Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

jueves, 28 de enero de 2016

Tzili, la historia de una vida. Aharon Appelfeld

Tzili es una muchacha tranquila, la menor en una numerosa familia judía. Su padre enfermo, su madre dueña de una tienda, sus hermanos estudiosos, Tzili, sin mano para los estudios y relegada a los trabajos caseros, vive al margen de su familia, una especie de sombra dentro de la casa, sólo un viejo maestro le enseña algo de su religión y le hace repetir una oración que recuerda que el hombre es polvo y ceniza. Cuando empiezan las primeras escaramuzas de la guerra, la familia huye y deja atrás a su hija pequeña. Y Tzili, sola, deambulará por un paraje de ensueño, cruzará bosques y estaciones, se encontrará con campesinos hostiles, tendrá hambre, sueño, visiones, sufrirá vejaciones y amenazas, Tzili que intentará sobrevivir y entender el nuevo mundo que le rodea, que buscará un refugio donde pasar el invierno y saldrá en primavera a la luz y los campos, que conocerá el miedo y el amor, la guerra como algo lejano e invisible que afecta a cada paso que da, y se unirá los refugiados que vuelven de los campos de concentración y de sus escondrijos y se tumban en la hierba y juegan a las cartas después del horror y escuchan una palabra, Palestina, que es esperanza y dudas.

Hay elementos comunes entre Tzili, la historia de una vida, y Flores de sombra, un niño como protagonista, la familia desaparecida, las visiones y el peregrinaje por bosques y parajes adversos, el holocausto como algo lejano, invisible y amenazador, la escritura sencilla y directa de Appelfeld, sin  ambages ni experimentos, una escritura a veces lineal y sin sorpresas que se sucede de manera pausada. En Tzili, Appelfeld parece contar un cuento, una historia lejana, una muchacha, un bosque, los monstruos que la acechan, los pequeños instantes de calma y bondad, la supervivencia en medio del caos y el miedo. Tzili observa los ríos y los cambios en la luz de los días, se tumba en la nieve o en los campos de trigo, una comunión con la naturaleza. Y como la naturaleza, asiste a las diferentes estaciones, el frío de la guerra, los golpes y el abandono, la calidez de un amor inesperado, la espera de un tiempo mejor.

La pequeña Tzili deambula por bosques y campos, consigue borrar sus huellas y no parecer judía, se convierte en una muchacha que crece y aprende a sobrevivir, los campesinos una amenaza tan real como el hambre y el miedo. Tzili vive con antiguas prostitutas y campesinas en invierno, vuelve al bosque en el verano, conoce a Mark, un judío que se esconde en la montaña, un hombre que pelea contra sus fantasmas, cómo dejó atrás a su familia para escapar de la persecución nazi, un hombre destruido física y moralmente que ataca a los árboles y grita por la noche, que ve en Tzili primero una aparición y luego una mujer real, alguien en quien cobijarse y descansar. Es esta relación entre Tzili y Mark un punto interesante de la novela, dos supervivientes que se cruzan e intentan crear un refugio en el que resistir a la guerra y el pasado, la culpabilidad de Mark, la búsqueda de Tzili de provisiones, las rápidas conversaciones con los campesinos que le hablan del final de los judíos y cómo recupera las viejas palabras que había olvidado por la soledad y el abandono. Mark y Tzili un oasis.



–Dudaba de que fueras judía. ¿Qué has hecho para cambiar?
–Nada.
–¿Nada? Pero ¿qué dices? Yo no volveré a cambiar nunca. Soy demasiado mayor para cambiar y, a decir verdad, no sé si lo deseo. –Luego preguntó–: ¿Por qué callas?
Ella se estremeció con la pregunta. Había perdido las viejas palabras, las palabras familiares. Nunca había tenido un rico vocabulario, y los días pasados con los campesinos habían arrancado de su interior las raíces de las palabras. Ahora, aquel forastero le había devuelto el aroma de la casa, que más que asustarla la alteraba.


La novela avanza de manera pausada, como la escritura de Appelfeld, no hay cambios de ritmo ni tono, la historia avanza sin grandes cambios, es un cuento que habla de bosques y monstruos sólo que, al final, desaparecen bosques y monstruos y queda una masa gris que se dirige hacia el mar. Y es ahí, en la aparición de los supervivientes (de los campos de concentración o de los que estuvieron escondidos durante la guerra), donde encuentro la mejor parte del libro, los refugiados que salen de sus escondrijos y llenan los caminos, que intentan volver a la rutina tras el horror y buscan un lugar donde quedarse y Tzili que se une a ellos por inercia, refugiados que se tumban en la hierba y juegan a cartas y parecen hipnotizados, fuera del mundo, y se adivina el horror sufrido y lo difícil que es regresar a la vida.







El otoño se volvió más luminoso y un sol frío y puro brilló sobre su morada provisional. El ánimo turbio de Mark se despejó y dejó de maldecir. Realmente no abandonó la bebida, pero por aquellos días no le volvía irascible. A veces decía: «Se me ha olvidado lo que quería decir». Una débil sonrisa iluminaba su rostro sombrío. Asuntos lejanos, olvidados y dolorosos, seguían preocupándole, pero ya no de una forma tan lamentable como antes. Ahora hablaba con delicadeza de la necesidad de estudiar idiomas, de tener una profesión liberal y salir de provincias, pero ya no la reprendía.
Hablaba del próximo invierno como de una frontera y decía que al otro lado había esperanza. Tzili sentía que Mark estaba absorto en sí mismo. De cuando en cuando concluía: «Hay esperanza, la hay».
Aharon Appelfeld. Tzili, la historia de una vida. Traducción de Raquel García Lozano. Galaxia Gutenberg.

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