Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 18 de noviembre de 2024

Los lunes de Anay. Scherzo...

Tengo El salto del ciervo en una de las columnas de lecturas pendientes/inminentes. Son seis, de diferentes alturas. Están los poemas de Marta Agudo y lo último de Cărtărescu, el Planeta Champú de Cuopland, la desmedida Exégesis de Dick y los relatos de Ribeyro, ensayos sobre la invención del norte, el silencio en la guerra, el mito de Sísifo o las guerras apaches, artículos de Leila Guerriero, las cartas de Séneca, un diario a los setenta de May Sarton y un diario de viajes de Leguineche. Y los poemas de Vallejo y la nueva novela de la salvaje Bonnie Jo Campbell y Los recuerdos del porvenir de Elena Garro. Y obras descomunales como El plantador de tabaco, Maqroll el Gaviero, Los mitos de Cthulu, Circo familiar. Y la poesía de Irazoki, Moga, Darwish, Pérez-Sauquillo, José Luis Gallero, Bobin. Y Bette Howland, Arreola, Elizabeth Hardwick, Jean Genet. Y las columnas crecen. Y hay libros que compré hace diez años en un viaje a Madrid o en un encuentro en Barcelona que siguen ahí, entre las estanterías de los libros no-leídos. Y sé, no me engaño, que no acabaré con las lecturas pendientes. Pero, aún así, me siento contenido por esos libros que hojeé en una librería o en un puesto de segunda mano, esos libros que son tiempo condensado y una promesa. 


Los lunes de Anay. Scherzo…

"Los pájaros nunca estudiaron música"
                                                          JESÚS TERRÉS


YO SOLÍA PEDÍRSELO

Él raramente me cantaba,
no sé qué escala utilizaba, la árabe quizá,
diecisiete pulsaciones hasta la octava o la china,
cinco. Era microtonal, inarmónica,
su pentagrama era de clave baja,
pero no sé cuánto más baja que el barítono
iba, el do por debajo del do medio o
más bajo, descendiendo hacia aquellas regiones minerales, yo solía
pedírselo directamente, tumbada
a lo largo de él, y diciéndole,
suavemente, en confianza, "Hazme algunas notas graves",
y él,
abría su amplia boca, de labios delgados, sin oído musical,
y buscaba en las profundidades un aliento
cerca de los primeros yacimientos de pizarra,
haciendo los sonidos masculinos, y si yo hubiese estado
terminando, lo haría otra vez, una nota entera
surgiendo lentamente como la burbuja central
de un nivel. Creo que él amaba ser amado,
creo que esas eran las cadencias,
plagales, de una buena, vivida vida.
A él le gustó durante mucho tiempo, tónica,
dominante, subdominante, y ahora
yo quiero volver a aprender los intervalos,
viajar con un hombre entre las terceras y las quintas,
aumentadas, disminuidas, con un toque ligero,
sforzando, rallentando, agitato, las habituales
adoraciones y consentimientos, y evidentemente lo que yo realmente
quiero son algunas notas bajas.

                                                       SHARON OLDS
                                                       (Versión de Joan Margarit y Eduard Lezcano Margarit) 





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 11 de noviembre de 2024

Los lunes de Anay. Diezmos...








"La cita no pactada"

                             PIEDAD BONNETT


SIN LLAVES Y A OSCURAS

Era uno de esos días en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.
Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano.

                                       FABIÁN CASAS



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 4 de noviembre de 2024

Los lunes de Anay. Sin título

"en este instante por el mundo"

                                               JULIETA VALERO


EL DOLOR

El dolor no humaniza, no ennoblece,
no nos hace mejores ni nos salva,
nada lo justifica ni lo anula.
El dolor no perdona ni inmuniza,
no fortalece o dulcifica el alma,
no crea nada y nada lo destruye.
El dolor siempre existe y siempre vuelve,
ninguno de sus actos es el último
y todos pueden ser definitivos.
El dolor más horrible siempre puede
ser más intenso aún y ser eterno.
Siempre va acompañado por el miedo
y los dos se alimentan uno a otro.

