Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 8 de julio de 2016

Nuevo destino. Phil Klay

El terror puro y absoluto de un combate, la mirada cercana a la locura, la percepción de la realidad tan distinta a la realidad en sí misma, las decisiones a tomar en menos de un segundo, la camaradería entre soldados, marines que sirven en infantería, en la retaguardia, en el depósito de cadáveres recogiendo fragmentos de seres humanos, la imposibilidad de dormir sin pastillas y el estrés de combate, las calles estrechas y tramposas, como el desierto y la realidad y las promesas, la vuelta a casa en avión y las imágenes que se agolpan, la muerte y las muertes, los errores y culpa, los civiles acribillados y los cuerpos mutilados, las historias que explican heridas y cicatrices contadas en una barra de bar, el intento por regresar a una vida normal y saberse marcado por la guerra, saber que esa guerra es un centro y sentir que hay una frontera entre los otros y tú.

Nuevo destino es un puñado de relatos sobre los marines en las guerras de Irak y Afganistán, una mirada que se centra en los marines, su forma de afrontar la locura de la guerra, los miedos, las dudas y las culpabilidades, las misiones en una tierra extranjera, la idea de supervivencia en medio del caos y la lucha, convertirse en un animal durante el enfrentamiento y, después, cuando todo ha pasado, pensar en lo que significó ese enfrentamiento, las muertes que trajo, la falta de humanidad, el tiempo que se contrae o dilata, el corazón a mil, los ojos desorbitados, las explosiones o los gestos heroicos tan diferentes de la realidad recreada en las películas.


Algunos dicen que el combate consiste en un 99 por ciento de aburrimiento absoluto y un 1 por ciento de puro terror. Los que dicen esto no están en la PM en Irak. Por las carreteras, iba todo el tiempo asustado. Tal vez no puro terror, eso es para cuando las bombas estallan realmente, pero sí una especie de terror de baja intensidad que se mezcla con el aburrimiento. Así que sería un 50 por ciento de aburrimiento y un 49 por ciento de terror del normal, que es la sensación general de que podrían morir en cualquier momento, y de que todo el mundo en este país quiere matarte. Y luego, por supuesto, está el 1 por ciento de puro terror, cuando el ritmo cardíaco se te dispara y tu campo visual se cierra y las manos se te quedan blancas y todo el cuerpo te zumba. No puedes pensar. No eres más que un animal, haciendo eso para lo que te han entrenado. Y luego vuelves al terror normal, vuelves a ser humano y vuelves a pensar.


Phil Klay, veterano de la guerra de Irak, golpea con fuerza en estos relatos y muestra lo irracional de la guerra sabiendo de qué habla, hay una realidad y una dureza que noquea, ver a un puñado de muchachos (la mayoría acaban de dejar atrás la adolescencia), que tienen que enfrentarse a un marco hostil (los mandos que les imbuyen una violencia extrema y a matar sin cuestionarse la realidad, el país desconocido, los insurgentes, la imposibilidad de salirse de esa violencia extrema), ver cómo se resquebrajan sus esperanzas y sueños y viven en medio de un infierno. Las escenas de batalla son secas, me recuerdan al cine de Fuller y Peckinpah por momentos, los cuerpos destrozados por una bala y el acorralamiento físico y mental de los soldados.

Klay da voz a marines y capellanes, a sargentos y funcionarios del gobierno, a chupatintas y soldados que adecentan cadáveres mutilados, a artilleros que apuntan sus cañones contra hombres por primera vez, a seres que intentan sobrevivir en el filo de la navaja, que regresan a casa y no se sienten de vuelta en su hogar porque la guerra los ha cambiado para siempre. No a políticos o mandos, su escritura se centra en el soldado de a pie, en el hombre que dispara y muere o es herido, en aquel quien tiene la incertidumbre y las dudas en medio de la guerra y se cuestiona su papel en ella. En el relato que da título al libro, un marine recuerda en el avión fragmentos de muerte que ha dejado atrás, intenta habituarse a la vida civil pero observa cada esquina de los centros comerciales en busca de emboscadas, en Cuerpos un muchacho visita a una antigua novia, se tumba con ella en la cama durante cinco minutos, intenta contarle un momento significativo de su experiencia en la guerra y sabe que ha perdido su vida, en el final de Plegaria desde el horno del fuego ardiendo, un capellán recuerda a los marines que murieron después de la guerra, muchachos que se suicidaron o murieron en peleas en callejones, en Operaciones psicológicas un estudiante universitario recuerda su experiencia en la guerra, cómo vio morir a un hombre a través de una mira telescópica, su intento por ser comprendido por una compañera musulmana, los marines de Klay que llevan su historia como una carga, algo que los une sólo con otros marines y los separa del resto del mundo.

