Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

martes, 19 de agosto de 2025

un muro de libros

Hace un par de meses, sin un motivo claro, formé un muro de libros en la mesa de la cocina. Eran las lecturas del año pasado. Como en mi niñez, cuando construía torres simétricas con las piezas de un tente, apilé los libros por tamaño y editoriales, una manera de buscar cierto orden y armonía. En estos dos meses han estado a nuestro lado, fuera de las estanterías, mientras comíamos, cocinábamos o nos sentábamos a escribir (yo) o dibujar en piedras (e.). A veces miraba la portada de los libros superiores, y recordaba la emoción de alguno de ellos —del asombro al hastío—, dónde la leí, en qué librería lo compré, si ocurrió algo inusual en los días de su lectura. Terminé Otras crónicas marcianas, por ejemplo, en el porche de un camping en Oyambre, una mañana de lluvia y niebla —la blancura de la lluvia, de la niebla, como parte del paisaje de un Marte ancestral—. Compré Sagapó y El salario del miedo en un par de librerías gijonesas. Recuerdo la fascinación por la escritura seca de Graciliano Ramos en Vidas secas, sus personajes más sombras que presencias, el aburrimiento inesperado de Baumgartner y Tierra salvaje, la nostalgia con la que salí de El cómputo de los días, Sé mía o Fuente amarga, el salvajismo de los relatos de En el sur de Indiana, la admiración por los libros de Labatut donde ensayo científico y ficción. Y si hay un libro que quedará cosido a mi propia vida será A lo lejos, de Hernán Díaz, empezado una mañana de diciembre antes del amanecer, antes de saber el ingreso de mi madre, un libro al que me uní en aquellos nueve días donde mi madre estuvo ingresada en la unidad de reanimación y leía de a poco en la sala de espera, alargando su lectura porque mientras leía mi madre seguía viva, un libro que terminé días después de su muerte, agotado, frágil y desamparado y del que recuerdo la soledad de un hombre sin lenguaje en los paisajes cambiantes de Norteamérica. De mi última lectura del pasado año, Abel, no retuve nada, pasé por sus páginas como quien se pierde en un desierto. La ausencia repentina de mi madre transformó los días invernales. 

Hoy he abierto el muro y desplegado las diferentes columnas ante mí. Podría escribir sobre el número de lecturas del año pasado pero, ahora, me pregunto por el tiempo dedicado a este muro de libros,
cuántos días de dos mil veinticuatro habré completado con todos ellos. Y no sólo mi tiempo. Me pregunto cuánto tiempo total hay en esos libros, el de los autores desde la primera idea hasta la última corrección o el del trabajo de edición. O por todas las páginas que no acabaron en esas novelas, ensayos, crónicas periodísticas, cartas o poemas, toda esa poda que terminó en la basura, real o virtual. O cuantos personajes y paisajes, con nombre o sin él, aparecen en esos libros y fueron inventados o sacados de la realidad circundante. O la suma total de las palabras usadas, de las palabras únicas, sin repetir. O cuántas veces se dicen las palabras arroyo olvido locura en ellas y escribir un largo poema combinando esas palabras con aquellas no escritas. 

Hay media docena de libros en este muro de los que no he recuerdo apenas nada. Otros, en cambio, todavía retumban en este nuevo año lector. Cristo se detuvo en Éboli, El general del ejército muerto, Trabajo sucio, El fin del “Homo sovieticus”, Los suicidas del fin del mundo, Los años de bronce, los cuentos de Pavese, los poemas de Frío polar, por poner algún ejemplo. Hace años tenía miedo de olvidar mis lecturas. Entonces, intenté crear un diario. Durante meses escribí en varios cuadernos las impresiones de las páginas leídas y cualquier cosa que me llamase la atención en ese día, una frase sorprendente de mi padre, una lluvia inesperada, la soledad en un vagón de tren. Escribía a lápiz en una letra que pasó de grande y espaciosa a apretada y estrecha. Fueron tres cuadernos en el segundo año de pandemia, el año donde mi padre murió. Si no escribía, olvidaba. Si olvidaba era como no haber leído. Ahora ese diario es un acto interno que desarrollo a la par que la lectura. Subrayo frases, pienso en la voracidad o el laconismo de una escritura, armo reseñas mentales que no escribo al llegar a casa —las guardo dentro, como los hombres-libro de Bradbury—, marco páginas y dejo hojas secas en aquellas que quiero reabrir primero, cuando esté entre el olvido y la espera. 

