Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 13 de julio de 2018

Un año pésimo. John Fante

Dominic Molise. El gran lanzador de béisbol, el muchacho que habla con su brazo izquierdo y lo eleva a los altares, junto a la virgen María, el soñador que aspira a salir de su hogar y jugar las grandes ligas gracias a un don que cree indestructible, Dominic Molise, que vive junto a una familia pasional de raíces italianas, la madre austera que espera cada noche al marido y que sostiene la fatiga del mundo en sus hombros, el padre, un albañil en paro, que se gasta el dinero en partidas de billar, que aparece con marcas de pintalabios, que aspira a que su hijo siga su camino, los hermanos tan soñadores como él, una quiere ser monja, el otro vaquera, la abuela que habla con el acento de los Abruzos y maldice la América que niega sus raíces y cambia el destino de quienes llevan su sangre, todos ellos una pequeña comunidad que sale adelante a trompicones, cada uno en un combate personal contra la realidad y los deseos incumplidos. Molise tiene diecisiete años, es decir: todo el engreimiento del mundo, el intento por separarse de la figura paterna y el anhelo por descubrir el amor y el sexo — y la religión, tan arraigada en la familia, una sombra que sobrevuela cada acto y cada pensamiento—. El invierno de 1933 fue malo, dice Molise, y recuerda aquellos meses donde intentó soñar y negar sus raíces y amar, y lo que consiguió fue madurar, entrar en el duro mundo de los adultos, descubrir que los sueños tienen una cara agridulce, donde perseguirlos significa elección, discriminación y algo que se pierde. La vida adulta se revelará a Molise en la lucha con el padre por la independencia o el fracaso en alguno de sus deseos, y la inexperiencia en la amistad y en el amor le llevará a gestos irreflexivos, robar unas bragas de su amor platónico, pelearse con su único amigo, palos de ciego en el camino del aprendizaje, tan perdido como aquellos poetas antiguos que escribían versos donde la amada era inalcanzable y ellos indignos de su amor. Y es eso, el paso de lo platónico a lo real, la responsabilidad que toda acción conlleva, lo que acabará aprendiendo Dominic Molise, el gran lanzador de béisbol, el muchacho que habla con su brazo izquierdo, el soñador de las grandes ligas, el chico que niega el destino marcado en su sangre italiana.

Hay algo extraño en Un año pésimo. Cambian los nombres de la familia Molise que protagonizó La hermandad de la uva y las relaciones que se dan entre ellos, pero el tono es parecido: están Colorado, las raíces italianas de la familia que se hunden en los Abruzos, un territorio tan mítico como humilde, las ausencias del padre y sus líos amorosos, la religiosidad de la madre, el combate entre padre e hijo. Si en La hermandad de la uva el narrador era Henry Molise, un escritor que se ve envuelto en la última locura de su padre construir un secadero de pieles en las montañas como monumento a su vida de albañil, en Un año pésimo es Dominic Molise quien habla de sus diecisiete años y sus sueños de ser jugador de beisbol y conquistar a la mujer más hermosa del pueblo en La hermandad de la uva uno de los hermanos Molise, Mario, intentó triunfar en el beisbol. Son extraños estos cambios de nombres entre ambos libros, acercan a Un año pésimo al boceto, pero la esencia es la misma. Y la esencia de Fante es el humor socarrón, la ternura, las relaciones paterno-filiales, los sueños homéricos, la lucha contra la pobreza, la dictadura de las raíces, uno mismo: una lucha desigual.

Dominic tiene la fiebre de Arturo Bandini o Henry Molise. Como ellos, se siente tocado por un talento especial y aspira a convertirse en alguien grande. Bajo esa confianza se esconde un muchacho que se adentra en el mundo de los adultos y que se sabe perdido. Enamorado de una mujer mayor, incapaz de tener más que un amigo, la amenaza de repetir los gestos de su padre y ser albañil, lo que le llevaría a seguir encerrado en una vida que no eligió, Dominic deambula entre la ensoñación infantil y la lucha por conseguir su lugar en el mundo. Una fuerza subterránea lleva a Dominic a mirar fuera del pueblo de Colorado en el que vive, la idea de que en otro lugar sería un jugador talentoso, que podría enviar dinero a su familia y ser una especie de salvador, y con ello, separarse de la sombra del padre. Y es en ese intento de separarse del padre donde descubre el vínculo que les une.

