Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 23 de marzo de 2018

Karmelo C. Iribarren en Mientras me alejo



La vida

Mientras lanzas al río
esas pequeñas piedras
que recoges del suelo
y ves cómo las ondas sobre el agua
se agrandan y se extinguen al instante,
piensas en lo que has hecho con tu vida
y no sabes muy bien qué contestarte.

Podría haber sido peor, te dices,
finalmente, más por cansancio
que por convencimiento.

Te levantas. Echas a andar
por el paseo, ahora
intentando forzar una sonrisa.

Pero justo se acaba de ir el sol.

***

El que no me atreví a ser

A veces pienso en el otro,
el que no me atreví a ser.

El que estaría en este instante a su lado,
y no el que está aquí
escribiendo estas palabras:

o quizás ese que, ahora mismo, en el último bar
del último rincón del mundo,
acodado en la barra, frente a su última copa,
se estaría preguntando
por qué hizo lo que hizo…

Pero después de haber vivido.

***

Sobre el fracaso

Aunque visto a cierta distancia
sigue aún
manteniendo su atractivo
para determinada gente
                                        soñadores
incautos, letraheridos
de muerte,
                          lo cierto es
que su época gloriosa ya pasó.

Ni los poetas sus grandes valedores de otro tiempo
quieren hoy tenerlo cerca.
                                            Saben
que su épica ya no vende.

***

Esos días

Hay días
en los que levantarte de la cama
suele terminar siendo
más que un acto rutinario
un gesto épico.

Y no me refiero ahora a las resacas
ni a que caigan
chuzos de punta ahí fuera
ni a que hayas roto con ella.

Me refiero
a cuando te quieren y hace sol
y no te duele nada,
a cuando tienes el mundo
rendido a tus pies,

y no te basta.

***

Habrá que acostumbrarse

Lo de ser viejo tiene que ser muy complicado.

Y no sólo
porque puedas morirte
cualquier día,
sino precisamente
por todo lo contrario,
porque eres viejo pero sigues vivo,
y el mundo sigue ahí,
moviéndose,
casi al alcance
de la mano,
                     pero ya
no se deja tocar.

***

El secreto de la vida

Escuchas el sonido de la lluvia,
desde la cama, de noche,
junto a ella.

Te giras un poco
y observas
su perfil recortado en la penumbra;
en los labios, en calma,
ese amago de sonrisa.

Y no sabes cómo pero sabes
que no te hace falta
nada más,
                   que ahí
está todo lo que necesitas.

***

El amor los domingos por la mañana

Llevábamos un rato en la cama,
despiertos,
cada uno absorto en su mundo.

Ojalá lo consigan, dijiste,
ojalá alguien consiga algo alguna vez.

Seguí la dirección
que marcaban tus ojos,
y vi allí, a lo lejos,
a punto ya de desaparecer de la ventana,
una bandada de pájaros
alejándose hacia un lugar mejor.

Me acerqué hasta tus labios.

Lo conseguirán, te dije,
y nosotros también.

***

Un mal ejemplo

Nunca quise llegar a ningún sitio
ni tampoco me interesó
especialmente el paisaje.

Un pequeño bar de barrio
con una mesa
desde la que ver el mundo apagarse
y encenderse
bajo la lluvia
las farolas en las aceras,
me ha bastado para ser casi feliz.

Exiliado en mi interior,
nunca en venta
ni besando la mano de nadie,
arrastro mi minúscula épica
por unas calles
que ni siquiera son ya mis calles
y me voy alejando.
Karmelo C. Iribarren. Mientras me alejo. Visor.

viernes, 16 de marzo de 2018

Calle Katalin. Magda Szabó

Si hay algo que une a los personajes de Calle Katalin es su condición de seres vaciados, hombres y mujeres que llegan a la madurez y vejez como cadáveres, simples cáscaras sin aliento y con un pasado que se fragmenta y en el que sólo aparece aquello que se ha perdido, los momentos de felicidad y las calamidades. Es el tiempo el que los convierte en cáscaras vacías, el tiempo y la imposibilidad de comprender las cosas sencillas, como dice uno de los personajes, tales como la vida, la muerte o el agua pura, como la ausencia de reglas de la vida.

