Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 4 de abril de 2016

La tía Tula. Miguel de Unamuno

La mirada de Tula, profunda, desafiante, extrañada, abarcadora, una mirada que construye muros y misterios, que hace preguntarse qué emociones hay detrás de ella, si amor, pasión, dudas o miedos, si renuncia, determinación o una lucha constante. Porque en Tula hay una cruenta lucha interna, darse al otro o tomar del otro lo que ella quiere. Y es ahí, en ese darse o tomar, donde Tula ejerce una fascinación difícil de sortear y por momentos parece alguien a quien contener o una manipuladora que hace del otro un títere que manejar. Porque Tula aspira a la maternidad. Pero a una maternidad bíblica, como la Virgen María. Y desoye sus deseos más ligados a la carne. Y usa a su hermana Rosa para tener aquello que anhela, y consigue unos sobrinos que la llaman madre, una casa que gobernar, un cuñado que se debate entre el amor a su mujer y la frustración por Tula. Y, ante todo, ante todos, la mirada impenetrable de Tula y sus grandes ojos.

Tula es su deseo de maternidad sobre todas las cosas y personas, su independencia última, su pasión contenida y su visión religiosa de la vida. Hay momentos donde Tula encarna el antiguo ideal materno, una mujer abnegada que cuida de sus sobrinos (hijos) y los saca adelante, y otros instante donde Tula ejerce una influencia diabólica para conseguir aquello que desea, casa a su hermana Rosa con Ramiro sin hacer caso de los sentimientos que definen a cada uno de ellos, la anima a tener un hijo tras otro hasta la muerte, acalla su pulsión amorosa y erótica y acaba con una pléyade de niños y la sensación de algo que no acaba de encajar. Tula es madre y una presencia inquietante, recuerda a los titiriteros que manejan a los hilos de sus muñecos para que bailen a su antojo. Hay algo maquiavélico en Tula.

Unamuno desnuda su novela de paréntesis, tiempos muertos o acciones secundarias, se centra en Tula, su hermana Rosa y su marido Ramiro, en los hijos que llegan, como la muerte y la soledad, cada capítulo, cada línea de diálogo, una exposición de deseos y razones, el amor soterrado de Ramiro y Tula que ésta quiere acallar, el sacrificio de Rosa, que se deja llevar por los consejos de su hermana, las dudas de Tula y su búsqueda última de una maternidad virginal. No hay descripciones del entorno, casa, calle o naturaleza que unir a los personajes, ni líneas secundarias que enturbien o distraigan de Tula y su anhelo de ser madre, su figura que lo domina todo, su pasión tras sus ojos grandes, lo oculto bajo la mirada profunda.







—¿Por qué le habrán cantado tanto a la luna los poetas? —dijo Ramiro—; ¿por qué será la luz romántica y de los enamorados?
—No lo sé, pero se me ocurre que es la única tierra, porque es una tierra... que vemos sabiendo que nunca llegaremos a ella.... es lo inaccesible... El sol no, el sol nos rechaza; gustamos de bañarnos en su luz, pero sabemos que es inhabitable, que en él nos quemaríamos, mientras que en la luna creemos que se podría vivir y en paz y crepúsculo eternos, sin tormentas, pues no la vemos cambiar, pero sentimos que no se puede llegar a ella... Es lo intangible...
—Y siempre nos da la misma cara..., esa cara tan triste y tan seria..., es decir, siempre ¡no!, porque la va velando poco a poco y la oscurece del todo y otras veces parece una hoz...
—Sí —y al decirlo parecía como que Gertrudis seguía sus propios pensamientos sin oír los de su compañero, aunque no era así—; siempre enseña la misma cara porque es constante, es fiel. No sabemos cómo será por el otro lado..., cuál será su otra cara...
—Y eso añade a su misterio...
—Puede ser..., puede ser... Me explico que alguien anhele llegar a la luna..., ¡lo imposible!..., para ver cómo es por el otro lado..., para conocer y explorar su otra cara...
—La oscura...
—¿La oscura? ¡Me parece que no! Ahora que esta que vemos está iluminada la otra estará a oscuras, pero o yo sé poco de estas cosas o cuando esta cara se oscurece del todo, en luna nueva, está en luz por el otro, es luna llena de la otra parte...
—¿Para quién?
—¿Cómo para quién?
—Sí, que cuando el otro lado alumbra, ¿para quién?
—Para el cielo, y basta. ¿O es que a la luna la hizo Dios no más que para alumbrarnos de noche a nosotros, los de la tierra? ¿O para que hablemos estas tonterías?

***

Al fin Gertrudis no pudo con su soledad y decidió llevar su congoja al padre Álvarez, su confesor, pero no su director espiritual. Porque esta mujer había rehuido siempre ser dirigida, y menos por un hombre. Sus normas de conducta moral, sus convicciones y creencias religiosas se las había formado ella con lo que oía a su alrededor y con lo que leía, pero las interpretaba a su modo. Su pobre tío, don Primitivo, el sacerdote ingenuo que las había criado a las dos hermanas y les enseñó el catecismo de la doctrina cristiana explicado según el Mazo, sintió siempre un profundo respeto por la inteligencia de su sobrina Tula, a la que admiraba. «Si te hicieses monja —solía decirle— llegarías a ser otra santa Teresa... Qué cosas se te ocurren, hija...» Y otras veces: «Me parece que eso que dices, Tulilla, huele un poco a herejía; ¡hum! No lo sé..., no lo sé.... porque no es posible que te inspire herejías el ángel de tu guarda, pero eso me suena así como a... qué sé yo...» Y ella le contestaba riendo: «Sí, tío, son tonterías que se me ocurren, y ya que dice usted que huele a herejía no lo volveré a pensar.» Pera ¿quién pone barreras al pensamiento?
Gertrudis se sintió siempre sola. Es decir, sola para que la ayudaran, porque para ayudar ella a los otros no, no estaba sola. Era como una huérfana cargada de hijos. Ella sería el báculo de todos los que la rodearan; pero si sus piernas flaquearan, si su cabeza no le mantuviese firme en su sendero, si su corazón empezaba a bambolear y enflaquecer, ¿quién la sostendría a ella?, ¿quién sería su báculo? Porque ella, tan henchida del sentimiento, de la pasión mejor, de la maternidad, no sentía la filialidad. «¿No es esto orgullo?», se preguntaba.
Miguel de Unamuno. La tía Tula. Cátedra.

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