A la llegada
Será a una estación
con techo de cristal
tiznado del hollín
de los trenes y
abrazados milla a milla
de la llegada. No se
soltarán en todo el largo viaje,
su brazo en la curva
del deseo de ella. Caminando por una ciudad
que apenas conocen,
observando a mujeres con taleguillas
darle monedas a un cura para los veteranos de guerra;
al encontrarse con la iglesia en un agujero
del viejo muro que cruza la ciudad, la cúpula
ocupando exactamente el agujero,
como un ojo. En la morada
del invierno, bajo una madriguera
de mantas, le hace entrar en calor
cuando ella salta dentro desde el aire.
Hay un camino por el cual nuestro cuerpo
deja de pertenecernos, y cuando él la encuentra
hay posada al fin
para aquellos a los que aman,
en el lugar que él encuentra,
que ella encuentra, cada palabra de la piel
una decisión.
Hay tierra
que nunca se suelta de tus manos,
lluvia que nunca cesa
en tus huesos. Palabras tan gastadas que se desprenden
de nosotros porque sólo pueden
caerse. Ellos no se
soltarán porque hay un tipo de amor
que se desprende del amor,
como las piedras
de las piedras,
la lluvia de la lluvia,
como el mar
del mar.
***
El tiempo es como el engaño del pintor, no existe la línea
del contorno de la manzana o del perfil del muslo, aunque a
la manzana
le duela su borde dulce, tensa la piel, cicatriz de
la densidad. Línea invisible
pegada al tacto. La línea de la hierba húmeda
en mi brazo, la línea húmeda
de tu lengua por mi espalda.
Toda la historia en los montículos de hueso engastado
de tu cuerpo. Todo lo que recuerda
tu boca. Tus manos manipulan
en la oscuridad, el bromuro de plata
del deseo oscurece de luz la piel.
***
Si el amor te elige, de repente tu pasado se convierte
en una ciencia obsoleta. Mapas viejos
teorías refutadas, un diorama.
El instante en que nuestros cuerpos se disponen a nacer.
La inminencia que vuelve a juntar la materia
nos atraviesa y luego se expande
por el tiempo y el espacio:
el espasmo del pelaje al pasarle la mano; choque de
electrones.
La madre que oye a su hijo llorar arriba
y de repente nota en su vestido
la humedad de la leche.
Entre las ramas negras, una niebla de color de ostra
lame cada rincón de nuestra soledad en el que nunca antes
creímos ser amados,
espacios en barbecho abandonados al nacer,
esperando que la experiencia les dicte su camino
en nuestro interior. La noche avanza en cubierta,
en el coche a oscuras. En la playa donde
moldeaba tu rostro.
En los campos de lava donde el carbón parece una alfombra,
donde el musgo se extiende como terciopelo sobre formas
astilladas.
El jadeo del hielo ese instante
en que el rocío se hiela en el aire sobre las cataratas.
Nos levantamos al escuchar la llamada
a casa de nuestros nombres en azul oscuro del salmón,
la regia luna una escudo de armas en el broquel del cielo.
La corriente nos traspasa, ondas de radio,
lamida eléctrica. Los billones de fotos que atraviesan
en un segundo la capa de emulsión de la película, el único
ultramicroscópico que cristaliza
y se convierte en fotografía.
Miramos y de pronto el mundo
se vuelve.
Un tubo mellado de iones nos sujeta al cielo.
***
Intentar conservar todas las cosas y mantenerse
de pie. Diez mil sombras
en la hierba alta. El pasado,
todo lo que has sido,
continuará su media vida,
un taco de carbón ardiente agosta su ascensión al cielo
en la médula trenzada de un pino.
Por la noche, la memoria vagará por tu piel.
***
Todo amor es un viaje por el tiempo.
Orilla pulida, cuevas pintadas,
desfiladeros de caliza.
Ciruelas y agua fría en el desierto.
El río en invierno. Esta lejanía.
Anne Michaels.
Buceadores de la piel. Traducción de Jaime Priede. Bartleby editores.
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