Tengo El salto del ciervo en una de las columnas de lecturas pendientes/inminentes. Son seis, de diferentes alturas. Están los poemas de Marta Agudo y lo último de Cărtărescu, el Planeta Champú de Cuopland, la desmedida Exégesis de Dick y los relatos de Ribeyro, ensayos sobre la invención del norte, el silencio en la guerra, el mito de Sísifo o las guerras apaches, artículos de Leila Guerriero, las cartas de Séneca, un diario a los setenta de May Sarton y un diario de viajes de Leguineche. Y los poemas de Vallejo y la nueva novela de la salvaje Bonnie Jo Campbell y Los recuerdos del porvenir de Elena Garro. Y obras descomunales como El plantador de tabaco, Maqroll el Gaviero, Los mitos de Cthulu, Circo familiar. Y la poesía de Irazoki, Moga, Darwish, Pérez-Sauquillo, José Luis Gallero, Bobin. Y Bette Howland, Arreola, Elizabeth Hardwick, Jean Genet. Y las columnas crecen. Y hay libros que compré hace diez años en un viaje a Madrid o en un encuentro en Barcelona que siguen ahí, entre las estanterías de los libros no-leídos. Y sé, no me engaño, que no acabaré con las lecturas pendientes. Pero, aún así, me siento contenido por esos libros que hojeé en una librería o en un puesto de segunda mano, esos libros que son tiempo condensado y una promesa.
Los lunes de Anay. Scherzo…
"Los pájaros nunca estudiaron música"
JESÚS TERRÉS
YO SOLÍA PEDÍRSELO
Él raramente me cantaba,
no sé qué escala utilizaba, la árabe quizá,
diecisiete pulsaciones hasta la octava o la china,
cinco. Era microtonal, inarmónica,
su pentagrama era de clave baja,
pero no sé cuánto más baja que el barítono
iba, el do por debajo del do medio o
más bajo, descendiendo hacia aquellas regiones minerales, yo solía
pedírselo directamente, tumbada
a lo largo de él, y diciéndole,
suavemente, en confianza, "Hazme algunas notas graves",
y él,
abría su amplia boca, de labios delgados, sin oído musical,
y buscaba en las profundidades un aliento
cerca de los primeros yacimientos de pizarra,
haciendo los sonidos masculinos, y si yo hubiese estado
terminando, lo haría otra vez, una nota entera
surgiendo lentamente como la burbuja central
de un nivel. Creo que él amaba ser amado,
creo que esas eran las cadencias,
plagales, de una buena, vivida vida.
A él le gustó durante mucho tiempo, tónica,
dominante, subdominante, y ahora
yo quiero volver a aprender los intervalos,
viajar con un hombre entre las terceras y las quintas,
aumentadas, disminuidas, con un toque ligero,
sforzando, rallentando, agitato, las habituales
adoraciones y consentimientos, y evidentemente lo que yo realmente
quiero son algunas notas bajas.
SHARON OLDS
(Versión de Joan Margarit y Eduard Lezcano Margarit)
Feliz lunes.
Un beso,
Anay