Hay una escena, intensa y sencilla, en Un año pésimo, uno de esos momentos en apariencia triviales que esconden un significado profundo. Dominic espía a su padre en casa de otra mujer. Y lo que allí encuentra es una plácida imagen hogareña: un hombre y una mujer en un salón, tejiendo un calcetín y haciendo un solitario, beso en la mejilla de despedida, una escena que transmite paz, que permite ver al padre, por primera vez, de carne y hueso, con todas las debilidades y los deseos y las emociones de un adulto.

Un año pésimo es tan febril, sentimental y arrebatada como su narrador, una novela de iniciación con un humor despiadado la aparición de la virgen María, el intento de Molise de seducir a una mujer mayor, los conversaciones con el Brazo, al que otorga unos poderes dignos de un santoral vehemente e impetuoso, y una ternura que desarma —las lágrimas de un muchacho ante la rapidez de la vida y los sueños, la figura austera de la madre, la relación con el padre que empieza con una lucha y termina con un reconocimiento mutuo, y en ese reconocimiento, la tristeza y la responsabilidad al cruzar la infancia y la adolescencia e ingresar en el mundo adulto—.







¡Señor, ayúdame! Y apreté el paso para huir de mis pensamientos, eché a correr con los helados zapatos chillando como ratones; pero correr no sirvió de nada, tenía los pensamientos a la izquierda, a la derecha y a mis espaldas. No obstante, mientras corría, El Brazo, el buen brazo izquierdo, se hizo cargo de la situación y dijo con voz tranquilizadora: cálmate, chico, es la soledad, estás totalmente solo en el mundo; ni tu padre ni tu madre ni tu fe pueden ayudarte, nadie ayuda a nadie, sólo tú puedes ayudarte y por eso estoy aquí, porque somos inseparables y nos ocupamos de todo.
¡Oh, Brazo! Brazo fuerte y leal, háblame con dulzura. Háblame de mi futuro, de los aplausos de las multitudes, de la pelota colándose a la altura de las rodillas, de los bateadores entrando y saliendo descalificados, fama, fortuna y victoria, todo eso tendremos. Y un día moriremos y yaceremos juntos en la misma fosa, Dom Molise y su estupendo brazo, el mundo del deporte se estremecerá de dolor, el telegrama del presidente de la nación a mi familia, las banderas a media asta en todos los estadios del país, los admiradores llorando sin ninguna vergüenza, la biografía en cuatro partes publicada por Damon Runyon en el Saturday Evening Post: EL TRIUNFO SOBRE LA ADVERSIDAD, LA VIDA DE DOMINIC MOLISE.
Me detuve a llorar al pie del olmo; la inminencia de mi muerte era demasiado amarga para soportarla; tan joven y lleno de talento, y muerto en la flor de la edad. Dios mío, ten piedad: ¡no me lleves tan pronto! Concédeme unos años, sé bondadoso con mi juventud. A los diecinueve estaré preparado para la gran ocasión. Concédeme esos años y otros diez, en total doce, ni uno más ni uno menos, no me importa si ficho por Phillies o con los Cubs, pero concédeme esos años y mándame al banquillo a los veintinueve, es tiempo más que suficiente, oh dulce Señor, calcula treinta partidos por año, en total serían trescientos sesenta partidos, mucho béisbol, muchos lanzamientos para estampar el nombre de Dom Molise entre los inmortales.
John Fante. Un año pésimo. Traducción de Antonio-Prometeo Moya. Anagrama.

2 comentarios:

Lucas Despadas dijo...

Si ya me gustó "La hermandad de la uva" no puedo esperar a leer este. ¡Grande Fante!

caminos que no llevan a ningún sitio dijo...

Muy grande Fante, sí, y con una voz reconocible. ¡Saludos!