Szabó esboza su idea en la primera página de la novela, la desintegración del pasado en la vejez y cómo al final sólo quedan unos escenarios, unas fechas y unos hechos, y decide dividir la novela mostrando primero los escenarios donde se encuentran los personajes al final de sus historias y luego las fechas y episodios que quedan de cada uno de ellos, esos momentos del pasado que les definen y les conducen hacia un futuro incompleto y demoledor. Así, al terminar la novela y releer el inicio, se tiene la sensación de que el tiempo es una curva o un círculo cerrados, el final enlaza con el inicio, los personajes aparecen fragmentados en sus casas lejos de la calle Katalin donde vivieron la mayor parte de su vida.

El inicio, la descripción del espacio que ocupan los personajes, puede parecer lioso por desconocer conexiones y alusiones con lo ocurrido, por unir el mundo de los vivos con aquel por el que vagan los muertos y cómo estos últimos pueden materializarse y buscar el reconocimiento de aquellos que siguen vivos. Aparecen Irén y Bálint, casados pero sin el amor que sentían en su juventud, en un viejo apartamento desde el cual ver su antigua calle Katalin, ahí está Blanka en una isla sin nombre, alejada de su familia y observada por la sombra de una muerta, ahí está Henriett, que abandona el mundo de los muertos para observar a quienes conoció en la calle Katalin y el devenir de sus vidas.

Entonces Szabó, tras iniciar el círculo en los escenarios presentes, vuelve atrás, a los primeros años juntos de Irén, Bálint, Blanka, Henriett y sus padres en la calle Katalin, cuando no sabían lo que estaba por llegar y vislumbraban un futuro seguro donde la boda de Irén con Bálint sería un centro en la vida de todos. Szabó empieza a desliar la madeja y mostrar por completo el círculo que describe la novela, une el espacio presente con los tiempos que se acercan del pasado. La pequeña Henriett se muda a la ciudad e intenta entrar en el mundo de sus vecinos, de esas hermanas tan diferentes una segura y disciplinada como su padre (Irén), la otra tierna y caótica como su madre (Blanka), y del joven Bálint y su figura casi mítica en el que se debería percibir al futuro soldado y médico. Es el año 34, la guerra aún no ha trastocado la vida de la calle, en los jardines de los amigos hay juegos, bailes y promesas y las tres casas de la calle y su alameda parecen un refugio.

Todo Calle Katalin es esa desintegración del pasado de los personajes y de sus juegos,  bailes y promesas, cómo un hecho fortuito en tiempos de guerra trastoca la vida de todos y cada uno de ellos, y cómo a lo largo de los años continúan su vida por inercia. Bálint vuelve del campo de prisioneros trasmutado en un hombre que inicia su propia degradación y liberarse de quien fue, Irén, la única que tiene voz propia en la historia y habla de su vida y sus sentimientos entre las descripciones del narrador, es espera por un amor marcado en la infancia y, también, la desilusión por algo que se resquebraja poco a poco, Blanka, tan caótica como en la infancia, es incapaz de ubicarse en los nuevos tiempos ni de reconocer sus emociones, Henriett asiste desde el mundo de los muertos a los cambios ajenos. Todos parecen saber que se dirigen hacia un final amargo y que los viejos tiempos en la calle Katalin no volverán, ni ellos recuperarán la esencia de quienes fueron una vez. Las habitaciones han cambiado por otras desconocidas y frías, los años pasados han albergado una guerra y un nuevo régimen político, los personajes se vacían lentamente hasta ser algo parecido a una cáscara sin contenido o cadáveres, como se define Bálint.

Hay en Magda Szabó una escritura sencilla y profunda donde se une lo real con lo inmaterial, y donde la historia gira poco a poco sobre sí misma para mostrar la vida de un puñado de personajes derrotados. El destino se cumple, Irén y Báliant están juntos tras años de no encontrarse, pero el vacío malogra cualquier acercamiento verdadero.










