En Vietnam, Quinn se había convertido en un virtuoso del
estudio de la luz. La luz desempañaba un papel decisivo en el modo como te
comportabas, y te las arreglabas para sobrevivir, pues todo era cuestión de ver
y no ver. La adecuada distribución de neblina oriental y verde de estiércol en
la superficie de un arrozal desierto, y una hilera de palmeras, era capaz de
hacerte dar un salto y, durante un momento especial, un momento celestial, no
te encontrabas allí, sino muy lejos, en una playa del lago Michigan envuelta en
la neblina gris de la tarde, con patos que parecían copos de espacio gris volando
en dirección a Indiana, y el día entero se apoyaba dulcemente sobre una pesada
ráfaga de aire nocturno. Y entonces podías olvidarte de todo, relajar los ojos,
salir de ti mismo por un momento y sentirte en comunión con el mundo antes de
que el paisaje recuperase su función de zona de guerra.
Richard Ford. La última
oportunidad. Traducción de Mariano Antolín Rato. Anagrama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario