Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 29 de diciembre de 2017

un año en lecturas

a) Philip Roth ha sido una constante este año. Las relaciones paterno filiales, el papel del escritor judío dentro de la comunidad, la creación artística, la fama y el silencio del creador, el mundo de los emigrantes que llegaron a Estados Unidos en busca de otra tierra donde vivir y que se apaga ante el relevo de los hijos y sus nuevas vidas, la ciudad de Newark, la infancia tras la segunda guerra mundial, los héroes caídos en desgracia, el sexo y el amor, la ironía, la verborrea y la comicidad no exenta de tragedia. He pasado de las novelas recopiladas en Zuckerman encadenado, donde Roth muestra los inicios de su alter ego, la visita a un viejo escritor judío, sus primeros relatos, sus fantasías con una Anna Frank viva, el peso de la fama por su novela Carnovsky, su bloqueo y enfermedad en La lección de anatomía o la búsqueda surrealista de un manuscrito en La orgía de Praga, al Zuckerman adulto que da un paso atrás y relata la vida de un hombre sencillo elevado a héroe y luego a villano en Me casé con un comunista, segundo libro de la llamada Trilogía americana, en la que Roth repasa la historia reciente de Estados Unidos y describe la quiebra de un ideal, qué se escondía tras el sueño americano. Entre medias, El mal de Portnoy, ese monólogo genial y delirante de un hombre judío ante su psicólogo y el libro de memorias Patrimonio. Dos lecturas entre las aventuras de Zuckerman para unir hilos y novelas, el Portnoy de Roth con el Carnovsky de Zuckerman, el padre de Zuckerman con el de Roth, la difusa barrera entre realidad y recreación. Roth es inteligente y bufón, es profundo y caótico, es un escritor que se enfrenta a sus raíces y las cuestiona a la vez que las extraña. Termino el año con La contravida.

b) Las mejores lecturas de este año, además de El mal de Portnoy y Zuckerman desencadenado de Roth, han sido los relatos de William H. Gass en En el corazón del corazón del país, sobrios y violentos, y los de Ana Blandiana en Proyectos de pasado, los textos de Natalia Ginzburg en Las pequeñas virtudes, el grupo indescriptible que forma John Fante en La hermandad de la uva, la doble realidad de La vida breve de Onetti, el testimonio de Wiesel en La noche y la Vida con estrella de Weil, la escritura de Salter en Años luz, la aventura en Bajo cielos inmensos de Guthrie Jr. y la degradación en Indigno de ser humano en Dazai, la poesía de Billy Collins, Isabel Bono y Blaga Dimitrova, el ensayo Dispara a todo lo que se mueva de Nick Turse, que muestra la guerra de Vietnam en toda su crudeza, y La voz del Amo de Lem.

c) Las decepciones las encabeza Auster con su 4321, una novela sin tensión que desaprovecha una buena idea, las vidas posibles de un muchacho, y se queda algo vacuo y aburrido, los textos de Murakami en De qué hablo cuando hablo de escribir, que no aportan nada nuevo, la tontería que es La dulce envenenadora de Paasilinna, Picnic en Hanging Rock, de Joan Lindsay, de la que esperaba mucho y se quedó en casi nada, y la recopilación Gatos, de Bukowski.

d) Los objetivos lectores para el nuevo año. Disminuir la altura de las tres pilas de lecturas inmediatas que tengo y en los que están Mircea Cărtărescu, Hermann Ungar, Sergio Pitol, Thomas Wolfe, Saul Bellow, Nikolái Gógol, Hermann Broch, Ernesto Sabato o Ted Chiang, seguir con Philip Roth y releer Matadero cinco de Kurt Vonnegut y Rock Springs de Richard Ford.
