El proceso de envejecer no es como lo describen los escritores, ni tampoco como se define en la medicina.
A los vecinos que viven en la calle Katalin ni los libros ni los médicos les habían preparado para la extraña nitidez con la que la vejez les iluminaría el pasillo borroso y apenas visible que habían recorrido en las primeras décadas de su vida, ni tampoco para cómo les reordenaría los recuerdos y las angustias, cómo cambiaría sus juicios y su escala de valores. Se habían hecho a la idea de que traería cambios biológicos, de que sus cuerpos iniciarían un proceso de desintegración que concluiría con la misma precisión y dedicación con que los había preparado para el camino que debían recorrer a partir del instante de su concepción, asumieron que su aspecto variaría, que sus sentimientos se debilitarían , que, a la par que los cambios físicos, también cambiarían sus gustos, sus costumbres y su necesidades, que se volverían más glotones o más inapetentes, tímidos o susceptibles, y que el acto de dormir o digerir -que de jóvenes consideraban parte de la vida misma- también podría sufrir complicaciones. Nadie les había advertido que la desaparición de la juventud no resultaba alarmante por lo que les quitaba, sino por lo que les daba. Ni sabiduría, ni serenidad, ni sobriedad o calma, sino la conciencia de la desintegración del Todo.
De pronto se percataron de que la vejez había desintegrado su pasado, algo que en su infancia y los años de juventud habían considerado compacto y solido; el Todo se había desintegrado en partes, lo seguía abarcando todo, todo lo que les había sucedido hasta entonces, pero de una forma distinta. El espacio se había resquebrajado en escenarios, el tiempo en fechas, los hechos en episodios, y los vecinos de la calle Katalin acabaron comprendiendo que, de todo lo que constituía sus vidas, en realidad sólo importaban unos pocos escenarios, fechas y episodios; lo demás sólo servía para llenar los poros de la fragilidad de la existencia, al igual que las virutas de madera, de un baúl preparado para un largo viaje y que sólo están para impedir que el contenido se rompa.
Para entonces ya sabían que entre vivos y difuntos apenas hay una diferencia cualitativa sin demasiada importancia, y que a cada ser humano le es dado tener en la vida a una sola persona a la que invocar en el instante de la muerte.
Magda Szabó. Calle Katalin. Traducción de José Miguel González Trevejo y Mária Szijj. Debolsillo.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Un padre y su hija. Emmanuel Bove

En apenas noventa páginas Emmanuel Bove muestra la degradación y el envilecimiento de Jean-Antoine About, un hombre que soñó con alcanzar grandes triunfos personales y sociales y que acabó por convertirse en un ser huraño y solitario, alguien que buscó la propia humillación, la renuncia y el abandono al no conseguir la vida soñada y al comprobar que su presencia era una vergüenza para quienes creía que debían amarle. Lo atroz de Un padre y su hija es ese proceso en el que About pasa de ser un romántico y soñador inmaduro a un hombre endeble, frágil y con una violencia soterrada que lo llevarán a la peor de las derrotas.

Bove no necesita una trama rocambolesca ni extensas ramificaciones para dibujar la caída de About y los diferentes hombres que hay en él: en la juventud, alguien que busca desmarcarse de la mediocridad que veía en sus padres y ser dueño de un negocio próspero; en la madurez, tras el fracaso de sus sueños, la consecución de una vida corriente, una modesta peluquería, un matrimonio con una joven pueblerina, una hija; en la vejez, la pérdida absoluta y la soledad en un piso polvoriento y abandonado. La historia es leve, apenas unas coordenadas de la vida de About, su ascendencia humilde, sus fracasos tanto en el trabajo como en la relación con su mujer e hija, su auto castigo final, pero su retrato es profundo y contundente. Bove presenta al personaje ya anciano y caído en desgracia, su aspecto decrépito y ajado, su soledad sólo rota por la presencia de la criada, el miedo y desprecio de los vecinos. Un telegrama de su hija anunciando su llegada iniciará los recuerdos del hombre, el repaso de su vida, cómo llegó hasta su decadente vejez.