Aún guardo anidado ese miedo a olvidar, no ser Funés el memorioso, pasar por una lectura como por un espacio en blanco. Que no quede nada. Como si cada gesto tuviese que ser significativo, un hito en el camino. Un miedo que esconde un pánico mayor.

(2025.06.01)


El muro de libros

    • Compadezcan al lector - Kurt Vonnegut y Suzanne McConnell. Trad. Francisco Díaz Klassen. Catedral 
    • Tiempo de matar - Ennio Flaiano.Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea 
    • En el sur de Indiana - Frank Bill. Trad. Ce Santiago. Malas tierras
    • Samarcanda - Amin Maalouf. Trad. María Concepción García-Lomas. Alianza editorial
    • Espía de la primera persona - Sam Shepard. Trad. Mauricio Bach. Anagrama 
    • Luna de miel - Chuck Kinder. Trad. Aurora Echevarría. Circe 
    • Fuente amarga - Ignazio Silone. Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea 
    • Oriente Medio, Oriente roto - Milkel Ayestaran. Ediciones Península 
    • Cuando las mujeres fueron pájaros. Cincuenta y cuatro variaciones sobre la voz - Terry Tempest Williams. Trad. Isabel Zapata. Ediciones Antílope
    • Escribir para salvar una vida - John Edgar Wideman. Trad. Alberto Moyano Muñoz. Piel de Zapa 
    • Trabajo sucio - Larry Brown. Trad. Javier Lucini. Dirty Works
    • El martirio de la joven/La sonrisa de las piedras - Akira Yoshimura. Trad. Sandra Ruiz. Marbot ediciones
    • Rombo - Esther Kinsky. Trad. Richard Gross. Editorial Periférica 
    • Cartas desde el manicomio - Dario Džamonja. Trad. Marc Casals. Sajalín 
    • Acerca del robo de historias y otros relatos - Gueorgui Gospodínov. Trad. María Vútova. Impedimenta
    • Un mundo aparte - Gustaw Herling-Grudzinski. Trad. Agata Orzeszek y Francisco Javier Villaverde. Libros del Asteroide 
    • La casa del recuerdo y del olvido - Filip David. Trad. Patricia Pizarroso. Automática editorial 
    • El general del ejército muerto - Ismaíl Kadaré. Trad. Ramón Sánchez Lizarralde. Alianza editorial 
    • La subversión de Beti García - José Avello. Alianza editorial 
    • Cristo se detuvo en Éboli - Carlo Levi. Trad. Carlos Manzano. Pepitas de calabaza 
    • Los suicidas del fin del mundo - Leila Guerriero. Tusquets editores 
    • Cuentos de soldados y civiles - Ambrose Bierce. Trad. Jorge Ruffinelli. Edhasa 
    • Isolina. La mujer descuartizada - Dacia Maraini. Trad. Raquel Olcoz. Altamarea 
    • La última del domingo - Karmelo C. Iribarren. Visor 
    • Cuarteles de invierno - Osvaldo Soriano. Altamarea 
    • Sé mía - Richard Ford. Trad. Damià Alou. Anagrama
    • Otras crónicas marcianas - Ray Bradbury. Trad. Marcial Souto. Libros del zorro rojo
    • Sobre el fuego - Larry Brown. Trad. Javier Lucini. Dirty Works 
    • Un verdor terrible - Benjamín Labatut. Anagrama 
    • La luna en el arroyo - David Goodis. Trad. Diego de los Santos. Sajalín editores 
    • El camino a casa - Henriette Roosenburg. Trad. Alfonso Zuriaga. Altamarea 
