Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 17 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Compromiso...

Creo que no hace falta decirte cuánto me ha tocado este lunes. Lo he leído varias veces a lo largo del día, y cada una de esas veces he terminado con el corazón del revés. Te podría hablar de las mañanas donde mi padre me aguantaba la bicicleta para que aprendiera a andar en ella, o de las tardes en la cocina, mi madre con un libro de historia y yo repitiendo una lección hoy ya difusa, o de la última vez que busqué a mi madre para que me consolara, hace unos años, el llanto puro, su mano en mi cabeza, mi cabeza en su vientre. 

Hoy he soñado con mi madre. Apenas aparece en mis sueños, al contrario que mi padre, al que veía andar sin temblores, su cuerpo viejo pero atlético, o sonreír porque había superado su fiebre o aquel en el que me decía que me quería. En el sueño, la cara blanca de mi madre, su cabeza ladeada en la cama y la lengua entre sus labios, como la tarde que murió, y una mano que le limpiaba con un pañuelo todo ese blanco de la cara. 

Sonreí en el reparto, esta mañana. Si con la muerte de mi padre sentía que me protegía de algún modo allá donde esté, mi madre me trae su nombre, Luz. Si sonrío hay luz, y si hay luz está ella. Hubo más de un momento memorable. Una mujer de ochenta y cuatro años, mientras firmaba un certificado, me decía con voz traviesa que aún iba a la escuela —después de una pausa, apuntilló, de adultos—. Se juntaba con sus amigas antes de las clases, hacían excursiones, recordaban sus días de escuela. Tenía una cara radiante, esta mujer estudiante. Una niña miraba sorprendida las revistas y cartas en mi mano. Me preguntó que eran. Al responderle me dijo que llevaba muchas. Los niños me miran fascinados, como si fuese un mago o mi oficio no fuese cosa de otros tiempos. Y el viernes pasado, un hombre mayor de mi sección, jubilado hace tiempo, llevaba, vestido de ciclista en ruta, un ramo de rosas en equilibrio sobre su bicicleta.

He abierto una de las hojas de nuestro ventanal de cinco metros. Hace un calor extraño, hay margaritas en la campa junto a casa donde los perros corren y se revuelcan en la hierba y el cielo parece en pausa. Suenan algunos pájaros y la estela de coches lejanos. Es un atardecer tranquilo, ýb, de esos que se posan poco a poco en mi ánimo, que me hacen seguir el cambio de la luz y la aparición de las primeras estrellas. No necesito más —ayer, cocinaba mientras e. meditaba en otra habitación. Cortaba las verduras y preparaba el cuscús. Gestos que amé porque veía la luz junto al ventanal, cocinaba, e. estaba en la otra habitación y sentía todo el camino hasta ese instante extraordinario—.


Los lunes de Anay. Compromiso…

“tu corazón en orden
Sin querer atender a ningún otro asunto”

                                                              JAVIER BOZALONGO

EQUILIBRIO

Papá aflojó los tornillos
Para que aprendiera
A andar sin las rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
Que rodea al hipódromo,
Justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
De aprender a sostener
Mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
Me soltaría por nada del mundo;
Giraba apenas mi cuello
Para ver que ella siguiera ahí,
Corriendo justo detrás de mí,
Agarrándome de la parte baja del asiento.
«Yo no te suelto -me decía-,
Yo no te suelto»,
Pero para ese entonces
Ya estaba pedaleando sola
Y no me daba cuenta
De cómo ella se alejaba de mí,
Aun quedándose quieta
Entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me di vuelta
Que rechacé ese objeto
A un costado de la vereda
Y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
Haciendo finitos, calculo
El tiempo exacto para pasar en rojo
Y no morir en el asfalto,
Pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
Y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
Para dos personas iguales,
Ni siquiera lo hay en una casa,
Y por eso me fui apenas terminada la escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
Si nos quedamos quietas
Seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette

Y resulta que soy yo la que se aleja
Mientras ella se queda parada,
Palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
Yo no te suelto.
                                   DAIANA HENDERSON























Feliz lunes

Un beso,

Anay

lunes, 10 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Grandezas...

El sábado cumplí cincuenta años (sigo asombrado, ýb, no sólo por la rapidez, también por sentir todos estos yoes que he sumado desde mi niñez). E. me regaló un poemario de Chūya Nakahara y su título, Triste y bello, define con precisión ese día. Lo bello fue salir con ella, el triple que me dedicó mi sobrino en su primera canasta del partido, tantos mensajes. Lo triste, el primer cumpleaños sin mi madre, sin mis padres, esas ausencias que abarcan cada espacio y cada tiempo, este sentimiento de orfandad, de no tener nadie por encima de mí —y eso me hace sentir vulnerable y desconcertado—, la extrañeza por no ver la cara de niño en mi padre al estirarme de las orejas o la voz risueña y con un matiz de gallego de mi madre cuando me decía zorionak. 

He pensado estos días en esos cincuenta años. O mejor dicho, he imaginado el siete, ocho y nueve de febrero de hace cincuenta años, también viernes, sábado y domingo, como este año. El viernes tarde pensaba en mi madre en el hospital, con las contracciones y a la espera; el sábado imaginé mi nacimiento, los gestos de mis padres, mis primeros gestos; el domingo inventé lo que pudieron sentir ese día, el futuro que creaban para mí. Durante esos tres días estuve entre dos tiempos, entre lo real y lo imaginado.

Me preguntan si siento la crisis de los cincuenta. Sonrío y niego. Siento, en realidad, la crisis de la orfandad. Pasé días desnortado por las repeticiones en los días y en los gestos que no entendía. Me costaba encontrar un sentido. Había terminado el mundo de mi madre y empezaba uno nuevo donde la tristeza por no volver a sus caricias o su voz o el sabor de sus platos. Hace poco vi una entrevista a Pepe Mújica. Aplaudía el tiempo perdido. Dejarse de esas necesidades que nos han impuesto desde fuera y disfrutar de sembrar un campo, leer, mirar alrededor, conversar pavadas. Ahora, en este nuevo mundo, el sentido es E., este cielo de luz y sombra, mi familia, los libros y los caminos que me esperan, saberme habitado por la memoria de mis padres.


Los lunes de Anay. Grandezas…

A la memoria de Rosi Sainz, 
que tanto nos amó.


“Mientras tanto cógeme la mano, decía,
No quiero promesas, no quiero disculpas,
Tan sólo un gesto de amor”

                                                         KIRMEN URIBE

BLINDAJE

Soy casi indestructible, porque tuve
Una niñez feliz,
                      Porque me amaron
Y supe que me amaban, y aún lo sé.

Soy casi invulnerable, 
                               Cuando tengo
A mis hijos en brazos, y procuro
Que sepan que los amos, y amaré.

Soy casi irreductible, porque vivo
De rescatar al niño aquel que fui.
La infancia es el sustento de mi fe.

                                                  CARLOS MARZAL



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 3 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Emisoras...

"La música es el tiempo presente de los amores
imposibles"
                            DARÍO JARAMILLO AGUDELO



DESOBEDIENTE

Te niegan las nubes,
te niega la lluvia,
te niega este aire
cómplice del frío
que las mejillas del almendro
y del olivo
torna pálidas.

Mas tú,
mortificado
en un rincón
de lo más mío,
sigues hablándome de luz
y de calor,
desobediente.

                             JOSÉ LUIS VIDAL CARRERAS




Feliz lunes.