Nuevo destino es un libro duro, la escritura rápida y cortante, la supervivencia de un puñado de hombres a los que sólo les quedan sus historias y la búsqueda de ser escuchados y entendidos, el sentimiento de culpa pegado a la piel. Un libro tan bueno como los relatos de Vietnam que Tim O´Brien escribió en Las cosas que llevaban los soldados que lucharon.







Disparábamos a los perros. No era por accidente. Lo hacíamos a propósito y lo llamábamos «Operación Scooby». Yo soy muy de perros, así que pensaba mucho en ello.
La primera vez fue por reflejo. Oigo que O’Leary suelta «¡Dios!», y veo un perro flacucho y marrón lamiendo sangre como lamería agua de un bol. No es sangre americana, pero aun así, ahí está el perro, dando lengüetazos. Y esa es la gota que colma el vaso, supongo, y comienza la temporada de perros.
En el momento no le das muchas vueltas. Estás pensando en quién habrá en esa casa, qué armas llevará, que va a matarte a ti, a tus colegas. Vas bloque por bloque, con fusiles de 550 metros de alcance y matando a la gente a cinco en un cubo de hormigón.
Lo piensas después, cuando te dejan tiempo. Es decir, no es que uno vuelva de golpe, directo de la guerra al centro comercial de Jacksonville. Cuando se terminó nuestro despliegue nos pusieron en TQ, esa base logística en pleno desierto, para que nos despresurizáramos un poco. No estoy seguro de lo que querían decir con eso. Despresurizarnos. Nosotros entendimos que consistía en matarnos a pajas en las duchas, fumar un montón de cigarros y jugar a las cartas sin parar. Y luego nos llevaron a Kuwait y nos pusieron en un vuelo comercial de vuelta a casa.
Y ahí estás. Sales de una zona de guerra jodidísima, y al momento vas sentado en un asiento tapizado de felpa, mirando cómo suelta aire acondicionado la valvulita del techo y pensando ¿qué cojones? Tienes un fusil sujeto entre las rodillas, igual que todos los demás. Algunos marines llevan pistolas M9, pero las bayonetas te las quitan, porque no está permitido subir cuchillos a un avión. Aunque nos hemos duchado, estamos todos mugrientos y flacos. Todo el mundo tiene los ojos hundidos, y los uniformes de camuflaje están hechos mierda. Y te sientas ahí, y cierras los ojos, y te pones a pensar.
El problema es que tus pensamientos no siguen ningún tipo de orden lógico. No piensas: ah, hice A, luego B, luego C y luego D. Intentas pensar en tu casa, y al momento estás en las celdas de tortura. Ves aquellos trozos de cuerpo en las cámaras y al tipo retrasado en la jaula. Chillaba como un pollo. Tenía la cabeza encogida al tamaño de un coco. Tardas un momento en recordar que el médico dijo que le habían inyectado mercurio en el cráneo, pero aun así sigue sin tener ningún sentido.
Ves las cosas que viste las veces que te faltó poco para morir. El televisor roto y el cadáver del moro aquel. A Eicholtz cubierto de sangre. Al teniente por la radio.
Ves a aquella niñita, las fotos que encontró Curtis en un escritorio. Primero una niña iraquí preciosa, puede que de siete u ocho años, descalza y con un vestido blanco muy bonito, como si fuera su primera comunión. Luego sale con un vestido rojo, tacones altos, un dedo de maquillaje. Foto siguiente: el mismo vestido, pero tiene la cara emborronada y sostiene una pistola con la que se apunta a la cabeza.
Intenté pensar en otras cosas, como en mi mujer, Cheryl. Tiene la piel pálida y unos pelitos finos y oscuros en los brazos. A ella le dan vergüenza, pero son suaves. Delicados.
Pero pensar en Cheryl me hacía sentir culpable, y entonces empezaba a pensar en el cabo segundo Hernandez, en el cabo Smith y en Eicholtz. Éramos como hermanos, Eicholtz y yo. Le salvamos la vida a un marine una vez. Pocas semanas después, Eicholtz está escalando una pared. Un insurgente asoma por una ventana y le dispara en la espalda cuando está a medio camino.
Pienso en esas cosas. Y veo al retrasado, y a la niña, y la pared en la que murió Eicholtz. Pero el tema es este: pienso un montón, y me refiero a un montón, en aquellos putos perros.
Phil Klay. Nuevo destino. Traducción de Inga Pellisa. Random House.

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