    • El cómputo de los días - Sam Shepard. Trad. Javier Calvo. Editorial Hojas de Hierba 
    • Tarántula - Eduardo Halfon. Libros del Asteroide 
    • Tierra salvaje - Robert Olmstead. Trad. José Luis Piquero. Hermida editores 
    • Baumgartner - Paul Auster. Trad. Benito Gómez Ibáñez. Seix Barral 
    • El sueño de la aldea Ding - Yan Lianke. Trad. Belén Cuadra Mora. Automática 
    • La acusación. Cuentos prohibidos de Corea del Norte - Bandi. Trad. Héctor Bofill y Hye Young Yu. Libros del Asteroide 
    • El amigo - Sigrid Nunez. Trad. Mercedes Cebrián. Anagrama 
    • Los cuentos - Cesare Pavese. Trad. Esther Benítez. Debolsillo 
    • Una muerte roja - Walter Mosley. Trad. Susana Lijtmaer. Anagrama
    • El atado - Ilse Aichinger. Trad. Adan Kovacsics. ediciones del subsuelo 
    • Los años de bronce - Slobodan Snajder. Trad. Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek. Armaenia editorial 
    • MANIAC - Benjamín Labatut. Anagrama 
    • De repente llaman a la puerta - Etgar Keret. Trad. Ana María Bejarano. Siruela
    • El fin del "Homo sovieticus" - Svetlana Alexiévich. Trad. Jorge Ferrer. Acantilado 
    • Sagapò (Te quiero) - Renzo Biasion. Trad. Juan Díaz de Atauri. Acantilado 
    • Abecedario de pólvora - Yordán Radíchkov. Trad. Viktoria Leftérova y Enrique Gil Delgado. Automática 
    • Cuál es tu tormento - Sigrid Nunez. Trad. Mercedes Cebrián. Anagrama 
    • La piedra de la locura - Benjamín Labatut. Anagrama 
    • Los vulnerables - Sigrid Nunez. Trad. Mercedes Cebrián. Anagrama
    • El salario del miedo - Georges Arnaud. Trad. Encarna Castejón. Contraseña editorial
    • Vidas secas - Graciliano Morales. Trad. Antonio Jiménez Morato. las afueras 
    • Lamento lo ocurrido - Richard Ford. Trad. Damià Alou. Anagrama 
    • Una vida de tres perros - Abigail Thomas. Trad. Regina López Muñoz. Errata naturae 
    • Más de un siglo se alarga el día - Chinguiz Aitmátov. Trad. Marta Sánchez-Nieves Fernández. Automática 
    • Mi planta de naranja lima - José Mauro de Vasconcelos. Trad. Carlos Manzano 
    • Frío polar - Isabel Bono. Tusquets 
    • Via Gemito - Domenico Starnone. Trad. Salvador Expósito. Altamarea 
    • Los alegres funerales de Alik - Liudmila Ulítskaya. Trad. Víctor Gallego Ballesteros 
    • Expreso al paraíso (Memoria de una locura) – Mark Vonnegut. Trad. José C. Vales. Libros del Kultrum 
    • Plan de evasión - Adolfo Bioy Casares. Austral 
    • Pan - Knut Hamsun. Trad. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Nórdica 
    • Soberanía del vacío - Christian Bobin. Trad. Alicia Martínez. Ediciones El Gallo de Oro
    • Cartas de oro - Christian Bobin. Trad. Alicia Martínez. Ediciones El Gallo de Oro 
    • La vida pasajera - Christian Bobin. Trad. Alicia Martínez. Ediciones El Gallo de Oro 
    • A lo lejos - Hernán Díaz. Trad. Jon Bilbao. Impedimenta
    • Abel - Alessandro Baricco. Trad. Xavier González Rovira. Anagrama 


