Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

jueves, 18 de julio de 2019

El arte del puzle. José María Pérez Álvarez

Si me rendía, recuerdo que pensaba de niño, tumbado en el suelo y rodeado de piezas desparejadas, no conseguiría formar la imagen completa del puzle, Superman bajo un extraño cielo amarillo. Montaba y desmontaba aquel puzle con seis años o siete años, me asombraba el orden tras el caos primero y el significado no sólo del puzle completo, también de cada pieza por separado. Observaba las formas de las piezas, las curvas conversas y cóncavas, los colores azules o amarillos, el dibujo que podría pertenecer a la ventana de un rascacielos o a las líneas blancas sobre una carretera. Había un código. Como en una lista de números. O en la palabra escrita las letras que formaban sílabas que terminaban en palabras que, separadas por espacios en blanco de otras, mostraban un mensaje—. A veces, daba la vuelta a las piezas el azul grisáceo del cartón, las esquinas levantadas, la perfecta semejanza de cada una de ellasy piezas que no debían encajar por el lado correcto del rompecabezas acababan emparejadas, dando lugar a algo totalmente diferente, un pedazo de cielo en lugar del pecho del superhéroe, o una línea continua de carretera entre las azoteas de un edificio. Era divertido. Desentrañar el mensaje oculto. Alterar la realidad. Y volver a empezar.

Dice uno de los personajes de José María Pérez Álvarez —el matemático y crucigramista Gaspard Winckler, personaje a su vez de La vida instrucciones de uso de Perec que hay que montar y desmontar los rompecabezas una y otra vez. Y dice Perec en el preámbulo de su novela: considerada aisladamente, una pieza de un puzzle no quiere decir nada; es tan sólo pregunta imposible, reto opaco. El arte del puzle es un intento de unir un puñado de piezas para mostrar una imagen que nos devuelva un significado último. Y, como en la mesa en la que colocamos las diferentes piezas, leemos una y otra vez una pieza hasta que encontramos aquella que la comple(men)ta, empequeñeciendo los huecos del rompecabezas así siento El arte del puzle como huecos delimitados por grupos de piezas unidas que anticipan la imagen final. Una obviedad: todo libro es un rompecabezas.

Desordenar las piezas para reordenarlas luego, dejar huecos, ir de un grupo de piezas a otro para añadir o quitar aquello que no encaja, fijarse en la imagen de una sola pieza hasta que se diluya su significado, creer encontrar el encaje perfecto, mirarlo todo a una distancia prudente, volver atrás. Escrita en segunda persona y aquí lanzo una interpretación personal, segunda persona que pertenece al hombre que recuerda a su madre poeta y a su padre lector de Marcial Lafuente Estefanía, una manera de separarse de sí mismo para hablar del chalé donde la madre escribía en el garaje y sentía que la vida era un malentendido, se ausentaba en conferencias y viajes, tenía amantes que se contraponían al hombre gris con el que se casó; para hablar de los combates de boxeo que veía su padre mientras leía novelas del oeste, un padre que el hijo siente como un secundario sin frase en las películas de Ford, alguien que está en el fondo de la escena y muere en un último gesto sin que la cámara capte una frase que lo redima de su grisura, un hombre para quien la vida era una penitencia; para hablar, en fin, del adolescente enamorado de la madre, ajeno al padre y escritor sin talento que se convierte en un cincuentón solitario y barrigón que escribe, con un humor salvaje, reseñas, contraportadas y fajas de novelas que no lee decía, escrito en segunda persona, El arte del puzle es un intento por armar la vida de tres seres extraños entre sí, pasando una y otra vez por momentos significativos de su existencia, la fiesta de los dieciocho años del hijo: una orgia adolescente que acaba con la imagen de la madre durmiendo desnuda con uno de sus amigos; el suicidio de la madre en el garaje mientras la vida seguía alrededor; el trabajo del hijo, en su madurez, en la editorial del amante de la madre, sabiendo que carece de talento, que es la sombra de ella, sus encuentros sexuales con una compañera de trabajo, tan excitantes como grasientos su cuerpo, que ha pasado de heredar la belleza de la madre a ser el derrumbe paterno, los robos de bancos y el coqueteo con la droga en su juventud, el desfile de la victoria franquista siendo niño y aquí otro acierto de la novela, el repaso a esa España gris de la dictadura donde la vida parecía detenida en blanco y negro; el encuentro entre la madre y el orfebre de los puzles Gaspard Winckler; los disparos al aire del padre en una tarde extraña, sus gestos repetidos: el libro del oeste, el combate de boxeo, la bebida, un hombre al que el hijo recuerda gris pero en el que se adivina hay algo más bajo su superficie mediocre; tres personajes que se han sentido, de alguna manera, estafados, que ven la vida como un malentendido, una penitencia o un laberinto o un puzle o un orgasmo—. El narrador desmonta y ordena las piezas del puzle, encontrando algo parecido a un significado, a un mensaje limpio de interferencias.

Una de las imágenes que se repite está en la serie de fotografías de la construcción de la torre Eiffel en casa de Winckler. Se puede ir de imagen en imagen por el orden de las habitaciones —y se verá la construcción de la torre a saltos temporales, atrás y adelante— o por las fechas de las fotos —lo que hará adentrarse en la casa de manera caótica—. Esa es la sensación que deja El arte del puzle, un recorrido desordenado cronológicamente como forma de completar los momentos cruciales, en construcción, en la vida de sus personajes. Queda la imagen de Ana Álvarez Ruíz, la poeta que podría jugar en la misma división de Plath o Sexton, que dice a su hijo que la felicidad siempre queda a la espalda, queda el hijo convertido en un hombre en desconstrucción, queda la grisura del padre, que cree en las musas y las penitencias, quedan todas esas piezas unidas que delimitan el vacío que dejan los huecos dentro del rompecabezas.
El arte del puzle. José María Pérez Álvarez. Ediciones Trea.

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