Un beso,

viernes, 31 de enero de 2025

hay menos luz en el mundo

Hace un mes de la muerte de mi madre y
sólo puedo decir que los días son extraños y me siento desubicado y vacío y su ausencia es absoluta. Los días pasan y se repiten, ýb. Salgo de madrugada de casa y leo en el metro y tren camino al trabajo —los mismos viajeros ocupando los mismos asientos un día tras otro—; en el reparto las rutinas de los vecinos de mi sección, cuándo salen a por pan, cuándo toman café o cerveza, en qué colegio esperan a los hijos o nietos. Como solo en la casa ahora vacía de mis padres y ahí es donde su ausencia se encarna en el frío y silencio de las habitaciones, en los pequeños objetos que han dejado, fotografías, carteras, relojes, ropa, el botón de tele alarma, y están a oscuras —pienso mucho en esa casa cerrada cuando no estamos mis hermanas o yo—. Vuelvo a casa, leo y duermo. Todo parece igual, a veces sonrío y bromeo a menudo, pero llevo dentro una tristeza y una vulnerabilidad perennes y siento, como tras la muerte de mi padre, que el mundo que habitaba y representaba mi madre, todo aquello que la conformaba y definía ha desaparecido. Es el primer mes de un nuevo mundo y de esta sensación de no tener a nadie por encima de mí, de extrañar los cuidados de mis padres incluso en sus temblores, flaquezas y dolores, esas caricias o esos gestos hacia nosotros sus hijos. También extraño, entre otras cosas, su risa de niña, su dulzura y luz, el sabor de sus platos y su cabeza inclinada mientras dibujaba los puzles de seguir los puntos.
 
Encuentro a mi madre en momentos inesperados. Una vecina se persigna en el portal y el mismo gesto de mi madre y de tantas mujeres de su generación al salir de casa. El humo de una chimenea es su mano decidida al encender un una piña en las cocinas gallegas de leña. May Sarton describe sus cuidados de una flor en su Diario de los setenta y las macetas coloridas de mi madre.
 
Cada atardecer enciendo una vela por ella, por mi padre, y el crepitar de la luz es mi madre en las noches de apagón, cuando encendía otra vela para iluminar la cocina y nos entretenía con juegos de cartas. Hoy encontré un cuaderno de sumas y juegos de habilidades que mi madre completó en la rehabilitación tras su ictus. Su letra perdió redondez, como su voz, pero recuerdo su decisión y fuerza por recuperar parte de lo perdido. A veces vuelvo a las fotos de mi infancia —en ocasiones asoma mi madre—y el sentimiento de quiebra en el niño que fui, en todos los hombres que fui y soy. A veces veo sus retratos de joven y me sorprende su serenidad. Es escurridiza, mi madre, en las fotos. Apenas medio centenar antes de los móviles.
 
No consigo conectar con la realidad circundante en estas últimas semanas, ýb. Sólo los cambios de la luz invernal a lo largo del día, los jirones de niebla en las mañanas de lluvia, el cielo estrellado, la agitación de los árboles por los temporales de viento, el vuelo de los gorriones. Los días se despliegan monocordes; o yo no soy capaz de ver mucho más —mi hermana pequeña dice que no sabe por dónde le da el aire. Creo que es eso lo que nos ocurre a los tres hermanos—. Sí se repiten, sin llamarlas, imágenes de sus últimos días. Sus besos de despedida cuando terminaba el turno de visitas en reanimación y la última mañana juntos: cómo insistía en hacer ejercicios de respiración y piernas, cómo miraba a los monitores y le escribía en una pizarra qué significaba cada línea y pitido, su pregunta silenciosa, ella intubada, de qué le había pasado, mi letra al escribir que la quería mucho en esa pizarra que era nuestra voz, mis caricias en cara y pelo y pecho. Si pienso en esas dos horas donde la vimos morir, me rompo.
 
Todo sigue aquí. Hace poco escuché a Juan y medio decir que la muerte de un anciano equivalía a la pérdida de la biblioteca de Alejandría. Y ahora pienso que además de mundos somos bibliotecas.
 