miércoles, 6 de agosto de 2025

luz


Se acerca con timidez. Es una mujer mayor, con un carro de la compra, camino del supermercado. Te vi ayer y no me atreví a preguntarte, dice. Imagino que me preguntará por alguna carta o certificado que espera en estos días, algo que le urge, pero me dice, a media voz, ¿está tu madre viva? La miro por un instante, desarmado, mudo. Murió el diciembre pasado, respondo, ¿Y tu padre? Entrecierro los ojos. En septiembre de dos mil veintiuno, digo sin saber sin saber quién es y por qué estas preguntas, dos preguntas que me colocan, de nuevo, ante las muertes de mis padres, en las tardes de septiembre y diciembre de pie delante de una cama de hospital, la respiración sedada, el silencio denso y último y abarcador, el inicio de otro mundo sin la vida de mi padre, sin la vida de mi madre —y no hay belleza ni arte ni heroísmo en el acto de morir—. Hace mucho que no voy por el barrio, dice la mujer. Entonces, en su cara envejecida, atisbo la juventud de una vecina del barrio de mi infancia, cuando barro en vez de aceras, huertas donde hoy pisos, y en el horizonte fábricas negras y minas. Recordamos a quienes aún viven, los pocos que aún viven en el barrio, antes de despedirnos.
*
Hoy mi madre habría cumplido ochenta y tres años. Su ausencia se agranda en días así, sobre todo en este año de primeras veces donde ella no está —año nuevo, nuestros cumpleaños, el suyo, el día de la madre—. Cada día es un paso en esa ausencia de mi madre, en esa ausencia de mi padre —y ambas me llenan de una tristeza y una vulnerabilidad perennes, un sentirse desplazado, fuera de un lugar seguro—. Cada día es recordar su voz, su risa infantil, los fragmentos de recuerdos de una vida entera, cómo verla sentada en el sofá, con sus rompecabezas de unir los puntos, en silencio, mientras su concurso favorito de fondo, podía llenar una habitación, podía hacerme sentir seguro, como de niño. Intento conservar su ternura, la luz de su nombre, retener algún gesto suyo. 
*
Vi la ventana encendida del salón de mi madre desde el cercanías, camino del trabajo, antes del amanecer, durante los últimos años. Imaginaba su andar lento por la cocina, con la radio en el bolsillo. Empezaría a cocinar pronto, a la espera de mis hermanas y de mí. Ahora el tren pasa frente a esa ventana oscura. 
*
Enciendo una vela por mis padres al atardecer en un pequeño altar donde sus fotos, una vela sobre una piedra grande y redondeada con mandalas dibujados por e., flores de lavanda. Hablo con mi madre, le digo que la quiero y echo de menos. Hablo con mi padre, le digo que lo quiero y echo de menos. Ahora, en agosto, la luz de la vela se empequeñece con la claridad exterior. En el pasado invierno el tenue resplandor producía sombras en sus caras, avivándolas. En un cuento de Bradbury, creo, las almas de los escritores moraban en la Luna y se iluminaban mientras aún leyesen sus libros en la Tierra. Nosotros conservamos ese resplandor.

lunes, 30 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Inter pares...

El calor está metido en casa, una frase de mi madre en los días locos donde viento sur y la arena del desierto. Hay más de treinta grados, nada de brisa, todo luz. Este día, hace treinta y cinco años, era la víspera de nuestro viaje a las aldeas gallegas de mis padres. Allí, el canto de las cigarras y las campanadas entre los campos de centeno y una senda hasta el río —el vuelo de las libélulas sobre la sombra de las truchas—. Hace poco talaron el “carballón” junto al camino blanco. Grande, con bultos de ramas podadas en el tronco, de corteza dura, era una de las marcas del camino —como la ermita octogonal, la casa-molino abandonada, un puente de maderos para salvar el río—. En la aldea de mi padre plantaban árboles para celebrar un nacimiento y ahora, esos árboles, son el recuerdo de una ausencia. Desaparecen las señales y los símbolos, ýb. Y los días lejanos del verano.


