Grace Paley centra su primer libro de relatos en un
puñado de mujeres y hombres de la década de los cincuenta e intenta mostrar sus
vidas, sus pequeños deseos y soledades, su forma de enfrentarse al amor y entre
ellos. Y lo hace con humor, ironía y tristeza. Hombres que abandonan a sus
mujeres tras regalarles un plumero, muchachas que coquetean con el mundo adulto
y entran en él a ciegas y con estruendo, mujeres que se convierten en amantes
de sus ex maridos. Paley retrata una época, los años posteriores a la segunda
guerra mundial, y muestra su parte oculta y subterránea, la otra cara del amor,
el papel de las mujeres en una sociedad cerrada, la presencia constante del
sexo (excitante o prohibido), el mundo de los adolescentes, la vida en un
barrio de Nueva York y su voz que va del ruso al yiddish.
Los relatos de Batallas
de amor tienen algo enigmático. Funcionan como acercamiento a una vida
invisible, a aquello que nos impulsa y nos define, a la fuerza, amargura y
sabiduría de las mujeres de sus relatos, la sensación de pérdida y juego de los
hombres y el punto de unión entre ellos que se convierte en lucha, malentendidos,
un juego de ruleta rusa y un intento último de comprensión. El humor que
destilan algunos de estos relatos es descarnado y, por momentos, hilarante.
Paley perfila personajes vulnerables que buscan al otro o persiguen un sueño
que sólo les llevará a una soledad y amargura futura.
En un par de relatos, Paley habla del mundo adolescente,
ese momento donde una muchacha abandona la infancia y se inicia en territorio
desconocido. En La voz más fuerte,
una muchacha judía es la narradora de una obra navideña por su gran voz, un
acercamiento a otra cultura que escandaliza a su entorno y pone en entredicho
la educación que recibe. En Mujeres y
niñas, una chica intenta robar el
novio a su tía, se acerca a él, descubre las primeras caricias y los primeros
besos, un pie en la infancia y otro en la edad adulta. En Un diámetro inalterable, el narrador, un hombre mayor, tranquilo y
vago, acabará unido a una muchacha de buena familia y sabrá que en pocos años
se convertirán en extraños el uno para el otro.
Hay un relato que me entusiasma dentro de Batallas de
amor. Un motivo para vivir. Una mujer
describe el abandono de su marido, su vida en un gran edificio donde se mezclan
razas y culturas, su intento por salir adelante y buscar ayuda en los servicios
sociales, su relación con el hijo de una vecina, un viejo amigo de la infancia.
En esas páginas Paley pasa de la tristeza a la ternura y la lujuria, muestra
las incoherencias de su narradora, su fortaleza y debilidad, su placer y sus
miedos, su vida doméstica con su marido, dispuesto a romper su familia y,
sobre todo, su sueño de que vuelva a su vida aun sabiendo el daño que le
producirá.
Batallas de amor
es un primer acercamiento a la escritura sencilla, enigmática y enérgica de
Paley.
Pero una noche, después de un largo jueves que los críos
se pasaron tratando de romperme los tímpanos, después de una interminable tarde
lluviosa en la que mientras los chicos se pegaban continuamente las niñas
parecían dispuestas a recurrir a los tribunales para que dictaminaran a cuál de
las dos pertenecía Melinda Lee, la muñeca de sesenta centímetros que sabía
caminar, el timbre sonó en tres ocasiones. Ninguna de las tres me encontré con
el saludo de John.
Me daba vergüenza ir a preguntar a la señora Raftery qué
ocurría, y ella no tuvo la bondad de subir a explicármelo.
El jueves siguiente tampoco vino. Girard dijo muy
entristecido:
—John debe de habernos abandonado.
Después de una ausencia de dos semanas, durante las
cuales no recibí el menor aviso, tuve que empezar a pensar que debía prescindir
de él. No sabía qué era lo que tenía que decirles a los niños: algo sobre el
bien y el mal, la bondad y la maldad, los hombres y las mujeres. Por fin supe
qué era lo que había que decir, y decidí que no tenía por qué ocultarles los
errores ni la verdad. ¿Quién sabe? Ellos estaban todavía a tiempo de llegar a
tener en esta vida algún amigo mucho mejor que todos cuantos haya podido tener
yo. De modo que los metí en cama, me senté en la cocina y me puse a llorar.
Cuando ya estaba a mitad de mi tercera cerveza, y trataba
de pensar qué era lo que debía hacer, se me ocurrió la gran idea: presentarme
al programa «Hágase rico». Saqué de la caja de los juguetes un papel y un lápiz
e hice una lista de todos mis problemas. Para poder presentarse hay que tener
problemas. Cuando terminé la lista, hasta Dios se hubiera puesto a llorar si
hubiera tenido un minuto para leerla. Al contemplarla empecé a sentirme mejor.
Al parecer, para la supervivencia de los mejor dotados lo único que hace falta es
tener un motivo para vivir, tanto si es bueno como si es malo o raro.
Grace Paley.
Batallas de amor. Traducción de Enrique Hegewicz. Anagrama.
2 comentarios:
Tiene bastante buena pinta. No conocía a la autora. Me la apunto. :)
Es un buen libro de relatos, tiene humor e inteligencia. Un abrazo
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