Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 14 de octubre de 2015

La biblioteca secreta. Haruki Murakami



Hace años que Murakami me aburre. 1Q84 me pareció excesiva, aburrida y sin gracia y aquella del chico sin color la dejé a las primeras páginas. Había perdido la estela de Murakami, sus libros me sonaban a repetitivos y sin la inspiración de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas o Al sur de la frontera, al oeste del sol. Hay gustos así, que se desvanecen con el tiempo.

La biblioteca secreta fue una lectura diferente a mis últimos intentos con Murakami. Están los ambientes extraños y oníricos propios del escritor japonés (una historia que mezcla a Kafka con Dick), están los niños solitarios y las mujeres enigmáticas y los hombres-oveja (o carnero, como en anteriores novelas), los párrafos que parecen diarios gastronómicos, los mundos que se cruzan en un mismo punto y los espacios cerrados y oscuros. Lo diferente es la escritura sencilla, la voz infantil, el tono de cuento bajo el que se esconde una tensión extraña.

Por momentos, La biblioteca secreta me llevó a Kappa, aquella locura maravillosa de Akutagawa donde un hombre aparece en un mundo subterráneo dominado por unas criaturas mitológicas. Un niño acude a una biblioteca a sacar un par de libros, lo conducen a la habitación 107 y allí, un anciano extraño y de aspecto maléfico que lo conduce a través de un laberinto hasta un calabozo custodiado por un hombre-oveja. La realidad se disuelve, el ambiente de pesadilla se torna agobiante, el niño no entiende qué ocurre, sólo está su carcelero, tres tomos sobre recaudación de impuestos en el imperio Otomano y una muchacha misteriosa.

El niño habla con su guardián, intenta descubrir quién es la muchacha misteriosa, se siente aislado de su mundo, una cárcel que es como esos pozos que aparecen en otras novelas de Murakami y donde la oscuridad da lugar a visiones y pensamientos inesperados. Hay pájaros y lunas y una muchacha que tiene la llave a otro mundo (como algunas de las mujeres protagonistas en las novelas de Dick), hay opresión y tristeza y pérdida, una historia que, por su sencillez, no tiene la repetición ni es pretenciosa como otras novelas de Murakami.

La edición de Libros del zorro rojo es una preciosidad. El cuento de Murakami gana enteros con las ilustraciones de Kat Menschik, oscuras, opresivas, oníricas, una luz entre las tinieblas.







Pero, al atardecer del día siguiente, aquella muchacha enigmática volvió a presentarse en mi cuarto. Esta vez, la cena consistía en salchichas de Toulouse con ensalada de patatas de guarnición, besugo relleno, ensalada de berros, un gran cruasán y, además, té inglés con miel. Todo ello, a ojos vistas, delicioso.
«Come con calma. Y no te dejes nada, ¿eh?», me dijo la muchacha por señas.
-Oye, ¿y tú quién eres? -le pregunté.
«Yo soy so. Sólo eso.»
-Pero el hombre-oveja dice que tú no existes. Además...
La muchacha posó suavemente un dedo sobre sus pequeños labios. Enmudecí al punto.
«El hombre-oveja tiene su propio mundo. Yo tengo el mío. Y tú tienes el tuyo. ¿No es cierto?»
-Sí.
«Por lo tanto, que yo no tenga un lugar en el mundo del hombre-oveja no significa que yo propiamente no exista, ¿no te parece?»
-Es decir... -razoné-, que todos esos mundos distintos, todos ellos, se entremezclan aquí. Tu mundo, el mío, el mundo del hombre-oveja. Hay puntos en que confluyen unos mundos con otros, y puntos en los que no se superponen. Viene a ser eso, ¿verdad?
La muchacha hizo dos pequeños gestos afirmativos con la cabeza.
No es que yo sea un estúpido integral. Pero, desde que me mordió un perrazo negro, mi cabeza funciona de un modo un tanto anómalo.
Mientras yo me encontraba ante la mesa, comiendo, la muchacha permaneció sentada en la cama con los ojos clavados en mí. Sus manos menudas descansaban, la una junto a la otra, sobre sus rodillas. Parecía una exquisita figura decorativa de cristal bañada por los rayos de sol de la mañana.
Haruki Murakami. La biblioteca secreta. Ilustraciones de Kat Menschik. Traducción de Lourdes Porta. Libros del zorro rojo.

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