Los lunes de Anay. Inter pares…

"Hermano, escucha, escucha..."

                                               CÉSAR VALLEJO


COMUNICACIÓN

Conversamos, trepados a una colina a la entrada del
pueblo, hasta que llegó la noche.
Nosotros hablábamos de "actividades", "resultados" y
"proyectos".
Ellos hablaban del desdén de la lluvia y de la extenuación
de la tierra.

Dimos por terminada la charla (teníamos que seguir conduciendo).

De repente, de entre los campesinos, se desbocó 
un revuelo. El que hacía de traductor me tiró de la manga
y señaló a un hombre bajo un sombrero: "Compañera,
él quiere saber cómo es su país".

Se hizo un enorme silencio.

Yo no sabía muy bien por dónde empezar pero les
dije del mar y de los almendros. También les fui contando
de la palma, de los naranjos, de los pinos,
de los olivos y del romero.
El traductor preguntó: "¿satisfecho, compañero?"
Y el hombre sonrió y asintió,
satisfecho.

                                                                           PATRICIA FERNÁNDEZ-PACHECO




Feliz lunes y feliz verano.

Hasta septiembre, un beso.

Anay

lunes, 23 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Hogueras...

Están construyendo una pira al otro lado del río. Apilaban palés y maderos en un orden perfecto, como un chozo palentino. En el suelo, una bruja sentada en una escoba que coronará la hoguera. De niño, los adolescentes de mi barrio buscaban troncos y ramas en los bosques cercanos. Llevaban hachas en sus manos. Entonces, sus figuras se acrecentaban. También había colchones y viejos muebles y juguetes rotos en unas hogueras que todavía humeaban al día siguiente. Eran construcciones caóticas, con salientes y sin figuras decorativas. A medianoche bebíamos naranjada con bizcochos sentados en la acera mientras nuestras madres hablaban entre ellas sin vigilarnos. No hacíamos rituales como saltar sobre el fuego, danzar a su alrededor, quemar papeles con nuestros miedos —eso llegaría más tarde, con e., en nuestros ritos domésticos para ver arder aquello que queríamos dejar atrás—. Nos acostábamos de madrugada, en una oscuridad resplandeciente de fuegos, y la piel nos olía a hoguera.

(Hoy, como cada atardecer, encenderé una vela por mi madre, por mis padres. hoy hace seis meses que falta y que nos sigue iluminando)


Los lunes de Anay. Hogueras…


Sant Joan 2025
"Hoy sí, Emily,
 hoy sí"

                            ÁNGELA SERNA


CONTIGO MISMA

Reencontrarse acaso
una vez ya perdida
en las sendas del bosque.
No hay lobo cruel,
Caperucita,
ni está mamá
para contarte el cuento
de las migas y los pájaros.
Tampoco el de los niños y las fresas.

Las fresas permanecen a salvo
entre las hojas de su mata,
si las dejas crecer.
Regando el corazón
que se te ofrece
puedes ser más feliz
que si lo arrancas.
Busca dentro de ti
las luces que más arden.

                                    ÁNGELES MORA



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 16 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Credos...