e) Una lista completa de lectura

04) Pregúntale al polvo - John  Fante
06) Una casa en Bleturge - Isabel Bono
10) El mal de Portnoy - Philip Roth
11) El hielo en el fin del mundo - Mark Richard
18) La mujer de la arena - Kobo Abe
19) La lección de anatomía - Philip Roth
22) Patrimonio. Una historia verdadera - Philip Roth
23) Elogio de la nada - Christian Bobin
25) Réquiem/Poema sin héroe - Anna Ajmátova
26) La dulce envenenadora - Arto Paasilinna
31) De qué hablo cuando hablo de escribir - Haruki Murakami
33) Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo - Chimamanda Ngozi Adichie
35) Haciendo planes - Karmelo C. Iribarren
38) La literatura nazi en América - Roberto Bolaño
40) Pequeños incidentes (antología poética) - Karmelo C. Iribarren
45) Que viene el lobo - Itziar Mínguez Arnáiz
48) De otra vida - Federico del Barrio/Isabel Bono
50) Wikipoemia - Itziar Mínguez Arnáiz
54) QWERTY - Itziar Mínguez Arnáiz
58) Picnic en Hanging Rock - Joan Lindsay
59) Hielo seco - Isabel Bono
60) Me casé con un comunista - Philip Roth
63) La canción de Mercurio - Isabel Bono
65) Gatos - Charles Bukowski
66) Lo seco - Isabel Bono
67) Cutter y Bone - Newton Thornburg
69) Plata quemada - Ricardo Piglia
72) La presencia pura - Christian Bobin
74) Bajo las estrellas de otoño - Knut Hamsun
77) El declive - Osamu Dazai
78) La tumba del tejedor - Seamus O´Kelly

domingo, 17 de diciembre de 2017

El olor humano. Ernő Szép

El olor humano comienza con un grupo de hombres en fila, una estrella de David sobre el portalón de un edificio, unos soldados jóvenes que buscan entre los pisos a hombres y riquezas escondidos, una espera y un destino incierto. De esa espera y de ese grupo de judíos detenidos bajo las ventanas de sus vecinos y que no saben qué pensar o a dónde los enviarán, Ernő Szép da un paso atrás y describe los últimos meses en Hungría, la caída del regente, el gobierno filo nazi de Szálasi, el temor por la llegada de los alemanes, los bombardeos sobre la ciudad o la rutina de la comunidad judía: el desalojo de sus hogares, la dificultad de las compras diarias, la conversión al cristianismo de algunos judíos para evitar la deportación, la invisibilidad o el señalamiento de quienes ven a los judíos como culpables de un crimen oculto.

Una foto. Un paso atrás que explica esa imagen. Y el movimiento.

Los hombres se ponen en marcha. El destino final cambia a cada hora. Una caminata los aleja de sus vidas para adentrarlos en campos desconocidos y la ignorancia. Hombres mayores y jóvenes, judíos conversos, ateos y creyentes, fuertes y débiles, ricos y obreros, desfilan por caminos de tierra y bajo las órdenes y los golpes y los disparos a bocajarro de un grupo de soldados que se han creído la propaganda oficial. El camino parece no tener fin. Szép muestra el extrañamiento de los judíos, su no pertenencia a la sociedad, su destino en manos ajenas, la espera continua. Y, también, los gestos cotidianos, las hojas de tabaco y los cigarrillos liados, las mochilas con pan y mermelada, las camisas de repuesto, las miradas de reconocimiento, las palabras de ánimo o temor, los recuerdos de una vida anterior

Entonces, el campo de trabajos forzados. La columna llega a una fábrica, cientos de hombres buscarán un sitio donde dormir en un desván, cavarán una zanja día tras días, bajo el sol o la lluvia, una zanja que podría servir para detener el avance de los tanques rusos o como fosa, el trabajo extenuante, las raciones cortas, el no saber qué ocurrirá a la mañana siguiente, la impunidad y crueldad de los soldados y la supervivencia y el miedo de los hombres.

