Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

sábado, 23 de enero de 2016

Juan Gelman en Violines y otras cuestiones



[Viendo a la gente andar, ponerse el traje…]

Viendo a la gente andar, ponerse el traje,
el sombrero, la piel y la sonrisa,
comer sobre los platos dulcemente,
afanarse, correr, sufrir, dolerse,
todo por un poquito de paz y de alegría,
viendo a la gente, digo, no hay derecho
a castigarle el hueso y la esperanza,
a ensuciarle los cantos, a oscurecerle el día,
                                                                       viendo, sí,
cómo la gente llora en los rincones
más oscuros del alma y sin embargo
sabe reír y sabe andar derecho,
viendo a la gente, bueno, viéndola
tener hijos y esperar y siempre
creer que van a mejorar las cosas
y viéndola pelear por sus riñones,
                                                       digo gente,
qué hermoso andar contigo
a descubrir la fuente de lo nuevo,
a arrancar la felicidad,
a traer el futuro sobre el lomo, hablar
familiarmente con el tiempo y saber
que acabaremos y de una buena vez por ser dichosos,
qué hermoso, digo, gente, qué misterio
vivir tan castigado
                               y cantar y reír,
                                                       ¡qué asunto raro!



Un viejo asunto

Fue a principios de siglo.
                                         La ciudad
se ponía los pantalones largos,
iba en lando, calzaba vías férreas,
ascendía hasta el cielo con ventanas.

Era el imperio de los estancieros
recién vendido a la Inglaterra, era
la reyecía de los Apellidos,
el país dividido en cinco feudos
donde engordaba el animal y pedro
valía menos que un cuero de vaca.

El río entonces una madrugada
fue despertado por extrañas voces,
palabras dulces o ásperos sonidos,
el aire anduvo averiguando qué
demonios sucedía, qué lenguaje
lo trizaba en cristales asombrados,
mientras los inmigrantes descendían
con pantalones castigados, los
bolsillos llenos de nostalgia y unos
sueños, los pocos permitidos por
la Compañía de Navegación.

Aquí vinieron italianos, turcos,
árabes, rusos, búlgaros, judíos,
eslovacos, polacos, españoles,
con los dedos del hambre en la mejilla,
con la lágrima seca sobre el pómulo,
con las espaldas hartas del fusil,
del knut, del palo de la policía,

aquí vinieron, construyeron casas,
relojes, sillas, lápices, pañales,
empuñaron la reja, hicieron
llover del suelo gotas congeladas
de trigo o de maíz, aquí vinieron
y edificaron días, esperanzas,
árboles, hijos, pájaros, canciones,
aquí empezó a dolerles el huesito,
mientras el amo alcorta o anchorena
mantenía queridas en París,
vendía el país por unas esterlinas,
paseaba sus polainas por Europa.

Aquí vinieron, sí, los gringos, los
estranjis, aprendieron a besar
el mate largamente, a conversar
en porteño mezclado, en guaraní,
dieron sus brazos para el frigorífico,
para las fábricas y se encontraron
cara a cara con los viejos fantasmas,
les azuzaron sus hermanos criollos
(les decían “los gringos les roban el trabajo”)
les persiguieron la mejilla y como
muchos de ellos venían de la pólvora,
del aire en armas de las barricadas
populares y muchos descendían,
por parte del dolor, de la pelea,
los amos les dictaron una ley:

“Queda prohibido para el extranjero,
jornalero, albañil, bracero o pobre,
pedir aumento de salario, unirse,
luchar por su camisa, el delantal,
la cuchara, el repollo, los manteles.
Tiene permiso para sufrir hambre,
golpes y lágrimas, humillaciones,
como los chinos de esta sucia tierra.
Puede olvidar de a poco que es un hombre,
y si lo recordase, hereje, bárbaro,
archívese, publíquese y devuélvase
encadenado a su lugar de origen.”

Esta es la ley, célebre por su número
odiado, maldecido, esta es la ley
4144.

Clavada está en el medio de mi pueblo.
Todavía golpea en lo más puro.



[Tal vez bajo del pelo, bajo el párpado…]

Tal vez bajo del pelo, bajo el párpado,
bajo humos, sábados, paredes, trajes,
aymeduelen, vecinos, hastaluegos,
guarda la gente un poco de ternura.

Es tal vez bajo el ala del sombrero
o tal vez en la mano, en su pañuelo,
donde la gente suele atardecer
cuando la tarde es cruel como un cuchillo.

Y si no, ¿cómo explica su mejilla?
¿Y cómo explica su continuo andar,
reír, pelear, me digo, cómo explica,
si esto pega tan duro en el estómago?

Tal vez bajo la noche,
la gente saca su ternura a ver
si algo le han dado, si algo le ha dolido,
charla un poco, desteje su cansancio,
suelta un pájaro y sueña hasta mañana.



[Hoy que estoy tan alegre, qué me dicen…]

Hoy que estoy tan alegre, qué me dicen,
me miro el pecho y río, miro me
la estatura, el reloj, los pantalones,
tan alegre y me río, la camisa
me miro a carcajadas, vea usted,
este asunto comienza en mi esqueleto
(perdón por la palabra) estoy alegre
compañero, le digo, cuello arriba
y cuello abajo río, qué es no sé,
me levanté tan simple como siempre
y tan juan como suelo entré a la calle,
salud, ciudad, le dije, acaricié
la mañana de paso, fui hasta el hombre
más triste y le di un sueño,
                                           compañero
qué me pasa, me río y qué es no sé,
tengo un tumulto de violines vivos,
me nace un pájaro en la boca,
                                                ¡al tren!
¿quién se ha muerto? ¡mentira!
                                                  los marinos
se enamoraron de una estrella
                                                 ¿y qué?
salud, ciudad, le dije, compañero,
y en una esquina el aire le besé
como un loco, me miran los zaguanes,
las ventanas, un árbol, qué es no sé,
me sacudo el recuerdo, los pañuelos,
las caricias de anoche, busco en
mis ojazos de pibe entre cuadernos,
violetas tiernas y una madre y qué
me pasa, estoy alegre, río, corro,
me cantan los zapatos,
                                     los zapatos,
ciudad, ciudad, hoy te amo como nunca,
hoy no te hiero, apenas hoy si te
toco, apenas si rozo tu armadura
de asfalto y piedra y barro y hombres de
cojón y viento, apenas si te digo
mañanero, salud.
                            Y me detengo.
Me río.
            Estoy alegre.
                                  Y qué es no sé.
Juan Gelman. Violines y otras cuestiones. En Gotán y otras cuestiones (Poesía I 1956.1962). Visor libros.

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