Ante todo, la imagen de un elefante en una ciudad croata, su
andar pausado, sus pisadas enérgicas, la mirada sorprendida de los transeúntes,
el tráfico que se detiene, la enormidad de su cuerpo en medio de una ciudad
donde están las huellas de los crímenes, las mafias y la guerra pasada, los
supervivientes que se esconden y se silencian o quienes ocupan un puesto
político, corrompidos por sus actos y pensamientos, y que manejan las vidas
anónimas que en ese instante no acaban de creerse que están ante un elefante,
que pueden verlo, acercarse a él, acompañarlo hasta el zoo, su nueva casa.
Ante todo, la pareja de elefantes que viven en una isla y
que reciben palizas de los militares que los tendrían que cuidar, bates y armas
para marcar su cuerpo enorme y atado, para despojarles de su belleza. O el
elefante superviviente que se va con uno de sus guardianes, apesadumbrado ante
la violencia recibida, y que se lo lleva a su casa, un último acto de valentía
o desvarío, la timidez primera de sus vecinos ante el elefante, las piedras y
ladrillos que llegan después. La falsa sensación de poder a través de la caza
del débil, del asustadizo, de la belleza.
Si en Las raíces del cielo, de Romain Gary, Morel pensaba en
elefantes para sobrevivir en un campo de concentración, o ya, años después, intentaba
prohibir su caza en una lucha utópica en tierras africanas, Ivica Djikić los usa como forma de aunar lo
mágico, lo increíble, lo bello y lo terrible, la miseria de quienes abusan de
los débiles o el sueño de quien busca la redención a través de salvar a un
elefante de su cautiverio, un gesto que intenta ser noble o justo y que acaba
en derrota y pérdida.
Soñé
con elefantes son tres historias que se entrelazan, la de Boško, que quiere
investigar el asesinato de su padre, un hombre al que nunca conoció, la de su
padre, Andrija Sučić, un antiguo militar que cometió crímenes de guerra, las de
aquellos quienes tomaron el poder durante y después de la guerra contra los
serbios, de quienes crearon una especie
de mafia que se hacía con las entrañas del país con sus amenazas y golpes. Djikić habla de los años noventa en
Croacia, de la guerra y las huellas que dejaron, de un mundo subterráneo
dominado por la violencia y la corrupción, de heridas que no se cierran, de
gestos heroicos o estúpidos, de criminales de guerra que se escapan de un
juicio y la sensación de que todo se resquebraja. Como en Cirkus Columbia, Djikić crea un puñado de historias y personajes que se cruzan
para mostrar una fotografía de una tierra en un momento determinado, que sobreviven
como pueden en una tierra convulsa, que deben escoger un bando, asumir los
actos propios, la búsqueda de la verdad que emprende Boško, que lo enfrenta con
un estado y una sociedad divididos y derrotados.
Hay cierta
tristeza y también
dolor y rabia en Soñé con elefantes.
Le pedí que se viniera conmigo. Instalaremos a Lanka y
viviremos felices hasta el fin de nuestros días. Le suplicaba que me creyera. Juraba
que nunca más volvería a traicionarla. Que no iba a rendirme hasta que se
viniera conmigo y con Lanka. Pasó un largo rato y Snježana tan solo callaba. Yo veía que iba a ceder.
Salío del edificio. Fui hasta ella y la abracé. Aceptó el
abrazo. Sentí cómo las lágrimas se deslizaban por su rostro. De repente se
soltó del abrazo. Me dijo que partiéramos, pensando que íbamos a llevar a Lanka
en el camión hasta el zoológico. No, mi idea era otra. Iremos andando. Serán un
par de horas de paseo por las calles de Zagreb. Que nos vean todos y que nos
recuerden. Preguntó si me había vuelto loco.
—Este es mi único y último deseo. Solo te pido esto… Tan solo
esto, Snježana. Cuando
a la altura de la calle Bauerova giramos a la derecha por Vlaška, en amabas aceras la
gente se paraba para mirarnos: Lanka se balanceaba pesadamente delante de
nosotros y nosotros caminábamos con decoro y orgullosos, como en el funeral de
alguien a quien le había llegado su hora. Nadie nos decía nada, no nos ofendían
ni escupían. Nos miraban sin decir palabra. El tráfico se había detenido o se
desarrollaba con dificultad, cuando les alcanzaba la noticia de que se trataba
de unos que llevaban a un elefante al zoológico. Aquí no ayudaban ni las
bocinas ni el jaleo.
Lanka empezó a defecar en la plaza de Kvaternik. Se balanceaba
de forma regular, e iba dejando desinteresadamente tras de sí unas pilas
regulares de mierda. Me sentí un poco incómodo, y Snježana también, pero los transeúntes fingían que no
veían nada, que no ocurría nada extraño. Lanka derramaba su mierda por la
calle. En un momento dado en la calle Maksimirska, meaba al mismo tiempo que
cagaba. El tráfico estaba parado, pero en realidad la gente estaba tranquila. No
estaba nada agresiva. Algunos nos seguían. Se formó una pequeña caravana, que
procuraba no pisar los charcos enmierdados de Lanka. Dejó de llover, el cielo
se despejó.
Ivica Djikić.
Soñé con elefantes. Traducción de Maja Drnda y Christian Martí. Sajalín
editores.
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