Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 21 de junio de 2019

Miren Agur Meabe en El código de la piel

Notas para conservar la memoria – 4

Vi a mis amantes desfilar cabizbajos
hacia las puertas de mi cuerpo
con pasos lentos en el camino del sacrificio.
Allí estaban mis amantes,
sombras con mordaza
ocultando el ruidoso grito de lo imposible.

Yo era altar, cordero, puñal y brazo;
ellos, con sus tobillos arrastraban
trozos de ancla,
fragmentos de paisaje,
restos de poemas,
gotas de kalimotxo.
Saludé con la mano y cerré los ojos:
tenía sal en los párpados.

Luego lancé unas llaves a lo lejos,
al interior de un solitario templo de carne.

***

Notas para conservar la memoria – 5

Soñé contigo
y un cálido río hizo cosquillas a toda la casa.
Hacías de fantasma,
respirabas sobre mi cara:
sólo podía verte si estaba dormida.
Soñé contigo
y te rodeaban mujeres desnudas,
en cuclillas, de puntillas,
te besaban
en la espalda, en los labios, en el sexo, en las manos.
Sonreías, amabas a todas.

Hace tanto que nuestros ojos no se tocan
que cuando me recuerdas te cuelas en mis sueños
y entonces
me vuelvo arena que lenta se desliza
en el calor de mi calma.

***

Notas de la ansiedad – 4

Tu aliento es pardo a primera hora,
cuando el seno del cielo empieza a fruncirse.
Tu piel es negra
como la memoria del volcán más triste.
Te veo gris,
apunte familiar entre las sábanas.

Abrázame y oscuro eres,
dime con tu ronca voz:
“buenos días, te quiero”.

***

Notas de hastío – 2

Si te pido una caricia,
acuérdate de la hiedra.
La sed la sorprende mientras trepa.
En pie la encuentra hasta en la mayor carencia,
adherida al muro conocido.

También yo hago lo mismo aferrada a tu contacto,
atenta, débil hiedra confundida,
incapaz de saber si lo que siento
es sed de beber tu agua o es sed de ahogarme sin tu aliento.

***

Cuando recuperemos el esplendor de la piel
festejaremos las noches y los días que se fueron sin ti,
blanquinegros extraños y largos
extinguidos como veranos sin espigas.
Derrocharemos copas de caricias y bandejas de amores
saliva y carne reservada hasta tu regreso.
Serán palomas estas manos desnudas en tu viento,
serán el sol estos ojos oscurecidos en tu llama,
será caballo este aliento vacío en tu premura.
Cuando te traiga el mar,
aguardaré en las puertas desde el alba
porque, pese a que soy mujer de poca fe,
tu ausencia me bendijo,
me instruyó la espera en el credo del amor.

***

Recoge el pálido flujo de mi media luna helada,
el azucarado almíbar de mi sexo de platino.
Prende la olvidadiza curva de mi cintura resentida.
Apresa el triste óvalo de mi pecho permanente,
tritura con tu boca mis pezones tan amargos.
Hasta que los peces pájaro nos vean caer de lado,
hasta que saliva y semen sean viento en mis labios.

***

Nunca desgarré el himen de la nostalgia,
la dulce membrana de la memoria
que embellecía aquel viejo amor.
Nunca manoseé el pasado,
el volumen del único reino
capaz de vivir en sus fronteras.
Nunca arrojé besos mojados en adioses
a la garganta oscura del olvido.
Nunca abaraté en el tesoro de la vida
el oro de sus últimas turbias lágrimas.
Nunca dejé que su dolor reventase
bajo los cascos del caballo de la ira.
No me ha subido al alma el yo pecador.
Aún no me ha subido la vergüenza a la cara:
nadie puede, ni siquiera en voz baja,
denunciar las falsas confesiones de este poema.

***

Interrogatorio

Dónde están los latidos ebrios
que íbamos a cosechar de toda nuestra euforia.
Dónde el hogar ambulante
que íbamos a construir con madera de naves.
Dónde está la patria nueva
que pensamos decorar con rayas de tigre.
Dónde los paisajes soñados
que conquistaríamos pellizcando al pasado.
Dónde quedó el reloj de nuestro primer lecho.
Dónde perdimos el agua del misterio,
Aquella que servía para bendecir las utopías.
Dónde guardaste la maleta de la imaginación.
Qué hay ahora dentro.

***

Estábamos callados.
Esperábamos algo.
Llegaron las estaciones, una tras otra,
con frutos en los cestos y nieve en los ropajes.
Llegaron los árboles, los libros, los hijos.
También llegó la muerte,
con la boca llena de clavos,
y seguimos como siempre
ya que nunca aprendimos
a vivir sin milagros.

***

Los tres deseos

El viento me trae un recuerdo.
Es la misma brisa
de cuando mi alma brillaba como una roca bajo el sol.
Tenía dieciséis años y tres deseos:
cabeza de lechuza,
corazón de cierva,
sexo de pantera.

El viento, veinte años más tarde,
mece al árbol de la vida.
Contemplo los frutos maduros a sus pies.
Veo cómo rezuma la ironía del tiempo,
cómo se pudre, impotente y asombrado,
el hoy de aquella que se rebautizó a sí misma
Yo Soy Yo y Sólo Yo.
Miren Agur Meabe. El código de la piel. Traducción de Miren Agur Meabe y Kepa Murua. Bassarai ediciones.

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