                                                   AMALIA BAUTISTA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 28 de octubre de 2024

Los lunes de Anay. Lindes...

(Te) escribo junto a nuestro ventanal. Es una tarde lenta y silenciosa. Pasan algunas nubes altas ante la quietud los árboles y la ausencia de gorriones mientras espero la penumbra del atardecer. Podría contemplar este atardecer y ver dispersarse la luz sobre los tejados y las cumbres de los montes hasta el hasta la salida de las estrellas. Lo he hecho en otras épocas, en otros paisajes. Porque hay algo indecible en el extinguirse de la luz.

Este fin de semana tuvimos todo tipo de lluvia. Nuestro sirimiri lento, una lluvia contundente y una lluvia falsa siempre a punto de detenerse. Estaba solo, e. en un viaje con una amiga. En estos días de silencio, sin más ruido que mis gestos cotidianos y los maullidos de maritoñi, leí hasta la penumbra del atardecer sobre las páginas.

Las memorias de Abigail Thomas calan de a poco. Habla de su vida tras el accidente de tráfico que provocó un traumatismo craneoencefálico a su marido y lo despojó del tiempo y de quien era, anclado a una residencia, a temores, iras y alucinaciones. Abigail habla sobre su rutina, el cambio de domicilio, los perros que adopta y que contienen, la culpa y el seguir adelante, el amor en un gesto sencillo y reaprender a ver al hombre que ama. Es un libro delicado.

Ahora me encuentro en la estepa kazaja y el cosmos con Más de un siglo se alarga el día. Llevo casi doscientas páginas y Ediguéi aún está en camino para enterrar a su amigo Qazangap en un viejo cementerio de la estepa. Es en ese viaje a un cementerio donde Chinguiz Aitmátov habla sobre unos personajes solitarios en un paisaje extremo. Voy a lomos de un camello, como Ediguéi, y recorro un lugar mitológico. 

Leer con lluvia de fondo es mi momento predilecto de lectura.


Los lunes de Anay. Lindes…

"Lo sutil
 no puede ser buscado"

                                 MARGARA RUSSOTTO


Es ella. Toca la barandilla del paseo, esquiva las terrazas, señales,
y sale de la hilera de árboles, despacio, sin volverse, su sombra
verde todavía.

                                                           DAVID LOZANO MENA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 21 de octubre de 2024

Los lunes de Anay. Bellas artes...

Una cadena poética, el Proyecto Nosotras, mujeres y poetas. Una poeta lee el poema de otra. Olga RT pone las imágenes y la música. Qué bien que se hagan estos proyectos, que se abran caminos. Y qué bien escuchar las palabras de Ángela Serna en la voz de Anay Sala Suberviola.




Tengo una pequeña anécdota con Ángela Serna. Encontré Pasos, el sueño de la piedra, en una feria de segunda mano. Dentro, una dedicatoria de Ángela escrita en 2010 en una librería de Bilbao y una postal con una foto suya. No pude resistirme. Hay varios libros en mi biblioteca que guardo por el rastro de otro que encontré en su interior. Dedicatorias, billetes de avión, fotos, calendarios, micro reseñas, recortes de periódico, dibujos de niños —y yo, a mi vez, replico fechas y micro reseñas escritas a lápiz, hojas secas, billetes de tren y avión y calendarios dibujados en mis libros—. En mi época de voluntariado, donde conocí a e. y se inició este presente, traían cajas y cajas de libros para donar. De lectores y lectoras ya muertos. Una madre o un abuelo. Se deshacían de los libros en busca de espacio —yo pensaba que estaban creando un vacío, en cambio—. A veces he dejado libros que no me han gustado o que tengo repetidos en el banco de un parque o el asiento de un tren. Para que encuentren a sus lectores. 


Los lunes de Anay. Bellas artes…

"¿Quién imprimió Carrara en mí
 y cinceló todas mis canciones?"

