Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

domingo, 23 de abril de 2023

caminos que llevan a algún sitio


Hace poco una amiga, mientras ojeaba mi biblioteca, que se ha desbordado en columnas ciclópeas fuera de las estanterías que construyó mi padre, me preguntó si me daría tiempo a leer todos mis libros. Era la primera vez que me preguntaban por el tiempo, lo habitual es que se sorprendan por la cantidad de libros en casa y crean que los he leído todos —y se sorprenden aún más cuando les aclaro que sólo es la mitad de mi biblioteca, la otra mitad está en casa de mis padres por falta de espacio—. Sé desde hace años, cuando las lecturas pendientes alcanzaron el primer centenar de libros —ahora estarán por el tercer centenar—, que no tendré tiempo para leerlos todos. Y está bien. No me preocupa lo que no he leído sino las lecturas que he encontrado y lo que he hallado en ellas, la certeza de otras realidades, de otras miradas, de otras escrituras —de la torrencial de Pugliese en Aguamala a la oralidad de Ceija Stojka o Alexiévich, del detallismo de Joseph Mitchell a la angustiosa realidad de Philip K. Dick—. La otredad. 
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Cada vez que termino un libro y lo deposito encima de alguna de las columnas fuera de las estanterías saturadas, pienso en mi próxima lectura, a dónde me encaminará el libro que acabo de dejar. A veces encuentros pistas en el libro terminado. Elogio del caminar me llevó a El río del olvido. El desierto de Lejana estrella brillante al desierto de Dioses sin hombres. Y las trincheras de El fuego (diario de una escuadra) a los poemas de Los tambores del tiempo. Pero en la mayor parte de las ocasiones investigo entre los libros de mi biblioteca: extraigo un puñado de ellos, leo fragmentos, mezclo tiempos, existencias y verdades, me pregunto si ciencia ficción, ensayo, libro de viajes, reportajes, poemarios o westerns hasta que algo hace clic —como hace unos días al leer unas páginas al azar de El camino de Wigan Pier de Orwell—. No siempre acierto y abandono la lectura a las pocas páginas. Y no pasa nada. Tengo una biblioteca a la que acudir y elegir entre una profusión de caminos. Esa es mi riqueza lectora. 
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Los mejores momentos lectores de los últimos meses —de los últimos años—, se lo debo a editoriales como La fuga con El diario clandestino de Guareschi, Altamarea y las Muchachas sicilianas de Maria Messina o La luna y las fogatas de Pavese, el descubrimiento de Eisejuaz y Enero de Sara Gallardo y de Hotel Splendid de Redonett gracias a Malas tierras, los reportajes de Dagerman en Otoño alemán que ha publicado Pepitas de calabaza, Vivimos ocultos de Ceija Stojka editadas por Las migas también son pan y tantas otras —Tránsito, Gallo Nero, La bella Varsovia, Acantilado, Piel de zapa, Muñeca infinita, consonni, Sajalín…— que me llevan fuera de los caminos marcados. En mis tardes de librerías son estas editoriales las que copan mi atención,  renuevan mis ganas de lectura que empezaron con los tebeos en mi infancia y las tardes en la cocina con mi madre y mis hermanas para elegir un libro de la revista de círculo de lectores.
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Ayer tarde celebramos por anticipado el día del libro en mi librería favorita. Entramos a primera hora de la tarde en la librería Cámara, antes de la muchedumbre por llegar. e. se sorprendió de no verme con libros en la mano una vez llegué al fono de la librería. Le comenté que me tomo mi tiempo, que espero tener una visión general para optar por uno u otro libro —y ayer quise saber sobre las guerras apaches y descubrir la escritura de Oda Sakunosuke—. Mi amiga se preguntará por qué sigo comprando, es decir, aumentando todos esos libros que no tendré tiempo a leer. Y no lo sé. Las librerías y los libros me apaciguan. Y hay libros que nunca leeré más que un fragmento. Pero tal vez ese fragmento me haya mostrado un cosmos entero. 
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A veces también me preguntan si me preocupa qué será de mi biblioteca cuando muera. Dejo pequeñas marcas en mis libros, marcapáginas, hojas secas, billetes de tren o autobús, mapas de una ciudad, a veces mi nombre o una fecha o una palabra o frases subrayadas a lápiz. Como las huellas que dejamos en un camino de tierra y que otros taparán más adelante. Más de una vez he comprado libros de segunda mano por una fotografía en blanco y negro o una dedicatoria en la primera página, restos de otras memorias. Algunos de mis libros, como objetos, guardan una historia en sí mismos. Mi biblioteca muestra una parte del camino que he construido. 
Feliz día del libro.

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