Si hay algo que me desarma de esta historia es la humillación y la vergüenza que siente About hacia sí y cómo acaba derrotado por esas emociones. Tras abandonar sus sueños de juventud y ver cómo su vida se dirige hacia una rutina tranquila tras su matrimonio, About sólo aspira a complacer a su mujer en sus caprichos ―y ese querer complacer viene por su sentimiento de fracaso e inferioridad―.
  
Él ya se había fijado en que su mujer desatendía la casa, pero no se lo reprochaba. Se alegraba de que saliera, que siempre pareciera que tenía prisa, porque tales eran desde su punto de vista las señales en que se conocer a una mujer de la buena sociedad. Incluso la animaba con preguntas: «¿Has ido a la modista esta tarde? ¿Has tomado el té?». Según se iba volviendo su mujer más elegante, menos se atrevía a salir con ella. Sentía en el corazón una dicha amarga al notar que era el dispensador de esa vida alegre y de esa despreocupación. Por algo parecido a una necesidad de humillarse, se las apañaba para vestirse de la forma más modesta que podía, para negarse las mínimas distracciones, para acabar rendido en el trabajo, para que fuera mayor el contraste entre la vida de su mujer y la suya. (…) Quería que le tuviera cariño por su bondad, por su generosidad, por su indulgencia.
Y repite ese querer complacer con su hija, una vez que su mujer lo abandona. De nuevo los regalos al otro, la comodidad del otro, la humillación propia, el desengaño y el fracaso  al que le lleva esta conducta. About es soñador y colérico, dependiente y sensible, violento y autodestructivo, siempre unos pasos por detrás de quienes ama para no avergonzarlos, un hombre apartado en la sombra y que busca su caída pensando en una redención final y en una felicidad que cree será plena por lograr salir de la mayor desgracia.

Un padre y su hija es ver a un hombre dirigiéndose hacia un abismo. La escritura sencilla de Bove, la levedad de la historia ante la descripción profunda de un hombre inmaduro al que se odia, se repele y se ama casi por igual, la sensación de haber asistido a una caída dolorosa y la imposibilidad de una nueva oportunidad.









Sus nuevas preocupaciones eran más livianas que antes y lo afectaban menos, hasta tal punto que le daba la impresión de que, en el momento en que quisiera reaccionar, se las quitaría de encima. Pero nunca reaccionaba, buscando inconscientemente que adquiriesen una amplitud con el paso del tiempo, que se convirtiesen en quebraderos de cabeza de verdad, de los que no sería posible librarse. Lo mismo le pasaba con las personas nuevas que se le acercaban. No tenían, como tiempo atrás, aquella apariencia de desempeñar un papel en su vida. Parecían pertenecer a otro mundo, anchuroso y apacible, donde nadie se quería o se odiaba. Eran como una cohorte de fantasmas que lo rodeaba. Le daba igual que desaparecieran por completo o que de repente creciesen en número. También las casas y las calles cambiaban. Por todas partes había más aire. Por todas partes se formaba un vacío cuando se acercaba él. Era como cuando volvemos a la ciudad de la infancia. Incluso las personas a quienes ya conocía de antes y a las que seguía tratando eran diferentes. Como sucede en ese año de la vida en que envejecemos de repente, notaba por los detalles nimios que todas habían pasado por la misma crisis que él y que las rodeaba el mismo aislamiento. Al acercarse a los 50 años, hacia donde se encaminaba era hacia un mundo nuevo que, igual que el suyo, estaba en un cerco de soledad. Todo cuanto le había parecido hasta entonces que lo iba acompañando lo abandonaba. Se notaba de pronto tan débil, pero ahora sin fe, como en los comienzos de su vida.
Emmanuel Bove. Un padre y su hija. Traducción de Mª Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego. Hermida editores.