                                              EMILY DICKINSON


CHERRY BLOSSOMS

Oh, tienes que ver los cerezos, me decían.
Los cerezos, ya los verás;
vienen de todas partes para verlos;
no has visto cosa igual, los cerezos.
Y los cerezos llegaron por sorpresa,
un día, de la noche a la mañana,
y no rosados - más asombro - sino blancos,
(los del campus, al menos, me refiero)
blanco-canon, blanco deslumbrador,
que nunca había visto, no, jamás,
porque ya no hay bataneros en la tierra
ni quien pueda blanquear nada de ese modo.
Es un blanco, lo sabe quien lo ha visto,
que solo puede haber nacido de una mano.
Ah, el cerezo, esto no me lo advirtieron,
el árbol de la luz transfigurada.

                                                               MARCELA DUQUE




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 14 de octubre de 2024

Los lunes de Anay. Normativa...


Hace días que no me ubico en ninguna lectura, en ninguna escritura. Inicio novelas y poemarios que dejo a las pocas páginas, incapaz de sentir las palabras. Sólo algunas frases al azar, algunos versos, consiguen moverme. Los últimos versos de Oda Material de Sharon Olds, por ejemplo: “¡Ama solo donde seas amada! Oh, traje de recién nacido / con un gusano que sonríe sobre el corazón: está / prohibido amar donde no somos amados.” —cómo sobresaltan y estremecen estas palabras, ýb—. O estas frases del relato Nada que declarar de Richard Ford: “No un sonido que pudieras oír. Más bien una fuerza como el tiempo, o algo perpetuo” / “En aquella época simplemente pensaba en llegar a alguna parte. Es mucho mejor que partir”, frases que me hacen pensar en el tiempo como en el desierto de Cielo amarillo —“Un desierto es un espacio. Y los espacios se cruzan”—, o en las ensoñaciones adolescentes antes de que la vida se asiente. En estas épocas de no-lecturas lo fragmentario y los cruces me salvan.


Los lunes de Anay. Normativa…

"Ha llegado el momento de hacer algo
 parece que te dice todo el mundo
 y tú dices que sí, con la cabeza."

                                               ENRIQUE LIHN



Mientras sólo
nos observan de reojo,
nos acusan de irrealistas delirantes
y naufragamos
en las lavadoras.
¿Sobreviviremos
al sopor de las cocinas,
a la puntualidad de los recibos?
Seremos
personas cotidianas,
sólo cotidianas
pero no acudiremos a la cita.
Fingiremos morir.

                                       MARTHA KORNBLITH



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

miércoles, 9 de octubre de 2024

Ilse Aichinger. El atado


Es el primer domingo de agosto. Me levanto temprano, al final del amanecer. Hay un cielo nítido, sin nubes, y la primera luz tantea las ventanas y las paredes blancas de esta habitación —el canto nervioso de las golondrinas amplifica un silencio de abandono, ahí fuera—. Es mi momento favorito de lectura, la tregua, el silencio y la quietud del domingo y mi cuerpo por fin descansado. Tengo en mis manos un libro de relatos de Ilse Aichinger, a la que llego sin contaminar, sin referencias ni coordenadas previas más allá de los fragmentos aleatorios leídos en una librería un par de días atrás. Leo en la luz solitaria de estas horas inaugurales una escritura desconocida e intento encajar las piezas de un mundo nuevo y extraño. 

En el prólogo, Narrar en este tiempo, Aichinger define su escritura. Dice: Si lo entendemos de modo correcto podremos darle la vuelta a aquello que parece apuntar contra nosotros, podremos comenzar a narrar precisamente desde el final y hacia el final, y el mundo volverá a desvelarse para nosotros. Entonces hablamos, cuando comenzamos a hablar bajo la horca, sobre la vida misma. El último relato es precisamente eso, una voz apresurada y expeditiva que habla desde la horca: ¿Dónde estaríais si no tuvierais un final? ¿Dónde? En ninguna parte, porque es vuestro propio final el que os ha creado, lo mismo que a mí la soga en torno a mi cuello… Pero aún quedan horas de lectura fragmentada por delante antes de ese último relato en este primer domingo de agosto, un ir y venir del mundo relatado de Aichinger al mío —nuestros caminos cruzados en esos instantes de acercamiento y descanso—. Leo dos o tres relatos, luego mi alejamiento momentáneo y después mi aturdimiento al retomar el mundo modelado de Aichinger donde belleza muerte animalidad. 

