Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

sábado, 22 de julio de 2017

El corazón del hombre. Jón Kalman Stefánsson.


Entonces, el deshielo, la llegada de la primavera, el final de un mundo de nieve y su blancura cegadora, la luz en lugar de la oscuridad y la vida que emerge con nuevos sueños, viajes, delirios y amores, con nuevas preguntas y pruebas, con el sonido del viento, las montañas y el mar, un lenguaje diferente que habla de muertos en las profundidades oceánicas y un destino que cumplir. Regresa la primavera y con ella los recuerdos de un invierno donde el muchacho perdió a su amigo Bárđur por culpa de un poema y acompañó al cartero Jens en un paraje nevado y aterrador y empujó un ataúd contra el viento y sintió que los muertos le hablaban y guiaban desde su extremo invisible, sus voces un eco entre las tormentas de nieve, el muchacho entre dos mundos.

Dice un refrán que el corazón del hombre se divide en dos partes, la primera “dicha”, la segunda “desesperación”, una máxima que repiten las voces de los muertos que cuentan la historia del muchacho. Y es ahí, entre la dicha y la desesperación donde se mueve la última parte de la trilogía del muchacho de Jón Kalman Stefánsson. De vuelta en Lugar tras su viaje con el cartero Jens, el muchacho ve alejarse poco a poco el invierno mientras sueña con una mujer de pelo rojo y ojos verdes y se pregunta por el sentido del amor y la vida, el muchacho que ha sobrevivido a una prueba terrible junto al cartero, un mundo blanco que amenazaba con tragarse a los dos y llevárselos con los muertos que cuentan su historia, la única historia que deben contar, la historia de la luz y las tinieblas.

Es primavera y el muchacho se siente perdido entre amores soñados y personajes que se cuestionan su cobardía ante la vida, intentan conservar la independencia en un poblado que los acosa por su mundo utópico o viven apartados de todo y de todos. Crecen la luz y el deshielo, pero la vida sigue su rumbo inhóspito y hay quienes siguen cegado y no por la nieve y las tormentas pasadas sino por el poder y el dinero e intentan hacer de Lugar un pueblo rico, sin raíces ni emoción, la ambición en lucha contra la naturaleza y contra el ser humano, contra la libertad y los deseos. Y el muchacho debe saber navegar entre esa ambición y el microcosmos utópico donde vive (una mujer libre, un capitán ciego, una mujer que abandonó a su marido por una carta del muchacho).

La desesperación que gana en el corazón del hombre, que lo lleva a querer poseerlo todo y a todos, la desesperación de un maestro e intelectual que siente ha desperdiciado su vida y cómo se le escapa el amor, de una mujer que cabalga hasta los acantilados para superar la muerte de su amante, de un muchacho que se debate entre una mujer de ojos verdes y pelo rojo que traspasa la línea de montes y una muchacha impetuosa que está por abandonar Lugar, la desesperación del capitán ciego en su mundo oscuro y de las mujeres que temen a los hombres por su violencia, la desesperación que otorgan la poesía y los sueños. Y tras esa desesperación, el viento encrespado y el mar quebradizo y una tormenta en el corto verano que hace naufragar buques y recuerda su poderío a los habitantes de Lugar, la tormenta como cambio, la idea de salir de Lugar en busca de una tierra que hacer propia, el muchacho y el mundo que dejan atrás una vez más la costa y se internan en un porvenir extraño.

Stefánsson concluye la historia del muchacho y de Lugar en El corazón del hombre, bascula entre la dicha y la desesperación de los personajes, donde se descubre el amor y se pasa de la felicidad al dolor, de la luz a la oscuridad, de una vida frágil a una muerte en el fondo del mar. Éste, como todos los libros auténticos, habla de lo que significa ser un hombre, y lo que dice es que resulta endiabladamente difícil, dice uno de los personajes de El corazón del hombre, y eso hace Stefánsson, escribir la iniciación del muchacho en el mundo y enfrentarlo a la muerte, el amor, los sueños y los deseos, la nieve, las tinieblas, las montañas que se despeñan en el mar y las tormentas. Como los dos libros anteriores, el lenguaje poético de Stefánsson es lo mejor y lo peor del libro, capaz de páginas admirables donde hay una pregunta sobre la línea que separa a vivos y muertos, sobre la capacidad de fabulación, sobre el dolor y la felicidad, y momentos aburridos, cargantes o floridos. Los paisajes de Islandia, el recuerdo de las antiguas sagas, el atisbo de mundos lejanos, la luz y la oscuridad y un muchacho que carga a su espalda todos los sueños y todas las historias.









Es de día, un día lento, límpido, y Jens no está en la habitación. El muchacho permanece un buen rato sentado junto a la ventana, mirando hacia fuera. Observa a un grupo de niños que gritan y ríen mientras juegan entre las casas, han dibujado un gran círculo en la nieve y los tres más altos se esfuerzan en arrastrar a los más pequeños a su interior. Se queda observando, medita sobre lo que ha desaparecido, se frota el pecho; ahí, bajo la piel, está el corazón, que envejece más deprisa que todos los demás órganos, a excepción quizá de los ojos. El número de niños metidos dentro del círculo va en aumento, saltan, previenen o animan a gritos a los compañeros que todavía permanecen en el exterior y que son perseguidos por los tres gigantes. Hace mucho tiempo, todos éramos niños, los veranos eran más cálidos, más largos, y el mundo se extendía ante nosotros, vasto, incomprensible y lleno de promesas. Érase una vez, hace mucho tiempo. ¿Hay alguna fórmula que sea más triste que ésta: «hace mucho tiempo»? Érase una vez, pero ya no es. Hace mucho tiempo, yo era un niño. Hace mucho tiempo, los días eran palacios de cuentos de hadas. Luego se hundieron en un bosque oscuro y se perdieron, nosotros hemos dejado que todo eso sucediera. Dejamos que la vida se agriase, que se volviera grave. ¿Hacia dónde vas, vida, dónde estás, querida amiga?

***

Todas las tempestades se olvidan, casi todas, sea cual sea la violencia que desatan. Todopoderosas ante la vida, aterradoras, golpean cuanto existe, desgarran el mar, sacuden el cielo, son el reino de la violencia y de la fuerza, y uno se arrastra hasta su casa para refugiarse en ella, mientras los ratones de campo se entierran en agujeros bajo la hierba. Luego terminan, se las olvida, las briznas de hierba se enderezan, la brisa pierde el recuerdo de la tormenta, ninguna tempestad ha conseguido alterar la vida diaria hasta el punto de no poder recuperarnos de ella. Lo cotidiano es la hierba de la vida, dijo alguien, sin ello nada sucede. Y es verdad, lo cotidiano es como una hierba que se puede quemar hasta la raíz, pero que rebrota despacio, se abre camino a través de la noche, y luego, de pronto, florece. Pero está claro que esta tempestad nos puso a todos en peligro mientras duró, nos entristeció y asustó, porque estamos en junio, el reino de la luz, que el viento ha hecho pedazos y la lluvia ha desmenuzado.
Jón Kalman Stefánsson. El corazón del hombre. Traducción de José Manuel Fajardo. Editorial Salamandra.

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