El calor está metido en casa, una frase de mi madre en los días locos donde viento sur y la arena del desierto. Hay más de treinta grados, nada de brisa, todo luz. Este día, hace treinta y cinco años, era la víspera de nuestro viaje a las aldeas gallegas de mis padres. Allí, el canto de las cigarras y las campanadas entre los campos de centeno y una senda hasta el río —el vuelo de las libélulas sobre la sombra de las truchas—. Hace poco talaron el “carballón” junto al camino blanco. Grande, con bultos de ramas podadas en el tronco, de corteza dura, era una de las marcas del camino —como la ermita octogonal, la casa-molino abandonada, un puente de maderos para salvar el río—. En la aldea de mi padre plantaban árboles para celebrar un nacimiento y ahora, esos árboles, son el recuerdo de una ausencia. Desaparecen las señales y los símbolos, ýb. Y los días lejanos del verano.
Los lunes de Anay. Inter pares…
"Hermano, escucha, escucha..."
CÉSAR VALLEJO
COMUNICACIÓN
Conversamos, trepados a una colina a la entrada del
pueblo, hasta que llegó la noche.
Nosotros hablábamos de "actividades", "resultados" y
"proyectos".
Ellos hablaban del desdén de la lluvia y de la extenuación
de la tierra.
Dimos por terminada la charla (teníamos que seguir conduciendo).
De repente, de entre los campesinos, se desbocó
un revuelo. El que hacía de traductor me tiró de la manga
y señaló a un hombre bajo un sombrero: "Compañera,
él quiere saber cómo es su país".
Se hizo un enorme silencio.
Yo no sabía muy bien por dónde empezar pero les
dije del mar y de los almendros. También les fui contando
de la palma, de los naranjos, de los pinos,
de los olivos y del romero.
El traductor preguntó: "¿satisfecho, compañero?"
Y el hombre sonrió y asintió,
satisfecho.
PATRICIA FERNÁNDEZ-PACHECO
Feliz lunes y feliz verano.
Hasta septiembre, un beso.
Anay