Un hombre se despierta atado en el primer relato. Una voz habla con una soga al cuello en el último. En ambos casos, su mundo se redefine y recrea por un elemento externo, el hombre atado que descubre su fortaleza y libertad en su adaptación a la atadura —la cuerda que lo limita y a la vez le abre una nueva manera de entender la realidad—, la voz en la horca que clama por la importancia deudora del final, que nos crea y moldea y atrae de manera insondable. No sabemos quién ató al hombre ni la causa de la condena del ahorcado, sólo asistimos a la conclusión y, a partir de ahí, la necesidad de (re)descubrir nuestro mundo. Ambos personajes aislados de los demás por encontrarse fuera de nuestra realidad, en un espacio acotado y un tiempo extinto. 

Hay un cuento hermoso e hipnótico, Historia en espejo, que trastoca el sentido del tiempo y la realidad, y que siento como canto y congoja. Una mujer, tras su muerte, inicia el camino hacia su nacimiento, reordenando gestos, intenciones, muertes y amores, una muerte que ilumina el nuevo sentido de la vida. He leído otras historias de tiempos desordenados, Kanada o La flecha del tiempo, por ejemplo, pero en este relato Aichinger consigue en pocas páginas el asombro y la congoja. 

Un muchacho en el cartel de una estación de tren, sus brazos levantados y su carrera detenida por la eternidad en una playa bajo un cielo azul. El grito ¡No morirás! del hombre que pega los carteles que hace le preguntarse al muchacho, sólo una figura en un cártel,sobre la muerte —¿Es el morir cuando el mar por fin se moja? ¿Es el morir cuando el viento por fin sopla? ¿Qué es el morir?—, y desea que la muerte sea movimiento y piel. 

Y el movimiento perpetuo sobre un lago de un hombre incapaz de detener su barca, quedando aislado del mundo; o la mujer que se disuelve al quitarse las gafas de sol y se pregunta qué hará en invierno, también aislada: o el marinero que acompaña en un vapor a tres muchachas y que sufre sus bromas, aislado también, como las muchachas al quedarse atrapadas en el vapor por la eternidad, riendo a su pesar. Y ese aislamiento que podría traducirse en clave política, en aquellos sobre los que recae un porvenir fatídico, incapaces de maniobrar por voluntad propia. 

Salgo de El atado aturdido y asombrado ante una escritura precisa mientras, ahí fuera, el domingo atardece y se desvanece el tiempo.

(06.08.24)



¿Dónde estarías si no tuvierais un final? ¿Dónde? En ninguna parte, porque es vuestro propio final el que os ha creado, lo mismo que a mí la soga en torno a mi cuello… ¡Espera, hermano, espera por favor! Déjame terminar, déjame ensalzar el final en esta alba clara. Déjame amarte, hermano con cara de miedo, el miedo es el que convierte tu sonrisa en respetuosa, la luz previa a toda despedida, porque antes de que existieras ya estaba tu final, hermano. Y te ha dejado crecer, te ha acogido y cuidado y alimentado, te ha querido y ha hecho realidad tus mentiras y hoy mismo las sigue haciendo realidad y te sigue queriendo y te acoge y te cuida, y si se apartara de ti, ¡tú no existirías! Así, sin embargo, eres, eres porque pasas, porque has sido, por eso serás, y como el final nunca tiene un final, tampoco lo tienes. Por eso, ahorca a muchos más, hermano, cose parches en las suelas rotas o escribe versos… ¡Cuán inútil serías si no fuera inútil todo cuanto haces! ¿Saldría el sol si no se pusiera? Déjame amarte, hermano, déjame amar mi final, que me da la vida, que es el que vuelve blancas las blancas palomas… 
Ilse Aichinger. El atado. Traducción de Adan Kovacsics. Ediciones del subsuelo