Es ahora cuando asumo que he cumplido cincuenta. En febrero, dos meses después de la muerte de mi madre, mi primer cumpleaños sin ella y sin mis padres, la celebración fue triste y bonita, pero sin rastro del tiempo pasado —sí de espacios vacíos—. 
Hace poco escuché a Berto Romero decir que a sus cincuenta sentía ser la misma persona que era a los veinte. Dick hablaba de todos los yoes, todos los tiempos que tenemos dentro. Vamos sumando capa sobre capa y, a veces, somos capaces de recuperar una de ellas entre la vorágine de la rutina. A mis cincuenta encuentro aún al niño que fui, solitario, alocado, la búsqueda de un orden en los juegos de construcción y las series de números que escribía en cuadernos de papel pautado. También, la soledad cinéfila de mi adolescencia, el gusto por el viento y el cielo brutalmente estrellado de las noches de verano, la escucha atenta de otras historias —recuerdos de guerra, romerías, inviernos alrededor de la cocina, como antaño junto a una pequeña hoguera resplandeciendo—. Y las caras del amor y el miedo, el descubrimiento de la lentitud, la literatura y la muerte, la belleza en un camino blanco y el vuelo de una bandada de golondrinas,  la culpa y el olvido de todos estos años hasta hoy. La constante de la soledad y el silencio. 
Hace pocos días que me pregunto por estos cincuenta y los años futuros. Qué habrá de nuevo y cómo será mirar hacia atrás desde una distancia cada vez más lejana. Imagino, por los últimos años de mis padres, que me volveré nostálgico impetuoso, se acrecentarán los miedos, extrañaré todo aquello que una vez hacíamos sin dolor o temblor y haré listas de momentos vividos como espejismos: gauchos a caballo entre el tráfico, la quema de una página de Jack London como ritual en el fin de la tierra, los caminos blanqueados por la luz de la luna, los agujeros de bala en un puente de Novi Sad, la diminuta mano de mi sobrino, al poco de nacer, abarcando mi dedo índice.



Los lunes de Anay. Credos…

A mis 50.

"La luz del sol no sabe lo que hace
y por eso no se equivoca y es 
comunal y buena"

                                                 FERNANDO PESSOA



Andar, mirar mucho hacia arriba
repetir aquí no basta
con un pie que tiembla
Acaso es que es
mentira
no existe otro
lugar
Algo alguien
¿verdad?
tiene que haber
Si no      dime
cómo es que hay
un niño que va dejando arroz
para que baje un pájaro
hasta su mano

                                              CARLA NYMAN



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 9 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Aftersun...

Desde hace más de tres años, cierro la puerta de casa a las cinco y media de la mañana. En invierno, las heladas y la oscuridad. Hoy, la primera luz en el cielo y Venus sobre los montes —busco su destello mientras me digo buen camino y doy los buenos días a mis padres. Y si estoy triste o nervioso, repito aquel mantra del reiki “sólo por hoy…”— Apenas el ruido de los pabellones del polígono cercano, el retumbo de algún coche, el gorjeo de los mirlos junto a la estación del metro. Poca gente, siempre los mismos en el mismo lugar del andén y los vagones, como una superstición. Leo, de pie en el metro y luego sentado en el tren, los reencuentros de Delbo, años después, con sus compañeras supervivientes de los campos de concentración. Es una lectura bella y dura, porque la escritura de Delbo es bella y dura al escribir sobre la imposibilidad del regreso (volver no significa regresar), sobre la no existencia y ausencia de palabras y la negación del llanto, sobre retomar la vida de a poco, y preguntarse, al ver un rostro, si les hubiera ayudado a caminar. La voz de esas mujeres me acompaña en su intento de volver a la vida mientras, fuera del tren, un amanecer carmesí. 


Los lunes de Anay. Aftersun…

"Tú no tienes la culpa del incendio"

                                                    JESÚS COTTA

PURA VIDA

Con la melena
al viento,
ondeando,
y esa mezcla de recato y brío,
la cajera
del supermercado
cruza el parque
en bicicleta
hacia la playa,
                     y me adelanta
y es...no sé...
cómo decirlo...

todo lo contrario
a que te adelante
una funeraria.

                             KARMELO C. IRIBARREN



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 2 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Sendas...



"tenemos sed
 y paciencias de animal"

                                   JUAN GELMAN


una última cosa

si las preguntas
¿cómo estás?
¿cuántos años tienes?
¿cuáles son tus planes para mañana?
hacen que te sientas suspendido
como el tiempo en la costa
antes de un huracán
déjame advertir
que una caminata
bajo un clima adecuado
pudiera terminar en otro país.

                                            JORGE ORLANDO CORREA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay