Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 29 de mayo de 2017

Dispara a todo lo que se mueva. Nick Turse

La matanza de ancianos, mujeres y niños en My Lai no fue un hecho aislado en la guerra de Vietnam. Es lo que trata de explicar Nick Turse en su ensayo Dispara a todo lo que se mueva, la guerra no como un combate contra un ejército enemigo, sino como un espacio de fuego libre donde cualquier persona es un objetivo, ya sean campesinos, francotiradores o bebés, y los poblados y campos han de ser arrasados hasta que no quedase un atisbo de vida. Y lo hace de manera detallada, con informes desclasificados, cartas de soldados, actas de consejos de guerra, expedientes y comunicaciones del alto mando, reportajes y noticias de la época, declaraciones de los periodistas, soldados y supervivientes de las matanzas. Turse inicia su libro con un repaso a las cuatros horas donde miembros de la Compañía Charlie destrozaron My Lai y las raíces de la guerra que se hunden años atrás, los tiempos de Vietnam como una colonia, la división en dos del territorio, la promesa de unas elecciones que nunca se llevaron a cabo por miedo al triunfo comunista.

My Lai, que fue un hecho conocido y repudiado en su momento, opacó las demás matanzas sobre la población civil. Turse (de)muestra cómo los mandos militares y políticos plantearon una guerra donde las matanzas y los crímenes eran una estrategia y no algo aislado fruto de un puñado de manzanas podridas. Vietnam no es sólo la derrota del ejército norteamericano y las mentiras continuas de las diferentes administraciones sobre las motivaciones y la deriva de la guerra, también (sobre todo), el drama de los campesinos de Vietnam del Sur, atrapados en una guerra que no entendían y su negación a dejar atrás sus hogares, sus campos de trabajo y a sus ancestros por los suburbios de Saigón o los campos de internamiento en los que pasar hambre y miseria.
   .
Alcanzar el punto crítico, el momento en el que los soldados norteamericanos mataran a más enemigos de los que sus adversarios vietnamitas pudieran reemplazar. La idea del punto crítico era brutal, la manera de saber si se llegaba a él era a través de los recuentos de bajas, y obtener un buen número de bajas se convirtió en el objetivo del ejército norteamericano. Se incentivaban las bajas con permisos y medallas, se daban instrucciones poco claras, se presionaba para conseguir un número determinado de muertos para, luego, superarlos en los siguientes combates. Desde el entrenamiento en Estados Unidos se inculcaba a los futuros soldados que los vietnamitas estaban por debajo de lo humano, se les animaba a matar, matar, matar. Una vez en combate, muchachos lejos de su hogar, con miedo e ideas preconcebidas, asumían el disparar a todo lo que se moviera como parte de la guerra. Los mandos ocultaban los informes de las matanzas, hacían consejos de guerra que eran una farsa, seguían presionando por un recuento de bajas alto, aunque en esas bajas hubiese más campesinos que combatientes vietnamitas.

Turse detalla el sistema de combate del mando americano en Vietnam, la presión ejercida sobre los soldados, la zona de fuego libre, convertida en una sucesión de cráteres, aldeas quemada y fosas comunes, esa guerra que siempre estuvo a punto de ser ganada y que acabó por ser una derrota dolorosa. Más allá de My Lai hubo centenares de matanzas. Se respondía al fuego de un francotirador con napalm y artillería que arrasaba los poblados de campesinos, se entraba en esos poblados y se mataba a todo lo que se moviera, seres humanos y animales, se violaba y mutilaba a ancianos y mujeres, se destrozaban los cuerpos de los bebés, se colocaban armas para disfrazar la matanza en un enfrentamiento con el vietcong, pero los números mostraban la verdad, por cientos de muertos vietnamitas ninguna arma y ninguna baja americana. Eran gooks, no humanos, y esa idea del mando arraigó en muchos soldados.

Los helicópteros sobre los arrozales y los artilleros esperando una señal para disparar sobre los hombres que trabajaban en los campos, las mujeres violadas y luego asesinadas, las aldeas quemadas y los ataques a sampanes de pescadores, la defoliación y los herbicidas tóxicos, las granadas en los búnkeres y los ancianos molidos a golpes, los campos de internamiento donde morir por inanición, las celdas tipo jaulas de tigre que convertían a hombres en seres deformes. Turse muestra la guerra que se ocultó al pueblo norteamericano, aquella que produjo millones de bajas civiles de manera consciente. Y lo hace gracias a los testimonios de quienes lucharon por mostrar la verdad al volver a su tierra, con documentos del alto mando y cartas de soldados que describen, asolados, qué ocurría en su compañía, lo hace con números, con las palabras de los supervivientes, con recortes de prensa y reportajes no publicados. El trabajo y las pruebas son inmensos.

Dispara a todo lo que se mueva deja una pregunta al aire, qué tipo de guerra libra Estados Unidos tras Vietnam.








El asesinato de una docena de civiles aquella noche de octubre de 1967, varios meses antes de la matanza de My Lai, es apenas una nota a pie de página en la historia empapada en sangre de la guerra de Vietnam. Sin embargo, en la historia de Trieu Ai se puede ver prácticamente, como en un modelo reducido, el desarrollo de toda la guerra. Aquí estaban repetidos el bombardeo aéreo y el fuego de artillería machacando a la población rural casi diariamente y obligándola a meterse en los búnkeres subterráneos. Aquí estaba el incendio deliberado de las casas de los campesinos y el traslado de sus moradores a campamentos de refugiados, donde sus movimientos eran estrictamente controlados por el gobierno. Y aquí estaba también el resultado inevitable del entrenamiento de los soldados: las incesantes consignas de «Mata, mata, mata», la deshumanización de los dinks, gooks, «vietnamitas-de-mierda», «ojos-oblicuos», y la insistencia constante en que incluso las mujeres y los niños pequeños debían ser considerados enemigos potenciales
Los elementos clave presentes en Trieu Ai se repiten una y otra vez en los expedientes de los crímenes de guerra y los recuerdos de los excombatientes. Soldados furiosos preparados para asestar golpes, a menudo después de sufrir bajas en la unidad, civiles atrapados en su camino, y oficiales en el campo emitiendo órdenes ambiguas o ilegales a jóvenes condicionados para obedecer: ésa fue la receta básica de gran parte de los asesinatos en masa llevados a cabo por los soldados de Ejército y los marines a lo largo de los años.

***

Hubo que esperar a la primavera de 1970 para que la historia de Henry apareciera por fin en la prensa, publicada en el primer número de una revista dedicada a la revelación de escándalos y que iba a ser de corta vida, Scanlan´s Monthly. En una conferencia de prensa, manifestó a los periodistas que «incidentes similares a los que he descrito ocurren a diario y difieren unos de otros sólo en el número de personas asesinadas». Al día siguiente aparecía en Los Angeles Times un breve artículo sobre estas observaciones, e investigadores del Ejército se reunieron finalmente con Henry para una entrevista. Pero aunque se quedaron una declaración jurada suya de diez páginas, a estas alturas Henry tenía ya muy poca fe en la justicia militar. «Nunca tuve la impresión de que estuvieran haciendo algo», me decía años más tarde.
Sin embargo, Henry no se dio por vencido. En enero de 1971, reunió a más de un centenar de excombatientes de Vietnam que testificaron en Detroit en un acto organizado por la VVAW que ellos llamaron «Investigación Soldado de Invierno» (El nombre se tomó de un panfleto escrito por el patriota revolucionario Thmas Paine en 1776, que comenzaba: «Éstos son tiempos que ponen a prueba el alma de los hombres. El soldado de verano y el patriota del buen tiempo se abstendrá de prestar servicio a su país en esta crisis, pero el que se mantiene firme ahora, merece el agradecimiento de hombres y mujeres»). Una vez más Henry transmitió su experiencia a la audiencia, con escalofriantes detalles:

Entramos en una pequeña aldea. Diecinueve mujeres y niños fueron rodeados como sospechosos vietcongs. El teniente que los reunió llamó al capitán por radio y le preguntó qué debía hacer con ellos.
El capitán se limitó a repetir la orden que había dado el coronel aquella mañana. La orden era disparar a todo lo que se moviera […]. Cuando yo caminaba hacia él, me volví, y miré hacia el lugar, miré hacia donde estaban los vietcongs, los supuestos vietcongs, y vi a dos hombres que sacaban de una choza a una joven, de unos diecinueve años, muy hermosa. No llevaba ropa, así que supuse que la habían violado, lo que era perfectamente SOP [estándar operating procedure] –el «procedimiento operativo habitual» para civiles– y fue empujada el montón de las diecinueve mujeres y niños. Entonces cinco hombres colocados alrededor del círculo abrieron fuego con sus M-16 automáticos. Y ése fue el final de todo.
Nick Turse. Dispara a todo lo que se mueva. Traducción de María Tabuyo y Agustín López Tobajas. Sexto Piso.

viernes, 26 de mayo de 2017

Chimamanda Ngozi Adichie en Todos deberíamos ser feministas

En 2003 escribí una novela titulada La flor púrpura, sobre un hombre que, entre otras cosas, pega a su mujer, y cuya historia no termina demasiado bien. Mientras estaba promocionando la novela en Nigeria, un periodista, un hombre amable y bienintencionado, me dijo que quería darme un consejo. (Los nigerianos, como quizá sepan, siempre están dispuestos a dar consejos no solicitados.)
Me comentó entonces que la gente decía que mi novela era feminista, y que el consejo que me daba —y me lo dijo negando tristemente con la cabeza— era que no me presentara nunca como feminista, porque las feministas son mujeres infelices porque no pueden encontrar marido.
Así que decidí presentarme como «feminista feliz».
Por aquella época una académica, una mujer nigeriana, me dijo que el feminismo no era nuestra cultura, que el feminismo era antiafricano, y que yo solo me consideraba feminista porque estaba influida por los libros occidentales. (Lo cual me pareció divertido porque gran parte de mis lecturas de juventud eran decididamente antifeministas: antes de los dieciséis años debí de leer todas las novelas románticas de Mills & Boon que se habían publicado. Y cada vez que intentaba leer los que se consideraban «textos clásicos del feminismo» me aburría y me costaba horrores terminarlos.)
En cualquier caso, como el feminismo era antiafricano, decidí que empezaría a presentarme como «feminista feliz africana». Luego una amiga íntima me dijo que presentarme como feminista significaba que odiaba a los hombres. Así que decidí que iba a ser una «feminista feliz africana que no odia a los hombres». En un momento dado llegué incluso a ser una «feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres».
Por supuesto, gran parte de todo esto era irónico, pero lo que demuestra es que la palabra «feminista» está sobrecargada de connotaciones, connotaciones negativas.
Odias a los hombres, odias los sujetadores, odias la cultura africana, crees que las mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante.
Chimamanda Ngozi Adichie. Todos deberíamos ser feministas.  Traducción de Javier calvo. Random House.

lunes, 22 de mayo de 2017

Un simple vestido de fiesta. Christian Bobin

Decía Bobin en Elogio de la nada que le parecía inoportuno decir en veinte palabras lo que podía decir en diez y que a menudo bastaba con una palabra. Esa idea recorre los textos de Un simple vestido de fiesta, pequeños relatos en los que se entremezclan una mirada sencilla sobre lo cotidiano con la reflexión sobre el acto de escribir y leer, el hombre inútil, los extrarradios de chalets y tierra yerma. No hay una historia o una estructura detrás de los textos de Un simple vestido de fiesta, sino impresiones y algo entrevisto por el rabillo del ojo. Algo fugaz.

Leer a Bobin es acercarse a alguien que busca la pureza y la sencillez de la luz a partir de la oscuridad, que sabe que cada palabra y cada emoción van con su contrario, que en la felicidad hay pérdida y en la alegría espanto. Bobin es la escritura tranquila y la mirada poética, es descubrir el mundo a través de un paisaje, una voz, una luz, el silencio, una emoción, un descubrimiento que empieza de forma pequeña y humilde y acaba por significarlo todo.

Hay una dicha en Bobin que tiene un matiz de duelo y congoja, saberse fuera de las convenciones ante una vida en permanente movimiento, ante los deseos vacuos y la rapidez. Bobin equipara al lector con el escritor (No existe ninguna diferencia entre la lectura y la escritura. El que lee es el autor de lo que lee), habla de Racine, de Pasternak, de la Biblia, de manuscritos dirigidos a Rilke, de escribir sin miedo y sin dejar fuera la vida al desnudo, de leer grandes y largas novelas y que al final quede la imagen de tres gotas de sangre en la nieve o el rostro de un poeta.

Por momentos, siento la escritura de Bobin como una escritura sacra, la mirada maravillada ante la luz, el viento y el silencio, ante la vida en blanco y los paisajes detenidos, el amor como espera, espera, espera. Dos niñas pasean ante unos chalets idénticos y Bobin rescata el viento en sus melenas y se acuerda de Jonás en la ballena y su mensaje de destrucción a un pueblo señalado por dios y cómo ese pueblo, entonces, deja de pensar en el mañana y se reencuentran con la gracia de vivir. Bobin escribe dios en minúsculas y es ahí donde está su mirada, en lo pequeño y humilde, en la palabra y el silencio.










Para qué sirve leer. Para nada o casi. Es como amar, como jugar. Es como rezar. Los libros son rosarios de tinta negra, cada cuenta rodando entre los dedos, palabra tras palabra. Y qué es exactamente rezar. Guardar silencio. Es alejarse de sí mismo en el silencio. Tal vez es imposible. Tal vez no sepamos rezar como se debe: siempre demasiado ruido en nuestros labios, siempre demasiadas cosas en nuestros corazones. En las iglesias nadie reza salvo las velas. Ellas pierden toda su sangre. Consumen toda su mecha. No se reservan nada para ellas, dan todo lo que son, y ese don pasa a ser luz. La imagen más bella de la oración, la imagen más clara de la lectura, sí, sería ésa: el lento desgaste de una vela en una fría iglesia.

***

Yo te reconocía. Eras la que duerme en lo profundo de la primavera, bajo el follaje nunca apagado del sueño. Te adivinaba ya desde hacía mucho tiempo, en el frescor de un paseo, en el buen aire de los buenos libros o en la debilidad de un silencio. eras la esperanza de las grandes cosas. Eras la belleza de cada día. Eras la vida misma, de lo arrugado de tus vestidos al temblor de tus risas.

Me quitabas el sano juicio que es peor que la muerte. Me dabas la fiebre que es la verdadera salud.
Christian Bobin. Un simple vestido de fiesta. Traducción de José Areán y Tono Areán. Árdora Ediciones.

jueves, 18 de mayo de 2017

Stig Dagerman en Nuestra necesidad de consuelo es insaciable...

Puesto que estoy en la orilla del mar puedo aprender del mar. Nadie puede exigirle al mar que sostenga todos los navíos, o al viento que hinche constantemente todas las velas. De igual modo nadie puede exigirme que mi vida consista en ser prisionero de ciertas funciones. ¡No el deber ante todo, sino la vida ante todo! Igual que los demás hombres debo tener derecho a unos instantes durante los cuales pueda dar un paso al lado y sentir que no soy únicamente parte de esta masa a la que llaman población, sino una unidad autónoma.
Solamente en este instante puedo ser libre ante los hechos de la vida que antes causaron mi desesperación. Puedo confesar que el mar y el viento me sobrevivirán y que la eternidad no se preocupa de mí. ¿Pero quién me pide preocuparme de la eternidad? Mi vida es corta sólo si la emplazo en el cepo del tiempo. Las posibilidades de mi vida son limitadas sólo si cuento el número de palabras o de libros que tendré tiempo de escribir antes de morir. ¿Pero quién me pide contar? El tiempo es una falsa unidad de medida para medir la vida. El tiempo, en el fondo, es una unidad de medida sin valor ya que sólo alcanza las obras avanzadas de mi vida.
Pero todo lo importante que me ocurre y que da a mi vida un maravilloso contenido: el encuentro con una persona amada, una caricia, la ayuda en la necesidad, el espectáculo de un claro de luna, un paseo a vela por el mar, la alegría que se siente por un hijo, el estremecimiento ante la belleza, todo esto ocurre completamente fuera del tiempo. Da lo mismo que encuentre la belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no solamente se sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la vida y el tiempo.
Descargo pues de mis hombros el fardo del tiempo y, al mismo tiempo, la exigencia de sacar buenos resultados. Mi vida no es algo que deba ser medido. Ni el salto del ciervo ni la salida del sol son buenos resultados conseguidos en una prueba. Tampoco una vida humana es la superación de una prueba, sino algo que crece hacia la perfección. Y lo que es perfecto no realiza pruebas con buenos resultados, lo que es perfecto obra en estado de reposo. Es absurdo pretender que el mar está hecho para sostener armadas y delfines. Ciertamente lo hace, pero conservando su libertad. Del mismo modo es absurdo pretender que el ser humano esté hecho para otra cosa que para vivir. Ciertamente aprovisiona máquinas y escribe libros, y también podría hacer otras cosas. Lo importante es que, haga lo que haga, lo hace conservando su libertad y con la plena conciencia de ser, como cualquier otro detalle de la creación, un fin en sí. Reposa en sí mismo como una piedra en la arena.
Stig Dagerman. Nuestra necesidad de consuelo es insaciable… Traducción de José Mª Caba. Pepitas de calabaza editorial.

lunes, 15 de mayo de 2017

tres apuntes sobre El banquete celestial. Donald Ray Pollock

1) Estamos en una época en la que confluyen un mundo en extinción, el salvaje oeste, y otro que nace, el mundo moderno de la primera guerra mundial, preludio de los locos años veinte, la gran depresión y la segunda guerra mundial. Los tres hermanos Jewett sueñan con el viejo oeste que retrata la única novela que poseen, Vida y época del sanguinario Bill Bucket, imaginan forajidos de leyenda, grandes hazañas y la libertad de los espacios abiertos, una manera de evadirse de su realidad como aparceros en una tierra pobre y bajo la mano férrea y dictatorial de su padre, un hombre que tuvo una revelación en un encuentro con un vagabundo y busca las mayores penurias y el peor de los sufrimientos para alcanzar el banquete especial que espera a aquellos que evitaron tentaciones y vivieron de manera austera. Todo sea por la redención final, ese sueño del paraíso futuro que hace del padre de los Jewett un  hombre difícil y extraño, alguien con un destino que alcanzar y capaz de la mayor mortificación con tal de sentir que está más cerca de él.


1b) Los tiempos han cambiado, dicen los personajes de Peckinpah en Grupo salvaje. En un momento donde quedan pocas carretas o caballos de tiro y aparecen los primeros aviones y se moderniza el armamento de los ejércitos, los hermanos Jewett miran al pasado e imitan a Bill Bucket y se convierten en atracadores de bancos a la usanza del salvaje oeste. Los Jewett son tres quijotes fuera del tiempo: toman como referencia una vieja novela y la consideran un relato veraz de la vida de los forajidos, y se apartan del banquete celestial del que tanto les habló su padre y buscan algo que cambie en sus vidas,  Cane, el mayor, quiere un nuevo lugar donde empezar de cero, Cob, mujeres y dinero, Chimney, el hermano pequeño, comida y amistad. Tres muchachos que leen al anochecer las aventuras del sanguinario Bill Bucket y creen en él y en su mundo desaparecido creen, cada sentencia una forma de vivir, cada gesto algo que aprender. Y, ahí está lo cómico, son capaces de atracar bancos sólo con las pistas que obtienen de la lectura de las aventuras de Bucket.


2) Pero El banquete celestial no se detiene únicamente en las correrías de los hermanos Jewett, sus primeras víctimas y atracos, sus caras en los carteles de se busca, su intento por llegar a Canadá e iniciar una nueva vida. Hay un granjero que busca a su hijo descarriado en un campamento militar, hay un inspector de letrinas, corto de entendederas y con un sexo descomunal, que conoce la intimidad de cada habitante de la ciudad, hay un chulo que se instala con tres mujeres a las afueras de la ciudad y espera hacerse de oro a costa de los soldados de instrucción, hay un vagabundo negro, orgulloso de su bombín, que va de mujer en mujer y vive de ellas hasta que se les acaba el dinero, hay un oficial que busca el amor de otros hombres en un cuartucho encima de un teatro, hay una partida de hombres que rastrean a los hermanos Jewett y crean una estela de violencia a su paso, hay infinidad de personajes secundarios y mínimos, de apenas media página, con los que Donald Ray Pollock crea un microcosmos parecido al de sus relatos de Knockemstiff: historias turbias y violentas y seres desarraigados y perdidos que guardan sueños (de amor, de lucha, de grandeza) que parecen inalcanzables.


2b) Esta abundancia de personajes, con Pollock dando nombre a un centenar largo de ellos y describiendo, a veces a trazos, a veces en detalle, su vida y milagros, hace que la lectura sea repetitiva en algunos capítulos. Como en los relatos de Knockemstiff, Pollock mezcla humor, crueldad, escatología y sordidez: gusanos que salen del interior de los cadáveres, hombres que observan la mierda de sus conciudadanos, mujeres capaces de la mayor perversión sexual, algunos hombres y mujeres andrajosos física y moralmente.


3) La editorial habla de influencias en la novela de Pollock: Faulkner, McCarthy, O´Connor, Peckinpah, Tarantino y los hermanos Coen. Jugando a las comparaciones, yo me quedaría con los westerns de Peckinpah y Sergio Leone y las novelas extrañas y turbias de Erskine Caldwell. Lo mejor de Pollock es que se siente cómodo en el fango, es crudo y brutal y hace que algunos de sus personajes bordeen el abismo, sabedores de su negro destino y que intenten sobrevivir en un mundo violento y descarnado. Sólo la inocencia de alguno de ellos, que alberga el sueño de un hogar más allá del banquete celestial, parece digna de ser salvaguardada.


3b) El banquete celestial no llega al nivel de los relatos de Knockemstiff, es una novela dispersa por momentos y a la que le sobran algunas páginas (y personajes), pero aún así se disfruta del mundo de Pollock con personajes en el extremo y un salvajismo primitivo.








Antes de darse cuenta, Pearl ya le estaba explicando al hombre lo sucedido con Lucille y el gusano y contándole todos los infortunios que habían venido después. Le confesó que incluso estaba empezando a preguntarse si acaso Dios existía, y en caso de que si, por qué trataba a algunos tan mal mientras que a otros no les pedía nada de nada. No tenía lógica. Era imposible que sus irrisorios pecados se correspondieran con las tribulaciones que les había tocado pasar a su familia y a él. Al terminar Pearl, el hombre se pasó mucho rato sentado acariciándose la barba larga y apelmazada. Luego se echó un vistazo a los pies callosos. Se inclinó hacia delante y empezó a tirarse con los dedos nudosos de una de las uñas del dedo gordo del pie. Sin una sola mueca de dolor, se la arrancó y la sostuvo para que Pearl la viera.
-No lo has entendido, amigo -dijo el hombre-. La verdad es que has sido elegido. Dios te está dando la oportunidad de resucitar mejor, igual que se la dio a tu señora. Sin participar uno de la miseria del mundo, no puede haber redención. Ni tampoco habrá gracia. Esto no debería sorprenderte si lo estudias bien. Mira lo que Él dejó que le hicieran los judíos a Su propio hijo. La mayoría de nosotros lo tenemos condenadamente fácil en comparación con el sufrimiento que tuvo lugar aquel día. Pero esos que hoy en día llaman «predicadores» no quieren contarle la verdad a la gente. El viejo Satanás los ha convencido de que la salvación se puede obtener a cambio de casi nada. Caray, hay algunos que hasta van por ahí con su ropa elegante diciendo que el Señor quiere que todos seamos ricos. ¿Cómo duerme alguien así por las noches, contando esas mentiras, usando a Dios para llenarse los bolsillos? Un puro sacrilegio, eso es lo que es. Espera y verás, cuando llegue el Día del Juicio serán esos los que más ardan. Es una lástima que sus rebaños vayan a terminar ardiendo junto con ellos. No, si quieres la redención tienes que dar la bienvenida a todo el sufrimiento que te llegue.
-¿De verdá cree usté eso? -dijo Pearl, mirándole el dedo ensangrentado del pie y acordándose del sombrero de piel de castor y de los guantes de gamuza que el reverendo Hornsby de la iglesia de Hazelwood llevaba con un orgullo un poco excesivo.
-Amigo, usted y esos chavales que tiene podrían ahogarme en ese río ahora mismo y sería lo mejor que me ha pasado en la vida.
-No sé -dijo Pearl-. Entiendo que dormir al raso y pasar hambre de vez en cuando le pueda hacer bien a uno, pero, señor, es que nosotros nos estamos muriendo de hambre.
El ermitaño sonrió.
-Yo no he comido nada en una semana más que unos cuantos renacuajos y las criaturas que me encuentro en la barba. Y no quiero nada más.
-En ese caso -dijo Pearl-, ¿qué gano yo con la redención esa de la que me habla?
-Pues que un día podrás comer en el banquete celestial –dijo el hombre-. Y entonces ya no escarbarás en busca de migajas, te lo garantizo.
-¿El banquete celestial? -repitió Pearl.
Nunca había oído hablar de aquello, y se preguntó si tal vez habría estado dormitando la mañana de domingo en que el reverendo Hornsby había predicado sobre el tema.
-Eso mismo -dijo el ermitaño, tirando la uña al suelo-. Pero acuérdate, solamente se sentarán en él quienes rehúyan las tentaciones de este mundo.
-¿Me está diciendo entonces que los que lo pasan bien aquí abajo no llegan nunca a la Tierra Prometida?
-Lo tienen prácticamente imposible, pienso yo. Demasiadas manchas en la ropa y demasiados deseos en el corazón.
Pearl cogió un puñado de tierra arenosa y dejó que se le escurriera entre los dedos. Era obvio que el hombre era un pensador.
-Bueno, pues déjeme que le pregunte una cosa -dijo-. ¿Qué pasa con este ruido que oigo en la cabeza? Daría el resto de mi vida por una noche sin oírlo.
-Acércate -le dijo el hombre.
Pegó la oreja a la de Pearl y contuvo la respiración. De lejos parecían dos amantes agotados mirando correr las aguas. Una libélula de alas azules flotó un momento sobre sus cabezas canosas y después salió disparada y se metió en una mata de espadañas marrones.
-Cielos -dijo el ermitaño, después de pasar varios minutos escuchando el zumbido de dentro de la cabeza de Pearl-. Parece que te estés preparando para parir una estrella ahí dentro.
-¿Cree usté que se marchará?
-Oh, ya lo creo -dijo el hombre-. Es lo único bueno que tiene esta vida. Que nada dura mucho. -Luego echó un vistazo al pájaro que estaba en el ciprés y cogió su vara-. Bueno, me ha gustado hablar contigo, hermano, pero veo que mi pequeño amigo está listo para marcharse. ¿Quién sabe? Quizá un día de estos nosotros también tendremos alas.
Justo cuando se estaba poniendo de pie, estalló un estrépito en el río y Cane gritó de alegría y tiró un siluro enorme a la orilla. El hombre negó con la cabeza mientras lo veía dar brincos en el barro.
-Más le vale decirles que lo vuelvan a tirar al agua -le dijo a Pearl.
-No puedo hacer eso, señor. Es su cena.
-Hazme caso -dijo el hombre-. Si les dejas comerse ese bagre, pronto los chavales querrán tenerlo todo fácil.
Luego se metió en el río y empezó a cruzarlo. En el punto más hondo, el agua le cubrió por encima del pecho y de pronto la barba se le puso a flotar delante de la cara como si fuera una boya. Una masa de insectos subió correteando a la parte alta del nido de pelo de su cara para evitar ahogarse, y Pearl vio cómo el pájaro blanco bajaba volando del árbol y se ponía a picotearlos uno a uno y a colocarlos en la lengua extendida del ermitaño.
Nada más desaparecer el hombre entre los árboles del otro lado, el crepitar de la cabeza de Pearl se detuvo con un chisporroteo y no volvió nunca más. Por un breve instante Pearl quedó sumido en un silencio total y profundo, y en ese momento glorioso empezó a ver a Dios bajo una luz nueva. Si la vida iba a ser dura, por lo menos el ermitaño le había dado una buena razón para ello, incluso una razón excelente. A partir de aquel día Pearl pareció seguir deliberadamente el camino que prometía mayor aflicción, y lo único que le causaba satisfacción era el peor de los resultados posibles. Con la esperanza de repetir una vez más aquel momento perfecto, se taponaba los oídos con aserrín, arcilla, tabaco de mascar, piedrecitas y pedazos de madera, pero el mundo exterior siempre conseguía infiltrarse. Hasta se planteó atravesarse los finos tímpanos con una espina, pero le preocupaba que Dios pudiera ver aquel acto egoísta como la execración de un templo sagrado. Despacio, después de incontables experimentos fallidos, por fin se dio cuenta de que no volvería a conocer el gran silencio hasta el momento de bajar a la tumba. Aquel momento en la orilla del río Foggy no había sido más que un vislumbre de la paz eterna que le esperaba si no se apartaba del camino y no flaqueaba.
-Seré redimido –no paraba de repetirse a sí mismo.
Lo deseaba más que nada en el mundo, más que la comida, más que la tierra, el amor o la vida misma.
Donald Ray Pollock. El banquete celestial. Traducción de Javier Calvo. Random House Mondadori.

viernes, 12 de mayo de 2017

Premios Libros y Literatura 2016/2017


La página Libros y Literatura organiza un concurso de reseñas entre los blogs literarios con seis mil euros en libros, un premio más que interesante. El concurso está coordinado por Libros y Literatura, Cursos de Libros y Literatura y Autoedición Profesional, y se ha hecho un hueco importante entre las páginas y los blogs literarios.
Se puede participar de dos maneras:
a) Si quieres entrar en el sorteo de varios lotes de libros sólo tienes que escribir una entrada en vuestro blog sobre el concurso de reseñas y mencionar a los organizadores.
b) Si quieres presentarte al concurso sólo has de elegir una de tus reseñas de un libro publicado en 2016 ó 2017.
He elegido Lección de alemán de Siegfried Lenz para participar en los premios de Libros y Literatura. ¡Suerte a todos!


 http://bit.ly/premioslyl



BASES ABREVIADAS PREMIOS LIBROS Y LITERATURA 2016-2017


1. Destinatarios: Podrá participar cualquier persona residente en territorio español que tenga un blog cuya principal temática sea literaria.

2. Modalidades de participación: Se puede participar solo en el sorteo de lotes de libros publicando las bases, o en el sorteo y el concurso de reseñas publicando las bases y presentando una reseña en el concurso. Los requisitos que hay que cumplir en cada modalidad son:
 
2. 1.  PARA PARTICIPAR EN EL SORTEO DE LOTES DE LIBROS, solo tienes que redactar un post en tu blog hablando de este concurso y mencionando los coordinadores con sus correspondientes webs, que son Libros y Literatura, Cursos de Libros y Literatura y Autoedición Profesional. El post tiene que estar visible en la página principal de tu blog y debe contener: 

a) Estas bases abreviadas.
b) Los banners del concurso, o bien en formato .gif 



o bien en formato .jpg 






Los banners deben ir enlazados a la página web del concurso: http://bit.ly/premioslyl, para que otros blogs puedan conocerlo.

Una vez publicado el post, has de enviar un correo electrónico a concurso@librosyliteratura.es para informar a Libros y Literatura de tu participación en el sorteo. En ese correo debes incluir el enlace del post publicado*, las redes sociales en las que hayas hecho difusión de tu post con las bases, tu nombre y apellidos, población, país de residencia y nombre de tu blog.

2.2. PARA PARTICIPAR EN EL CONCURSO DE RESEÑAS, tienes que cumplir todos los requisitos del punto 2.1, y además, en el post que publiques deberás indicar que participas en el concurso de reseñas y la reseña con la que participas. Puedes volver a copiar la reseña completa en el post o indicar el enlace a la ubicación del post original en el que publicaste la reseña. Solo se admite una reseña por blog participante y esta puede ser nueva o ya publicada en tu blog**.

3. Fechas: el plazo de participación en ambas modalidades comienza el 21 de abril de 2017 y finaliza el 14 de mayo de 2017 a las 23:59 h (hora peninsular española).

4. Jurado: un jurado compuesto por miembros del equipo de Libros y Literatura hará una primera selección, y un jurado experto e independiente formado por escritores y editores elegirá las tres mejores reseñas. El fallo se publicará el 11 de junio de 2017.

5. Premios: 
5.1. Los premios son 380 libros, 5 ejemplares de cada uno de los títulos que puedes ver en nuestra lista de premios (http://www.librosyliteratura.es/premios-libros-y-literatura-2016-2017-2.html)
5.2 Entre todos los participantes en los Premios Libros y Literatura 2016-2017 se sortearán 16 lotes de 20 libros de las editoriales más importantes.
5.3. Los tres ganadores del concurso de reseñas serán premiados con un lote de 30 libros (primer premio), un lote de 20 libros (segundo premio) y un lote de 10 libros (tercer premio).  También participarán en el sorteo de los lotes de libros.
Solo se realizarán envíos en territorio español.


Libros y Literatura podrá descalificar a aquellos participantes que no envíen el enlace directo al post publicado o a aquellos que no hayan cumplido con todos los requisitos requeridos en las presentes bases de los Premios Libros y Literatura 2016-2017.
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martes, 2 de mayo de 2017

El abuelo. Aleksandr Chudakov

Hay una historia oficial de héroes, traidores y fechas revolucionarias que conmemorar: héroes aclamados por el régimen soviético y que pasan a ser deportados o fusilados y su pasado reconstruido para que case con los nuevos tiempos, hombres y mujeres tachados de contrarrevolucionarios y traidores que esperan la muerte en la cárcel o la deportación a tierras remotas, fechas que hablan de grandes triunfos contra un mal invisible. Y luego están las pequeñas historias que esconden una verdad sencilla, que son el recuerdo de un tiempo pasado, un intento de mantener intacta la memoria no ya de una familia, también de un pueblo y una tierra. Aleksandr Chudakov hace protagonistas a estas pequeñas historias que hablan de muerte, ternura, guerra, supervivencia y tierra, de lucha, amor, desarraigo, inocencia y literatura.

«Si no fuera por él, yo no sería el hombre que soy». Es Antón, el narrador/testigo de El abuelo, quien habla y confiesa la importancia que tuvo su abuelo no sólo en su infancia con sus peculiares clases de escritura y lectura y su forma de relatarle su propia vida, de ex clérigo a agrónomo y profesor, también a lo largo de su vida de adulto, donde recuerda sus enseñanzas vitales y culturales, el abuelo de Antón como un hombre que aúna el tiempo anterior a la revolución bolchevique con los acontecimientos presentes, que es testigo de un mundo casi extinguido y rechaza los nuevos tiempos. Antón escribe su historia y la de aquellos que le rodean, intercambia la primera y la tercera persona incluso para referirse a sí mismo, como si tomase distancia para enfocar mejor y abarcar un mayor territorio.

El abuelo de Antón, casi centenario, se sabe cercano a la muerte, y manda llamar a la familia para despedirse. Antón regresa a Kazajistán y, en ese regreso, el repaso a la vida de los suyos y a la historia reciente de Rusia. Chudakov no escribe una novela dedicada a una saga familiar y sus vaivenes a lo largo del tiempo, sino que crea un cuadro costumbrista de numerosas voces y personajes secundarios, de historias envueltas en la Historia, de alguien que escribe para no olvidar de dónde procede, cómo nació su amor por la investigación, la literatura y los datos históricos, que se sabe un hombre de los nuevos tiempos y, a la vez, todas las voces que lleva dentro. El abuelo creció en un mundo sin aviones ni electricidad, pasó de Ucrania a Moscú y Kazajistán, incapaz de encajar dentro de los nuevos tiempos donde, cada día, se cambia la Historia y se crea una ética y unos valores nuevos y frágiles. De aquella época donde el trabajo tenía una recompensa a la nueva de racionamientos, campos de reeducación, una cultura ligada a las directrices gubernamentales, la delación del vecino y la glorificación de la maquinaria y la grandeza de la tierra. Antón, nacido poco antes de la segunda guerra contra los alemanes, ve en su abuelo los últimos vestigios de un mundo desconocido.

Cada capítulo de El abuelo es un pequeño relato donde se describe una persona, un tiempo, un momento de victoria o derrota personal. Antón entremezcla los tiempos de su vida y escribe sobre los baños en el lago, las caminatas a clase, la universidad moscovita, los deportados y los muertos, los relatos de Chéjov confrontados con los libros del régimen comunista, la economía natural que practica su familia, cada miembro dedicado a una tarea, la ropa, el campo, los animales, una manera de autoabastecerse en los tiempos de cartillas de racionamiento, los encuentros en los troncos con los veteranos de las diferentes guerras. Es ahí, en las historias de su abuelo y en esos encuentros con los veteranos, donde Antón descubre la diferencia entre la historia oficial y los artículos de la prensa y la realidad, batallas y mártires recordados por todos que esconden una verdad oculta, las victorias que fueron derrotas y los muertos que no fueron tales sino supervivientes silenciados. Antón es un recopilador de historias, las propias y familiares y las de cualquier libro que caiga en sus manos.

Aleksandr Chudakov hace de El abuelo una historia de historias, repasa los últimos años de Rusia, las diferentes guerras y los cambios políticos, muestra aquello que está oculto, las mentiras y las leyendas, convierte en mito a un nonagenario que ha asistido a la extinción de varios mundos, habla con ternura y humor de un puñado de personajes excéntricos y con tristeza sobre la escasez material y ética de la Unión Soviética, y hace un continuo homenaje a la literatura, Chéjov, Stevenson, Gogol, Pushkin, los libros como una manera de acercarse a la vida y anclar la historia a ella, como forma de aventura e inconformismo.

(Es de recibo comentar la labor de los traductores, Yulia Dobrovolskaia y José María Muñoz Rovira, la cantidad de notas que ayudan a entender la historia y los personajes rusos)








«Como todo hombre del siglo pasado…», comenzaba a formular Antón. Sí, del pasado, del siglo pasado.
Se iba a vagar por la ciudad. Las charlas con el abuelo por alguna razón lo empujaban hacia la cuestión que Antón titulaba: «Sobre la vanidad de la ciencia histórica». ¿Qué puede tu ciencia, historiógrafo Stremoújov? Nuestra idea de la insurrección de Pugachov se basa en La hija del capitán. Tú estudiaste a Pugachov como historiógrafo. ¿Han cambiado acaso tu percepción de la época los documentos históricos? Sé franco. Por muchos estudios que salgan, sean definitorios o refutativos, la nación percibirá su rebelión cosaca tal y como está refleja en esa novelita. ¿Y la guerra de 1812? Siempre y por los siglos de los siglos continuará siendo aquella que se desarrolla en las páginas de Guerra y paz a pesar de decenas de errores fácticos presentes en el relato. Y la importancia, el papel de lo casual. ¿Por qué? La existencia histórica del hombre es la vida en su plenitud; la ciencia histórica a su vez hace tiempo que se ha fragmentado en la historia de los reinados, formaciones, escuelas filosóficas, la historia de la cultura material. Ningún trabajo histórico presenta al hombre en el cruce de todo ello, y eso que justo ahí, en esa encrucijada, se encuentra el hombre en cada momento de su existencia. Solo el escritor lo ve desde esa óptica.

***

El abuelo había conocido dos mundos. El primero fue el mundo de su juventud y de su madurez. Era un mundo simple y comprensible: un hombre trabajaba y recibía su compensación, por tanto, estaba en condiciones de adquirir una vivienda, las cosas y los alimentos sin tener que lidiar con listas, cupones, cartillas de racionamiento o colas interminables. Aquel mundo se desvaneció materialmente, pero el abuelo aprendió a recrear su semejanza a fuerza de conocimiento, ingenio e indómitos esfuerzos propios y de su familia, porque ninguna revolución es capaz de alterar las leyes del nacimiento y de la vida de las cosas y las plantas. Lo que una revolución sí puede es rehacer el mundo inmaterial del hombre, y lo hizo. La jerarquía de valores se derrumbó: un país con una historia multisecular empezó a vivir según normas ideadas hacía nada; lo que antes se consideraba ilícito se convirtió en la nueva ley. Sin embargo, su alma preservaba el mundo antiguo y el mundo nuevo no lo corrompió. Percibía el viejo mundo como si fuera real, el abuelo continuaba su diálogo diario con sus autores favoritos, religiosos y seculares, con sus confesores del seminario, con sus amigos, su padre y sus hermanos. Lo irreal para él era el nuevo mundo: nunca logró comprender racional ni emocionalmente cómo podía haber nacido todo esto y, para colmo, cómo se había consolidado tan deprisa, y jamás dudó de que un día este reino de fantasmas desaparecería con la misma rapidez con la que había surgido. Solo que ese día tardaría en llegar, y él y su nieto solían dialogar sobre si Antón viviría para verlo.
Aleksandr Chudakov. El abuelo. Traducción de Yulia Dobrovolskaia y José María Muñoz Rovira. Automática editorial.