO AGUDELO



DESOBEDIENTE

Te niegan las nubes,
te niega la lluvia,
te niega este aire
cómplice del frío
que las mejillas del almendro
y del olivo
torna pálidas.

Mas tú,
mortificado
en un rincón
de lo más mío,
sigues hablándome de luz
y de calor,
desobediente.

                             JOSÉ LUIS VIDAL CARRERAS




Feliz lunes.

Un beso,

viernes, 31 de enero de 2025

hay menos luz en el mundo

Hace un mes de la muerte de mi madre y
sólo puedo decir que los días son extraños y me siento desubicado y vacío y su ausencia es absoluta. Los días pasan y se repiten, ýb. Salgo de madrugada de casa y leo en el metro y tren camino al trabajo —los mismos viajeros ocupando los mismos asientos un día tras otro—; en el reparto las rutinas de los vecinos de mi sección, cuándo salen a por pan, cuándo toman café o cerveza, en qué colegio esperan a los hijos o nietos. Como solo en la casa ahora vacía de mis padres y ahí es donde su ausencia se encarna en el frío y silencio de las habitaciones, en los pequeños objetos que han dejado, fotografías, carteras, relojes, ropa, el botón de tele alarma, y están a oscuras —pienso mucho en esa casa cerrada cuando no estamos mis hermanas o yo—. Vuelvo a casa, leo y duermo. Todo parece igual, a veces sonrío y bromeo a menudo, pero llevo dentro una tristeza y una vulnerabilidad perennes y siento, como tras la muerte de mi padre, que el mundo que habitaba y representaba mi madre, todo aquello que la conformaba y definía ha desaparecido. Es el primer mes de un nuevo mundo y de esta sensación de no tener a nadie por encima de mí, de extrañar los cuidados de mis padres incluso en sus temblores, flaquezas y dolores, esas caricias o esos gestos hacia nosotros sus hijos. También extraño, entre otras cosas, su risa de niña, su dulzura y luz, el sabor de sus platos y su cabeza inclinada mientras dibujaba los puzles de seguir los puntos.
 
Encuentro a mi madre en momentos inesperados. Una vecina se persigna en el portal y el mismo gesto de mi madre y de tantas mujeres de su generación al salir de casa. El humo de una chimenea es su mano decidida al encender un una piña en las cocinas gallegas de leña. May Sarton describe sus cuidados de una flor en su Diario de los setenta y las macetas coloridas de mi madre.
 
Cada atardecer enciendo una vela por ella, por mi padre, y el crepitar de la luz es mi madre en las noches de apagón, cuando encendía otra vela para iluminar la cocina y nos entretenía con juegos de cartas. Hoy encontré un cuaderno de sumas y juegos de habilidades que mi madre completó en la rehabilitación tras su ictus. Su letra perdió redondez, como su voz, pero recuerdo su decisión y fuerza por recuperar parte de lo perdido. A veces vuelvo a las fotos de mi infancia —en ocasiones asoma mi madre—y el sentimiento de quiebra en el niño que fui, en todos los hombres que fui y soy. A veces veo sus retratos de joven y me sorprende su serenidad. Es escurridiza, mi madre, en las fotos. Apenas medio centenar antes de los móviles.
 
No consigo conectar con la realidad circundante en estas últimas semanas, ýb. Sólo los cambios de la luz invernal a lo largo del día, los jirones de niebla en las mañanas de lluvia, el cielo estrellado, la agitación de los árboles por los temporales de viento, el vuelo de los gorriones. Los días se despliegan monocordes; o yo no soy capaz de ver mucho más —mi hermana pequeña dice que no sabe por dónde le da el aire. Creo que es eso lo que nos ocurre a los tres hermanos—. Sí se repiten, sin llamarlas, imágenes de sus últimos días. Sus besos de despedida cuando terminaba el turno de visitas en reanimación y la última mañana juntos: cómo insistía en hacer ejercicios de respiración y piernas, cómo miraba a los monitores y le escribía en una pizarra qué significaba cada línea y pitido, su pregunta silenciosa, ella intubada, de qué le había pasado, mi letra al escribir que la quería mucho en esa pizarra que era nuestra voz, mis caricias en cara y pelo y pecho. Si pienso en esas dos horas donde la vimos morir, me rompo.
 
Todo sigue aquí. Hace poco escuché a Juan y medio decir que la muerte de un anciano equivalía a la pérdida de la biblioteca de Alejandría. Y ahora pienso que además de mundos somos bibliotecas.
 
Ahora atardece, ýb. Es un atardecer lento, con unas pocas nubes cálidas y púrpuras. Mi madre se llamaba Luz. Y creo que no podía tener otro nombre mejor.