Ahora atardece, ýb. Es un atardecer lento, con unas pocas nubes cálidas y púrpuras. Mi madre se llamaba Luz. Y creo que no podía tener otro nombre mejor. 

lunes, 9 de diciembre de 2024

Los lunes de Anay. Espigas...

Este lunes me ha conmovido especialmente. He visto a mi padre en el poema de Martha Asunción Alonso, en aquella habitación 504 donde murió una tarde de septiembre, su respiración agitada y el brillo de las lámparas en sus ojos semicerrados (parecía, lo sentí entonces, y todavía lo veo ahora, que esa luz reflejada en sus ojos era una porción de vida aún anclada a nosotros). Pensé, y pienso, que con la muerte de mi padre un mundo llegó a su fin y que hace tres años empezó otro donde él es una ausencia tan abrumadora que equivale a la mayor de las presencias. 
Hace una semana mis hermanas y yo volvimos por una tarde a aquel hospital con mi madre. Tenía mareos y una tensión desbocada (a veces sufre de infección de orina y le afecta a la cabeza). El tiempo que estuve con ella en boxes seguí su respiración, la voz pequeña, infantil al intentar hablar, la vulnerabilidad que desprendían sus gestos y su cuerpo. Se quedó dormida unos minutos y la agitación en sus ojos al dormir me hacía preguntarme en qué soñaba, si había vuelto a aquel sueño recurrente donde esperaba a su madre en el puente de su aldea gallega (y su madre no aparecía, y su madre nunca apareció en sus sueños). Mi madre es la única superviviente de su infancia. Mi madre ha visto desaparecer las personas de su mundo.


Los lunes de Anay. Espigas…

"La garganta es un nido
donde se encuba la memoria."

                                                  ROBERTO CONTRERAS


CASTILLA

Íbamos en el coche a Ponferrada,
donde mi abuelo se asfixiaba poco a poco.
Mi padre conducía con los ojos anémicos,
sin mirar el paisaje:
Castilla era su padre y se estaba muriendo.
Yo pensaba en Machado.
Cruzábamos las nubes por la meseta,
horizonte de arcilla,
pinares apretados donde fuimos salvajes y hubo sol.
Las vides retorcidas por el frío.
Los hilos del telégrafo, aquel toro. Íbamos
en el coche al hospital de Ponferrada.
El tiempo era franela, y era adobe.
Silicosis del tiempo.
Yo pensé: Leonor.
¿Qué pensaba mi padre?
Castilla era su padre. Y se acababa.
                                                          MARTHA ASUNCIÓN ALONSO




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 2 de diciembre de 2024

Los lunes de Anay. Olmas...






"Esta frágil belleza no durará",
Dice la tierra seca a la gota de agua.

                                                    JOSÉ EMILIO PACHECO

PIEL DE TORTUGA

De nuevo te sorprendo con el arco
listo para la acción más ofensiva.
Después de tanta sangre en tanto ataque,
el tiempo me ha ofrecido su coraza.
De nuevo arrojas afiladas flechas,
pero esta vez se estrellan contra una
dura piel de tortuga. Y no me hieren.

                                                       AMALIA BAUTISTA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 25 de noviembre de 2024

Los lunes de Anay. Asas...














"Las pequeñas cosas se rompen para hablarnos"

                                                                        SERGIO GARCÍA ZAMORA


NUESTRO PRIMER DESAYUNO

Los dos comemos manzanas verdes
y, a pesar del ácido en la lengua,
seguro vamos a acordarnos de esto
como un momento dulce.

Vos mordés la fruta sin miedo,
mientras que yo uso un cuchillo
para evitar el contacto directo.

De algo tan íntimo y superficial
podríamos sacar varias conclusiones,
pero yo elijo solo dos:
tu capacidad de dejar marcas
en las cosas que tocás
y la distancia instintiva
que toma mi cuerpo
de todo lo que me hace bien.

                                           GUSTAVO YUSTE




Feliz lunes.

Un beso,

Anay