Szép escribe a modo de diario las semanas que vivió en un campo de trabajo, breves entradas que muestran un momento y un espacio concretos, los últimos meses de 1944 en Hungría y la vida de la comunidad judía a la espera de algo que no acaba por concretarse: su destino. Szép va de la crudeza a la ternura, de la reflexión a la rabia y la incredulidad en su descripción de unos meses temibles, muestra la vida cotidiana y el horror adentrándose en ella, la supervivencia y la sinrazón. El libro atrae poco a poco, hay algo conocido en lo que cuenta Szép, las descripciones remiten a otros libros testimoniales sobre el Holocausto, y aún así, encuentra su hueco como relato costumbrista de un grupo de hombres judíos y sus conversaciones y gestos en unos días extraños y temibles, su forma de afrontar la llegada del fascismo, las diferentes ideas sobre su destino o qué desearían para Adolf Hitler.
 ―Permítanme, señores, que les cuente qué castigo me he imaginado para esa persona cuyo nombre no suelo mencionar. Si es que está con vida y no consigue quitársela antes de que lo capturen. Me parece, caballeros, que sería el único castigo que tal vez sea capaz de vengar las atrocidades que ha cometido este tipo.
―¿Y qué es? ¡A ver! ¿Qué ha imaginado? Chsss, por favor, silencio.
―Que viva eternamente, que nunca muera, nunca, jamás.
Alguien dijo entre risas:
―¡Vaya!
―Sí, querido señor, que viva para siempre. Que no lo maten las balas, ni lo ahogue el agua, ni le haga ningún daño el veneno cuando quiera suicidarse. Que nadie lo toque ni con un dedo. Pasará mil años, cien mil, otros cien mil, la Tierra se enfriará un día, no quedará ni una brizna de hierba, ningún ser vivo, solo él, el único. Que quede él solo en el mundo, en tinieblas y en el más absoluto silencio. Dios también puede morir un día, pero que él siga viviendo, y que no se vuelva loco, que recuerde para siempre.
 
Y, hacia el final, Szép habla del peso del mundo y la culpa en la mirada del testigo y víctima.

Ahora, como en la vieja guerra, a veces me pregunto asombrado: ¿cómo se atreven a hacer lo que están haciendo?, ¿cómo se atreven, sabiendo que yo estoy aquí, en este mundo? ¡Si yo lo veo y lo oigo todo! ¿Cómo es que no se han horrorizado ante lo que han hecho? ¿Cómo no se les cae la cara de vergüenza? ¿Cómo no paran de inmediato?
Estos pensamientos me atormentan con tal fervor como a un enloquecido.
Y me persigue, está vez también, me persigue la idea de que yo tengo la culpa de todo esto. El Creador ha puesto en mi pecho un corazón y me ha enviado con él entre los hombres. Y no sé cómo ha podido ocurrir que yo no les haya mostrado mi corazón, su corazón. ¿Acaso estaba dormido? La palabra salvadora, la palabra redentora esperaba en mi garganta: la palabra que tenía que imponer la paz a la Tierra. Y yo callaba.
No sé dónde tenía la cabeza. El mundo se me cayó de las manos. Y se hizo pedazos.
 

El olor humano está en lo cotidiano y en la amenaza de un destino incierto.









Yo, por lo que a mí respecta, parece que ni siquiera creo en la muerte. A mí también me soplará, desde luego, como una cerilla, pero no tendré conciencia de ello; yo lo único que sé es vivir, yo solo creo en la vida y no me puedo imaginar otra cosa. La vida no acabará nunca, tras mi último suspiro no contraeré los pulmones ni pondré un punto después de mi pensamiento final; idea y aliento huirán al infinito, a lo intemporal. Soy inmortal, es decir, incapaz de morir. Todos lo somos. Y tengo tanta curiosidad, tanta curiosidad por todo lo que pasa en esta Tierra; enloquezco por ver, oír y conocer este mundo, esta vida; incluso sentiría interés por mi propio ahorcamiento; no me tomaría un veneno ni siquiera si con ello pudiera evitar ser empujado a una cámara de gas.
Ernő Szép. El olor humano. Traducción de Eszter Orbán y José Miguel González. Gallo Nero Ediciones.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Batallas de amor. Grace Paley



Grace Paley centra su primer libro de relatos en un puñado de mujeres y hombres de la década de los cincuenta e intenta mostrar sus vidas, sus pequeños deseos y soledades, su forma de enfrentarse al amor y entre ellos. Y lo hace con humor, ironía y tristeza. Hombres que abandonan a sus mujeres tras regalarles un plumero, muchachas que coquetean con el mundo adulto y entran en él a ciegas y con estruendo, mujeres que se convierten en amantes de sus ex maridos. Paley retrata una época, los años posteriores a la segunda guerra mundial, y muestra su parte oculta y subterránea, la otra cara del amor, el papel de las mujeres en una sociedad cerrada, la presencia constante del sexo (excitante o prohibido), el mundo de los adolescentes, la vida en un barrio de Nueva York y su voz que va del ruso al yiddish.

Los relatos de Batallas de amor tienen algo enigmático. Funcionan como acercamiento a una vida invisible, a aquello que nos impulsa y nos define, a la fuerza, amargura y sabiduría de las mujeres de sus relatos, la sensación de pérdida y juego de los hombres y el punto de unión entre ellos que se convierte en lucha, malentendidos, un juego de ruleta rusa y un intento último de comprensión. El humor que destilan algunos de estos relatos es descarnado y, por momentos, hilarante. Paley perfila personajes vulnerables que buscan al otro o persiguen un sueño que sólo les llevará a una soledad y amargura futura.

En un par de relatos, Paley habla del mundo adolescente, ese momento donde una muchacha abandona la infancia y se inicia en territorio desconocido. En La voz más fuerte, una muchacha judía es la narradora de una obra navideña por su gran voz, un acercamiento a otra cultura que escandaliza a su entorno y pone en entredicho la educación que recibe. En Mujeres y niñas, una chica intenta robar el novio a su tía, se acerca a él, descubre las primeras caricias y los primeros besos, un pie en la infancia y otro en la edad adulta. En Un diámetro inalterable, el narrador, un hombre mayor, tranquilo y vago, acabará unido a una muchacha de buena familia y sabrá que en pocos años se convertirán en extraños el uno para el otro.

Hay un relato que me entusiasma dentro de Batallas de amor. Un motivo para vivir. Una mujer describe el abandono de su marido, su vida en un gran edificio donde se mezclan razas y culturas, su intento por salir adelante y buscar ayuda en los servicios sociales, su relación con el hijo de una vecina, un viejo amigo de la infancia. En esas páginas Paley pasa de la tristeza a la ternura y la lujuria, muestra las incoherencias de su narradora, su fortaleza y debilidad, su placer y sus miedos, su vida doméstica con su marido, dispuesto a romper su familia y, sobre todo, su sueño de que vuelva a su vida aun sabiendo el daño que le producirá.

Batallas de amor es un primer acercamiento a la escritura sencilla, enigmática y enérgica de Paley.









Pero una noche, después de un largo jueves que los críos se pasaron tratando de romperme los tímpanos, después de una interminable tarde lluviosa en la que mientras los chicos se pegaban continuamente las niñas parecían dispuestas a recurrir a los tribunales para que dictaminaran a cuál de las dos pertenecía Melinda Lee, la muñeca de sesenta centímetros que sabía caminar, el timbre sonó en tres ocasiones. Ninguna de las tres me encontré con el saludo de John.
Me daba vergüenza ir a preguntar a la señora Raftery qué ocurría, y ella no tuvo la bondad de subir a explicármelo.
El jueves siguiente tampoco vino. Girard dijo muy entristecido:
—John debe de habernos abandonado.
Después de una ausencia de dos semanas, durante las cuales no recibí el menor aviso, tuve que empezar a pensar que debía prescindir de él. No sabía qué era lo que tenía que decirles a los niños: algo sobre el bien y el mal, la bondad y la maldad, los hombres y las mujeres. Por fin supe qué era lo que había que decir, y decidí que no tenía por qué ocultarles los errores ni la verdad. ¿Quién sabe? Ellos estaban todavía a tiempo de llegar a tener en esta vida algún amigo mucho mejor que todos cuantos haya podido tener yo. De modo que los metí en cama, me senté en la cocina y me puse a llorar.
Cuando ya estaba a mitad de mi tercera cerveza, y trataba de pensar qué era lo que debía hacer, se me ocurrió la gran idea: presentarme al programa «Hágase rico». Saqué de la caja de los juguetes un papel y un lápiz e hice una lista de todos mis problemas. Para poder presentarse hay que tener problemas. Cuando terminé la lista, hasta Dios se hubiera puesto a llorar si hubiera tenido un minuto para leerla. Al contemplarla empecé a sentirme mejor. Al parecer, para la supervivencia de los mejor dotados lo único que hace falta es tener un motivo para vivir, tanto si es bueno como si es malo o raro.
Grace Paley. Batallas de amor. Traducción de Enrique Hegewicz. Anagrama.